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Del Monte y el ocaso de la comida enlatada

.
Melanie Müllers |
23 de julio, 2025

Por más de un siglo, el logotipo de la fruta enlatada Del Monte adornó las cocinas de millones de hogares. Para muchos, su durabilidad, practicidad y bajo costo la convirtieron en sinónimo de “Comida rica y segura”. Pero en julio de 2025, la noticia sacudió al mundo de la industria alimentaria: Del Monte Foods, la icónica empresa estadounidense, se declaró en bancarrota bajo el Capítulo 11. Aunque Del Monte Foods seguirá operando mientras busca un comprador, esta bancarrota revela mucho más que problemas contables: Nos demuestra un profundo cambio en las preferencias del consumidor, un modelo de negocio desfasado y un sistema global que ya no perdona la lentitud para adaptarse.

Del Monte Foods no quebró por un solo error, sino por una tormenta perfecta. La empresa venía arrastrando una deuda de hasta 10 000 millones de dólares, una carga que le fue imposible sostener frente a un mercado cada vez más hostil. El modelo tradicional de conservar alimentos por medio de la lata perdió atractivo frente a nuevas generaciones obsesionadas con la frescura, lo orgánico, lo libre de conservantes, y lo “Instagramable o Tiktokeable”. Las frutas flotando en almíbar espeso ya no venden como antes, y los consumidores prefieren smoothies con etiqueta verde y envase biodegradable. El cambio no es solo de empaque, es cultural.

A esto se suman errores estratégicos. Durante la pandemia, como muchas otras marcas, Del Monte sobreprodujo para abastecer una demanda volátil. Terminó con un inventario que hoy cuesta más almacenar que vender. Luego vino la inflación global, el encarecimiento de materiales como el acero, clave para las latas y las tarifas arancelarias, que elevaron aún más los costos. Mientras tanto, marcas emergentes con modelos más adaptables y menos deuda devoraron el mercado sin pensarlo dos veces.

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Pero lo más relevante del caso Del Monte Foods no es su declive, sino lo que simboliza: el fin de una era industrial en la alimentación masiva. En cierto sentido, esta bancarrota marca el ocaso del “Siglo XX alimentario”, caracterizado por la producción en masa, la estandarización del sabor y la conservación prolongada. La comida ya no es solo nutrición, es identidad. Las nuevas generaciones no solo compran por hambre, compran por valores: sostenibilidad, trazabilidad, frescura, salud. Del Monte, en cambio, seguía vendiendo una promesa del pasado.

Esto no significa que la comida enlatada desaparezca. Seguirá existiendo en nichos estratégicos: bancos de alimentos, ayuda humanitaria, kits de emergencia. Pero como producto de consumo cotidiano, ha sido desplazado por una oferta más fresca, más saludable y mejor presentada. Y las grandes compañías que no comprendan esta evolución quedarán atrapadas en sus propias latas.

En este contexto, la declaración de bancarrota de Del Monte Foods no es un accidente, sino un reflejo de algo más amplio: la necesidad de reinvención en la industria alimentaria. Ya no basta con tener historia, reputación o distribución global. El consumidor manda. Y hoy manda distinto.

Curiosamente, una empresa llamada Fresh Del Monte Produce, aunque se parece el nombre, sigue operando con éxito en mercados como América Latina y Europa. La clave: frutas frescas, productos naturales, trazabilidad. Quizá ahí se encuentra la receta que Del Monte Foods no supo replicar a tiempo.

Al final, esta bancarrota no es solo un dato financiero. Es una advertencia para todas las marcas que aún viven del prestigio del pasado: la nostalgia no paga las cuentas. La innovación sí. Y en un mundo donde comer también es una declaración de principios, la industria debe escuchar lo que el consumidor ya decidió hace tiempo: Señoras y Señores la lata se quedó atrás (por el momento).

Del Monte y el ocaso de la comida enlatada

Melanie Müllers |
23 de julio, 2025
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Por más de un siglo, el logotipo de la fruta enlatada Del Monte adornó las cocinas de millones de hogares. Para muchos, su durabilidad, practicidad y bajo costo la convirtieron en sinónimo de “Comida rica y segura”. Pero en julio de 2025, la noticia sacudió al mundo de la industria alimentaria: Del Monte Foods, la icónica empresa estadounidense, se declaró en bancarrota bajo el Capítulo 11. Aunque Del Monte Foods seguirá operando mientras busca un comprador, esta bancarrota revela mucho más que problemas contables: Nos demuestra un profundo cambio en las preferencias del consumidor, un modelo de negocio desfasado y un sistema global que ya no perdona la lentitud para adaptarse.

Del Monte Foods no quebró por un solo error, sino por una tormenta perfecta. La empresa venía arrastrando una deuda de hasta 10 000 millones de dólares, una carga que le fue imposible sostener frente a un mercado cada vez más hostil. El modelo tradicional de conservar alimentos por medio de la lata perdió atractivo frente a nuevas generaciones obsesionadas con la frescura, lo orgánico, lo libre de conservantes, y lo “Instagramable o Tiktokeable”. Las frutas flotando en almíbar espeso ya no venden como antes, y los consumidores prefieren smoothies con etiqueta verde y envase biodegradable. El cambio no es solo de empaque, es cultural.

A esto se suman errores estratégicos. Durante la pandemia, como muchas otras marcas, Del Monte sobreprodujo para abastecer una demanda volátil. Terminó con un inventario que hoy cuesta más almacenar que vender. Luego vino la inflación global, el encarecimiento de materiales como el acero, clave para las latas y las tarifas arancelarias, que elevaron aún más los costos. Mientras tanto, marcas emergentes con modelos más adaptables y menos deuda devoraron el mercado sin pensarlo dos veces.

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Pero lo más relevante del caso Del Monte Foods no es su declive, sino lo que simboliza: el fin de una era industrial en la alimentación masiva. En cierto sentido, esta bancarrota marca el ocaso del “Siglo XX alimentario”, caracterizado por la producción en masa, la estandarización del sabor y la conservación prolongada. La comida ya no es solo nutrición, es identidad. Las nuevas generaciones no solo compran por hambre, compran por valores: sostenibilidad, trazabilidad, frescura, salud. Del Monte, en cambio, seguía vendiendo una promesa del pasado.

Esto no significa que la comida enlatada desaparezca. Seguirá existiendo en nichos estratégicos: bancos de alimentos, ayuda humanitaria, kits de emergencia. Pero como producto de consumo cotidiano, ha sido desplazado por una oferta más fresca, más saludable y mejor presentada. Y las grandes compañías que no comprendan esta evolución quedarán atrapadas en sus propias latas.

En este contexto, la declaración de bancarrota de Del Monte Foods no es un accidente, sino un reflejo de algo más amplio: la necesidad de reinvención en la industria alimentaria. Ya no basta con tener historia, reputación o distribución global. El consumidor manda. Y hoy manda distinto.

Curiosamente, una empresa llamada Fresh Del Monte Produce, aunque se parece el nombre, sigue operando con éxito en mercados como América Latina y Europa. La clave: frutas frescas, productos naturales, trazabilidad. Quizá ahí se encuentra la receta que Del Monte Foods no supo replicar a tiempo.

Al final, esta bancarrota no es solo un dato financiero. Es una advertencia para todas las marcas que aún viven del prestigio del pasado: la nostalgia no paga las cuentas. La innovación sí. Y en un mundo donde comer también es una declaración de principios, la industria debe escuchar lo que el consumidor ya decidió hace tiempo: Señoras y Señores la lata se quedó atrás (por el momento).

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