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Del esplendor al colapso: Nueva York ante un alcalde progresista radical – una advertencia para Guatemala

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Dr. Ramiro Bolaños |
10 de noviembre, 2025

“Un comercio próspero es, para todo estadista ilustrado, la fuente más fecunda de la riqueza nacional.”
—Alexander Hamilton, El Federalista N.º 12 (1787).1 Hamilton fue ayudante de campo del general George Washington, escribió la mayoría de los influyentes Federalist Papers y fue el primer secretario del Tesoro y fundador del sistema financiero de Estados Unidos.

Hubo un tiempo en que Nueva York representaba el corazón del progreso americano. En los años treinta y cuarenta, mientras el mundo aún temblaba entre guerras, la ciudad supo construir un equilibrio virtuoso entre libertad económica, trabajo y visión pública. Los rascacielos no eran solo estructuras de acero: eran monumentos a la confianza en el futuro. Esa confianza, basada en la disciplina fiscal y la inversión productiva, forjó una metrópoli que parecía inmune al fracaso. Con el tiempo, la prudencia cedió ante la negligencia, y la idea del derecho al bienestar sin límite reemplazó al principio de la responsabilidad. Hoy, con la llegada al poder del socialista progresista Zohran Mamdani, Nueva York vuelve a caminar al borde del mismo precipicio. Su triunfo es consecuencia directa del desorden fiscal heredado de Bill de Blasio y de la incapacidad de Eric Adams, que degradó los servicios y erosionó la confianza en el gobierno local. Es una advertencia para quienes creen que el equilibrio fiscal puede divorciarse del crecimiento, y sobre todo para el futuro de Guatemala.2

El ciclo moderno de prosperidad neoyorquina comenzó con Fiorello La Guardia (1934–1945), republicano reformista que transformó la ciudad bajo un principio sencillo: gastar solo lo sostenible. Su administración redujo el desempleo a la mitad y elevó el ingreso per cápita por encima del promedio estadounidense, mientras consolidaba grandes obras públicas con responsabilidad. La Guardia creía en la prosperidad como consecuencia del orden, no del gasto.3

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Pero la bonanza tiene enemigos silenciosos. Después del auge de posguerra, las administraciones de William O’Dwyer y Robert Wagner Jr. convirtieron el gasto social en un instrumento político. En 1955, el presupuesto municipal equivalía al 10% del PIB de la ciudad; veinte años después, superaba el 20%. La productividad se estancó y la deuda se duplicó. La primera gran crisis había llegado ya en 1933, en plena Depresión, cuando Nueva York rozó la bancarrota. La segunda, devastadora, estalló en 1975: los bancos cerraron el crédito, la deuda superó los USD 14 mil millones y la ciudad quedó literalmente a oscuras; el tráfico fue inmanejable, faltaron luz, alimentos y servicios. A esa época se le recuerda como el gran apagón de Nueva York, cuando el presidente Gerald Ford pronunció su célebre negativa: “Ford to City: Drop Dead.”4 (en sentido: “arréglense ustedes”).

Tuvieron que pasar un par de décadas para encontrar de nuevo el camino. Edward Koch, Rudy Giuliani y Michael Bloomberg reconstruyeron la ciudad con austeridad, inversión privada y confianza en el mercado. Entre 1994 y 2013, el PIB per cápita creció 65% y la inversión privada se triplicó. Nueva York volvió a brillar: el equilibrio fiscal no es obstáculo del crecimiento, sino su condición indispensable.5

Pero el ciclo volvió a girar. Con Bill de Blasio (2014–2021), el gasto creció 46% en siete años, la nómina municipal sumó 30,000 empleados y los servicios se degradaron. Eric Adams, heredó una ciudad desordenada y un déficit superior a USD 12 mil millones. Su gestión débil e improvisada, fue la antesala perfecta para la irrupción de Mamdani, socialista radical que promete “redistribuir la riqueza”, “controlar los alquileres” y “resolver el costo de vida”. Su victoria responde al exceso de gasto y la degradación institucional.6 Los votantes siguieron una promesa populista: justicia, subsidios, transporte gratuito y persecución a los ricos; y los ricos ya hacen maletas para Texas y Florida.7 

El problema de la demagogia es la contradicción. Durante la campaña presidencial en Guatemala, se prometió que eliminando la corrupción – calculada en un 40% del presupuesto – habría recursos suficientes para todo. Hoy, ya en el poder, esa misma administración ha incrementado el gasto público en 40%, casi tanto en tres años como Bill de Blasio en siete.8 El riesgo es evidente: cuando el Estado gasta más de lo que ingresa y no mejora su eficiencia, abre la puerta a una crisis como la que hundió a Nueva York en 1977. La elección de Mamdani es una advertencia para Guatemala: el populismo, de derecha o de izquierda, siempre promete redención y termina dejando ruinas.

