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Dueñez Empresaria. La dueñez que la sociedad espera

Tu empresa genera millones, pero ¿a qué precio? Mientras celebras cifras récord, el mundo que te rodea se desmorona.

.
Carlos Dumois |
12 de agosto, 2025

Tu empresa genera millones, pero ¿a qué precio? Mientras celebras cifras récord, el mundo que te rodea se desmorona.

El capitalismo no está muriendo por las críticas de los políticos. Está muriendo porque tú, como dueño, has olvidado que tu éxito tiene deudas pendientes.

La palabra "Dueñez" no existe en el diccionario, pero debería grabarse a fuego en tu conciencia empresarial. Es más que poseer acciones o firmar cheques. Es entender que cada decisión que tomas como propietario genera ondas que van mucho más allá de tus estados financieros.

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Puedes tener las mejores utilidades del mercado y aun así estar en deuda. No con el banco, sino con la sociedad que te permitió crearlas. Ser dueño es el compromiso incondicional de alinear todos los recursos, decisiones y estrategias a la creación de valor. Y ese valor, si entendemos bien nuestro papel, no se limita a los balances financieros. Se extiende a colaboradores, clientes, accionistas y, sí, a la comunidad que nos sostiene.

El capitalismo está bajo ataque no porque genere riqueza, sino porque demasiados dueños han actuado como si esa riqueza les perteneciera solo a ellos. No se trata de suplir al gobierno ni de convertirse en ONG. Se trata de entender que nuestra empresa vive y crece dentro de un ecosistema social, y que nuestra legitimidad como dueños se refuerza cuando contribuimos activamente a ese ecosistema.

Si nosotros, los Dueños, somos los catalizadores de la riqueza, ¿en qué momento perdimos de vista que esa riqueza no puede ser solo nuestra? Es para todos. Pensar lo contrario no es ambición, es una sentencia de muerte para el propio sistema que nos permite prosperar.

Piensa en Hamdi Ulukaya, el inmigrante turco que fundó Chobani. Un Dueño que, al ver la crisis de refugiados, no hizo un donativo para la foto. Ejerció su Dueñez. Contrató a cientos de ellos, les dio salarios por encima del promedio, les enseñó un idioma y les ofreció participación accionaria en la empresa. No estaba regalando dinero, estaba construyendo su propia comunidad, fortaleciendo la base misma sobre la que se asienta su éxito. Su yogur se volvió más fuerte porque su gente era más fuerte. Eso es Dueñez.

Lo entendió muy bien Eduardo Tricio, al frente de Grupo Lala. Bajo su Dueñez, la compañía no solo creció en valor de mercado, sino que impulsó programas para mejorar la nutrición infantil en comunidades vulnerables. No fue filantropía casual, fue estrategia: entender que su negocio depende de una sociedad más sana y más preparada para consumir sus productos. El retorno no fue solo económico, fue de reputación, de confianza y de permanencia.

La Dueñez también implica valentía para admitir errores y corregir rumbos. Howard Schultz reconoció que Starbucks había perdido su alma persiguiendo crecimiento acelerado. Cerró temporalmente más de 7,000 tiendas en Estados Unidos para reentrenar a 175,000 empleados, con un costo de millones en ingresos perdidos. Pero Schultz entendía que la responsabilidad social no es opcional cuando tu empresa se convierte en parte del tejido social. Su Dueñez lo obligó a priorizar propósito sobre ganancias inmediatas.

El problema fundamental del capitalismo actual no son las regulaciones gubernamentales ni los movimientos sociales. El problema eres tú, sentado en tu oficina, creyendo que la responsabilidad social es un departamento de marketing o una línea en el presupuesto de relaciones públicas.

Reconozcamos que no podemos generar riqueza en el vacío. Dependemos de infraestructura pública, empleados educados en escuelas financiadas por impuestos, un sistema legal que protege nuestros contratos, y comunidades estables que consumen nuestros productos. Cada peso de ganancia tiene ADN social.

La responsabilidad social no es caridad. Es el mantenimiento preventivo del sistema que hace posible tu éxito. Es decidir que la creación de valor incluye cuidar el entorno, respetar a las personas y preservar los recursos que hacen posible el negocio. Es saber que la ventaja competitiva más difícil de copiar es la confianza de quienes te rodean. Y que cuando el mercado te da poder, la sociedad te exige propósito.

