Desnutrición cognitiva: el rezago educativo que condena la competitividad de Guatemala
En Guatemala, somos cada vez más conscientes de las devastadoras consecuencias de la malnutrición en nuestra población. La última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (2014-2015) reveló que el 46.5 % de los niños sufre desnutrición crónica, lo que nos posiciona con el peor índice de América Latina y entre los más rezagados del mundo. Para entender la magnitud de este flagelo, basta comparar con Haití y Honduras, donde la desnutrición crónica es del 22 %, menos de la mitad que en Guatemala. Aún más alarmante, estamos peor que países como la República Democrática del Congo, Chad y Mozambique, y apenas por encima de Eritrea, Níger y Burundi, ubicados en los últimos lugares del Índice de Desarrollo Humano. Estas cifras no solo reflejan una crisis humanitaria, sino un obstáculo para nuestro desarrollo como nación.
Ante esta crisis, el sector privado ha actuado decididamente. El programa «Guatemaltecos por la Nutrición» de Cervecería Centroamericana ha implementado estrategias integrales para romper el círculo vicioso de la desnutrición, abordando factores biológicos, ambientales y económicos. Con capacitación, monitoreo nutricional y brigadas móviles en comunidades remotas como Santa Eulalia en Huehuetenango, esta iniciativa representa una luz de esperanza para miles de niños cuyo desarrollo físico y cognitivo está en riesgo. De no contar con intervenciones como esta, su futuro estará marcado por la desventaja y la falta de oportunidades.
Guatemala no solo enfrenta una crisis de nutrición física, sino también una educativa, lo que agrava aún más la situación. Nos conmueve la desnutrición infantil, pero pasamos por alto una realidad igual de crítica: el rezago educativo que condena a nuestros jóvenes. ¿Cómo podemos sacar de la pobreza a miles de guatemaltecos si no priorizamos su educación? La secundaria es el espacio donde se cultivan habilidades esenciales para el pensamiento crítico y el progreso tecnológico, elementos imprescindibles para competir en un mundo globalizado y atraer inversión extranjera. Recordemos además que en Guatemala solo el 6 % de quienes tienen estudios secundarios viven en extrema pobreza.
Nos satisface tener una tasa de matriculación del 95 % en primaria, pero pasamos por alto un problema crítico: solo el 78 % la completa. Muchos creen que esto es suficiente para acceder a empleos básicos, sin comprender que el verdadero desarrollo del potencial tecnológico y del pensamiento crítico ocurre en la secundaria. Mientras países como Armenia y Bulgaria, que han experimentado un crecimiento del PIB per cápita superior al 10 % anual, han apostado por expandir su cobertura educativa hasta lograr que la mitad de su población complete la secundaria, Guatemala se rezaga. Apenas un tercio de nuestros jóvenes inicia este nivel educativo, y solo el 18 % lo concluye, colocándonos al nivel de países africanos como Lesotho y Kenia, muy por debajo de Belice, Guyana y República Dominicana, y a años luz de Trinidad y Tobago, donde dos de cada tres jóvenes finalizan la secundaria.
Pero no solo estamos rezagados en cobertura educativa, sino también en la calidad del aprendizaje. Las pruebas PISA 2022 revelan un panorama perturbador: Guatemala está muy por debajo del promedio mundial en matemáticas, lectura y ciencias. Sorprendentemente, incluso nuestros estudiantes con mayores recursos económicos tienen un desempeño inferior al de los sectores más vulnerables de países como Turquía o Vietnam. Según la fórmula de Lynn y Vanhanen, estos resultados sugieren un cociente intelectual promedio de 78, considerando que un cociente intelectual de 80 es el mínimo para el desempeño funcional básico. Esto representa una enorme desventaja para nuestros jóvenes en la adquisición de habilidades esenciales para el mercado laboral moderno.
Invertir dinero, tiempo y esfuerzo en educación no es una opción, es una necesidad ineludible para nuestro futuro como nación. Si no, ¿qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos y nietos?
Este rezago educativo no es solo un problema académico, sino una amenaza directa a la economía nacional. Mientras países como Singapur y Estonia han fortalecido su educación para impulsar la innovación, Guatemala sigue atrapada en un modelo de mano de obra poco calificada cada vez menos competitiva. Sin una fuerza laboral capacitada en pensamiento crítico y tecnología, será imposible atraer inversión extranjera o integrarnos en cadenas de valor globales. Países emergentes como Armenia, Bulgaria y Georgia demuestran que lograr mayor cobertura y calidad en la educación secundaria es clave para transformar la competitividad de un país. Cada año que un joven guatemalteco no accede a educación secundaria, el país pierde valioso capital humano necesario para atraer inversión y generar empleos de calidad.
