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Coraje, querido corazón

Sin importar la acción que sea, requeriremos esa dosis que nos impulse en el ejercicio de la vida.

.
Alejandra Osorio |
15 de agosto, 2024

La valentía está hecha de muchas pequeñas acciones. No es un vacío de miedos, sino una serie de decisiones que demuestra la posibilidad de sobreponerse al temor. La valentía, además, se requiere para dar pasos de gigante; sin embargo, también es necesaria en las cosas pequeñas, en aquellas que parecen diminutas a gran escala. Ahora bien, algo como confesar su amor parecía una tarea titánica para un hombre de la tribu Lakota. 

Toma impulso…

Al norte del río Misuri, cuando solo existía el retumbo del tambor, había un joven que no sabía qué hacer. Como en muchas historias, su problema radicaba en el amor por una mujer. A sus ojos, no había ser más bello y noble. Él no deseaba otra cosa más que desposarla. No obstante, como dicta la tradición, antes de ello debía ganar su corazón. Así,el muchacho debía demostrar sus habilidades como guerrero y cazador. Sus acciones serían un fiel reflejo de su vitalidad. Pero había un problema: entre todos, él era el que tenía menos fuerza. 

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Por un segundo, el joven consideró simplemente decirle lo que sentía a la mujer. Aunque esta idea fue desechada de inmediato por el miedo que comenzó a abrazar su corazón. Así pues, decidió internarse en el bosque y seguir las pistas de un uapití, es decir, un ciervo, creyendo que una presa como esa sería suficiente para ganar la mano de la joven. Pero la tarea no era sencilla. Por más que siguiera las huellas, no parecía dar con el animal y, las pocas veces que lo vio, la criatura se burlaba de él y escapaba. 

Cuando la noche llegó, ya no había pistas. Ya no había luna. Ya no había esperanza. Así que se acercó a un riachuelo para beber agua y, a la orilla, pasar la noche. Pero el sueño no llegó, porque había un sonido peculiar. Era un sonido que no parecía de este mundo, como si se tratase de una canción de amor.

Después de todo, como lo plantea J. R. R. Tolkien, la valentía se encuentra en los lugares más extraños. Por lo que no nos debería extrañar que, en el instante más inesperado, requiramos de esa fuerza para seguir adelante a pesar de la oscuridad que se avecina o de la sencillez del problema.

Al amanecer continuó su marcha hasta que escuchó de nuevo el sonido. En un claro, vio a un uapití cantar su canción para atraer a su pareja. Aunque no era otra criatura la que le respondía, sino una rama vieja que tenía varios agujeros hechos por un pájaro carpintero. Y, al pasar la corriente de aire, la rama cantaba en armonía con el animal. Fue en ese momento que lo supo: debía tomar la rama. Así, regresó con su tribu con este objeto y no con el cuerpo del ciervo. Se colocó frente a la mujer y su alma tembló, pero calmó al miedo y empezó a tocar la flauta. Así, de corazón a corazón, habló.

Y vuela

La valentía demanda muchas cosas de las personas. En este caso, más allá de la flauta, el paso final lo dio el joven. De nada sirve el instrumento si se carece de valor para usarlo. Así pues, la valentía parece ser el punto de partida para cada acción y, según Maya Angelou, es el inicio de las virtudes. Puesto que ella indica que la valentía es la más importante de todas estas, pues sin ella no se podría practicar ninguna. 

Por ello, sin importar la acción que sea, requeriremos esa dosis que nos impulse en el ejercicio de la vida. Después de todo, como lo plantea J. R. R. Tolkien, la valentía se encuentra en los lugares más extraños. Por lo que no nos debería extrañar que, en el instante más inesperado, requiramos de esa fuerza para seguir adelante a pesar de la oscuridad que se avecina o de la sencillez del problema. Así, tendremos una voz, como la de C. S. Lewis, que nos susurre al oído: «coraje, querido corazón».

