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Contra los privilegios: Cuando la libertad compite contra el poder

Solo así dejaremos de competir contra el poder y comenzaremos a construir un futuro digno y justo para todos.

Ilustración por Gabo® / República
Dr. Ramiro Bolaños |
04 de noviembre, 2024

En el debate social, el privilegio representa derechos y ventajas que algunos disfrutan a costa de otros, no como fruto de la fortuna, sino como resultado de ventajas estructurales. Estas suelen definirse en torno a grupos de poder, generalmente desde el gobierno o desde sectores con influencia sobre él. Recordemos que el gobierno establece las reglas mediante las leyes o asigna contratos y beneficios, favoreciendo a quienes están cerca del centro de poder. Así, la corrupción tiende a concentrarse en las instituciones estatales, subrayando la urgencia de crear sistemas libres de influencias sectoriales, donde las leyes sirvan a todos y protejan al individuo, su vida, su propiedad y el equilibrio social necesario para convivir en paz y progresar.

Desde la república romana, pensadores como Cicerón advertían sobre los peligros de la concentración de poder y privilegios: «La justicia es la virtud fundamental. Su interrupción puede ocurrir de forma activa, por la codicia de dinero o poder, pero también por omisión, descuidando el deber hacia la sociedad». Séneca, por su parte, afirmaba que la virtud debía frenar la corrupción y la deshonestidad: «Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad».

Es increíble pensar que hace más de dos mil años ya existía una preocupación profunda por los estragos causados por los privilegios y la corrupción. Durante el Renacimiento, Maquiavelo advertía sobre los riesgos de conceder poder a unos en detrimento de otros. «El príncipe, que se apoya demasiado en el pueblo y concede excesivos privilegios a los nobles, prepara su propia ruina».

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Siglos después, economistas como Friedrich von Hayek y Ludwig von Mises indicaron que la centralización de poder favorece inevitablemente a quienes están cerca del centro de decisión, y que el intervencionismo estatal, al otorgar privilegios, no solo perjudica a los consumidores, sino que también obstaculiza el desarrollo económico.

Habiendo conocido la realidad comunista, Ayn Rand observaba que el colectivismo, en cualquiera de sus formas, conduce inevitablemente a la concentración de poder en manos de una élite. Murray Rothbard alertaba sobre el efecto de la centralización en estados con instituciones débiles: los privilegios no solo son injustos, sino que crean ineficiencias económicas y frenan el progreso social.

Incluso Amartya Sen, premio Nobel de Economía, sentenció: «El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas». En otras palabras, la eliminación de los privilegios, la corrupción y la concentración de poder.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes dispuestos a cortar de raíz la corrupción y la ineficiencia y a liberar el poder de los ciudadanos. La historia de otros países nos demuestra que es posible, pero depende de cada uno de nosotros apoyar y demandar un cambio real.

La historia y estos pensadores nos recuerdan que la concentración de poder y privilegios, sostenidos en un sistema que desprecia la libertad y la igualdad de condiciones, generan pobreza, sufrimiento e injusticia. Y no necesitamos mirar lejos para verlo. Venezuela pasó de ser uno de los países más ricos de Sudamérica a enfrentar una de las peores crisis políticas y humanitarias de la región, impulsada por la corrupción, especialmente en la petrolera estatal PDVSA, que permitió desviar 1.2 mil millones de dólares al extranjero.

Brasil, con el escándalo «Lava Jato», vivió uno de los mayores casos de corrupción, lo que condujo a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y puso en el centro de la investigación a cuatro expresidentes. Este fenómeno costó a Brasil hasta el 2.3 % de su PIB anual. En Malasia, se desviaron más de 4.5 mil millones de dólares de un fondo estatal, y en Líbano, décadas de corrupción han dejado a más del 80 % de su población en la pobreza.

En Guatemala, nuestra historia no es muy distinta. Nuestro sistema político ha crecido en torno a la concentración de poder y privilegios, generando nuevos grupos de poder y riqueza. Esto no solo afecta a los más pobres; también roba a la clase media la posibilidad de ascenso social en un sistema que, si bien respeta la libertad individual, falla en ofrecer igualdad ante la ley y oportunidades de crear y acumular riqueza.

Guatemala merece algo mejor. La oportunidad de crecer, avanzar y prosperar solo será real cuando erradiquemos este sistema de privilegios que impide a la mayoría alcanzar su verdadero potencial. Que cada guatemalteco, con su esfuerzo y libertad, pueda construir un futuro sin la sombra de la corrupción y el favoritismo que nos roba el presente.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes dispuestos a cortar de raíz la corrupción y la ineficiencia y a liberar el poder de los ciudadanos. La historia de otros países nos demuestra que es posible, pero depende de cada uno de nosotros apoyar y demandar un cambio real. Solo así dejaremos de competir contra el poder y comenzaremos a construir un futuro digno y justo para todos.