La pregunta no es si puedes permitirte invertir en responsabilidad social. La pregunta es si puedes permitirte no hacerlo. Porque el verdadero costo de tu éxito podría ser la destrucción del mundo que lo hizo posible.

¿Estás dispuesto a pagar ese precio?

Dueñez Empresaria. La dueñez que la sociedad espera

Tu empresa genera millones, pero ¿a qué precio? Mientras celebras cifras récord, el mundo que te rodea se desmorona.

Carlos Dumois |
12 de agosto, 2025
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Tu empresa genera millones, pero ¿a qué precio? Mientras celebras cifras récord, el mundo que te rodea se desmorona.

El capitalismo no está muriendo por las críticas de los políticos. Está muriendo porque tú, como dueño, has olvidado que tu éxito tiene deudas pendientes.

La palabra "Dueñez" no existe en el diccionario, pero debería grabarse a fuego en tu conciencia empresarial. Es más que poseer acciones o firmar cheques. Es entender que cada decisión que tomas como propietario genera ondas que van mucho más allá de tus estados financieros.

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El capitalismo está bajo ataque no porque genere riqueza, sino porque demasiados dueños han actuado como si esa riqueza les perteneciera solo a ellos. No se trata de suplir al gobierno ni de convertirse en ONG. Se trata de entender que nuestra empresa vive y crece dentro de un ecosistema social, y que nuestra legitimidad como dueños se refuerza cuando contribuimos activamente a ese ecosistema.

Si nosotros, los Dueños, somos los catalizadores de la riqueza, ¿en qué momento perdimos de vista que esa riqueza no puede ser solo nuestra? Es para todos. Pensar lo contrario no es ambición, es una sentencia de muerte para el propio sistema que nos permite prosperar.

Piensa en Hamdi Ulukaya, el inmigrante turco que fundó Chobani. Un Dueño que, al ver la crisis de refugiados, no hizo un donativo para la foto. Ejerció su Dueñez. Contrató a cientos de ellos, les dio salarios por encima del promedio, les enseñó un idioma y les ofreció participación accionaria en la empresa. No estaba regalando dinero, estaba construyendo su propia comunidad, fortaleciendo la base misma sobre la que se asienta su éxito. Su yogur se volvió más fuerte porque su gente era más fuerte. Eso es Dueñez.

Lo entendió muy bien Eduardo Tricio, al frente de Grupo Lala. Bajo su Dueñez, la compañía no solo creció en valor de mercado, sino que impulsó programas para mejorar la nutrición infantil en comunidades vulnerables. No fue filantropía casual, fue estrategia: entender que su negocio depende de una sociedad más sana y más preparada para consumir sus productos. El retorno no fue solo económico, fue de reputación, de confianza y de permanencia.

La Dueñez también implica valentía para admitir errores y corregir rumbos. Howard Schultz reconoció que Starbucks había perdido su alma persiguiendo crecimiento acelerado. Cerró temporalmente más de 7,000 tiendas en Estados Unidos para reentrenar a 175,000 empleados, con un costo de millones en ingresos perdidos. Pero Schultz entendía que la responsabilidad social no es opcional cuando tu empresa se convierte en parte del tejido social. Su Dueñez lo obligó a priorizar propósito sobre ganancias inmediatas.

El problema fundamental del capitalismo actual no son las regulaciones gubernamentales ni los movimientos sociales. El problema eres tú, sentado en tu oficina, creyendo que la responsabilidad social es un departamento de marketing o una línea en el presupuesto de relaciones públicas.

Reconozcamos que no podemos generar riqueza en el vacío. Dependemos de infraestructura pública, empleados educados en escuelas financiadas por impuestos, un sistema legal que protege nuestros contratos, y comunidades estables que consumen nuestros productos. Cada peso de ganancia tiene ADN social.

La responsabilidad social no es caridad. Es el mantenimiento preventivo del sistema que hace posible tu éxito. Es decidir que la creación de valor incluye cuidar el entorno, respetar a las personas y preservar los recursos que hacen posible el negocio. Es saber que la ventaja competitiva más difícil de copiar es la confianza de quienes te rodean. Y que cuando el mercado te da poder, la sociedad te exige propósito.

La pregunta no es si puedes permitirte invertir en responsabilidad social. La pregunta es si puedes permitirte no hacerlo. Porque el verdadero costo de tu éxito podría ser la destrucción del mundo que lo hizo posible.

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