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El acuerdo arancelario con EE. UU., una prueba de fuego para Guatemala

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Melanie Müllers |
19 de noviembre, 2025

En un momento histórico para el comercio guatemalteco, Estados Unidos y Guatemala anunciaron un Marco para un Acuerdo de Comercio Recíproco, que podría transformar la relación económica bilateral. Este pacto, representa una doble apuesta: por un lado, la eliminación o reducción de aranceles para muchas exportaciones guatemaltecas, por otro, compromisos profundos de Guatemala para modernizar regulaciones y fortalecer instituciones.

Estados Unidos eliminará los aranceles recíprocos para ciertos productos guatemaltecos que no se producen “en cantidades suficientes” en su territorio, así como para algunos productos textiles bajo CAFTA-DR. Para Guatemala, esto significará que más del 70 % de sus exportaciones hacia EE. UU. quedarán libres de aranceles.

Pero el punto más novedoso no está solo en el campo arancelario: Guatemala se compromete a eliminar muchas de las barreras no arancelarias que han limitado el comercio cuando se trata de productos estadounidenses. Esto incluye simplificar requisitos regulatorios para fármacos y dispositivos médicos, aceptar estándares automotrices, expedir certificados electrónicos, eliminar trámites como apostillas, y agilizar el registro de productos.  

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En lo agrícola, Guatemala garantiza que no impondrá nuevas barreras para productos estadounidenses. En materia de propiedad intelectual, Guatemala prometió elevar la protección, firmar tratados internacionales y atender los reclamos que EE.UU. ha planteado en su reporte “Special 301”. Además, se debe mejorar la transparencia sobre las denominaciones geográficas para productos como quesos y carnes, evitando que esas etiquetas sean usadas como una barrera comercial.  

Otro capítulo esencial es el digital, Guatemala se compromete a no imponer impuestos discriminatorios a los servicios y a facilitar la libre transferencia de datos entre países “De confianza”. En materia laboral y ambiental, el pacto exige que Guatemala prohíba la importación de bienes producidos con trabajo forzado, fortalezca la legislación laboral y ambiental, combata la tala ilegal, la minería clandestina y el tráfico de especies, y refuerce su gobernanza pesquera.  

En teoría, esto representa una oportunidad para reactivar la economía rural, generar divisas y fortalecer la competitividad nacional. También podría atraer mayor inversión extranjera si el gobierno aprovecha el momento para reforzar su institucionalidad, modernizar aduanas y mejorar el clima de negocios.

Pero hay advertencias legítimas, primero, la opacidad del proceso: el Ministerio de Economía ha invocado confidencialidad para no divulgar detalles claves de la negociación, lo que genera desconfianza en algunos sectores.  Segundo, aunque el acuerdo es prometedor, no todo entrará en vigor de inmediato. Parte de los beneficios arancelarios dependen de que se firme formalmente el acuerdo y se realicen los procedimientos internos, lo cual puede tardar.  Tercero, los compromisos no arancelarios que Guatemala ha asumido no son triviales: para cumplir con estándares laborales, ambientales y regulatorios se requerirá no solo voluntad política, sino capacidad técnica que históricamente ha sido débil.

Además, aunque el arancel del 10 % que quedaría para algunas exportaciones es bajo comparado con otras tarifas globales, no elimina por completo el desafío estructural de la economía guatemalteca: no basta con abrir mercados, hay que producir con calidad, valor agregado y volumen competitivo.

Este acuerdo con EE.UU. es, sin duda, una ventana de oportunidad para Guatemala. Sin embargo y aquí está el “cuco” nada de esto servirá si Guatemala no implementa lo que se ha comprometido a hacer. No basta con acuerdos bonitos firmados en Washington. Si no hay reformas regulatorias reales, instituciones fuertes, transparencia y una agenda clara, los beneficios se quedarán en el papel. La prueba de fuego será la capacidad del país para transformar esas promesas en realidad. Si Guatemala cumple, podrá convertir este pacto en un motor de oportunidad, si no, será otra oportunidad perdida.