PhD. José Ramiro Bolaños

Contra los privilegios: Cuando la libertad compite contra el poder

Solo así dejaremos de competir contra el poder y comenzaremos a construir un futuro digno y justo para todos.

Dr. Ramiro Bolaños |
04 de noviembre, 2024
Ilustración por Gabo® / República

En el debate social, el privilegio representa derechos y ventajas que algunos disfrutan a costa de otros, no como fruto de la fortuna, sino como resultado de ventajas estructurales. Estas suelen definirse en torno a grupos de poder, generalmente desde el gobierno o desde sectores con influencia sobre él. Recordemos que el gobierno establece las reglas mediante las leyes o asigna contratos y beneficios, favoreciendo a quienes están cerca del centro de poder. Así, la corrupción tiende a concentrarse en las instituciones estatales, subrayando la urgencia de crear sistemas libres de influencias sectoriales, donde las leyes sirvan a todos y protejan al individuo, su vida, su propiedad y el equilibrio social necesario para convivir en paz y progresar.

Desde la república romana, pensadores como Cicerón advertían sobre los peligros de la concentración de poder y privilegios: «La justicia es la virtud fundamental. Su interrupción puede ocurrir de forma activa, por la codicia de dinero o poder, pero también por omisión, descuidando el deber hacia la sociedad». Séneca, por su parte, afirmaba que la virtud debía frenar la corrupción y la deshonestidad: «Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad».

Es increíble pensar que hace más de dos mil años ya existía una preocupación profunda por los estragos causados por los privilegios y la corrupción. Durante el Renacimiento, Maquiavelo advertía sobre los riesgos de conceder poder a unos en detrimento de otros. «El príncipe, que se apoya demasiado en el pueblo y concede excesivos privilegios a los nobles, prepara su propia ruina».

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Siglos después, economistas como Friedrich von Hayek y Ludwig von Mises indicaron que la centralización de poder favorece inevitablemente a quienes están cerca del centro de decisión, y que el intervencionismo estatal, al otorgar privilegios, no solo perjudica a los consumidores, sino que también obstaculiza el desarrollo económico.

Habiendo conocido la realidad comunista, Ayn Rand observaba que el colectivismo, en cualquiera de sus formas, conduce inevitablemente a la concentración de poder en manos de una élite. Murray Rothbard alertaba sobre el efecto de la centralización en estados con instituciones débiles: los privilegios no solo son injustos, sino que crean ineficiencias económicas y frenan el progreso social.

Incluso Amartya Sen, premio Nobel de Economía, sentenció: «El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas». En otras palabras, la eliminación de los privilegios, la corrupción y la concentración de poder.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes dispuestos a cortar de raíz la corrupción y la ineficiencia y a liberar el poder de los ciudadanos. La historia de otros países nos demuestra que es posible, pero depende de cada uno de nosotros apoyar y demandar un cambio real.

La historia y estos pensadores nos recuerdan que la concentración de poder y privilegios, sostenidos en un sistema que desprecia la libertad y la igualdad de condiciones, generan pobreza, sufrimiento e injusticia. Y no necesitamos mirar lejos para verlo. Venezuela pasó de ser uno de los países más ricos de Sudamérica a enfrentar una de las peores crisis políticas y humanitarias de la región, impulsada por la corrupción, especialmente en la petrolera estatal PDVSA, que permitió desviar 1.2 mil millones de dólares al extranjero.

Brasil, con el escándalo «Lava Jato», vivió uno de los mayores casos de corrupción, lo que condujo a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y puso en el centro de la investigación a cuatro expresidentes. Este fenómeno costó a Brasil hasta el 2.3 % de su PIB anual. En Malasia, se desviaron más de 4.5 mil millones de dólares de un fondo estatal, y en Líbano, décadas de corrupción han dejado a más del 80 % de su población en la pobreza.

En Guatemala, nuestra historia no es muy distinta. Nuestro sistema político ha crecido en torno a la concentración de poder y privilegios, generando nuevos grupos de poder y riqueza. Esto no solo afecta a los más pobres; también roba a la clase media la posibilidad de ascenso social en un sistema que, si bien respeta la libertad individual, falla en ofrecer igualdad ante la ley y oportunidades de crear y acumular riqueza.

Guatemala merece algo mejor. La oportunidad de crecer, avanzar y prosperar solo será real cuando erradiquemos este sistema de privilegios que impide a la mayoría alcanzar su verdadero potencial. Que cada guatemalteco, con su esfuerzo y libertad, pueda construir un futuro sin la sombra de la corrupción y el favoritismo que nos roba el presente.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes dispuestos a cortar de raíz la corrupción y la ineficiencia y a liberar el poder de los ciudadanos. La historia de otros países nos demuestra que es posible, pero depende de cada uno de nosotros apoyar y demandar un cambio real. Solo así dejaremos de competir contra el poder y comenzaremos a construir un futuro digno y justo para todos.

PhD. José Ramiro Bolaños

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