Dando palos de ciego
Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.
Una encuesta de opinión revelaba a inicios de esta semana que el nivel de aceptación del presidente Bernardo Arévalo ronda el 32 %, a tan solo 9 meses de gobierno. La percepción de que el país va por mal camino asciende al 47 %. Dado el estado actual del país en general, aún parecen números optimistas, pero son lo que son. Son producto de un sondeo de percepción. Al parecer, la percepción de la población, con la que el presidente pretendía desechar los números duros de la inseguridad creciente, le ha confrontado directamente, interpelándolo.
El problema es que la solución al problema que plantea el crecimiento de crímenes en el país es otra improvisación, producto, imagino yo, de las malas asesorías que ya son costumbre dentro del presente gobierno. En palabras populares, no dan pie con bola y siguen tomando medidas inspiradas por el más evidente y burdo cortoplacismo.
No se puede explicar de otra forma que la nueva solución mágica para detener la criminalidad creciente sea regresar a la vieja fórmula de los patrullajes conjuntos de la Policía Nacional Civil —PNC— y el Ejército de Guatemala. Viniendo de quien dedicara todo un libro a criticar el papel del Ejército en la historia del Estado liberal guatemalteco, ya ronda el chiste de mal gusto. Recordemos que el libro del presidente, cuando ejercía de investigador social, se titulaba “Estado violento y ejército político. Formación Estatal y Función militar en Guatemala, 1524-1963”, en el que planteaba que las prácticas de violencia desaforada de las instituciones estatales, dentro de las que resaltaba el Ejército de Guatemala, eran el centro de la construcción nacional. No es que el académico no se pueda equivocar, pero al menos un mea culpa explicaría semejante cambio de impresión frente a una institución de la que fue opositor y crítico.
No hay duda de que la realidad se termina por imponer a los desarrollos teóricos e ideológicos. Esa es la razón del cambio de planteamiento de seguridad pública del presidente, pues ante el desborde aparente de la PNC por la subida de los crímenes, surge nuevamente (por enésima vez) la varita mágica de sacar a los soldados a las calles.
Hay muchos ciudadanos que siguen ingresando a la institución policial con la intención de profesionalizarse y cumplir legalmente con el papel asignado a dicha fuerza. Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.
Esto, señor presidente, es un despropósito que no hace más que debilitar a una policía que lleva décadas luchando por su consolidación y profesionalización como institución de seguridad pública no militar. Si la intención de llamarse Policía Nacional Civil tenía el claro objetivo de desvincularla del aparato militar, al que estuvo sujeta durante los más oscuros años de la violencia en el país, el sumar militares en las patrullas es todo un despropósito.
La PNC lleva años tratando de encontrar un nicho de vinculación directa con la población. Recuerdo el exitoso programa de “Cuéntaselo a Waldemar” o la línea directa 24/7 para denunciar las extorsiones. Estos programas lograron precisamente que la gente común y corriente fuera creando vínculos con la policía, de la que tradicionalmente desconfía gracias a figuras tenebrosas como los temidos “judiciales” o innombrables como Chupina, Valiente Téllez o García Arredondo. La policía lograba un paso hacia la población con programas como la prevención del delito, dirigido por años por nuestro querido y admirado amigo Axel Romero, y ahora parece que vamos de reversa imponiendo la figura intimidante de los soldados “apoyando” a una PNC que pareciera no poder cumplir con su papel.
Es cierto que la PNC ha tenido muchísimos problemas a lo largo de sus 26 años de historia. La corrupción, la incapacidad, los tumbes de droga, las asociaciones ilícitas de algunos de sus agentes con criminales le han hecho daño a esta fuerza de seguridad, pero también es cierto que hay agentes que se levantan todos los días dispuestos a jugarse la vida porque la seguridad de los ciudadanos sea efectiva. También es cierto que hay muchos ciudadanos que siguen ingresando a la institución policial con la intención de profesionalizarse y cumplir legalmente con el papel asignado a dicha fuerza. Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.
Dando palos de ciego
Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.
Una encuesta de opinión revelaba a inicios de esta semana que el nivel de aceptación del presidente Bernardo Arévalo ronda el 32 %, a tan solo 9 meses de gobierno. La percepción de que el país va por mal camino asciende al 47 %. Dado el estado actual del país en general, aún parecen números optimistas, pero son lo que son. Son producto de un sondeo de percepción. Al parecer, la percepción de la población, con la que el presidente pretendía desechar los números duros de la inseguridad creciente, le ha confrontado directamente, interpelándolo.
El problema es que la solución al problema que plantea el crecimiento de crímenes en el país es otra improvisación, producto, imagino yo, de las malas asesorías que ya son costumbre dentro del presente gobierno. En palabras populares, no dan pie con bola y siguen tomando medidas inspiradas por el más evidente y burdo cortoplacismo.
No se puede explicar de otra forma que la nueva solución mágica para detener la criminalidad creciente sea regresar a la vieja fórmula de los patrullajes conjuntos de la Policía Nacional Civil —PNC— y el Ejército de Guatemala. Viniendo de quien dedicara todo un libro a criticar el papel del Ejército en la historia del Estado liberal guatemalteco, ya ronda el chiste de mal gusto. Recordemos que el libro del presidente, cuando ejercía de investigador social, se titulaba “Estado violento y ejército político. Formación Estatal y Función militar en Guatemala, 1524-1963”, en el que planteaba que las prácticas de violencia desaforada de las instituciones estatales, dentro de las que resaltaba el Ejército de Guatemala, eran el centro de la construcción nacional. No es que el académico no se pueda equivocar, pero al menos un mea culpa explicaría semejante cambio de impresión frente a una institución de la que fue opositor y crítico.
No hay duda de que la realidad se termina por imponer a los desarrollos teóricos e ideológicos. Esa es la razón del cambio de planteamiento de seguridad pública del presidente, pues ante el desborde aparente de la PNC por la subida de los crímenes, surge nuevamente (por enésima vez) la varita mágica de sacar a los soldados a las calles.
Hay muchos ciudadanos que siguen ingresando a la institución policial con la intención de profesionalizarse y cumplir legalmente con el papel asignado a dicha fuerza. Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.
Esto, señor presidente, es un despropósito que no hace más que debilitar a una policía que lleva décadas luchando por su consolidación y profesionalización como institución de seguridad pública no militar. Si la intención de llamarse Policía Nacional Civil tenía el claro objetivo de desvincularla del aparato militar, al que estuvo sujeta durante los más oscuros años de la violencia en el país, el sumar militares en las patrullas es todo un despropósito.
La PNC lleva años tratando de encontrar un nicho de vinculación directa con la población. Recuerdo el exitoso programa de “Cuéntaselo a Waldemar” o la línea directa 24/7 para denunciar las extorsiones. Estos programas lograron precisamente que la gente común y corriente fuera creando vínculos con la policía, de la que tradicionalmente desconfía gracias a figuras tenebrosas como los temidos “judiciales” o innombrables como Chupina, Valiente Téllez o García Arredondo. La policía lograba un paso hacia la población con programas como la prevención del delito, dirigido por años por nuestro querido y admirado amigo Axel Romero, y ahora parece que vamos de reversa imponiendo la figura intimidante de los soldados “apoyando” a una PNC que pareciera no poder cumplir con su papel.
Es cierto que la PNC ha tenido muchísimos problemas a lo largo de sus 26 años de historia. La corrupción, la incapacidad, los tumbes de droga, las asociaciones ilícitas de algunos de sus agentes con criminales le han hecho daño a esta fuerza de seguridad, pero también es cierto que hay agentes que se levantan todos los días dispuestos a jugarse la vida porque la seguridad de los ciudadanos sea efectiva. También es cierto que hay muchos ciudadanos que siguen ingresando a la institución policial con la intención de profesionalizarse y cumplir legalmente con el papel asignado a dicha fuerza. Poner al ejército en las calles debilita a la policía, no la refuerza desde ningún punto de vista.