Cuando un escritor muere, se apaga una voz que multiplicaba cientos de voces que murmuran en las sombras. Cuando un escritor muere, duele un poco leer sus libros y recordar las ideas que aceptaste o rechazaste como tuyas. Cuando un escritor muere, se te muere un amigo que nunca te conoció, que nunca supo de ti, que nunca te escuchó, pero que, incluso así, cambió tu vida. La cuestión de la muerte es algo complejo para todo ser humano. En el caso de los escritores y los artistas, hay una ligera ventaja. Aunque no se lleve nada al más allá, sí que se deja evidencia de nuestra existencia en este mundo. Sin embargo, si nos dejamos llevar por las historias de Egipto, quizá las mismas palabras que escribimos aquí en la Tierra se encuentren también en el más allá.
Así en la Tierra…
Allá en la tierra del Nilo, donde los días son cálidos y las noches frías, a la luz de un débil fuego, un escriba termina de redactar las últimas palabras de su manuscrito. Sabe muy bien que le quedan unas cuantas horas antes de hallarse en la presencia de Horus. Su corazón será pesado en una balanza y el dios dictará su sentencia. Aunque teme el destino de su alma inmortal, la necesidad de terminar su escrito es más fuerte que el dolor que siente su cuerpo terrenal.
Así que escribe y escribe hasta lo último que quería decir. Y así muere. No obstante, aunque Anubis es quien lo recibe para conducirlo a su juicio, otra diosa lo observa con ternura. Ella es Seshat. Sobre su cabeza hay una estrella de siete puntas y sobre su vestido se encuentra la piel de un leopardo, muestra de su destreza en batalla.
Vargas Llosa, en el mismo texto, dijo que «la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla». Al leer sus obras y las de tantos otros escritores que ya han partido, confirmamos la vida después de la muerte.
Ella es la patrona de las bibliotecas y es la guardiana de la Casa de la Vida y la bibliotecaria celestial. Por su labor, las historias escritas en ese tiempo, antes y después, escritas y no escritas, son sus compañeras.
La vida en la Tierra es un reflejo del reino de los dioses. Por ello, cuando un autor escribe una historia en este mundo, se crea una copia en la biblioteca de Seshat. Por lo tanto, todo lo escrito es inmortal y, por ende, también lo son aquellos que escriben. La diosa vuelve a sonreír cuando el corazón del escriba es más ligero que una pluma, pero su sonrisa es aún más grande cuando guarda el manuscrito en su biblioteca en el reino de los dioses.
Como en el Cielo
Hace unos cuantos días, en Perú, falleció Vargas Llosa. Sin embargo, nos quedan sus historias que nacieron de una inconformidad ante la realidad. Él mismo escribió, en Cartas a un joven novelista, la razón de su acercamiento a la ficción: «¿qué origen tiene esa disposición precoz a inventar seres e historias que es el punto de partida de la vocación de escritor? Creo que la respuesta es: la rebeldía». Entre sus palabras encontraremos ideas afines y otras que quizá repudiaremos, pero, a través de estas, hallaremos grandes verdades sobre el mundo o nosotros mismos. La ficción nos conduce a la realidad. Vargas Llosa, en el mismo texto, dijo que «la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla». Al leer sus obras y las de tantos otros escritores que ya han partido, confirmamos la vida después de la muerte. Y, quizá al mismo tiempo, Seshat también las estará leyendo desde el reino de los dioses.
Cuando un escritor muere, se apaga una voz que multiplicaba cientos de voces que murmuran en las sombras. Cuando un escritor muere, duele un poco leer sus libros y recordar las ideas que aceptaste o rechazaste como tuyas. Cuando un escritor muere, se te muere un amigo que nunca te conoció, que nunca supo de ti, que nunca te escuchó, pero que, incluso así, cambió tu vida. La cuestión de la muerte es algo complejo para todo ser humano. En el caso de los escritores y los artistas, hay una ligera ventaja. Aunque no se lleve nada al más allá, sí que se deja evidencia de nuestra existencia en este mundo. Sin embargo, si nos dejamos llevar por las historias de Egipto, quizá las mismas palabras que escribimos aquí en la Tierra se encuentren también en el más allá.
Así en la Tierra…
Allá en la tierra del Nilo, donde los días son cálidos y las noches frías, a la luz de un débil fuego, un escriba termina de redactar las últimas palabras de su manuscrito. Sabe muy bien que le quedan unas cuantas horas antes de hallarse en la presencia de Horus. Su corazón será pesado en una balanza y el dios dictará su sentencia. Aunque teme el destino de su alma inmortal, la necesidad de terminar su escrito es más fuerte que el dolor que siente su cuerpo terrenal.
Así que escribe y escribe hasta lo último que quería decir. Y así muere. No obstante, aunque Anubis es quien lo recibe para conducirlo a su juicio, otra diosa lo observa con ternura. Ella es Seshat. Sobre su cabeza hay una estrella de siete puntas y sobre su vestido se encuentra la piel de un leopardo, muestra de su destreza en batalla.
Vargas Llosa, en el mismo texto, dijo que «la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla». Al leer sus obras y las de tantos otros escritores que ya han partido, confirmamos la vida después de la muerte.
Ella es la patrona de las bibliotecas y es la guardiana de la Casa de la Vida y la bibliotecaria celestial. Por su labor, las historias escritas en ese tiempo, antes y después, escritas y no escritas, son sus compañeras.
La vida en la Tierra es un reflejo del reino de los dioses. Por ello, cuando un autor escribe una historia en este mundo, se crea una copia en la biblioteca de Seshat. Por lo tanto, todo lo escrito es inmortal y, por ende, también lo son aquellos que escriben. La diosa vuelve a sonreír cuando el corazón del escriba es más ligero que una pluma, pero su sonrisa es aún más grande cuando guarda el manuscrito en su biblioteca en el reino de los dioses.
Como en el Cielo
Hace unos cuantos días, en Perú, falleció Vargas Llosa. Sin embargo, nos quedan sus historias que nacieron de una inconformidad ante la realidad. Él mismo escribió, en Cartas a un joven novelista, la razón de su acercamiento a la ficción: «¿qué origen tiene esa disposición precoz a inventar seres e historias que es el punto de partida de la vocación de escritor? Creo que la respuesta es: la rebeldía». Entre sus palabras encontraremos ideas afines y otras que quizá repudiaremos, pero, a través de estas, hallaremos grandes verdades sobre el mundo o nosotros mismos. La ficción nos conduce a la realidad. Vargas Llosa, en el mismo texto, dijo que «la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla». Al leer sus obras y las de tantos otros escritores que ya han partido, confirmamos la vida después de la muerte. Y, quizá al mismo tiempo, Seshat también las estará leyendo desde el reino de los dioses.