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Del hambre al emprendimiento: la cruzada por una Guatemala mejor

.
Dr. Ramiro Bolaños |
06 de octubre, 2025

En la Inglaterra victoriana, Charles Dickens retrataba con crudeza la miseria del hambre: “Muchos desamparados, agotados por el hambre, cierran los ojos en nuestras calles desnudas y, cualesquiera que hayan sido sus crímenes, difícilmente pueden abrirlos en un mundo más amargo.” Más de un siglo y medio después, en la Guatemala de hoy, el 49 % de los guatemaltecos confiesa que no ha tenido dinero para comprar comida. El pasado que parecía superado en los libros aún nos golpea en el presente, según la más reciente encuesta de opinión pública de CID Gallup (septiembre de 2025)¹.

El hambre en Guatemala no es abstracta ni estadística. Tiene rostro y edad. Afecta sobre todo a las mujeres, a los mayores de cuarenta años y a quienes apenas alcanzaron la primaria. Es esa mujer de mediana edad que ya no puede aspirar a un futuro digno porque no logra asegurar lo más básico: pan, salud, seguridad. En palabras de Homero en la Ilíada, “No hay guerrero que pueda afrontar una jornada entera de combate si no ha probado pan antes del anochecer.” El hambre desarma no solo al soldado, sino también al trabajador, al emprendedor y al ciudadano que se enfrenta a la dura batalla de sobrevivir en este país.

El poeta Jacques Prévert lo escribió con una imagen descarnada: “Terrible es el pequeño ruido del huevo duro al romperse sobre un mostrador de estaño, cuando retumba en la memoria del hombre que tiene hambre.” Guatemala entera conoce, de primas o de oídas, esa frase. Mi abuela lo vivió: en los años de la Primera Guerra Mundial, ella y sus siete hermanos se arrodillaban frente a su madre con un rimero de tortillas para compartir el único huevo que había en la casa. El hambre es repartir lo que no alcanza.

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Y mientras tanto, los jóvenes que deberían encender el motor de un país en crecimiento buscan salida en el extranjero. Quieren irse en la flor de su edad productiva y los más capacitados: 42 % de los que piensan emigrar tienen estudios superiores y más de la mitad están entre 18 y 39 años². Es un síntoma brutal de falta de oportunidades y posibilidades. La desesperanza es tal que muchos dudan de la capacidad de las autoridades para resolver sus preocupaciones, y una mayoría estaría dispuesta a intercambiar libertades por economía o seguridad³. En el país del hambre, la democracia ya no es fundamento, es frivolidad. Como advirtió Élizabeth Tchoungui: “Un hombre que tiene hambre no es un alma libre.”

Y, sin embargo, casi la mitad piensa que el camino es copiar a El Salvador. Allí, aunque la violencia haya cedido, la economía es la que peor camina en Centroamérica: autoritarismo con hambre sigue siendo hambre, solo que vigilada por más policías. Esa no es la salida.

Entonces, ¿qué hacer? Hay ejemplos que debemos mirar con detenimiento. La República Dominicana multiplicó empleos gracias a sus zonas francas, que hoy generan alrededor de 200,000 puestos de trabajo directos, integrando a miles de pequeñas y medianas industrias en las cadenas globales de valor⁴. Irlanda, desde la creación de la Shannon Free Zone en los años cincuenta, demostró que el emprendimiento florece si el Estado deja de ser obstáculo y se convierte en facilitador: solo esa zona respalda más de 46,000 plazas y el conjunto de políticas de atracción de inversión ha permitido que más de 540,000 empleos directos e indirectos se sostengan en el país⁵. Bulgaria, con reformas laborales flexibles y apertura a la inversión extranjera, logró reactivar sectores completos: la industria automotriz emplea hoy más de 50,000 personas y el sector de tecnologías de información suma otros 72 500 trabajadores⁶. Dinamarca, con su modelo de flexicurity, ha hecho posible una movilidad laboral donde despedir es fácil y contratar aún más: tres de cada cuatro trabajadores desplazados son recolocados en menos de un año, y esa confianza sostiene un mercado donde la creación de empleo neto supera el medio millón de plazas cada ciclo de rotación⁷.

Casi la mitad piensa que el camino es copiar a El Salvador. Allí, aunque la violencia haya cedido, la economía es la que peor camina en Centroamérica: autoritarismo con hambre sigue siendo hambre, solo que vigilada por más policías.