En Guatemala, existen varios candidatos moderados. De allí surge la posibilidad de un candidato del orden: autoridad, disciplina y ley. Conecta con una ciudadanía extenuada por la inseguridad, pero el orden, sin reformas económicas profundas, es apenas una pausa. La estabilidad se logra con inversión y productividad, no solo con control.

También figura un administrador urbano, que ofrece resultados y experiencia. Sin embargo, el caos vial y la falta de soluciones estructurales le cobran credibilidad. Administrar no es transformar. Su reto es demostrar que la eficacia puede convertirse en visión nacional.

Otro perfil es un diplomático conciliador, que apuesta por el equilibrio y la civilidad. Cree en la reconciliación política y el respeto institucional como puntos de partida. Pero la moderación, sin una agenda clara de competitividad e inversión, corre el riesgo de quedarse en gesto.

Emerge además un líder indígena moderno, pragmático y visionario, que habla de productividad, innovación e infraestructura. No busca dividir, sino construir. Su discurso recuerda más a Silicon Valley que a los viejos manuales ideológicos: ingenieros antes que tribunos, proyectos antes que consignas.

Está también la candidata del bienestar social, con experiencia de gobierno y énfasis asistencial, pero sin definición pública sobre si apostará por la inversión y por trabajar de la mano con el capital productivo. Su desafío es pasar de la asistencia a la creación de riqueza.

El problema es que las encuestas las encabezan los nuevos populistas de derecha, los que prometen redención sin sacrificio. Su discurso es simple y peligroso: repartir antes de producir, gobernar sin límites, confundir popularidad con prosperidad. Transforman el hartazgo en resentimiento y la frustración en espectáculo. El populismo siempre empieza con show y termina con tragedia.

Pero el gran riesgo está en las posibles candidatas populistas radicales de izquierda, convierten la política en confrontación, prometen el boleto gratis que otros pagarán y hacen del Estado un botín ideológico. Su mensaje cautiva a jóvenes cansados de la espera, pero ignora que la historia demuestra que el socialismo radical no ha funcionado nunca. Es el mismo camino que llevó a Nueva York del desorden de Adams al radicalismo de Mamdani: del cansancio al salto al vacío. Si Guatemala repite esa secuencia, terminaremos cambiando libertad por control y prosperidad futura por pobreza.9

Pero por encima de todo, el país necesita un candidato que recupere a la República: un libertario que devuelva la esperanza en la libertad y la responsabilidad individual; que entienda que la prosperidad no nace del gasto, sino de la creación de riqueza; y que además tenga la capacidad de ser presidente de todos —del más humilde hasta el más encumbrado— y provoque la unidad nacional que históricamente nos ha faltado.

No olvidemos que el progreso no se construye con confrontación, sino con gobiernos prudentes que invierten con justicia y ciudadanos que producen con libertad. Sugiero a los políticos que preparen desde ya sus planes para construir una Guatemala libre y próspera. El pueblo se los demandará tarde o temprano. Y si es tarde, el camino tortuoso de Cuba, Venezuela, Colombia –gobernada por un exguerrillero que eligió la confrontación sobre la unidad- o la propia Nueva York nos espera.

Notas de referencia

[1] “The prosperity of commerce is now perceived and acknowledged by all enlightened statesmen to be the most useful as well as the most productive source of national wealth, and has accordingly become a primary object of their political cares.” Alexander Hamilton, James Madison, y John Hay. The Federalist: A Collection of Essays Written in Favour a the New Constitution, as Agreed Upon by the Federal Convention, September 17, 1787. (Londres: J. Stockdale, 1788), p. 61.

2 NYC Comptroller, “Historical Budget Reports,” 2023; The City Journal, “De Blasio’s Legacy of Debt and Disorder,” 2024.

3 U.S. Census Bureau, “Historical Statistics of New York City,” 1950–1970; NYC Department of Records, Mayor’s Annual Reports 1934–1965.)

4 Federal Reserve Bank of New York, “Municipal Crisis Case Study,” 1985; Daily News Archive, 29 de octubre de 1975.

5 Bureau of Economic Analysis, “Regional Economic Accounts – New York City,” 2013.

6 NYC Comptroller, “Historical Budget Reports,” 2023; The City Journal, “De Blasio’s Legacy of Debt and Disorder,” 2024.)

