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¿Cristianismo y política?

En última instancia, la ley o es justa o es verborrea.

.
Reynaldo Rodríguez |
03 de julio, 2024

Es de común entendimiento que vivimos bajo Estados laicos, creados con el propósito de frenar algún poder ingente y malicioso proveniente de la Iglesia católica o de las otras corrientes cristianas. El Estado como lo conocemos, moderno y omnipotente, se lanza en batalla contra la realidad cultural actual para prevenir otros lazos de fidelidad y lealtad más que a este. Ya lo veía Nietzsche cuando afirmaba que el Estado se autoproclamaba como el pueblo y nada fuera de este podía ser el pueblo. La pregunta que brota en la mente de un cristiano, frente a un Estado que se construyó con un impulso laicista, es sobre su acción en lo político ¿Qué legitimidad tienen los deseos de impulsar legislación vitalmente cristiana dentro de una república llamada laica?

Ninguna.

La ley no es un instrumento moldeable al gusto del hombre, sino que es algo que, habiéndola conocido a través de las luces naturales de la razón, el hombre puede aprehender y marcarla en tablas para su seguimiento. La condición fundamental de la ley es que sea justa, pues ya en antaño se decía que lex iniusta non est lex (ley injusta no es ley). Se ve en la esencia de la pregunta que existe una división cognoscible entre lex y iustitia, entre la ley y aquel principio valioso al cual tiende, llámese justicia. Por tanto, la tarea de aquellos que están llamados a legislar es la de únicamente de transcribir aquello que ya está escrito en la naturaleza del hombre en su condición universal y, también, en las particularidades que la historia le entregue. Si esto es parte del mensaje del cristianismo, obrando siempre a través del amor, ¿qué de malo hay en legislar lo justo?

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Si las otras religiones seculares (léase ideologías) compiten entre ellas, ¿la nuestra no debería ser permitida?

En última instancia, la ley o es justa o es verborrea.

Ahora bien, habiendo alcanzado ya algunas verdades sobre la justicia, ¿habrá que limitarse porque estas verdades son religiosas? En primer lugar, me atrevería a decir que la mayoría de las verdades sobre la justicia dentro del debate político actual son cognoscibles sin necesariamente regresar a la Revelación, a saber, los textos bíblicos. Estas son verdades a las cuales se puede acercar el hombre con el correcto ejercicio de su razón (posiciones sobre el aborto, la eutanasia, el bien común y demás). En segundo lugar, en caso la religión cristiana fuese únicamente una simple narrativa entre muchas, una ideología más entre muchas, si las otras religiones seculares (léase ideologías) compiten entre ellas, ¿la nuestra no debería ser permitida?

La respuesta del cristiano frente a la realidad moderna es que su posición religiosa es una opción intelectual, de mayor rigor que cualquier otra ideología. Esta posición intelectual requiere un compromiso total, donde el Estado no se vea mezclado en la política interna eclesial, pero los cristianos sí se vean mezclado en la política interna del Estado.

La corriente que nos lleva a pensar que nos debería importar la posición laica del Estado es de corte francés y ubicua a través de Occidente. Según los ingenieros del Estado que la proponen, liberales reformadores del siglo XVIII y XIX, la condición laica del Estado purga la sociedad del oscurantismo religioso. Además de ser una posición severamente arrogante, pues considerando que, para nuestra posición histórica, los máximos exponentes filosóficos han sido católicos (San Agustín, Santo Tomás y todos sus seguidores), se asume también que el cristianismo es para hombres pasivos y moldeables por las garras de fósiles que desean sus fueros de regreso.

La respuesta del cristiano frente a la realidad moderna es que su posición religiosa es una opción intelectual, de mayor rigor que cualquier otra ideología. Esta posición intelectual requiere un compromiso total, donde el Estado no se vea mezclado en la política interna eclesial, pero los cristianos sí se vean mezclado en la política interna del Estado. Así como lo argüiría Maritain, el Estado debería ser vitalmente cristiano, a saber, debería estar lleno de cristianos, para que sus leyes sean cristianas. Todo proyecto político, pues, debería ser vitalmente cristiano dado que si habiendo conocido el bien, no lo hacemos, pecamos dos veces (Santiago 4, 17).

