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Crisis que revelan

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Marimaite Rayo |
17 de julio, 2025

Las situaciones de crisis y emergencias, así como pueden ser un espacio para fomentar la unión de una comunidad y la solidaridad entre pares, también puede convertirse en un vehículo para el oportunismo y el aprovechamiento de los afectados para fines personales. Asimismo, una emergencia, debido al sentido de urgencia, saca a la luz las vulnerabilidades de un grupo y el contexto que los rodea. 

En pocas palabras, una crisis despoja a todos los individuos de las máscaras y la fachada que, posiblemente, recubría las deficiencias del fondo. 

Evidentemente, en Guatemala no somos la excepción. A raíz de la cadena de sismos que ha afectado el país en las últimas semanas, no solo ha sido posible ejemplificar que el país no está preparado para hacer frente a este tipo de emergencias, sino que también se ha evidenciado que gran parte de ello se debe a la incapacidad de la administración pública, el cinismo de nuestros políticos y la falta de visión estratégica en el desarrollo del país. 

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Es decir, la emergencia fue un recordatorio de que, pese a las campañas de relaciones públicas en las que todos los actores quieren hacerse ver bien y a sus obras, una sacudida es suficiente para hacer caer su palacio de marfil. 

El triplete

En primer lugar, una de las banderas que ha caracterizado a la administración de Bernardo Arévalo se relaciona con la promesa de mantener una administración técnica y profesional, alejada de los vaivenes políticos. Por ende, se pensaría que, por la naturaleza de la emergencia, un enjambre sísmico y consecuentes temblores de magnitud media, estas personas, especialistas en su campo, serían las más adecuadas para la evaluación, planificación y ejecución de planes de respuesta.

Una vez más, el gobierno se quedó, los políticos mostraron sus verdaderos colores y la infraestructura, como telón de fondo, no estuvo a la altura de las necesidades del país.

Sin embargo, como era de esperarse, ese tecnicismo se tradujo en burocracia, tramitología y, por ende, falta de respuestas claras y rápidas. Asimismo, la falta de experiencia empírica se evidenció en la desconexión que se ha visto entre las demandas de la población y la capacidad de respuesta de los funcionarios. Por lo tanto, esta situación demuestra cómo el gobierno de los mejores no necesariamente significa el mejor gobierno para la población. 

Por otro lado, mientras que los funcionarios técnicos se dormían en sus laureles, esperando la respuesta de sus reportes de evaluación, los políticos, ágiles por naturaleza, se montaron en la emergencia para capturar réditos políticos. A pesar de que el Congreso lleva meses paralizado y los diputados, pese a sus jugosos salarios, han pasado en silencio la mayor parte del año, esta emergencia fue un recordatorio que, más que por sus capacidades, su cargo se debe al apoyo de su electorado. Por ende, gran parte de los políticos de siempre, algunos diputados y otros eternos candidatos, desempolvaron la estrategia politiquera y las habilidades de campaña para atribuir responsabilidades a otros, en vez de asumir los costos de tener abandonadas sus jurisdicciones. En otras palabras, estas figuras se aprovecharon de la vulnerabilidad de su electorado, lo cual nos recuerda que un político sigue siendo un individuo con intereses propios, los cuales siempre se sobrepondrán al bienestar colectivo. 

Por último, la emergencia cristalizó las verdaderas consecuencias de un problema que, pese a su relevancia a nivel nacional, sigue sin ser una prioridad del gobierno. La infraestructura, específicamente, la falta de ella. Por un lado, el mal estado de la infraestructura vial no solo dificultó, y en algunos casos imposibilitó, la llegada de ayuda a las comunidades afectadas, sino que también obligó a que las respuestas de las autoridades fueran selectivas, dependiendo de las vías de acceso a cada territorio. Por otro lado, también dejó claro cómo las prioridades del gobierno no están bien enfocadas, dado que, aunque se regocijan del avance del proyecto de Caminos Rurales, es evidente que, sin unas buenas arterias principales, su finalidad de conectar a la República se queda corta

Una vez más, el gobierno se quedó, los políticos mostraron sus verdaderos colores y la infraestructura, como telón de fondo, no estuvo a la altura de las necesidades del país. Esta vez, la crisis fue benevolente con nosotros, sin embargo, si continuamos así, de repetirse o de ser más grave, la historia podría ser diferente.