El acuerdo arancelario con EE. UU., una prueba de fuego para Guatemala

Melanie Müllers |
19 de noviembre, 2025
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En un momento histórico para el comercio guatemalteco, Estados Unidos y Guatemala anunciaron un Marco para un Acuerdo de Comercio Recíproco, que podría transformar la relación económica bilateral. Este pacto, representa una doble apuesta: por un lado, la eliminación o reducción de aranceles para muchas exportaciones guatemaltecas, por otro, compromisos profundos de Guatemala para modernizar regulaciones y fortalecer instituciones.

Estados Unidos eliminará los aranceles recíprocos para ciertos productos guatemaltecos que no se producen “en cantidades suficientes” en su territorio, así como para algunos productos textiles bajo CAFTA-DR. Para Guatemala, esto significará que más del 70 % de sus exportaciones hacia EE. UU. quedarán libres de aranceles.

Pero el punto más novedoso no está solo en el campo arancelario: Guatemala se compromete a eliminar muchas de las barreras no arancelarias que han limitado el comercio cuando se trata de productos estadounidenses. Esto incluye simplificar requisitos regulatorios para fármacos y dispositivos médicos, aceptar estándares automotrices, expedir certificados electrónicos, eliminar trámites como apostillas, y agilizar el registro de productos.  

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En lo agrícola, Guatemala garantiza que no impondrá nuevas barreras para productos estadounidenses. En materia de propiedad intelectual, Guatemala prometió elevar la protección, firmar tratados internacionales y atender los reclamos que EE.UU. ha planteado en su reporte “Special 301”. Además, se debe mejorar la transparencia sobre las denominaciones geográficas para productos como quesos y carnes, evitando que esas etiquetas sean usadas como una barrera comercial.  

Otro capítulo esencial es el digital, Guatemala se compromete a no imponer impuestos discriminatorios a los servicios y a facilitar la libre transferencia de datos entre países “De confianza”. En materia laboral y ambiental, el pacto exige que Guatemala prohíba la importación de bienes producidos con trabajo forzado, fortalezca la legislación laboral y ambiental, combata la tala ilegal, la minería clandestina y el tráfico de especies, y refuerce su gobernanza pesquera.  

En teoría, esto representa una oportunidad para reactivar la economía rural, generar divisas y fortalecer la competitividad nacional. También podría atraer mayor inversión extranjera si el gobierno aprovecha el momento para reforzar su institucionalidad, modernizar aduanas y mejorar el clima de negocios.

Pero hay advertencias legítimas, primero, la opacidad del proceso: el Ministerio de Economía ha invocado confidencialidad para no divulgar detalles claves de la negociación, lo que genera desconfianza en algunos sectores.  Segundo, aunque el acuerdo es prometedor, no todo entrará en vigor de inmediato. Parte de los beneficios arancelarios dependen de que se firme formalmente el acuerdo y se realicen los procedimientos internos, lo cual puede tardar.  Tercero, los compromisos no arancelarios que Guatemala ha asumido no son triviales: para cumplir con estándares laborales, ambientales y regulatorios se requerirá no solo voluntad política, sino capacidad técnica que históricamente ha sido débil.

Además, aunque el arancel del 10 % que quedaría para algunas exportaciones es bajo comparado con otras tarifas globales, no elimina por completo el desafío estructural de la economía guatemalteca: no basta con abrir mercados, hay que producir con calidad, valor agregado y volumen competitivo.

Este acuerdo con EE.UU. es, sin duda, una ventana de oportunidad para Guatemala. Sin embargo y aquí está el “cuco” nada de esto servirá si Guatemala no implementa lo que se ha comprometido a hacer. No basta con acuerdos bonitos firmados en Washington. Si no hay reformas regulatorias reales, instituciones fuertes, transparencia y una agenda clara, los beneficios se quedarán en el papel. La prueba de fuego será la capacidad del país para transformar esas promesas en realidad. Si Guatemala cumple, podrá convertir este pacto en un motor de oportunidad, si no, será otra oportunidad perdida.

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