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Del pesebre a la abundancia: Redescubriendo los valores judeocristianos en esta Navidad

Ilustración por Gabo® / República
Dr. Ramiro Bolaños |
23 de diciembre, 2024

Hace más de dos mil años, la provincia romana de Judea fue testigo de un viaje cargado de fe y esperanza. María, una joven virgen de Nazareth, y su esposo José emprendieron el camino hacia Belén para cumplir con el censo decretado por la autoridad romana. A pocos kilómetros del lugar donde nació el rey David, en la humildad de un pesebre, ocurrió el milagro más grande de la humanidad: el nacimiento de nuestro Salvador, Cristo Jesús.

Este relato, tan entrañable y celebrado por generaciones de cristianos, ha perdido su lugar en la vida cotidiana. Las tradiciones que alguna vez unieron a familias y comunidades enteras en torno al nacimiento del Hijo de Dios se desvanecen lentamente, mientras la modernidad avanza y desconecta a los cristianos de las raíces de su fe. Occidente, cuna del cristianismo, está experimentando un declive en la fe en Dios y en su Hijo. Según el Instituto Pew de Estados Unidos, en países como Alemania, Francia, Bélgica e Inglaterra, apenas el 10 % de la población declara que la religión tiene un papel importante en sus vidas. Esta pérdida trasciende lo espiritual y afecta profundamente el marco ético y moral que ha sostenido nuestra civilización durante siglos.

Por otro lado, los cristianos también hemos dejado en el olvido aspectos esenciales de nuestras raíces judeocristianas. Jesús, siendo judío y maestro de la fe, basó su enseñanza en las profundas tradiciones del judaísmo. Por ejemplo, el principio del tikkun olam nos recuerda que el ser humano tiene un papel activo en completar la creación divina, una idea que resuena con la enseñanza cristiana de trabajar y multiplicar los talentos recibidos como una forma de colaborar con Dios en su obra creadora.

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Esta visión se enriqueció con pensadores como San Agustín, conocido como el doctor de la Gracia, quien vinculó las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad con el trabajo y la riqueza. La fe, según San Agustín, transforma el trabajo en un acto de adoración y servicio a Dios, motivándonos a servir a los demás. La esperanza, inspira al ser humano a trabajar con optimismo, confiando en la providencia divina y en la posibilidad de un futuro mejor. La caridad transforma el trabajo y la riqueza en actos de amor hacia los demás. Nos impulsa a trabajar no solo por nuestro beneficio personal, sino por el bien de todos, motivándonos a utilizar la riqueza de manera ética y generosa para socorrer a quienes más lo necesitan.

Santo Tomás de Aquino, conocido como el doctor angélico, profundizó en la relación entre fe y razón, dejando un legado invaluable en la ética cristiana. Su reflexión sobre el trabajo y el uso justo de la riqueza sigue siendo una guía poderosa para comprender cómo equilibrar lo material con lo espiritual en la búsqueda de la virtud.

Esta Navidad, celebremos no solo el milagro de la vida, sino también nuestra capacidad de crear y transformar. Reflexionemos sobre cómo nuestras manos pueden sembrar oportunidades y nuestros corazones pueden multiplicar el bien, para construir un futuro de abundancia y virtud que honre el regalo divino que hemos recibido.

A lo largo de los siglos, otros filósofos escolásticos cristianos ampliaron las enseñanzas sobre el trabajo y el esfuerzo como caminos hacia la gracia divina. San Alberto Magno, obispo y alquimista bávaro, destacó la importancia de equilibrar la vida activa y contemplativa, tomando como ejemplo a Cristo. San Juan Crisóstomo, desde su cátedra como arzobispo de Constantinopla, proclamó que el trabajo santifica al hombre, convirtiéndolo en un acto de servicio a Dios y al prójimo. Por su parte, San Isidoro de Sevilla, arzobispo y erudito español, enseñó que el trabajo, inspirado en el ejemplo de Cristo, puede elevarse a la categoría de oración y convertirse en una forma suprema de adoración. Pensadores como Francisco de Vitoria y Domingo de Soto establecieron principios clave sobre la propiedad privada y la ética económica, mientras Juan Calvino promovió la frugalidad y el progreso como una vida ética al servicio de Dios.

El sacerdote español San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, transformó la percepción del trabajo cotidiano al presentarlo como un camino hacia la santidad. A través de su enseñanza de la «Obra bien hecha», enfatizó que la santidad no es exclusiva de los religiosos, sino accesible para todos, incluso en carreras seculares generadoras de riqueza. Su mensaje invita a «encontrar a Dios en la vida diaria» y a realizar el trabajo como un acto de servicio a la sociedad y una ofrenda a Dios. Para San Josemaría, el trabajo no solo contribuye al progreso social, sino que también eleva el alma, convirtiéndose en un puente hacia la santidad.

