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Divorciando economía de la justicia

El hombre ha de exhumar los libros de la justicia del olvido donde se encuentran: un olvido característico del rebelde que guarda desdén de su padre por tener una mano muy pesada.

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Reynaldo Rodríguez |
29 de mayo, 2024

Existe una proclividad a desligar el ahondamiento ético de la acción económica. La garganta del hombre contemporáneo ha sido soterrada bajo categorías de múltiples lados del espectro ideológico. Quienes buscan un Estado socialdemócrata socavan los derechos individuales por la “Nación” y los intereses del Estado. Quienes buscan Estados altamente liberales socavan el sentido comunitario de la economía. En los dos lados de esta inextricable unión entre un tipo de liberal y otro existe un divorcio fundamental con la totalidad de la justicia. No la pueden abrazar entera ni podrán mientras busquen respuestas donde no están.
 

Las respuestas sobre la justicia en el mercado ya existen, así como a la mayoría de las preguntas que se tienen. Esta crisis que vive el contemporáneo sobre su posición en el mundo y cómo afrontarla se da únicamente porque no puede voltear el rostro al pasado y preguntarles a aquellos que ya no están. El hombre ha de exhumar los libros de la justicia del olvido donde se encuentran: un olvido característico del rebelde que guarda desdén de su padre por tener una mano muy pesada.
 

Ya lo decían los escolásticos, si las cosas tienen una esencia y un fin, y no todo lo que el hombre desea es bueno para él, igual habrá de ser la acción económica. No todo precio es justo. No todo contrato, aún en la más plena libertad, es justo. El mercado ha de ser libre, pero toda práctica que vaya contra la justicia debe ser condenada por su avaricia, por ser nefasta y por ser inmunda.
 

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Todo se resume en lo siguiente: no todo enriquecimiento es lícito. Un lado del espectro lo ve como una injusticia del sistema que necesita redistribución. Otro lado del debate lo ve como lo más deseable dentro de un sistema que premia a los mejores. La tercera posición, la de los antiguos, es la única que toma el camino de la justicia. El enriquecimiento por enriquecimiento no es legítimo, aunque los medios sean justos, como el libre intercambio.
 

En el capitalismo no todos sirven a los otros. Hay quienes sirven y hay quienes solo venden bienes y servicios. En el capitalismo hay quienes son justos y hay quienes se restringen el deseo de ser injustos para enriquecerse. Una cosa es la virtud y otra la red de incentivos para mantenerse bajo las reglas del juego.
 

El mensaje de los escolásticos, si puedo hacerles honra, es el de la libertad plena. En el mercado, hay que servir y callarse las manos y pies para que podamos llamarle servidumbre a eso que habitualmente llamamos intercambio. El enriquecimiento solo es legítimo si es un medio para servir aún más a otros. Así como lo dice su nombre, el líquido tiene que ser tan líquido como para que, aún con nuestras manos cerradas, pueda colarse entre los dedos para irrigar aquello debajo de ellas. No porque el capitalismo sea deseable implique que allí concluye todo. El hombre debe saber morir al deseo ilegítimo, para que ese capitalismo sea plenamente justo y deseable.

Divorciando economía de la justicia

El hombre ha de exhumar los libros de la justicia del olvido donde se encuentran: un olvido característico del rebelde que guarda desdén de su padre por tener una mano muy pesada.

Reynaldo Rodríguez |
29 de mayo, 2024
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Existe una proclividad a desligar el ahondamiento ético de la acción económica. La garganta del hombre contemporáneo ha sido soterrada bajo categorías de múltiples lados del espectro ideológico. Quienes buscan un Estado socialdemócrata socavan los derechos individuales por la “Nación” y los intereses del Estado. Quienes buscan Estados altamente liberales socavan el sentido comunitario de la economía. En los dos lados de esta inextricable unión entre un tipo de liberal y otro existe un divorcio fundamental con la totalidad de la justicia. No la pueden abrazar entera ni podrán mientras busquen respuestas donde no están.
 

Las respuestas sobre la justicia en el mercado ya existen, así como a la mayoría de las preguntas que se tienen. Esta crisis que vive el contemporáneo sobre su posición en el mundo y cómo afrontarla se da únicamente porque no puede voltear el rostro al pasado y preguntarles a aquellos que ya no están. El hombre ha de exhumar los libros de la justicia del olvido donde se encuentran: un olvido característico del rebelde que guarda desdén de su padre por tener una mano muy pesada.
 

Ya lo decían los escolásticos, si las cosas tienen una esencia y un fin, y no todo lo que el hombre desea es bueno para él, igual habrá de ser la acción económica. No todo precio es justo. No todo contrato, aún en la más plena libertad, es justo. El mercado ha de ser libre, pero toda práctica que vaya contra la justicia debe ser condenada por su avaricia, por ser nefasta y por ser inmunda.
 

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En el capitalismo no todos sirven a los otros. Hay quienes sirven y hay quienes solo venden bienes y servicios. En el capitalismo hay quienes son justos y hay quienes se restringen el deseo de ser injustos para enriquecerse. Una cosa es la virtud y otra la red de incentivos para mantenerse bajo las reglas del juego.
 

El mensaje de los escolásticos, si puedo hacerles honra, es el de la libertad plena. En el mercado, hay que servir y callarse las manos y pies para que podamos llamarle servidumbre a eso que habitualmente llamamos intercambio. El enriquecimiento solo es legítimo si es un medio para servir aún más a otros. Así como lo dice su nombre, el líquido tiene que ser tan líquido como para que, aún con nuestras manos cerradas, pueda colarse entre los dedos para irrigar aquello debajo de ellas. No porque el capitalismo sea deseable implique que allí concluye todo. El hombre debe saber morir al deseo ilegítimo, para que ese capitalismo sea plenamente justo y deseable.

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