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Cuando un rey lucha contra un rey

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Alejandra Osorio |
19 de diciembre, 2024

El invierno no solo trae frío consigo. El cambio de estación tiene algo especial. Todos lo pueden sentir en el ambiente: el aire es distinto, el calor del Sol no parece igual y hasta los pájaros cantan una tonada diferente. No es solo una cuestión de mera percepción. Desde hace mucho tiempo, los vientos anunciaban cambios. Incluso, más años atrás de los que puedas imaginar, anunciaban una batalla que abría de llevarse a cabo siempre hasta el fin del mundo. Y estamos a unos cuantos días del solsticio de invierno, el día en que los reyes se enfrentan de nuevo.

Rey del Acebo

En la corte del Rey del Acebo se escucha un rumor: el hermano del monarca se acerca. Pero esto no es sorpresa para ninguno; después de todo, este combate se repite cada año. Sin embargo, no se deben dejar engañar y confundir este constante asedio por debilidad. El Rey del Acebo no es como la pequeña planta a la que hace referencia su nombre. Él es un ser imponente, cuyo cuerpo está hecho de las ramas y espinas del acebo; pero su rostro es decorado por una barba blanca y, a veces, una sonrisa bonachona.

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El monarca era un símbolo de abundancia. Durante su mandato, las cosechas habían sido recogidas y había alimento suficiente para pasar los fríos. Había luchado contra los mismos vientos para asegurar que los fuegos de las chimeneas no se apagasen. Cada pelea le desgastaba más su cuerpo, pero, a pesar de ello, se mantenía en su trono con orgullo y su juicio siempre era recto.

Al final de cuentas, como decía Francisco de Quevedo, en Historia de la vida del Buscón, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres».

Y, aunque él fuese tan querido, llegó el día en que un rey más joven apareció en la corte. Delante del viejo Rey del Acebo estaba el Rey del Roble, con más fuerza, con más energía, con más vida. «¿Qué estás haciendo aquí, hermano? ¿Acaso no fue suficiente cuando tu cabeza rodó en junio?», dijo el viejo monarca y su voz retumbó por el bosque. El hermano simplemente sonrió y desenvainó su espada, haciendo más obvio su reto. Así, el anciano rey tomó su hacha y comenzó la pelea.

Algunos dirán que solo fue un instante, mientras que otros contarán cómo batallaron todo el día. Lo que es verdad es que la cabeza del Rey del Acebo rodó al esconderse el Sol. Así pues, la Tierra tenía un nuevo monarca. Y, bajo la mirada joven del Rey del Roble, habrán de llegar los abrazos cálidos de los meses de primavera y verano. No obstante, él no podrá descansar en paz. Puesto que sabe que su hermano renacerá y, en el solsticio de verano, le retará.

Rey del Roble

Aunque nos puede parecer extraño explicar el cambio de las estaciones de esta manera, la historia, como muchas otras, encierra una verdad: el cambio es la regla. Si bien esta leyenda ayudaba a comprender a las personas el paso del tiempo, la idea central radica en el concepto del inicio y el fin, lo cual está presente en todo momento de la vida del ser humano. Entonces, ¿por qué tenemos miedo a cambiar? Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, dice que «las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio». Quizá el miedo radica en que el cambio no es solo de fachada. Moverse de invierno a verano, como el cambio de reyes, no es solo dejar atrás las bufandas. No, implica un cambio de actividades, de ideas, de vida. Pero en esto mismo está la belleza del cambio, pues nos ofrece una oportunidad. Al final de cuentas, como decía Francisco de Quevedo, en Historia de la vida del Buscón, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres».

Cuando un rey lucha contra un rey

Alejandra OsorioAlejandra Osorio
Alejandra Osorio |
19 de diciembre, 2024
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El invierno no solo trae frío consigo. El cambio de estación tiene algo especial. Todos lo pueden sentir en el ambiente: el aire es distinto, el calor del Sol no parece igual y hasta los pájaros cantan una tonada diferente. No es solo una cuestión de mera percepción. Desde hace mucho tiempo, los vientos anunciaban cambios. Incluso, más años atrás de los que puedas imaginar, anunciaban una batalla que abría de llevarse a cabo siempre hasta el fin del mundo. Y estamos a unos cuantos días del solsticio de invierno, el día en que los reyes se enfrentan de nuevo.

Rey del Acebo

En la corte del Rey del Acebo se escucha un rumor: el hermano del monarca se acerca. Pero esto no es sorpresa para ninguno; después de todo, este combate se repite cada año. Sin embargo, no se deben dejar engañar y confundir este constante asedio por debilidad. El Rey del Acebo no es como la pequeña planta a la que hace referencia su nombre. Él es un ser imponente, cuyo cuerpo está hecho de las ramas y espinas del acebo; pero su rostro es decorado por una barba blanca y, a veces, una sonrisa bonachona.

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El monarca era un símbolo de abundancia. Durante su mandato, las cosechas habían sido recogidas y había alimento suficiente para pasar los fríos. Había luchado contra los mismos vientos para asegurar que los fuegos de las chimeneas no se apagasen. Cada pelea le desgastaba más su cuerpo, pero, a pesar de ello, se mantenía en su trono con orgullo y su juicio siempre era recto.

Al final de cuentas, como decía Francisco de Quevedo, en Historia de la vida del Buscón, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres».

Y, aunque él fuese tan querido, llegó el día en que un rey más joven apareció en la corte. Delante del viejo Rey del Acebo estaba el Rey del Roble, con más fuerza, con más energía, con más vida. «¿Qué estás haciendo aquí, hermano? ¿Acaso no fue suficiente cuando tu cabeza rodó en junio?», dijo el viejo monarca y su voz retumbó por el bosque. El hermano simplemente sonrió y desenvainó su espada, haciendo más obvio su reto. Así, el anciano rey tomó su hacha y comenzó la pelea.

Algunos dirán que solo fue un instante, mientras que otros contarán cómo batallaron todo el día. Lo que es verdad es que la cabeza del Rey del Acebo rodó al esconderse el Sol. Así pues, la Tierra tenía un nuevo monarca. Y, bajo la mirada joven del Rey del Roble, habrán de llegar los abrazos cálidos de los meses de primavera y verano. No obstante, él no podrá descansar en paz. Puesto que sabe que su hermano renacerá y, en el solsticio de verano, le retará.

Rey del Roble

Aunque nos puede parecer extraño explicar el cambio de las estaciones de esta manera, la historia, como muchas otras, encierra una verdad: el cambio es la regla. Si bien esta leyenda ayudaba a comprender a las personas el paso del tiempo, la idea central radica en el concepto del inicio y el fin, lo cual está presente en todo momento de la vida del ser humano. Entonces, ¿por qué tenemos miedo a cambiar? Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, dice que «las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio». Quizá el miedo radica en que el cambio no es solo de fachada. Moverse de invierno a verano, como el cambio de reyes, no es solo dejar atrás las bufandas. No, implica un cambio de actividades, de ideas, de vida. Pero en esto mismo está la belleza del cambio, pues nos ofrece una oportunidad. Al final de cuentas, como decía Francisco de Quevedo, en Historia de la vida del Buscón, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres».

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