En tiempos modernos, pensadores cristianos como Wilhelm Röpke, Michael Novak y Alejandro Chafuen han demostrado que la fe puede iluminar las dinámicas de la economía de mercado. Desde la dignidad humana y la justicia social hasta la compatibilidad entre la libertad económica y los principios éticos, estos autores subrayan que la creación de riqueza puede ser un acto virtuoso cuando está guiada por valores cristianos.

En conclusión, las raíces judeocristianas han sido el cimiento del desarrollo económico y social que Occidente ha construido a lo largo de los últimos dos mil años. La abundancia que proviene de Dios no es una acumulación egoísta, sino una oportunidad para multiplicar el bien y ofrecer esperanza a otros. Abandonar estos principios, ignorar su espiritualidad y desdeñar los valores que nos han guiado hacia un mundo más justo y próspero sería extraviarnos en el camino.

En esta Navidad, tomemos un momento para reflexionar sobre cómo nuestras acciones diarias pueden contribuir a la abundancia que Dios nos invita a crear. El esfuerzo honesto, el trabajo diligente y la administración ética de los recursos son actos que multiplican los talentos que hemos recibido. Jesús no condena la riqueza, sino su mal uso; al contrario, nos llama a producir y a generar bienestar para nosotros y para los demás. Preguntémonos: ¿cómo puedo transformar mi trabajo en un acto de creación? ¿Qué pasos puedo tomar para multiplicar lo que tengo y compartir con quienes necesitan oportunidades para prosperar? La verdadera caridad no está en repartir migajas, sino en sembrar para que todos podamos cosechar más.

El nacimiento de Cristo no solo nos recuerda el milagro de la vida, sino también nuestra responsabilidad de colaborar en la creación. Dios nos llama a ser co-creadores, multiplicando los talentos que nos confía. La riqueza no debe verse como un fin egoísta, sino como un medio para construir una sociedad más próspera, donde cada persona pueda desarrollar su potencial. En lugar de limitar la caridad a la solidaridad inmediata, estamos invitados a ser agentes de cambio a largo plazo, sembrando las bases para un futuro de abundancia compartida. Esta Navidad, celebremos no solo el milagro de la vida, sino también nuestra capacidad de crear y transformar. Reflexionemos sobre cómo nuestras manos pueden sembrar oportunidades y nuestros corazones pueden multiplicar el bien, para construir un futuro de abundancia y virtud que honre el regalo divino que hemos recibido.

PhD. Ramiro Bolaños

Del pesebre a la abundancia: Redescubriendo los valores judeocristianos en esta Navidad

Dr. Ramiro Bolaños |
23 de diciembre, 2024
Ilustración por Gabo® / República

Hace más de dos mil años, la provincia romana de Judea fue testigo de un viaje cargado de fe y esperanza. María, una joven virgen de Nazareth, y su esposo José emprendieron el camino hacia Belén para cumplir con el censo decretado por la autoridad romana. A pocos kilómetros del lugar donde nació el rey David, en la humildad de un pesebre, ocurrió el milagro más grande de la humanidad: el nacimiento de nuestro Salvador, Cristo Jesús.

Este relato, tan entrañable y celebrado por generaciones de cristianos, ha perdido su lugar en la vida cotidiana. Las tradiciones que alguna vez unieron a familias y comunidades enteras en torno al nacimiento del Hijo de Dios se desvanecen lentamente, mientras la modernidad avanza y desconecta a los cristianos de las raíces de su fe. Occidente, cuna del cristianismo, está experimentando un declive en la fe en Dios y en su Hijo. Según el Instituto Pew de Estados Unidos, en países como Alemania, Francia, Bélgica e Inglaterra, apenas el 10 % de la población declara que la religión tiene un papel importante en sus vidas. Esta pérdida trasciende lo espiritual y afecta profundamente el marco ético y moral que ha sostenido nuestra civilización durante siglos.

Por otro lado, los cristianos también hemos dejado en el olvido aspectos esenciales de nuestras raíces judeocristianas. Jesús, siendo judío y maestro de la fe, basó su enseñanza en las profundas tradiciones del judaísmo. Por ejemplo, el principio del tikkun olam nos recuerda que el ser humano tiene un papel activo en completar la creación divina, una idea que resuena con la enseñanza cristiana de trabajar y multiplicar los talentos recibidos como una forma de colaborar con Dios en su obra creadora.

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Esta visión se enriqueció con pensadores como San Agustín, conocido como el doctor de la Gracia, quien vinculó las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad con el trabajo y la riqueza. La fe, según San Agustín, transforma el trabajo en un acto de adoración y servicio a Dios, motivándonos a servir a los demás. La esperanza, inspira al ser humano a trabajar con optimismo, confiando en la providencia divina y en la posibilidad de un futuro mejor. La caridad transforma el trabajo y la riqueza en actos de amor hacia los demás. Nos impulsa a trabajar no solo por nuestro beneficio personal, sino por el bien de todos, motivándonos a utilizar la riqueza de manera ética y generosa para socorrer a quienes más lo necesitan.