Todos ellos tienen en común algo sencillo: menos trabas, más competencia y un entorno donde la pequeña y mediana empresa es el verdadero motor de la economía. Guatemala puede y debe seguir ese camino. ¿Cómo lograrlo? Primero, eliminando impuestos como el ISO, que fue creado como temporal y se volvió permanente, asfixiando a las empresas más frágiles. Segundo, reduciendo el ISR para que invertir sea atractivo y arriesgarse sea premiado, no castigado. Tercero, facilitando créditos que se respalden en contratos de servicios; ya existe una ley de factoring en Guatemala, pero habría que evaluar si funciona de manera adecuada y accesible para las PYMES⁸. Cuarto, creando un mercado de capitales que dé oxígeno a quien quiere crecer. Quinto, adoptando la movilidad laboral al estilo danés: flexibilidad para el empleador, pero con apoyo fuerte al desempleado. Cuando despedir es sencillo y justo, contratar también lo es, porque el costo del error disminuye y nadie despide a quien le es útil. Sexto, permitiendo contratos por hora o por tiempo parcial, que den oportunidades reales a quienes no pueden un empleo completo. Séptimo, creando institutos de apoyo a clústeres sectoriales público-privados —no más burocracia— que eleven estándares, integren a las mejores empresas y consigan beneficios internacionales. Y octavo, liberalizando la vida societaria: que abrir, transformar, fusionar o cerrar empresas sea rápido, barato y seguro, no una trampa legal interminable.

Nada de esto es teórico. Irlanda, Dominicana, Bulgaria y Dinamarca lo hicieron y crearon empleo. Porque solo quien trabaja con certeza en su ingreso se anima a ahorrar e invertir luego, y así surge el ciclo virtuoso del crecimiento, que no depende ni del gran empresario ni del gobierno, sino del emprendedor que genera empleo.

La pregunta, sin embargo, es íntima: ¿cómo se anima uno a emprender cuando no hay capital, solo un poco de experiencia y un deseo enorme de construir algo distinto? Yo lo sé de primera mano. Fundé mi empresa después de cinco intentos fallidos que funcionaron hasta que encontré a la socia correcta, con quien venimos navegando los vaivenes y haciendo crecer la empresa para conquistar el mercado desde hace más de veinte años. Y en los últimos cinco años he levantado cinco más, dos de ellas apenas en el último año. No lo he hecho porque haya tenido abundancia, sino porque he tenido hambre de crear, de transformar, de hacer algo distinto. Y como yo, miles sueñan con emprender: según encuestas recientes, ser emprendedor es la profesión más deseada en Guatemala.

Lo explicó Joseph Schumpeter en La teoría del desarrollo económico (1934): “Ante todo está el sueño y la voluntad de fundar un reino privado, generalmente también una dinastía… Luego está la voluntad de conquistar: el impulso de luchar, de demostrarse superior a los demás, de triunfar no por los frutos del éxito, sino por el éxito mismo. Finalmente, está la alegría de crear, de hacer las cosas, o simplemente de ejercer la energía y la ingeniosidad propias.” El emprendedor no lleva capa ni sabe volar, pero tiene la voluntad, la energía y las ideas para transformar su vida y la de muchos más.

El futuro no se construye con más espacio para burócratas, sino con más espacio para quienes crean empleo. Y mejor, si son fundadores. Y mejor aún, si tienen mucho éxito y crean muchos, muchos empleos. Guatemala no saldrá del hambre con programas que perpetúan dependencia, sino con más libertad para emprender y en eso el gobierno y el Congreso tienen una responsabilidad ineludible. El hambre se vence cuando hay pan en la mesa, pero el pan llega cuando alguien decide sembrar, invertir y contratar. La solución no está en más poder para los políticos, sino en más espacio para quienes levantan empresas.

Para que ese 49 % deje de vivir en las calles de Dickens que hoy son también nuestras calles, debemos dar a cada guatemalteco la libertad de emprender. Porque, al final, no hay democracia sin pan, pero tampoco habrá pan sin libertad.

Ramiro Bolaños, PhD.

Notas

1. CID Gallup, Estudio de Opinión Pública Guatemala, septiembre 2025.

2. Ibid., sección Migración.

3. Ibid., secciones Gobernabilidad y Democracia.

4. Consejo Nacional de Zonas Francas de Exportación (CNZFE), Informe Anual 2024.

5. Shannon Chamber, Shannon Group supports 46,000 jobs and €3.6bn impact, 2023; IDA Ireland, Employment Survey 2024.

6. Invest Bulgaria Agency, Automotive Industry Factsheet 2024; Bulgarian Software Association (BASSCOM), IT Industry Report 2024.