Crisis que revelan

Marimaite Rayo |
17 de julio, 2025
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Las situaciones de crisis y emergencias, así como pueden ser un espacio para fomentar la unión de una comunidad y la solidaridad entre pares, también puede convertirse en un vehículo para el oportunismo y el aprovechamiento de los afectados para fines personales. Asimismo, una emergencia, debido al sentido de urgencia, saca a la luz las vulnerabilidades de un grupo y el contexto que los rodea. 

En pocas palabras, una crisis despoja a todos los individuos de las máscaras y la fachada que, posiblemente, recubría las deficiencias del fondo. 

Evidentemente, en Guatemala no somos la excepción. A raíz de la cadena de sismos que ha afectado el país en las últimas semanas, no solo ha sido posible ejemplificar que el país no está preparado para hacer frente a este tipo de emergencias, sino que también se ha evidenciado que gran parte de ello se debe a la incapacidad de la administración pública, el cinismo de nuestros políticos y la falta de visión estratégica en el desarrollo del país. 

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Es decir, la emergencia fue un recordatorio de que, pese a las campañas de relaciones públicas en las que todos los actores quieren hacerse ver bien y a sus obras, una sacudida es suficiente para hacer caer su palacio de marfil. 

El triplete

En primer lugar, una de las banderas que ha caracterizado a la administración de Bernardo Arévalo se relaciona con la promesa de mantener una administración técnica y profesional, alejada de los vaivenes políticos. Por ende, se pensaría que, por la naturaleza de la emergencia, un enjambre sísmico y consecuentes temblores de magnitud media, estas personas, especialistas en su campo, serían las más adecuadas para la evaluación, planificación y ejecución de planes de respuesta.

Una vez más, el gobierno se quedó, los políticos mostraron sus verdaderos colores y la infraestructura, como telón de fondo, no estuvo a la altura de las necesidades del país.

Sin embargo, como era de esperarse, ese tecnicismo se tradujo en burocracia, tramitología y, por ende, falta de respuestas claras y rápidas. Asimismo, la falta de experiencia empírica se evidenció en la desconexión que se ha visto entre las demandas de la población y la capacidad de respuesta de los funcionarios. Por lo tanto, esta situación demuestra cómo el gobierno de los mejores no necesariamente significa el mejor gobierno para la población. 

Por otro lado, mientras que los funcionarios técnicos se dormían en sus laureles, esperando la respuesta de sus reportes de evaluación, los políticos, ágiles por naturaleza, se montaron en la emergencia para capturar réditos políticos. A pesar de que el Congreso lleva meses paralizado y los diputados, pese a sus jugosos salarios, han pasado en silencio la mayor parte del año, esta emergencia fue un recordatorio que, más que por sus capacidades, su cargo se debe al apoyo de su electorado. Por ende, gran parte de los políticos de siempre, algunos diputados y otros eternos candidatos, desempolvaron la estrategia politiquera y las habilidades de campaña para atribuir responsabilidades a otros, en vez de asumir los costos de tener abandonadas sus jurisdicciones. En otras palabras, estas figuras se aprovecharon de la vulnerabilidad de su electorado, lo cual nos recuerda que un político sigue siendo un individuo con intereses propios, los cuales siempre se sobrepondrán al bienestar colectivo. 

Por último, la emergencia cristalizó las verdaderas consecuencias de un problema que, pese a su relevancia a nivel nacional, sigue sin ser una prioridad del gobierno. La infraestructura, específicamente, la falta de ella. Por un lado, el mal estado de la infraestructura vial no solo dificultó, y en algunos casos imposibilitó, la llegada de ayuda a las comunidades afectadas, sino que también obligó a que las respuestas de las autoridades fueran selectivas, dependiendo de las vías de acceso a cada territorio. Por otro lado, también dejó claro cómo las prioridades del gobierno no están bien enfocadas, dado que, aunque se regocijan del avance del proyecto de Caminos Rurales, es evidente que, sin unas buenas arterias principales, su finalidad de conectar a la República se queda corta

Una vez más, el gobierno se quedó, los políticos mostraron sus verdaderos colores y la infraestructura, como telón de fondo, no estuvo a la altura de las necesidades del país. Esta vez, la crisis fue benevolente con nosotros, sin embargo, si continuamos así, de repetirse o de ser más grave, la historia podría ser diferente.

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