¿Cristianismo y política?

En última instancia, la ley o es justa o es verborrea.

Reynaldo Rodríguez |
03 de julio, 2024
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Es de común entendimiento que vivimos bajo Estados laicos, creados con el propósito de frenar algún poder ingente y malicioso proveniente de la Iglesia católica o de las otras corrientes cristianas. El Estado como lo conocemos, moderno y omnipotente, se lanza en batalla contra la realidad cultural actual para prevenir otros lazos de fidelidad y lealtad más que a este. Ya lo veía Nietzsche cuando afirmaba que el Estado se autoproclamaba como el pueblo y nada fuera de este podía ser el pueblo. La pregunta que brota en la mente de un cristiano, frente a un Estado que se construyó con un impulso laicista, es sobre su acción en lo político ¿Qué legitimidad tienen los deseos de impulsar legislación vitalmente cristiana dentro de una república llamada laica?

Ninguna.

La ley no es un instrumento moldeable al gusto del hombre, sino que es algo que, habiéndola conocido a través de las luces naturales de la razón, el hombre puede aprehender y marcarla en tablas para su seguimiento. La condición fundamental de la ley es que sea justa, pues ya en antaño se decía que lex iniusta non est lex (ley injusta no es ley). Se ve en la esencia de la pregunta que existe una división cognoscible entre lex y iustitia, entre la ley y aquel principio valioso al cual tiende, llámese justicia. Por tanto, la tarea de aquellos que están llamados a legislar es la de únicamente de transcribir aquello que ya está escrito en la naturaleza del hombre en su condición universal y, también, en las particularidades que la historia le entregue. Si esto es parte del mensaje del cristianismo, obrando siempre a través del amor, ¿qué de malo hay en legislar lo justo?

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Si las otras religiones seculares (léase ideologías) compiten entre ellas, ¿la nuestra no debería ser permitida?

En última instancia, la ley o es justa o es verborrea.

Ahora bien, habiendo alcanzado ya algunas verdades sobre la justicia, ¿habrá que limitarse porque estas verdades son religiosas? En primer lugar, me atrevería a decir que la mayoría de las verdades sobre la justicia dentro del debate político actual son cognoscibles sin necesariamente regresar a la Revelación, a saber, los textos bíblicos. Estas son verdades a las cuales se puede acercar el hombre con el correcto ejercicio de su razón (posiciones sobre el aborto, la eutanasia, el bien común y demás). En segundo lugar, en caso la religión cristiana fuese únicamente una simple narrativa entre muchas, una ideología más entre muchas, si las otras religiones seculares (léase ideologías) compiten entre ellas, ¿la nuestra no debería ser permitida?

La respuesta del cristiano frente a la realidad moderna es que su posición religiosa es una opción intelectual, de mayor rigor que cualquier otra ideología. Esta posición intelectual requiere un compromiso total, donde el Estado no se vea mezclado en la política interna eclesial, pero los cristianos sí se vean mezclado en la política interna del Estado.

La corriente que nos lleva a pensar que nos debería importar la posición laica del Estado es de corte francés y ubicua a través de Occidente. Según los ingenieros del Estado que la proponen, liberales reformadores del siglo XVIII y XIX, la condición laica del Estado purga la sociedad del oscurantismo religioso. Además de ser una posición severamente arrogante, pues considerando que, para nuestra posición histórica, los máximos exponentes filosóficos han sido católicos (San Agustín, Santo Tomás y todos sus seguidores), se asume también que el cristianismo es para hombres pasivos y moldeables por las garras de fósiles que desean sus fueros de regreso.

La respuesta del cristiano frente a la realidad moderna es que su posición religiosa es una opción intelectual, de mayor rigor que cualquier otra ideología. Esta posición intelectual requiere un compromiso total, donde el Estado no se vea mezclado en la política interna eclesial, pero los cristianos sí se vean mezclado en la política interna del Estado. Así como lo argüiría Maritain, el Estado debería ser vitalmente cristiano, a saber, debería estar lleno de cristianos, para que sus leyes sean cristianas. Todo proyecto político, pues, debería ser vitalmente cristiano dado que si habiendo conocido el bien, no lo hacemos, pecamos dos veces (Santiago 4, 17).

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