7 The New York Times Exit Polls, Mayoral Election 2025; BEA, “Regional Accounts,” 2024.

8 Ministerio de Finanzas Públicas, Proyecto de Presupuesto 2025, p. 12.

9 Federal Reserve Bank of New York, “Historical Urban Fiscal Crises,” 2024

Del esplendor al colapso: Nueva York ante un alcalde progresista radical – una advertencia para Guatemala

Dr. Ramiro Bolaños |
10 de noviembre, 2025
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“Un comercio próspero es, para todo estadista ilustrado, la fuente más fecunda de la riqueza nacional.”
—Alexander Hamilton, El Federalista N.º 12 (1787).1 Hamilton fue ayudante de campo del general George Washington, escribió la mayoría de los influyentes Federalist Papers y fue el primer secretario del Tesoro y fundador del sistema financiero de Estados Unidos.

Hubo un tiempo en que Nueva York representaba el corazón del progreso americano. En los años treinta y cuarenta, mientras el mundo aún temblaba entre guerras, la ciudad supo construir un equilibrio virtuoso entre libertad económica, trabajo y visión pública. Los rascacielos no eran solo estructuras de acero: eran monumentos a la confianza en el futuro. Esa confianza, basada en la disciplina fiscal y la inversión productiva, forjó una metrópoli que parecía inmune al fracaso. Con el tiempo, la prudencia cedió ante la negligencia, y la idea del derecho al bienestar sin límite reemplazó al principio de la responsabilidad. Hoy, con la llegada al poder del socialista progresista Zohran Mamdani, Nueva York vuelve a caminar al borde del mismo precipicio. Su triunfo es consecuencia directa del desorden fiscal heredado de Bill de Blasio y de la incapacidad de Eric Adams, que degradó los servicios y erosionó la confianza en el gobierno local. Es una advertencia para quienes creen que el equilibrio fiscal puede divorciarse del crecimiento, y sobre todo para el futuro de Guatemala.2

El ciclo moderno de prosperidad neoyorquina comenzó con Fiorello La Guardia (1934–1945), republicano reformista que transformó la ciudad bajo un principio sencillo: gastar solo lo sostenible. Su administración redujo el desempleo a la mitad y elevó el ingreso per cápita por encima del promedio estadounidense, mientras consolidaba grandes obras públicas con responsabilidad. La Guardia creía en la prosperidad como consecuencia del orden, no del gasto.3

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Pero la bonanza tiene enemigos silenciosos. Después del auge de posguerra, las administraciones de William O’Dwyer y Robert Wagner Jr. convirtieron el gasto social en un instrumento político. En 1955, el presupuesto municipal equivalía al 10% del PIB de la ciudad; veinte años después, superaba el 20%. La productividad se estancó y la deuda se duplicó. La primera gran crisis había llegado ya en 1933, en plena Depresión, cuando Nueva York rozó la bancarrota. La segunda, devastadora, estalló en 1975: los bancos cerraron el crédito, la deuda superó los USD 14 mil millones y la ciudad quedó literalmente a oscuras; el tráfico fue inmanejable, faltaron luz, alimentos y servicios. A esa época se le recuerda como el gran apagón de Nueva York, cuando el presidente Gerald Ford pronunció su célebre negativa: “Ford to City: Drop Dead.”4 (en sentido: “arréglense ustedes”).

Tuvieron que pasar un par de décadas para encontrar de nuevo el camino. Edward Koch, Rudy Giuliani y Michael Bloomberg reconstruyeron la ciudad con austeridad, inversión privada y confianza en el mercado. Entre 1994 y 2013, el PIB per cápita creció 65% y la inversión privada se triplicó. Nueva York volvió a brillar: el equilibrio fiscal no es obstáculo del crecimiento, sino su condición indispensable.5

Pero el ciclo volvió a girar. Con Bill de Blasio (2014–2021), el gasto creció 46% en siete años, la nómina municipal sumó 30,000 empleados y los servicios se degradaron. Eric Adams, heredó una ciudad desordenada y un déficit superior a USD 12 mil millones. Su gestión débil e improvisada, fue la antesala perfecta para la irrupción de Mamdani, socialista radical que promete “redistribuir la riqueza”, “controlar los alquileres” y “resolver el costo de vida”. Su victoria responde al exceso de gasto y la degradación institucional.6 Los votantes siguieron una promesa populista: justicia, subsidios, transporte gratuito y persecución a los ricos; y los ricos ya hacen maletas para Texas y Florida.7 

El problema de la demagogia es la contradicción. Durante la campaña presidencial en Guatemala, se prometió que eliminando la corrupción – calculada en un 40% del presupuesto – habría recursos suficientes para todo. Hoy, ya en el poder, esa misma administración ha incrementado el gasto público en 40%, casi tanto en tres años como Bill de Blasio en siete.8 El riesgo es evidente: cuando el Estado gasta más de lo que ingresa y no mejora su eficiencia, abre la puerta a una crisis como la que hundió a Nueva York en 1977. La elección de Mamdani es una advertencia para Guatemala: el populismo, de derecha o de izquierda, siempre promete redención y termina dejando ruinas.

