Consejos de oso
«Ahora discurría con más lentitud, pues sabía hacia dónde se dirigía y se decía a sí mismo “no hay prisa, algún día llegaremos”»
El tiempo en una sala de espera transcurre de forma graciosa. Es una gota que se estira hasta ser un océano. Y, cuando esto sucede, no queda otra salida más que nadar. Pero el cuerpo se cansa, así que dejas de moverte y flotas. Flotas tanto que no te percatas que había tierra firme cerca de ti.
La espera es ese juego de acertar el momento perfecto para escapar del agua. Sin embargo, esto va a veces en contra de nuestra propia naturaleza impaciente, deseosa de tener el resultado anhelado entre las manos. El problema radica en querer poseer el futuro en el presente. Un ejemplo es una jovencita que ahora busca el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna.
Al este del Sol
En los bosques de Noruega, vivía una familia que era tan pobre como lo era extensa. A pesar de los intentos de los padres, siempre faltaba comida y pasaban los días trabajando y con el estómago vacío. Hasta que, una mañana cuando no había desayuno, se escucharon cuatro golpeteos en la ventana. Entonces, el padre se acercó y, al hacerlo, su corazón quiso escapar de su pecho, pues frente a él había un gigantesco oso blanco. Cuando el animal abrió la boca, el viejo esperaba convertirse en su alimento, no que este le ofreciera riquezas a cambio de su hija más joven. El hambre habló en lugar del padre, y la chica se encontró casada con el oso.
Así pues, los recién casados, mujer y animal, emprendieron un largo viaje. Aunque el destino no era una cueva fría y húmeda, sino un castillo repleto de todo aquello que se pueda soñar. Pero no fueron las riquezas las que calmaron a la joven, sino la amabilidad, decencia y gentileza de la bestia.
Calma, respira y espera. No hay necesidad de buscar el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna si solo aguardamos un poco más.
A pesar de todo, con el tiempo, había algo que la inquietaba. En las noches, en lugar de sentir el pelaje y garras del esposo oso, a su lado percibía manos y piel tersa. Ella se guardó la duda en espera de una respuesta. Pero la pregunta la estaba devorando por dentro. Era tal la necesidad que, una noche mientras su esposo dormía, tomó una lámpara de aceite y se le acercó. Así vio, en lugar del oso, a un joven hermoso.
Lamentablemente, tres gotas de aceite cayeron sobre él y lo alertaron. El hombre la observó con el rostro lleno de decepción y simplemente murmuró «si solo hubieses esperado unos meses más, el hechizo se hubiera roto». Así, al príncipe no le quedó más remedio que regresar al palacio al este del Sol y al oeste de la Luna. Y la joven, ya profundamente enamorada, no tuvo otra opción que emprender un largo, larguísimo viaje al palacio al este del Sol y al oeste de la Luna.
Al oeste de la Luna
Yago, en el Otelo de Shakespeare, exclama «¡qué pobres gentes las que carecen de paciencia! ¿Qué herida no se ha sanado paso a paso?». Pero, en nuestra defensa, es natural impacientarse ante un mundo que no se mueve a la velocidad deseada. A pesar de ello, solo queda ajustar el ritmo del corazón al flujo de la existencia. Calma, respira y espera.
Quizá otro oso, el oso Pooh, tenga algo de razón en el asunto. Su autor, A. A. Milne, en el Rincón de Pooh, escribió lo siguiente sobre un río en el Bosque de los Cien Acres: «ahora discurría con más lentitud, pues sabía hacia dónde se dirigía y se decía a sí mismo “no hay prisa, algún día llegaremos”». Calma, respira y espera. No hay necesidad de buscar el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna si solo aguardamos un poco más.
Consejos de oso
«Ahora discurría con más lentitud, pues sabía hacia dónde se dirigía y se decía a sí mismo “no hay prisa, algún día llegaremos”»
El tiempo en una sala de espera transcurre de forma graciosa. Es una gota que se estira hasta ser un océano. Y, cuando esto sucede, no queda otra salida más que nadar. Pero el cuerpo se cansa, así que dejas de moverte y flotas. Flotas tanto que no te percatas que había tierra firme cerca de ti.
La espera es ese juego de acertar el momento perfecto para escapar del agua. Sin embargo, esto va a veces en contra de nuestra propia naturaleza impaciente, deseosa de tener el resultado anhelado entre las manos. El problema radica en querer poseer el futuro en el presente. Un ejemplo es una jovencita que ahora busca el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna.
Al este del Sol
En los bosques de Noruega, vivía una familia que era tan pobre como lo era extensa. A pesar de los intentos de los padres, siempre faltaba comida y pasaban los días trabajando y con el estómago vacío. Hasta que, una mañana cuando no había desayuno, se escucharon cuatro golpeteos en la ventana. Entonces, el padre se acercó y, al hacerlo, su corazón quiso escapar de su pecho, pues frente a él había un gigantesco oso blanco. Cuando el animal abrió la boca, el viejo esperaba convertirse en su alimento, no que este le ofreciera riquezas a cambio de su hija más joven. El hambre habló en lugar del padre, y la chica se encontró casada con el oso.
Así pues, los recién casados, mujer y animal, emprendieron un largo viaje. Aunque el destino no era una cueva fría y húmeda, sino un castillo repleto de todo aquello que se pueda soñar. Pero no fueron las riquezas las que calmaron a la joven, sino la amabilidad, decencia y gentileza de la bestia.
Calma, respira y espera. No hay necesidad de buscar el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna si solo aguardamos un poco más.
A pesar de todo, con el tiempo, había algo que la inquietaba. En las noches, en lugar de sentir el pelaje y garras del esposo oso, a su lado percibía manos y piel tersa. Ella se guardó la duda en espera de una respuesta. Pero la pregunta la estaba devorando por dentro. Era tal la necesidad que, una noche mientras su esposo dormía, tomó una lámpara de aceite y se le acercó. Así vio, en lugar del oso, a un joven hermoso.
Lamentablemente, tres gotas de aceite cayeron sobre él y lo alertaron. El hombre la observó con el rostro lleno de decepción y simplemente murmuró «si solo hubieses esperado unos meses más, el hechizo se hubiera roto». Así, al príncipe no le quedó más remedio que regresar al palacio al este del Sol y al oeste de la Luna. Y la joven, ya profundamente enamorada, no tuvo otra opción que emprender un largo, larguísimo viaje al palacio al este del Sol y al oeste de la Luna.
Al oeste de la Luna
Yago, en el Otelo de Shakespeare, exclama «¡qué pobres gentes las que carecen de paciencia! ¿Qué herida no se ha sanado paso a paso?». Pero, en nuestra defensa, es natural impacientarse ante un mundo que no se mueve a la velocidad deseada. A pesar de ello, solo queda ajustar el ritmo del corazón al flujo de la existencia. Calma, respira y espera.
Quizá otro oso, el oso Pooh, tenga algo de razón en el asunto. Su autor, A. A. Milne, en el Rincón de Pooh, escribió lo siguiente sobre un río en el Bosque de los Cien Acres: «ahora discurría con más lentitud, pues sabía hacia dónde se dirigía y se decía a sí mismo “no hay prisa, algún día llegaremos”». Calma, respira y espera. No hay necesidad de buscar el palacio al este del Sol y al oeste de la Luna si solo aguardamos un poco más.