Santo Tomás de Aquino, conocido como el doctor angélico, profundizó en la relación entre fe y razón, dejando un legado invaluable en la ética cristiana. Su reflexión sobre el trabajo y el uso justo de la riqueza sigue siendo una guía poderosa para comprender cómo equilibrar lo material con lo espiritual en la búsqueda de la virtud.

Esta Navidad, celebremos no solo el milagro de la vida, sino también nuestra capacidad de crear y transformar. Reflexionemos sobre cómo nuestras manos pueden sembrar oportunidades y nuestros corazones pueden multiplicar el bien, para construir un futuro de abundancia y virtud que honre el regalo divino que hemos recibido.

A lo largo de los siglos, otros filósofos escolásticos cristianos ampliaron las enseñanzas sobre el trabajo y el esfuerzo como caminos hacia la gracia divina. San Alberto Magno, obispo y alquimista bávaro, destacó la importancia de equilibrar la vida activa y contemplativa, tomando como ejemplo a Cristo. San Juan Crisóstomo, desde su cátedra como arzobispo de Constantinopla, proclamó que el trabajo santifica al hombre, convirtiéndolo en un acto de servicio a Dios y al prójimo. Por su parte, San Isidoro de Sevilla, arzobispo y erudito español, enseñó que el trabajo, inspirado en el ejemplo de Cristo, puede elevarse a la categoría de oración y convertirse en una forma suprema de adoración. Pensadores como Francisco de Vitoria y Domingo de Soto establecieron principios clave sobre la propiedad privada y la ética económica, mientras Juan Calvino promovió la frugalidad y el progreso como una vida ética al servicio de Dios.

El sacerdote español San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, transformó la percepción del trabajo cotidiano al presentarlo como un camino hacia la santidad. A través de su enseñanza de la «Obra bien hecha», enfatizó que la santidad no es exclusiva de los religiosos, sino accesible para todos, incluso en carreras seculares generadoras de riqueza. Su mensaje invita a «encontrar a Dios en la vida diaria» y a realizar el trabajo como un acto de servicio a la sociedad y una ofrenda a Dios. Para San Josemaría, el trabajo no solo contribuye al progreso social, sino que también eleva el alma, convirtiéndose en un puente hacia la santidad.

En tiempos modernos, pensadores cristianos como Wilhelm Röpke, Michael Novak y Alejandro Chafuen han demostrado que la fe puede iluminar las dinámicas de la economía de mercado. Desde la dignidad humana y la justicia social hasta la compatibilidad entre la libertad económica y los principios éticos, estos autores subrayan que la creación de riqueza puede ser un acto virtuoso cuando está guiada por valores cristianos.

En conclusión, las raíces judeocristianas han sido el cimiento del desarrollo económico y social que Occidente ha construido a lo largo de los últimos dos mil años. La abundancia que proviene de Dios no es una acumulación egoísta, sino una oportunidad para multiplicar el bien y ofrecer esperanza a otros. Abandonar estos principios, ignorar su espiritualidad y desdeñar los valores que nos han guiado hacia un mundo más justo y próspero sería extraviarnos en el camino.

En esta Navidad, tomemos un momento para reflexionar sobre cómo nuestras acciones diarias pueden contribuir a la abundancia que Dios nos invita a crear. El esfuerzo honesto, el trabajo diligente y la administración ética de los recursos son actos que multiplican los talentos que hemos recibido. Jesús no condena la riqueza, sino su mal uso; al contrario, nos llama a producir y a generar bienestar para nosotros y para los demás. Preguntémonos: ¿cómo puedo transformar mi trabajo en un acto de creación? ¿Qué pasos puedo tomar para multiplicar lo que tengo y compartir con quienes necesitan oportunidades para prosperar? La verdadera caridad no está en repartir migajas, sino en sembrar para que todos podamos cosechar más.

El nacimiento de Cristo no solo nos recuerda el milagro de la vida, sino también nuestra responsabilidad de colaborar en la creación. Dios nos llama a ser co-creadores, multiplicando los talentos que nos confía. La riqueza no debe verse como un fin egoísta, sino como un medio para construir una sociedad más próspera, donde cada persona pueda desarrollar su potencial. En lugar de limitar la caridad a la solidaridad inmediata, estamos invitados a ser agentes de cambio a largo plazo, sembrando las bases para un futuro de abundancia compartida. Esta Navidad, celebremos no solo el milagro de la vida, sino también nuestra capacidad de crear y transformar. Reflexionemos sobre cómo nuestras manos pueden sembrar oportunidades y nuestros corazones pueden multiplicar el bien, para construir un futuro de abundancia y virtud que honre el regalo divino que hemos recibido.

PhD. Ramiro Bolaños

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