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DIGNIDAD, 3ra Parte

Quien se convierte en gusano no puede quejarse luego de ser pisoteado.

Filósofo ilustrado alemán, Immanuel Kant
Warren Orbaugh |
26 de agosto, 2024

En mi artículo pasado, indiqué cómo Immanuel Kant considera que quien instrumentaliza a otro viola su dignidad. El hombre que hace una promesa falsa a otro sabe que pretende usarlo solo como medio para un fin que no comparte. La libertad de decisión de la víctima habrá sido restringida impidiendo el ejercicio de su autonomía.

LA COSIFICACIÓN DE UNO MISMO

Si bien la violación, el asesinato, el robo, la estafa, la esclavitud, la coacción, el arresto arbitrario y el matrimonio forzado son formas de usar a otros meramente como medios, como cosas, y son por tanto inmorales, uno también puede tratarse a sí mismo meramente como medio, cosificarse y, por tanto, despreciar y perder la propia dignidad. Las mentiras, la avaricia, la prodigalidad, la pusilanimidad, la vanidad, la adulación, el servilismo, la incontinencia, la ebriedad, el abuso propio y el suicidio niegan la dignidad de la persona y pueden destruirla.

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La ley de la naturaleza establece la autopreservación del ser vivo como fin. El actuar por deber o lo que es lo mismo, por respeto voluntariamente autoimpuesto a la ley moral autónoma, demanda que no se contradiga este principio natural. El suicidio contradice este principio. Por otro lado, nos dice Kant, el descuidar la propia superación es incompatible con el mantenimiento de la humanidad como fin en sí mismo. Y como el fin natural que todo hombre busca es su propia felicidad, que incluye la destreza, la salud y la riqueza, esta debe considerarse también un deber.

Pero cómo alcanzar o no la felicidad depende muchas veces de factores ajenos a nuestra acción, promover la propia felicidad no constituye el principio del deber moral, que no resulta ser inmediatamente una oposición a la pretensión de felicidad, sino solamente que, cuando se trata del deber moral, de lo que es correcto, no se tenga en consideración la felicidad. La observancia del mandato moral puede o no promover la propia felicidad, pero hace a la persona digna de ser feliz.

Cuando un individuo no observa los imperativos morales del fin en sí mismo y de la universalidad de la ley; cuando no actúa autónomamente, sino que permite que sus pasiones, inclinaciones o caprichos, presiones externas o la voluntad de otros lo determinen, es decir, por causas heterónomas, se degrada a sí mismo al nivel de cosa y renuncia a su pretensión de dignidad. Para Kant, esto tiene consecuencias legales radicales cuando un individuo “pierde su personalidad y por tanto su dignidad por algún crimen”. Por tanto, ya no es persona sino es sujeto de la ley como siervo. El estado puede entonces disponer de su labor como legítimo dueño.

El individuo también se denigra y renuncia a su dignidad al cosificar a otro, al pretender usarlo meramente como cosa, como vimos en el ejemplo de la comensal Alicia y el mesero Juan en mi entrega anterior. Al mentir por avaricia se degrada, despersonaliza y cosifica. Solo respetando los imperativos morales seguimos siendo fines en nosotros mismos. Solo entonces podemos respetar y mantener nuestra propia dignidad. Como seres racionales, los humanos tienen dignidad debido a su autonomía, es decir, debido a su habilidad para auto legislarse moralmente.

Así la ley del deber, por el valor positivo que la obediencia a la misma nos hace sentir, encuentra un acceso más fácil mediante el respeto a nosotros mismos en la conciencia de nuestra libertad. En este respeto, si está bien fundado, el hombre no tiene más temor que el encontrarse despreciable y reprobable ante sus propios ojos en el examen interior de sí mismo, pueden injertarse ahora toda buena convicción moral, porque éste es el mejor guardián e incluso el único para impedir que impulsos innobles y perniciosos penetren en el ánimo [Kritik der praktischen Vernunft].

Quien se convierte en gusano no puede quejarse luego de ser pisoteado.

Continuará.

