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Dejar entrar al monstruo

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Alejandra Osorio |
13 de febrero, 2025

Hay muchos monstruos en el mundo. A algunos los delata su apariencia; es claro a simple vista que su presencia es una amenaza. Sin embargo, estos seres no son los más peligrosos. Los que verdaderamente deberían causarnos pavor son aquellos que pueden ocultar su naturaleza, aquellos que parecieran no ser capaces de infligir daño, aquellos que nos sonríen y a los que les damos la bienvenida. Quizá el miedo que causan no provenga de las garras y fauces, sino de nuestra incapacidad de darnos cuenta de que estamos frente a quien podría lastimarnos. Es que, si dejamos entrar al monstruo a nuestras casas por voluntad propia, dónde nos podremos esconder de la criatura y de nuestro error.

Abrir la puerta…

Estás en un bosque y la primera señal de alerta es que hay silencio. Así que comienzas a agudizar el oído y es entonces cuando escuchas un gruñido, una obvia señal de hambre. Y comienzas a correr a casa. Detrás de ti crujen las ramas y se escuchan garras chocar en contra de la tierra mojada. Pero, a pesar de lo cerca que parece estar la criatura, logras refugiarte en tu hogar. Por la ventana observas a tu atacante.

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Eso no es un lobo. Eso no es un hombre. Eso es un pricolici, algo entre bestia y hombre. Tus abuelos te contaron que esa criatura en algún momento fue un humano; no obstante, en vida, fue cruel, tan cruel que los mismos demonios le admiraban y lo enviaron de nuevo a la superficie como monstruo para seguir atormentando a las personas. Pero, aparentemente, la paredes y ventanas de la casa son lo suficientemente fuertes para evitar que ingrese, así que respiras.

Para sobrevivir y vivir, debemos mantener una esperanza en la bondad de la gente, aunque no exista una certeza o garantía de ello; claro está, es tener esperanza, pero también sentido común.

Después de un susto muy fuerte, hay una especie de calma ansiosa. El cuerpo parece estar a la espera de algo que no llega, pero en esta ocasión lo hizo. Un golpeteo en la ventana te hace voltear y justo ahí hay una persona. «¿Me podrías ayudar? Hay algo aquí afuera y tengo miedo», dice con una voz que parece honesta. Lo miras a los ojos buscando encontrar seña de engaño alguno y solo hay una pregunta en tu mente: «¿puedes confiar en esa persona?». Así que decides abrirle la puerta y dejarle entrar. Si algo parece bueno, seguramente lo es, ¿no? No obstante, el destino tiene una forma simpática de burlarse. Escapaste de un monstruo, justo para darle la bienvenida a tu hogar a otro, a un strigoi, el origen mismo de los vampiros.

O cerrarla

Sobrevivir en el mundo es complicado; siempre lo ha sido. Los peligros han cambiado con el paso del tiempo y, en cierta medida, han disminuido; pero esto no implica que estemos seguros en la actualidad. Por eso mismo, seguimos necesitando de otras personas. Sin embargo, esto es el origen de un miedo: ¿cómo confiar en otros? La confianza es tan pesada como una pluma y puede alejarse con una brisa; pero, al mismo tiempo, es tan difícil de construir como un laberinto. Al perderla, se pierde cierta certeza ante los miedos, ante el mundo. Quizá Nietzsche, en Más allá del bien y del mal, lo explica mejor: «no el que tú me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer». Ahora bien, a pesar de ese miedo, para sobrevivir y vivir, debemos mantener una esperanza en la bondad de la gente, aunque no exista una certeza o garantía de ello; claro está, es tener esperanza, pero también sentido común. Al fin y al cabo, siempre hay una posibilidad de que la próxima vez que abras la puerta no sea un monstruo lo que cruce el umbral, sino un amigo.

Dejar entrar al monstruo

Alejandra Osorio |
13 de febrero, 2025
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Hay muchos monstruos en el mundo. A algunos los delata su apariencia; es claro a simple vista que su presencia es una amenaza. Sin embargo, estos seres no son los más peligrosos. Los que verdaderamente deberían causarnos pavor son aquellos que pueden ocultar su naturaleza, aquellos que parecieran no ser capaces de infligir daño, aquellos que nos sonríen y a los que les damos la bienvenida. Quizá el miedo que causan no provenga de las garras y fauces, sino de nuestra incapacidad de darnos cuenta de que estamos frente a quien podría lastimarnos. Es que, si dejamos entrar al monstruo a nuestras casas por voluntad propia, dónde nos podremos esconder de la criatura y de nuestro error.

Abrir la puerta…

Estás en un bosque y la primera señal de alerta es que hay silencio. Así que comienzas a agudizar el oído y es entonces cuando escuchas un gruñido, una obvia señal de hambre. Y comienzas a correr a casa. Detrás de ti crujen las ramas y se escuchan garras chocar en contra de la tierra mojada. Pero, a pesar de lo cerca que parece estar la criatura, logras refugiarte en tu hogar. Por la ventana observas a tu atacante.

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Eso no es un lobo. Eso no es un hombre. Eso es un pricolici, algo entre bestia y hombre. Tus abuelos te contaron que esa criatura en algún momento fue un humano; no obstante, en vida, fue cruel, tan cruel que los mismos demonios le admiraban y lo enviaron de nuevo a la superficie como monstruo para seguir atormentando a las personas. Pero, aparentemente, la paredes y ventanas de la casa son lo suficientemente fuertes para evitar que ingrese, así que respiras.

Para sobrevivir y vivir, debemos mantener una esperanza en la bondad de la gente, aunque no exista una certeza o garantía de ello; claro está, es tener esperanza, pero también sentido común.

Después de un susto muy fuerte, hay una especie de calma ansiosa. El cuerpo parece estar a la espera de algo que no llega, pero en esta ocasión lo hizo. Un golpeteo en la ventana te hace voltear y justo ahí hay una persona. «¿Me podrías ayudar? Hay algo aquí afuera y tengo miedo», dice con una voz que parece honesta. Lo miras a los ojos buscando encontrar seña de engaño alguno y solo hay una pregunta en tu mente: «¿puedes confiar en esa persona?». Así que decides abrirle la puerta y dejarle entrar. Si algo parece bueno, seguramente lo es, ¿no? No obstante, el destino tiene una forma simpática de burlarse. Escapaste de un monstruo, justo para darle la bienvenida a tu hogar a otro, a un strigoi, el origen mismo de los vampiros.

O cerrarla

Sobrevivir en el mundo es complicado; siempre lo ha sido. Los peligros han cambiado con el paso del tiempo y, en cierta medida, han disminuido; pero esto no implica que estemos seguros en la actualidad. Por eso mismo, seguimos necesitando de otras personas. Sin embargo, esto es el origen de un miedo: ¿cómo confiar en otros? La confianza es tan pesada como una pluma y puede alejarse con una brisa; pero, al mismo tiempo, es tan difícil de construir como un laberinto. Al perderla, se pierde cierta certeza ante los miedos, ante el mundo. Quizá Nietzsche, en Más allá del bien y del mal, lo explica mejor: «no el que tú me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer». Ahora bien, a pesar de ese miedo, para sobrevivir y vivir, debemos mantener una esperanza en la bondad de la gente, aunque no exista una certeza o garantía de ello; claro está, es tener esperanza, pero también sentido común. Al fin y al cabo, siempre hay una posibilidad de que la próxima vez que abras la puerta no sea un monstruo lo que cruce el umbral, sino un amigo.

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