La neuroplasticidad ofrece esperanzas de que muchas personas podrían mejorar su desempeño con el entorno adecuado, pero ese potencial no se desarrolla automáticamente. La mayoría de los estudiantes no recibe estrategias pedagógicas innovadoras ni tiene acceso a docentes con formación continua y programas que promuevan competencias en ciencias y tecnología. Esta deficiencia, agravada por la desnutrición y la falta de estimulación temprana, no se limita a áreas empobrecidas o rurales: cada vez más familias de clase media y acomodada presentan hábitos alimenticios deficientes y niños sin supervisión ni acompañamiento adecuado. ¿Cuánto más tiempo podemos darnos el lujo de ignorarlo?
La mejora exige intervenir en áreas clave. Es vital reforzar la formación de los docentes en metodologías activas, modernizar contenidos desde preescolar y primaria, impulsar becas y subsidios para prevenir la deserción, e integrar prácticas y pasantías coordinadas con el sector privado. Además, son necesarias evaluaciones diagnósticas para detectar y corregir deficiencias antes de que los estudiantes acumulen lagunas de aprendizaje imposibles de subsanar en la secundaria o el diversificado.
Esta apuesta debe ser de todos. El gobierno debe ampliar la oferta de educación secundaria pública, ya que actualmente el sector privado provee el 70 % de los estudios de diversificado, una realidad insostenible para cerrar la brecha educativa. Si solo uno de cada tres alumnos empieza la secundaria, ¿cómo lograremos que deje de ser un lujo inaccesible para los más pobres? Los colegios privados deben mejorar radicalmente la calidad de su enseñanza para cerrar la brecha con estándares internacionales, incluso en los estratos sociales más favorecidos. Los empresarios pueden ayudar para que sus colaboradores completen la secundaria y fortalezcan sus capacidades. Y usted y yo podemos impulsar que quienes nos rodean culminen este nivel educativo y amplíen sus horizontes, aprendiendo idiomas, tecnología o cualquier otra competencia que los inserte en un mundo cada vez más competitivo.
Invertir dinero, tiempo y esfuerzo en educación no es una opción, es una necesidad ineludible para nuestro futuro como nación. Si no, ¿qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos y nietos? ¿Queremos realmente condenar a las próximas generaciones a un país sin oportunidades? No podemos esperar más para cambiar nuestro destino. El compromiso de cada ciudadano es vital para construir un país con oportunidades reales para todos.
PhD. Ramiro Bolaños
Desnutrición cognitiva: el rezago educativo que condena la competitividad de Guatemala
En Guatemala, somos cada vez más conscientes de las devastadoras consecuencias de la malnutrición en nuestra población. La última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (2014-2015) reveló que el 46.5 % de los niños sufre desnutrición crónica, lo que nos posiciona con el peor índice de América Latina y entre los más rezagados del mundo. Para entender la magnitud de este flagelo, basta comparar con Haití y Honduras, donde la desnutrición crónica es del 22 %, menos de la mitad que en Guatemala. Aún más alarmante, estamos peor que países como la República Democrática del Congo, Chad y Mozambique, y apenas por encima de Eritrea, Níger y Burundi, ubicados en los últimos lugares del Índice de Desarrollo Humano. Estas cifras no solo reflejan una crisis humanitaria, sino un obstáculo para nuestro desarrollo como nación.
Ante esta crisis, el sector privado ha actuado decididamente. El programa «Guatemaltecos por la Nutrición» de Cervecería Centroamericana ha implementado estrategias integrales para romper el círculo vicioso de la desnutrición, abordando factores biológicos, ambientales y económicos. Con capacitación, monitoreo nutricional y brigadas móviles en comunidades remotas como Santa Eulalia en Huehuetenango, esta iniciativa representa una luz de esperanza para miles de niños cuyo desarrollo físico y cognitivo está en riesgo. De no contar con intervenciones como esta, su futuro estará marcado por la desventaja y la falta de oportunidades.
Guatemala no solo enfrenta una crisis de nutrición física, sino también una educativa, lo que agrava aún más la situación. Nos conmueve la desnutrición infantil, pero pasamos por alto una realidad igual de crítica: el rezago educativo que condena a nuestros jóvenes. ¿Cómo podemos sacar de la pobreza a miles de guatemaltecos si no priorizamos su educación? La secundaria es el espacio donde se cultivan habilidades esenciales para el pensamiento crítico y el progreso tecnológico, elementos imprescindibles para competir en un mundo globalizado y atraer inversión extranjera. Recordemos además que en Guatemala solo el 6 % de quienes tienen estudios secundarios viven en extrema pobreza.