En Guatemala, existen varios candidatos moderados. De allí surge la posibilidad de un candidato del orden: autoridad, disciplina y ley. Conecta con una ciudadanía extenuada por la inseguridad, pero el orden, sin reformas económicas profundas, es apenas una pausa. La estabilidad se logra con inversión y productividad, no solo con control.

También figura un administrador urbano, que ofrece resultados y experiencia. Sin embargo, el caos vial y la falta de soluciones estructurales le cobran credibilidad. Administrar no es transformar. Su reto es demostrar que la eficacia puede convertirse en visión nacional.

Otro perfil es un diplomático conciliador, que apuesta por el equilibrio y la civilidad. Cree en la reconciliación política y el respeto institucional como puntos de partida. Pero la moderación, sin una agenda clara de competitividad e inversión, corre el riesgo de quedarse en gesto.

Emerge además un líder indígena moderno, pragmático y visionario, que habla de productividad, innovación e infraestructura. No busca dividir, sino construir. Su discurso recuerda más a Silicon Valley que a los viejos manuales ideológicos: ingenieros antes que tribunos, proyectos antes que consignas.

Está también la candidata del bienestar social, con experiencia de gobierno y énfasis asistencial, pero sin definición pública sobre si apostará por la inversión y por trabajar de la mano con el capital productivo. Su desafío es pasar de la asistencia a la creación de riqueza.

El problema es que las encuestas las encabezan los nuevos populistas de derecha, los que prometen redención sin sacrificio. Su discurso es simple y peligroso: repartir antes de producir, gobernar sin límites, confundir popularidad con prosperidad. Transforman el hartazgo en resentimiento y la frustración en espectáculo. El populismo siempre empieza con show y termina con tragedia.

Pero el gran riesgo está en las posibles candidatas populistas radicales de izquierda, convierten la política en confrontación, prometen el boleto gratis que otros pagarán y hacen del Estado un botín ideológico. Su mensaje cautiva a jóvenes cansados de la espera, pero ignora que la historia demuestra que el socialismo radical no ha funcionado nunca. Es el mismo camino que llevó a Nueva York del desorden de Adams al radicalismo de Mamdani: del cansancio al salto al vacío. Si Guatemala repite esa secuencia, terminaremos cambiando libertad por control y prosperidad futura por pobreza.9

Pero por encima de todo, el país necesita un candidato que recupere a la República: un libertario que devuelva la esperanza en la libertad y la responsabilidad individual; que entienda que la prosperidad no nace del gasto, sino de la creación de riqueza; y que además tenga la capacidad de ser presidente de todos —del más humilde hasta el más encumbrado— y provoque la unidad nacional que históricamente nos ha faltado.

No olvidemos que el progreso no se construye con confrontación, sino con gobiernos prudentes que invierten con justicia y ciudadanos que producen con libertad. Sugiero a los políticos que preparen desde ya sus planes para construir una Guatemala libre y próspera. El pueblo se los demandará tarde o temprano. Y si es tarde, el camino tortuoso de Cuba, Venezuela, Colombia –gobernada por un exguerrillero que eligió la confrontación sobre la unidad- o la propia Nueva York nos espera.

Notas de referencia

[1] “The prosperity of commerce is now perceived and acknowledged by all enlightened statesmen to be the most useful as well as the most productive source of national wealth, and has accordingly become a primary object of their political cares.” Alexander Hamilton, James Madison, y John Hay. The Federalist: A Collection of Essays Written in Favour a the New Constitution, as Agreed Upon by the Federal Convention, September 17, 1787. (Londres: J. Stockdale, 1788), p. 61.

2 NYC Comptroller, “Historical Budget Reports,” 2023; The City Journal, “De Blasio’s Legacy of Debt and Disorder,” 2024.

3 U.S. Census Bureau, “Historical Statistics of New York City,” 1950–1970; NYC Department of Records, Mayor’s Annual Reports 1934–1965.)

4 Federal Reserve Bank of New York, “Municipal Crisis Case Study,” 1985; Daily News Archive, 29 de octubre de 1975.

5 Bureau of Economic Analysis, “Regional Economic Accounts – New York City,” 2013.

6 NYC Comptroller, “Historical Budget Reports,” 2023; The City Journal, “De Blasio’s Legacy of Debt and Disorder,” 2024.)

7 The New York Times Exit Polls, Mayoral Election 2025; BEA, “Regional Accounts,” 2024.

8 Ministerio de Finanzas Públicas, Proyecto de Presupuesto 2025, p. 12.

9 Federal Reserve Bank of New York, “Historical Urban Fiscal Crises,” 2024

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