7. OECD, Employment Outlook: Denmark and Flexicurity, 2023.

8. Congreso de la República de Guatemala, Decreto 1-2018, Ley de Contratos de Factoraje y de Descuento.

Del hambre al emprendimiento: la cruzada por una Guatemala mejor

Dr. Ramiro Bolaños |
06 de octubre, 2025
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En la Inglaterra victoriana, Charles Dickens retrataba con crudeza la miseria del hambre: “Muchos desamparados, agotados por el hambre, cierran los ojos en nuestras calles desnudas y, cualesquiera que hayan sido sus crímenes, difícilmente pueden abrirlos en un mundo más amargo.” Más de un siglo y medio después, en la Guatemala de hoy, el 49 % de los guatemaltecos confiesa que no ha tenido dinero para comprar comida. El pasado que parecía superado en los libros aún nos golpea en el presente, según la más reciente encuesta de opinión pública de CID Gallup (septiembre de 2025)¹.

El hambre en Guatemala no es abstracta ni estadística. Tiene rostro y edad. Afecta sobre todo a las mujeres, a los mayores de cuarenta años y a quienes apenas alcanzaron la primaria. Es esa mujer de mediana edad que ya no puede aspirar a un futuro digno porque no logra asegurar lo más básico: pan, salud, seguridad. En palabras de Homero en la Ilíada, “No hay guerrero que pueda afrontar una jornada entera de combate si no ha probado pan antes del anochecer.” El hambre desarma no solo al soldado, sino también al trabajador, al emprendedor y al ciudadano que se enfrenta a la dura batalla de sobrevivir en este país.

El poeta Jacques Prévert lo escribió con una imagen descarnada: “Terrible es el pequeño ruido del huevo duro al romperse sobre un mostrador de estaño, cuando retumba en la memoria del hombre que tiene hambre.” Guatemala entera conoce, de primas o de oídas, esa frase. Mi abuela lo vivió: en los años de la Primera Guerra Mundial, ella y sus siete hermanos se arrodillaban frente a su madre con un rimero de tortillas para compartir el único huevo que había en la casa. El hambre es repartir lo que no alcanza.

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Y mientras tanto, los jóvenes que deberían encender el motor de un país en crecimiento buscan salida en el extranjero. Quieren irse en la flor de su edad productiva y los más capacitados: 42 % de los que piensan emigrar tienen estudios superiores y más de la mitad están entre 18 y 39 años². Es un síntoma brutal de falta de oportunidades y posibilidades. La desesperanza es tal que muchos dudan de la capacidad de las autoridades para resolver sus preocupaciones, y una mayoría estaría dispuesta a intercambiar libertades por economía o seguridad³. En el país del hambre, la democracia ya no es fundamento, es frivolidad. Como advirtió Élizabeth Tchoungui: “Un hombre que tiene hambre no es un alma libre.”

Y, sin embargo, casi la mitad piensa que el camino es copiar a El Salvador. Allí, aunque la violencia haya cedido, la economía es la que peor camina en Centroamérica: autoritarismo con hambre sigue siendo hambre, solo que vigilada por más policías. Esa no es la salida.

Entonces, ¿qué hacer? Hay ejemplos que debemos mirar con detenimiento. La República Dominicana multiplicó empleos gracias a sus zonas francas, que hoy generan alrededor de 200,000 puestos de trabajo directos, integrando a miles de pequeñas y medianas industrias en las cadenas globales de valor⁴. Irlanda, desde la creación de la Shannon Free Zone en los años cincuenta, demostró que el emprendimiento florece si el Estado deja de ser obstáculo y se convierte en facilitador: solo esa zona respalda más de 46,000 plazas y el conjunto de políticas de atracción de inversión ha permitido que más de 540,000 empleos directos e indirectos se sostengan en el país⁵. Bulgaria, con reformas laborales flexibles y apertura a la inversión extranjera, logró reactivar sectores completos: la industria automotriz emplea hoy más de 50,000 personas y el sector de tecnologías de información suma otros 72 500 trabajadores⁶. Dinamarca, con su modelo de flexicurity, ha hecho posible una movilidad laboral donde despedir es fácil y contratar aún más: tres de cada cuatro trabajadores desplazados son recolocados en menos de un año, y esa confianza sostiene un mercado donde la creación de empleo neto supera el medio millón de plazas cada ciclo de rotación⁷.

Casi la mitad piensa que el camino es copiar a El Salvador. Allí, aunque la violencia haya cedido, la economía es la que peor camina en Centroamérica: autoritarismo con hambre sigue siendo hambre, solo que vigilada por más policías.

