Hay aniversarios que van más allá de un simple festejo. Los diez años del Instituto Fe y Libertad no representan únicamente la continuidad de una organización, sino que ponen de manifiesto una convicción esencial, la libertad y la fe no se excluyen, sino que se iluminan mutuamente. En una época en la que el relativismo ofrece soluciones inmediatas y la política se reduce con frecuencia a espectáculo, el IFYL ha optado por un camino más exigente y profundo, el del pensamiento. Esta elección no es menor. Ortega y Gasset advertía que “vivir a la altura del tiempo” implica asumir el presente con categorías propias y evitar la repetición de fórmulas o dogmas ajenos (Ortega y Gasset, 1930/2004).
Hace una década, un pequeño grupo de académicos, empresarios y creyentes decidió tender puentes entre el pensamiento judeocristiano y la filosofía de la libertad. Diez años después, Guatemala sigue enfrentando viejos dilemas con nuevos rostros, entre ellos el avance del populismo, el desprestigio de las instituciones y la confusión entre compasión y paternalismo. Aun así, la semilla plantada en 2014 ha florecido en un espacio donde se piensa con rigor y se dialoga sin miedo, bajo la convicción de que el progreso moral y el progreso económico son hijos de una misma madre, la libertad responsable.
Lo que distingue al Instituto no es solo su defensa de los principios liberales, sino su empeño en recordar que la libertad sin virtud degenera en egoísmo, y la fe sin razón en fanatismo. Benedicto XVI advirtió que «la verdad y la libertad se pertenecen» (Ratzinger, 1996), y esa afirmación ha sido brújula para quienes entendemos que ninguna sociedad puede florecer si abdica de la búsqueda de lo verdadero. Desde sus aulas, congresos y publicaciones, el IFYL ha contribuido a rescatar una tradición intelectual que, lejos de ser una reliquia, es el cimiento de la civilización occidental: el reconocimiento de la persona como ser moral, dotado de dignidad, capaz de elegir y de crear.
En este 2025, la tarea se vuelve aún más urgente. Vivimos un tiempo donde las pantallas suplantan el encuentro humano y el ruido digital amenaza con ahogar el pensamiento. En medio de esa vorágine, el Instituto insiste en la palabra escrita, en la conversación razonada, en el debate sin censura. Recuerda, como escribió el poeta T. S. Eliot, que «el progreso de la civilización depende de mantener vivas las verdades que no cambian» (Eliot, 1948/1971).
No es casual que este aniversario coincida con una época en la que Guatemala busca renovar su contrato social. Entre el escepticismo y la esperanza, el IFYL propone una alternativa que consiste en pensar la libertad no como consigna, sino como vocación. También invita a defender la fe no como un dogma impuesto, sino como una experiencia de sentido. Y recuerda que la educación, la economía y la cultura no florecen por decreto, sino cuando se cultiva la responsabilidad individual.
Diez años después, el Instituto Fe y Libertad no es un templo del consenso, sino un taller de ideas. Su mérito no está en tener todas las respuestas, sino en sostener la pregunta esencial de nuestro tiempo, que es cómo vivir libres sin dejar de ser buenos. Quien haya participado de ese diálogo sabe que la libertad, cuando se ilumina por la fe, no oprime ni divide, sino que libera. Y eso, en un país que aún busca reconciliarse consigo mismo, ya es una forma de esperanza.
Referencias
Eliot, T. S. (1971). Notas hacia una definición de la cultura (Trad. M. Caro Baroja). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1948).
Ortega y Gasset, J. (2004). La rebelión de las masas. Espasa Calpe. (Obra original publicada en 1930).
Ratzinger, J. (1996). Verdad y libertad. Communio, primavera.
Diez años de fe y libertad
Hay aniversarios que van más allá de un simple festejo. Los diez años del Instituto Fe y Libertad no representan únicamente la continuidad de una organización, sino que ponen de manifiesto una convicción esencial, la libertad y la fe no se excluyen, sino que se iluminan mutuamente. En una época en la que el relativismo ofrece soluciones inmediatas y la política se reduce con frecuencia a espectáculo, el IFYL ha optado por un camino más exigente y profundo, el del pensamiento. Esta elección no es menor. Ortega y Gasset advertía que “vivir a la altura del tiempo” implica asumir el presente con categorías propias y evitar la repetición de fórmulas o dogmas ajenos (Ortega y Gasset, 1930/2004).
Hace una década, un pequeño grupo de académicos, empresarios y creyentes decidió tender puentes entre el pensamiento judeocristiano y la filosofía de la libertad. Diez años después, Guatemala sigue enfrentando viejos dilemas con nuevos rostros, entre ellos el avance del populismo, el desprestigio de las instituciones y la confusión entre compasión y paternalismo. Aun así, la semilla plantada en 2014 ha florecido en un espacio donde se piensa con rigor y se dialoga sin miedo, bajo la convicción de que el progreso moral y el progreso económico son hijos de una misma madre, la libertad responsable.
Lo que distingue al Instituto no es solo su defensa de los principios liberales, sino su empeño en recordar que la libertad sin virtud degenera en egoísmo, y la fe sin razón en fanatismo. Benedicto XVI advirtió que «la verdad y la libertad se pertenecen» (Ratzinger, 1996), y esa afirmación ha sido brújula para quienes entendemos que ninguna sociedad puede florecer si abdica de la búsqueda de lo verdadero. Desde sus aulas, congresos y publicaciones, el IFYL ha contribuido a rescatar una tradición intelectual que, lejos de ser una reliquia, es el cimiento de la civilización occidental: el reconocimiento de la persona como ser moral, dotado de dignidad, capaz de elegir y de crear.
En este 2025, la tarea se vuelve aún más urgente. Vivimos un tiempo donde las pantallas suplantan el encuentro humano y el ruido digital amenaza con ahogar el pensamiento. En medio de esa vorágine, el Instituto insiste en la palabra escrita, en la conversación razonada, en el debate sin censura. Recuerda, como escribió el poeta T. S. Eliot, que «el progreso de la civilización depende de mantener vivas las verdades que no cambian» (Eliot, 1948/1971).
No es casual que este aniversario coincida con una época en la que Guatemala busca renovar su contrato social. Entre el escepticismo y la esperanza, el IFYL propone una alternativa que consiste en pensar la libertad no como consigna, sino como vocación. También invita a defender la fe no como un dogma impuesto, sino como una experiencia de sentido. Y recuerda que la educación, la economía y la cultura no florecen por decreto, sino cuando se cultiva la responsabilidad individual.
Diez años después, el Instituto Fe y Libertad no es un templo del consenso, sino un taller de ideas. Su mérito no está en tener todas las respuestas, sino en sostener la pregunta esencial de nuestro tiempo, que es cómo vivir libres sin dejar de ser buenos. Quien haya participado de ese diálogo sabe que la libertad, cuando se ilumina por la fe, no oprime ni divide, sino que libera. Y eso, en un país que aún busca reconciliarse consigo mismo, ya es una forma de esperanza.
Referencias
Eliot, T. S. (1971). Notas hacia una definición de la cultura (Trad. M. Caro Baroja). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1948).
Ortega y Gasset, J. (2004). La rebelión de las masas. Espasa Calpe. (Obra original publicada en 1930).
Ratzinger, J. (1996). Verdad y libertad. Communio, primavera.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: