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Cuento cuentos y cuento arañas

Es sano colocarle un signo de interrogación a lo que damos por sentado.

.
Alejandra Osorio |
18 de julio, 2024

Estamos hechos de historias: las que contamos, las que escuchamos, aquellas que ignoramos, las que repetimos e, incluso, las que sabiendo falsas decidimos creer. Así pues, cada acción o pensamiento, cada instante, encuentra su origen en ellas. Estas nos acompañan desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y, después de esta, no tendremos control de aquellas historias que se cuenten sobre nosotros.

Entonces, por qué habría de sorprender que las personas cuenten historias incluso en las situaciones más terribles. Ahí, en las plantaciones de algodón, los esclavos murmuraban las historias de una tal tía Nancy… tía Nansi… tía Anansi… Anansi. Sí, así escondían el nombre del dios araña que los acompañó desde África. Y él es el dios de todas las historias.

Tejiendo telas…

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Mucho tiempo atrás, en Ghana, no existían historias en el mundo. Esto no era por falta de hazañas y grandeza, sino es que todas se encontraban en el poder de Nyame, el que lo ve y sabe todo. Sin embargo, esto no sería para siempre, pues Anansi fue con el dios del cielo y ofreció comprárselas.

Nyame, entre risas, le explicó que muchos lo habían intentado; incluso reyes poderosos habían vaciado sus arcas y fallaron. ¿Qué podría ofrecer una araña? No obstante, ante la insistencia de Anansi, el gran dios le dio su precio. Para hacerse de las historias, habría de capturar a los animales más peligrosos: la pitón Onini, las avispas Mmoboro y el leopardo Osebo. Y la araña solo sonrió antes de iniciar su camino.

Sócrates, en palabras de Platón, lo plantea con claridad al decir que «una vida sin examen no es vida». Y es que, por lo tanto, no solo debemos repetir o aceptar historias, sino que es necesario evaluarlas.

Es que, entre todas las cosas que sabía Nyame, había algo que desconocía: Anansi era inteligente, muy inteligente. Así pues, la araña entendía que su arma no sería su cuerpo, sino su mente, por lo que se dispuso a engañar a la pitón. De esta manera, aprovechando la vanidad de Onini, logró atraparla con lianas y una palmera. Luego hizo creer a las avispas que estaba lloviendo, para encerrarlas en una calabaza vacía. Después, con trampas y mentiras, dejó inconsciente al leopardo. Al terminar, fue con el dios y le entregó su pago. Y Nyame, sorprendido, le dio su bendición. De esta forma y desde ese día, las historias le pertenecen a Anansi. Por ello, sin importar el tema, la longitud o el origen, todas son conocidas como historias de araña.

Tejiendo historias…

Esta acción permitió que las historias no se quedaran almacenadas, sino que cobraran vida al ser contadas; pues Anansi permitió que todos las narraran. Y es en ese intercambio de historias donde se halla la verdadera fortuna que generó el dios araña. Puesto que, si se intercambian, todos se enriquecen en ideas. La escritora Hellen Keller, en un discurso, plantea que solos podemos hacer muy poco y juntos podemos hacer tantísimo. Así pues, esta mezcla de historias propia de la interacción humana solo podrá devenir en más historias e ideas.

Ahora bien, hay algo que se debe aclarar: no se trata de coleccionar historias y guardarlas como si fuesen el tesoro de un dragón. Aquí el secreto del éxito se encuentra no solo en el intercambio de ideas, sino en el análisis crítico que se realiza de estas, incluso de aquellas que valoramos más. Esto se debe a que el saber requiere trabajo, requiere reflexión, requiere análisis. Sócrates, en palabras de Platón, lo plantea con claridad al decir que «una vida sin examen no es vida». Y es que, por lo tanto, no solo debemos repetir o aceptar historias, sino que es necesario evaluarlas. Bertrand Russell lo establece al proponer que es sano colocarle un signo de interrogación a lo que damos por sentado. De lo contrario, como los animales atrapados por Anansi, quedaremos en medio de una tela de araña de la que no podremos escapar.

Cuento cuentos y cuento arañas

Es sano colocarle un signo de interrogación a lo que damos por sentado.

Alejandra Osorio |
18 de julio, 2024
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Estamos hechos de historias: las que contamos, las que escuchamos, aquellas que ignoramos, las que repetimos e, incluso, las que sabiendo falsas decidimos creer. Así pues, cada acción o pensamiento, cada instante, encuentra su origen en ellas. Estas nos acompañan desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y, después de esta, no tendremos control de aquellas historias que se cuenten sobre nosotros.

Entonces, por qué habría de sorprender que las personas cuenten historias incluso en las situaciones más terribles. Ahí, en las plantaciones de algodón, los esclavos murmuraban las historias de una tal tía Nancy… tía Nansi… tía Anansi… Anansi. Sí, así escondían el nombre del dios araña que los acompañó desde África. Y él es el dios de todas las historias.

Tejiendo telas…

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Mucho tiempo atrás, en Ghana, no existían historias en el mundo. Esto no era por falta de hazañas y grandeza, sino es que todas se encontraban en el poder de Nyame, el que lo ve y sabe todo. Sin embargo, esto no sería para siempre, pues Anansi fue con el dios del cielo y ofreció comprárselas.

Nyame, entre risas, le explicó que muchos lo habían intentado; incluso reyes poderosos habían vaciado sus arcas y fallaron. ¿Qué podría ofrecer una araña? No obstante, ante la insistencia de Anansi, el gran dios le dio su precio. Para hacerse de las historias, habría de capturar a los animales más peligrosos: la pitón Onini, las avispas Mmoboro y el leopardo Osebo. Y la araña solo sonrió antes de iniciar su camino.

Sócrates, en palabras de Platón, lo plantea con claridad al decir que «una vida sin examen no es vida». Y es que, por lo tanto, no solo debemos repetir o aceptar historias, sino que es necesario evaluarlas.

Es que, entre todas las cosas que sabía Nyame, había algo que desconocía: Anansi era inteligente, muy inteligente. Así pues, la araña entendía que su arma no sería su cuerpo, sino su mente, por lo que se dispuso a engañar a la pitón. De esta manera, aprovechando la vanidad de Onini, logró atraparla con lianas y una palmera. Luego hizo creer a las avispas que estaba lloviendo, para encerrarlas en una calabaza vacía. Después, con trampas y mentiras, dejó inconsciente al leopardo. Al terminar, fue con el dios y le entregó su pago. Y Nyame, sorprendido, le dio su bendición. De esta forma y desde ese día, las historias le pertenecen a Anansi. Por ello, sin importar el tema, la longitud o el origen, todas son conocidas como historias de araña.

Tejiendo historias…

Esta acción permitió que las historias no se quedaran almacenadas, sino que cobraran vida al ser contadas; pues Anansi permitió que todos las narraran. Y es en ese intercambio de historias donde se halla la verdadera fortuna que generó el dios araña. Puesto que, si se intercambian, todos se enriquecen en ideas. La escritora Hellen Keller, en un discurso, plantea que solos podemos hacer muy poco y juntos podemos hacer tantísimo. Así pues, esta mezcla de historias propia de la interacción humana solo podrá devenir en más historias e ideas.

Ahora bien, hay algo que se debe aclarar: no se trata de coleccionar historias y guardarlas como si fuesen el tesoro de un dragón. Aquí el secreto del éxito se encuentra no solo en el intercambio de ideas, sino en el análisis crítico que se realiza de estas, incluso de aquellas que valoramos más. Esto se debe a que el saber requiere trabajo, requiere reflexión, requiere análisis. Sócrates, en palabras de Platón, lo plantea con claridad al decir que «una vida sin examen no es vida». Y es que, por lo tanto, no solo debemos repetir o aceptar historias, sino que es necesario evaluarlas. Bertrand Russell lo establece al proponer que es sano colocarle un signo de interrogación a lo que damos por sentado. De lo contrario, como los animales atrapados por Anansi, quedaremos en medio de una tela de araña de la que no podremos escapar.

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