Nos satisface tener una tasa de matriculación del 95 % en primaria, pero pasamos por alto un problema crítico: solo el 78 % la completa. Muchos creen que esto es suficiente para acceder a empleos básicos, sin comprender que el verdadero desarrollo del potencial tecnológico y del pensamiento crítico ocurre en la secundaria. Mientras países como Armenia y Bulgaria, que han experimentado un crecimiento del PIB per cápita superior al 10 % anual, han apostado por expandir su cobertura educativa hasta lograr que la mitad de su población complete la secundaria, Guatemala se rezaga. Apenas un tercio de nuestros jóvenes inicia este nivel educativo, y solo el 18 % lo concluye, colocándonos al nivel de países africanos como Lesotho y Kenia, muy por debajo de Belice, Guyana y República Dominicana, y a años luz de Trinidad y Tobago, donde dos de cada tres jóvenes finalizan la secundaria.
Pero no solo estamos rezagados en cobertura educativa, sino también en la calidad del aprendizaje. Las pruebas PISA 2022 revelan un panorama perturbador: Guatemala está muy por debajo del promedio mundial en matemáticas, lectura y ciencias. Sorprendentemente, incluso nuestros estudiantes con mayores recursos económicos tienen un desempeño inferior al de los sectores más vulnerables de países como Turquía o Vietnam. Según la fórmula de Lynn y Vanhanen, estos resultados sugieren un cociente intelectual promedio de 78, considerando que un cociente intelectual de 80 es el mínimo para el desempeño funcional básico. Esto representa una enorme desventaja para nuestros jóvenes en la adquisición de habilidades esenciales para el mercado laboral moderno.
Invertir dinero, tiempo y esfuerzo en educación no es una opción, es una necesidad ineludible para nuestro futuro como nación. Si no, ¿qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos y nietos?
Este rezago educativo no es solo un problema académico, sino una amenaza directa a la economía nacional. Mientras países como Singapur y Estonia han fortalecido su educación para impulsar la innovación, Guatemala sigue atrapada en un modelo de mano de obra poco calificada cada vez menos competitiva. Sin una fuerza laboral capacitada en pensamiento crítico y tecnología, será imposible atraer inversión extranjera o integrarnos en cadenas de valor globales. Países emergentes como Armenia, Bulgaria y Georgia demuestran que lograr mayor cobertura y calidad en la educación secundaria es clave para transformar la competitividad de un país. Cada año que un joven guatemalteco no accede a educación secundaria, el país pierde valioso capital humano necesario para atraer inversión y generar empleos de calidad.
La neuroplasticidad ofrece esperanzas de que muchas personas podrían mejorar su desempeño con el entorno adecuado, pero ese potencial no se desarrolla automáticamente. La mayoría de los estudiantes no recibe estrategias pedagógicas innovadoras ni tiene acceso a docentes con formación continua y programas que promuevan competencias en ciencias y tecnología. Esta deficiencia, agravada por la desnutrición y la falta de estimulación temprana, no se limita a áreas empobrecidas o rurales: cada vez más familias de clase media y acomodada presentan hábitos alimenticios deficientes y niños sin supervisión ni acompañamiento adecuado. ¿Cuánto más tiempo podemos darnos el lujo de ignorarlo?
La mejora exige intervenir en áreas clave. Es vital reforzar la formación de los docentes en metodologías activas, modernizar contenidos desde preescolar y primaria, impulsar becas y subsidios para prevenir la deserción, e integrar prácticas y pasantías coordinadas con el sector privado. Además, son necesarias evaluaciones diagnósticas para detectar y corregir deficiencias antes de que los estudiantes acumulen lagunas de aprendizaje imposibles de subsanar en la secundaria o el diversificado.
Esta apuesta debe ser de todos. El gobierno debe ampliar la oferta de educación secundaria pública, ya que actualmente el sector privado provee el 70 % de los estudios de diversificado, una realidad insostenible para cerrar la brecha educativa. Si solo uno de cada tres alumnos empieza la secundaria, ¿cómo lograremos que deje de ser un lujo inaccesible para los más pobres? Los colegios privados deben mejorar radicalmente la calidad de su enseñanza para cerrar la brecha con estándares internacionales, incluso en los estratos sociales más favorecidos. Los empresarios pueden ayudar para que sus colaboradores completen la secundaria y fortalezcan sus capacidades. Y usted y yo podemos impulsar que quienes nos rodean culminen este nivel educativo y amplíen sus horizontes, aprendiendo idiomas, tecnología o cualquier otra competencia que los inserte en un mundo cada vez más competitivo.
Invertir dinero, tiempo y esfuerzo en educación no es una opción, es una necesidad ineludible para nuestro futuro como nación. Si no, ¿qué futuro les estamos dejando a nuestros hijos y nietos? ¿Queremos realmente condenar a las próximas generaciones a un país sin oportunidades? No podemos esperar más para cambiar nuestro destino. El compromiso de cada ciudadano es vital para construir un país con oportunidades reales para todos.
PhD. Ramiro Bolaños