DIGNIDAD, 3ra Parte

Quien se convierte en gusano no puede quejarse luego de ser pisoteado.

Warren Orbaugh |
26 de agosto, 2024
Filósofo ilustrado alemán, Immanuel Kant

En mi artículo pasado, indiqué cómo Immanuel Kant considera que quien instrumentaliza a otro viola su dignidad. El hombre que hace una promesa falsa a otro sabe que pretende usarlo solo como medio para un fin que no comparte. La libertad de decisión de la víctima habrá sido restringida impidiendo el ejercicio de su autonomía.

LA COSIFICACIÓN DE UNO MISMO

Si bien la violación, el asesinato, el robo, la estafa, la esclavitud, la coacción, el arresto arbitrario y el matrimonio forzado son formas de usar a otros meramente como medios, como cosas, y son por tanto inmorales, uno también puede tratarse a sí mismo meramente como medio, cosificarse y, por tanto, despreciar y perder la propia dignidad. Las mentiras, la avaricia, la prodigalidad, la pusilanimidad, la vanidad, la adulación, el servilismo, la incontinencia, la ebriedad, el abuso propio y el suicidio niegan la dignidad de la persona y pueden destruirla.

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La ley de la naturaleza establece la autopreservación del ser vivo como fin. El actuar por deber o lo que es lo mismo, por respeto voluntariamente autoimpuesto a la ley moral autónoma, demanda que no se contradiga este principio natural. El suicidio contradice este principio. Por otro lado, nos dice Kant, el descuidar la propia superación es incompatible con el mantenimiento de la humanidad como fin en sí mismo. Y como el fin natural que todo hombre busca es su propia felicidad, que incluye la destreza, la salud y la riqueza, esta debe considerarse también un deber.

Pero cómo alcanzar o no la felicidad depende muchas veces de factores ajenos a nuestra acción, promover la propia felicidad no constituye el principio del deber moral, que no resulta ser inmediatamente una oposición a la pretensión de felicidad, sino solamente que, cuando se trata del deber moral, de lo que es correcto, no se tenga en consideración la felicidad. La observancia del mandato moral puede o no promover la propia felicidad, pero hace a la persona digna de ser feliz.

Cuando un individuo no observa los imperativos morales del fin en sí mismo y de la universalidad de la ley; cuando no actúa autónomamente, sino que permite que sus pasiones, inclinaciones o caprichos, presiones externas o la voluntad de otros lo determinen, es decir, por causas heterónomas, se degrada a sí mismo al nivel de cosa y renuncia a su pretensión de dignidad. Para Kant, esto tiene consecuencias legales radicales cuando un individuo “pierde su personalidad y por tanto su dignidad por algún crimen”. Por tanto, ya no es persona sino es sujeto de la ley como siervo. El estado puede entonces disponer de su labor como legítimo dueño.

El individuo también se denigra y renuncia a su dignidad al cosificar a otro, al pretender usarlo meramente como cosa, como vimos en el ejemplo de la comensal Alicia y el mesero Juan en mi entrega anterior. Al mentir por avaricia se degrada, despersonaliza y cosifica. Solo respetando los imperativos morales seguimos siendo fines en nosotros mismos. Solo entonces podemos respetar y mantener nuestra propia dignidad. Como seres racionales, los humanos tienen dignidad debido a su autonomía, es decir, debido a su habilidad para auto legislarse moralmente.

Así la ley del deber, por el valor positivo que la obediencia a la misma nos hace sentir, encuentra un acceso más fácil mediante el respeto a nosotros mismos en la conciencia de nuestra libertad. En este respeto, si está bien fundado, el hombre no tiene más temor que el encontrarse despreciable y reprobable ante sus propios ojos en el examen interior de sí mismo, pueden injertarse ahora toda buena convicción moral, porque éste es el mejor guardián e incluso el único para impedir que impulsos innobles y perniciosos penetren en el ánimo [Kritik der praktischen Vernunft].

Quien se convierte en gusano no puede quejarse luego de ser pisoteado.

Continuará.

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