Todos ellos tienen en común algo sencillo: menos trabas, más competencia y un entorno donde la pequeña y mediana empresa es el verdadero motor de la economía. Guatemala puede y debe seguir ese camino. ¿Cómo lograrlo? Primero, eliminando impuestos como el ISO, que fue creado como temporal y se volvió permanente, asfixiando a las empresas más frágiles. Segundo, reduciendo el ISR para que invertir sea atractivo y arriesgarse sea premiado, no castigado. Tercero, facilitando créditos que se respalden en contratos de servicios; ya existe una ley de factoring en Guatemala, pero habría que evaluar si funciona de manera adecuada y accesible para las PYMES⁸. Cuarto, creando un mercado de capitales que dé oxígeno a quien quiere crecer. Quinto, adoptando la movilidad laboral al estilo danés: flexibilidad para el empleador, pero con apoyo fuerte al desempleado. Cuando despedir es sencillo y justo, contratar también lo es, porque el costo del error disminuye y nadie despide a quien le es útil. Sexto, permitiendo contratos por hora o por tiempo parcial, que den oportunidades reales a quienes no pueden un empleo completo. Séptimo, creando institutos de apoyo a clústeres sectoriales público-privados —no más burocracia— que eleven estándares, integren a las mejores empresas y consigan beneficios internacionales. Y octavo, liberalizando la vida societaria: que abrir, transformar, fusionar o cerrar empresas sea rápido, barato y seguro, no una trampa legal interminable.

Nada de esto es teórico. Irlanda, Dominicana, Bulgaria y Dinamarca lo hicieron y crearon empleo. Porque solo quien trabaja con certeza en su ingreso se anima a ahorrar e invertir luego, y así surge el ciclo virtuoso del crecimiento, que no depende ni del gran empresario ni del gobierno, sino del emprendedor que genera empleo.

La pregunta, sin embargo, es íntima: ¿cómo se anima uno a emprender cuando no hay capital, solo un poco de experiencia y un deseo enorme de construir algo distinto? Yo lo sé de primera mano. Fundé mi empresa después de cinco intentos fallidos que funcionaron hasta que encontré a la socia correcta, con quien venimos navegando los vaivenes y haciendo crecer la empresa para conquistar el mercado desde hace más de veinte años. Y en los últimos cinco años he levantado cinco más, dos de ellas apenas en el último año. No lo he hecho porque haya tenido abundancia, sino porque he tenido hambre de crear, de transformar, de hacer algo distinto. Y como yo, miles sueñan con emprender: según encuestas recientes, ser emprendedor es la profesión más deseada en Guatemala.

Lo explicó Joseph Schumpeter en La teoría del desarrollo económico (1934): “Ante todo está el sueño y la voluntad de fundar un reino privado, generalmente también una dinastía… Luego está la voluntad de conquistar: el impulso de luchar, de demostrarse superior a los demás, de triunfar no por los frutos del éxito, sino por el éxito mismo. Finalmente, está la alegría de crear, de hacer las cosas, o simplemente de ejercer la energía y la ingeniosidad propias.” El emprendedor no lleva capa ni sabe volar, pero tiene la voluntad, la energía y las ideas para transformar su vida y la de muchos más.

El futuro no se construye con más espacio para burócratas, sino con más espacio para quienes crean empleo. Y mejor, si son fundadores. Y mejor aún, si tienen mucho éxito y crean muchos, muchos empleos. Guatemala no saldrá del hambre con programas que perpetúan dependencia, sino con más libertad para emprender y en eso el gobierno y el Congreso tienen una responsabilidad ineludible. El hambre se vence cuando hay pan en la mesa, pero el pan llega cuando alguien decide sembrar, invertir y contratar. La solución no está en más poder para los políticos, sino en más espacio para quienes levantan empresas.

Para que ese 49 % deje de vivir en las calles de Dickens que hoy son también nuestras calles, debemos dar a cada guatemalteco la libertad de emprender. Porque, al final, no hay democracia sin pan, pero tampoco habrá pan sin libertad.

Ramiro Bolaños, PhD.

Notas

1. CID Gallup, Estudio de Opinión Pública Guatemala, septiembre 2025.

2. Ibid., sección Migración.

3. Ibid., secciones Gobernabilidad y Democracia.

4. Consejo Nacional de Zonas Francas de Exportación (CNZFE), Informe Anual 2024.

5. Shannon Chamber, Shannon Group supports 46,000 jobs and €3.6bn impact, 2023; IDA Ireland, Employment Survey 2024.

6. Invest Bulgaria Agency, Automotive Industry Factsheet 2024; Bulgarian Software Association (BASSCOM), IT Industry Report 2024.

7. OECD, Employment Outlook: Denmark and Flexicurity, 2023.

8. Congreso de la República de Guatemala, Decreto 1-2018, Ley de Contratos de Factoraje y de Descuento.

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