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De esta agua no beberé

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Alejandra Osorio |
16 de enero, 2025

Nuestra mente es una cosa curiosa: al enfrentarse a un tema nuevo, casi de inmediato clasifica el contenido en cosas útiles y en aquellas que pueda descartar con facilidad. Sin embargo, suele suceder que aquello que consideramos inútil o de poco valor inmediato contiene conocimiento que solo se aprovecha con el paso del tiempo. Aunque la vida actual parece exigirnos rapidez, a veces es bueno dedicarse a descubrir información y a desentrañar temas por el simple amor al aprendizaje. En esa línea, ¿por qué habría de parecernos raro que alguien ofrezca flores y encienda una vela a una diosa que representa la sabiduría misma? Estudiantes, académicos y todo aquel que desee conocimiento se coloca de rodillas ante Sarasvati.

Aprender para comprender

Todo se origina en el caos. No obstante, Brahma quería darle forma al mundo, configurarlo y ordenarlo. Así pues, comenzó a jugar con la materia. Pero, por más movimientos que hiciera, parecía que algo faltaba, algo que lo guiara. Entonces, el dios creador no tuvo más remedio que sentarse y contemplar la nada. Y, en la eternidad de la espera, en su boca reunió la creatividad y el conocimiento del mundo.

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Con un bostezo, abrió su boca lo más que pudo y, de esta, emergió la diosa Sarasvati. No nació como niña, sino como mujer. No nació arrastrándose, sino que surgió volando sobre un cisne. No nació como un capullo, sino como el ser más hermoso de la creación. Y, con ella, nacieron el Sol, la Luna, las estrellas y los astros; todos creados en perfecto orden. Los ríos encontraron sus cauces y las montañas hallaron sus hogares lejos de los caminos. El orden alejó al caos, puesto que Sarasvati inspiró la creación de Brahma.

Al enfrentarse a un nuevo tema, concepto o teoría, no hay que decir que de esa agua no beberemos, sino que debemos beber y luego compartir el agua.

Sin embargo, la señora del conocimiento, las palabras y la inspiración no solo sirve a Brahma. Por lo que no quiso quedarse en un solo lugar del mundo. Así que comenzó su búsqueda de un hogar. Podría haber estado descansando en el jardín más hermoso. Podría haber elegido el lago más cristalino. Podría haber tomado por lecho el centro de la flor más extraña. Podría haberlo tenido todo, pero ella eligió hacer una casa en las lenguas de todos los hombres. De esta manera, cuando alguien pronunciara verdad alguna, ella estaría ahí. Si alguien buscaba conocimiento, ella inspiraría a los otros para enseñarle. Sarasvati estaría donde más se le necesitaba.

Comprender para aprender

La belleza de esta historia redice en dos cosas. La primera es que Sarasvati es la señora del conocimiento, de todo el conocimiento. No hay ninguno que se coloque por encima del otro y la única condición es que en este haya verdad. Por tanto, su búsqueda debería ser más amplia; necesitamos aprender de todo un poco y retar nuestro intelecto con saberes inmediatos y con aquellos que tendrán frutos con el tiempo, como la literatura o la filosofía. Como dijo Pierre Hadot, en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, «y es precisamente tarea de la filosofía el revelar a los hombres la utilidad de lo inútil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad». Por otro lado, la segunda es que la señora de las palabras no se guarda la sabiduría para sí o para los dioses, sino que se las da a todos indiscriminadamente. Después de todo, como escribió Nuccio Ordine, «solo el saber […] puede ser compartido sin empobrecer. Al contrario, enriqueciendo a quien lo transmite y a quien lo recibe». Así pues, al enfrentarse a un nuevo tema, concepto o teoría, no hay que decir que de esa agua no beberemos, sino que debemos beber y luego compartir el agua.

De esta agua no beberé

Alejandra Osorio |
16 de enero, 2025
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Nuestra mente es una cosa curiosa: al enfrentarse a un tema nuevo, casi de inmediato clasifica el contenido en cosas útiles y en aquellas que pueda descartar con facilidad. Sin embargo, suele suceder que aquello que consideramos inútil o de poco valor inmediato contiene conocimiento que solo se aprovecha con el paso del tiempo. Aunque la vida actual parece exigirnos rapidez, a veces es bueno dedicarse a descubrir información y a desentrañar temas por el simple amor al aprendizaje. En esa línea, ¿por qué habría de parecernos raro que alguien ofrezca flores y encienda una vela a una diosa que representa la sabiduría misma? Estudiantes, académicos y todo aquel que desee conocimiento se coloca de rodillas ante Sarasvati.

Aprender para comprender

Todo se origina en el caos. No obstante, Brahma quería darle forma al mundo, configurarlo y ordenarlo. Así pues, comenzó a jugar con la materia. Pero, por más movimientos que hiciera, parecía que algo faltaba, algo que lo guiara. Entonces, el dios creador no tuvo más remedio que sentarse y contemplar la nada. Y, en la eternidad de la espera, en su boca reunió la creatividad y el conocimiento del mundo.

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Con un bostezo, abrió su boca lo más que pudo y, de esta, emergió la diosa Sarasvati. No nació como niña, sino como mujer. No nació arrastrándose, sino que surgió volando sobre un cisne. No nació como un capullo, sino como el ser más hermoso de la creación. Y, con ella, nacieron el Sol, la Luna, las estrellas y los astros; todos creados en perfecto orden. Los ríos encontraron sus cauces y las montañas hallaron sus hogares lejos de los caminos. El orden alejó al caos, puesto que Sarasvati inspiró la creación de Brahma.

Al enfrentarse a un nuevo tema, concepto o teoría, no hay que decir que de esa agua no beberemos, sino que debemos beber y luego compartir el agua.

Sin embargo, la señora del conocimiento, las palabras y la inspiración no solo sirve a Brahma. Por lo que no quiso quedarse en un solo lugar del mundo. Así que comenzó su búsqueda de un hogar. Podría haber estado descansando en el jardín más hermoso. Podría haber elegido el lago más cristalino. Podría haber tomado por lecho el centro de la flor más extraña. Podría haberlo tenido todo, pero ella eligió hacer una casa en las lenguas de todos los hombres. De esta manera, cuando alguien pronunciara verdad alguna, ella estaría ahí. Si alguien buscaba conocimiento, ella inspiraría a los otros para enseñarle. Sarasvati estaría donde más se le necesitaba.

Comprender para aprender

La belleza de esta historia redice en dos cosas. La primera es que Sarasvati es la señora del conocimiento, de todo el conocimiento. No hay ninguno que se coloque por encima del otro y la única condición es que en este haya verdad. Por tanto, su búsqueda debería ser más amplia; necesitamos aprender de todo un poco y retar nuestro intelecto con saberes inmediatos y con aquellos que tendrán frutos con el tiempo, como la literatura o la filosofía. Como dijo Pierre Hadot, en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, «y es precisamente tarea de la filosofía el revelar a los hombres la utilidad de lo inútil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad». Por otro lado, la segunda es que la señora de las palabras no se guarda la sabiduría para sí o para los dioses, sino que se las da a todos indiscriminadamente. Después de todo, como escribió Nuccio Ordine, «solo el saber […] puede ser compartido sin empobrecer. Al contrario, enriqueciendo a quien lo transmite y a quien lo recibe». Así pues, al enfrentarse a un nuevo tema, concepto o teoría, no hay que decir que de esa agua no beberemos, sino que debemos beber y luego compartir el agua.

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