Coraje, querido corazón

Sin importar la acción que sea, requeriremos esa dosis que nos impulse en el ejercicio de la vida.

Alejandra Osorio |
15 de agosto, 2024
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La valentía está hecha de muchas pequeñas acciones. No es un vacío de miedos, sino una serie de decisiones que demuestra la posibilidad de sobreponerse al temor. La valentía, además, se requiere para dar pasos de gigante; sin embargo, también es necesaria en las cosas pequeñas, en aquellas que parecen diminutas a gran escala. Ahora bien, algo como confesar su amor parecía una tarea titánica para un hombre de la tribu Lakota. 

Toma impulso…

Al norte del río Misuri, cuando solo existía el retumbo del tambor, había un joven que no sabía qué hacer. Como en muchas historias, su problema radicaba en el amor por una mujer. A sus ojos, no había ser más bello y noble. Él no deseaba otra cosa más que desposarla. No obstante, como dicta la tradición, antes de ello debía ganar su corazón. Así,el muchacho debía demostrar sus habilidades como guerrero y cazador. Sus acciones serían un fiel reflejo de su vitalidad. Pero había un problema: entre todos, él era el que tenía menos fuerza. 

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Por un segundo, el joven consideró simplemente decirle lo que sentía a la mujer. Aunque esta idea fue desechada de inmediato por el miedo que comenzó a abrazar su corazón. Así pues, decidió internarse en el bosque y seguir las pistas de un uapití, es decir, un ciervo, creyendo que una presa como esa sería suficiente para ganar la mano de la joven. Pero la tarea no era sencilla. Por más que siguiera las huellas, no parecía dar con el animal y, las pocas veces que lo vio, la criatura se burlaba de él y escapaba. 

Cuando la noche llegó, ya no había pistas. Ya no había luna. Ya no había esperanza. Así que se acercó a un riachuelo para beber agua y, a la orilla, pasar la noche. Pero el sueño no llegó, porque había un sonido peculiar. Era un sonido que no parecía de este mundo, como si se tratase de una canción de amor.

Después de todo, como lo plantea J. R. R. Tolkien, la valentía se encuentra en los lugares más extraños. Por lo que no nos debería extrañar que, en el instante más inesperado, requiramos de esa fuerza para seguir adelante a pesar de la oscuridad que se avecina o de la sencillez del problema.

Al amanecer continuó su marcha hasta que escuchó de nuevo el sonido. En un claro, vio a un uapití cantar su canción para atraer a su pareja. Aunque no era otra criatura la que le respondía, sino una rama vieja que tenía varios agujeros hechos por un pájaro carpintero. Y, al pasar la corriente de aire, la rama cantaba en armonía con el animal. Fue en ese momento que lo supo: debía tomar la rama. Así, regresó con su tribu con este objeto y no con el cuerpo del ciervo. Se colocó frente a la mujer y su alma tembló, pero calmó al miedo y empezó a tocar la flauta. Así, de corazón a corazón, habló.

Y vuela

La valentía demanda muchas cosas de las personas. En este caso, más allá de la flauta, el paso final lo dio el joven. De nada sirve el instrumento si se carece de valor para usarlo. Así pues, la valentía parece ser el punto de partida para cada acción y, según Maya Angelou, es el inicio de las virtudes. Puesto que ella indica que la valentía es la más importante de todas estas, pues sin ella no se podría practicar ninguna. 

Por ello, sin importar la acción que sea, requeriremos esa dosis que nos impulse en el ejercicio de la vida. Después de todo, como lo plantea J. R. R. Tolkien, la valentía se encuentra en los lugares más extraños. Por lo que no nos debería extrañar que, en el instante más inesperado, requiramos de esa fuerza para seguir adelante a pesar de la oscuridad que se avecina o de la sencillez del problema. Así, tendremos una voz, como la de C. S. Lewis, que nos susurre al oído: «coraje, querido corazón».

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