Con motivo de las celebraciones de independencia
Debemos preparar a nuestros hijos para que piensen críticamente y de forma autónoma, que se nieguen a la imposición de dogmas, que aprendan a discutir y, sobre todo, a perder el miedo a poner las propias ideas en duda para confirmar su pensamiento y madurarlo.
Para amar al país en el que vivimos es preciso conocer su historia. Esta es la gran deuda que nos tiene a todos los guatemaltecos el sistema educativo, que por seguir las olas de moda pareciera que “no da pie con bola”, como se dice popularmente en cuanto a la forma de presentarle los temas fundamentales de nuestra historia patria a los niños que acuden día a día a las aulas de los establecimientos públicos y privados, de forma atractiva.
El aprendizaje de la historia debe de trascender la descripción y memoria de fechas unidas a nombres y a hechos sin contexto y sin aparente conexión de unos con otros. La metodología clásica de las aulas guatemaltecas ha sido repetir estos datos hasta marear a los pobres niños sin pretender explicarles absolutamente nada más, llenándolos en esencia de un montón de datos inútiles. En consecuencia, en vez de generar inquietud intelectual o hambre de conocimiento, la mayoría de los niños de nuestro país (y del mundo, me parece), salen de su educación básica odiando la sola mención de la clase de historia y con una insuperable aversión a todo lo que tenga que ver con el pasado.
La historia bien explicada no es una colección de datos sobre hechos viejos y aislados con la realidad presente. La historia es un río de hechos concatenados irremediablemente unos con otros por la simple ley de acción/reacción, acción/consecuencia que siguiéndolo de la forma adecuada nos puede llevar a un sorprendente redescubrimiento de la realidad actual. En el campo de la literatura, es el ejercicio que de forma magistral hace el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su exquisita novela “Conversación en la Catedral”, que parte de una sencilla pregunta: ¿Cuándo se jodió el Perú?, y le sirve para desgranar los sucesos de la dictadura del general Odría a mediados del siglo XX, para explicar una decadencia del sistema democrático peruano que décadas después derivó en el desastre que hemos presenciado con una vertiginosa seguidilla de presidentes constitucionales y provisorios que interrumpieron un virtuoso ciclo de crecimiento económico del país sudamericano.
Se ha querido plantear que el estudio de la historia es igual a vivir en el pasado, cuando la realidad del estudio histórico es todo lo contrario. La premisa de partida debería ser, en cambio, que se debe entender el pasado para poder proyectar acciones a futuro.
Así, la aplicación del pensamiento crítico al momento de explorar los hechos del pasado resulta ser la herramienta indispensable para comprender de mejor forma nuestra realidad actual. En la medida en que el maestro comprenda de mejor forma la historia, podrá transmitirla de mejor forma a los estudiantes que acuden a su aula. Leer, cuestionarse, preguntar, criticar y debatir resultan también las mejores herramientas para que una clase a la que la mayoría de alumnos le huyen, pueda transformarse en una nueva y retadora experiencia de descubrimiento. De forma muy preocupante, para los nuevos pedagogos que dictan los contenidos de las pensas de estudios, la tentación ha sido una solución fácil e inmediatista de suprimir estas clases, en vez de encontrar nuevas fórmulas para hacerlas más atractivas y hallar el sentido útil de aprender sobre la historia.
Se ha querido plantear que el estudio de la historia es igual a vivir en el pasado, cuando la realidad del estudio histórico es todo lo contrario. La premisa de partida debería ser, en cambio, que se debe entender el pasado para poder proyectar acciones a futuro. Decía el gran intelectual hondureño José del Valle desde las páginas del “Amigo de la Patria”, que circulaba por estos días hace 203 años, que no puede gobernarse lo que no se conoce. Para ser un buen gobernante se debe conocer el espacio físico y la realidad material de los que viven en el país y así generar una adecuada agenda de gobierno. Pero para ello debemos preparar a nuestros niños para poder asumir tan inmensos retos.
Para terminar, debemos preparar a nuestros hijos para que piensen críticamente y de forma autónoma, que se nieguen a la imposición de dogmas, que aprendan a discutir y, sobre todo, a perder el miedo a poner las propias ideas en duda para confirmar su pensamiento y madurarlo. Pero para ello debemos de interesarnos y exigir que el sistema educativo madure también, que abandone las modas y se centre en la seria tarea de formar niños para que a la edad adecuada puedan asumir de forma seria su papel de ciudadanos.
Con motivo de las celebraciones de independencia
Debemos preparar a nuestros hijos para que piensen críticamente y de forma autónoma, que se nieguen a la imposición de dogmas, que aprendan a discutir y, sobre todo, a perder el miedo a poner las propias ideas en duda para confirmar su pensamiento y madurarlo.
Para amar al país en el que vivimos es preciso conocer su historia. Esta es la gran deuda que nos tiene a todos los guatemaltecos el sistema educativo, que por seguir las olas de moda pareciera que “no da pie con bola”, como se dice popularmente en cuanto a la forma de presentarle los temas fundamentales de nuestra historia patria a los niños que acuden día a día a las aulas de los establecimientos públicos y privados, de forma atractiva.
El aprendizaje de la historia debe de trascender la descripción y memoria de fechas unidas a nombres y a hechos sin contexto y sin aparente conexión de unos con otros. La metodología clásica de las aulas guatemaltecas ha sido repetir estos datos hasta marear a los pobres niños sin pretender explicarles absolutamente nada más, llenándolos en esencia de un montón de datos inútiles. En consecuencia, en vez de generar inquietud intelectual o hambre de conocimiento, la mayoría de los niños de nuestro país (y del mundo, me parece), salen de su educación básica odiando la sola mención de la clase de historia y con una insuperable aversión a todo lo que tenga que ver con el pasado.
La historia bien explicada no es una colección de datos sobre hechos viejos y aislados con la realidad presente. La historia es un río de hechos concatenados irremediablemente unos con otros por la simple ley de acción/reacción, acción/consecuencia que siguiéndolo de la forma adecuada nos puede llevar a un sorprendente redescubrimiento de la realidad actual. En el campo de la literatura, es el ejercicio que de forma magistral hace el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su exquisita novela “Conversación en la Catedral”, que parte de una sencilla pregunta: ¿Cuándo se jodió el Perú?, y le sirve para desgranar los sucesos de la dictadura del general Odría a mediados del siglo XX, para explicar una decadencia del sistema democrático peruano que décadas después derivó en el desastre que hemos presenciado con una vertiginosa seguidilla de presidentes constitucionales y provisorios que interrumpieron un virtuoso ciclo de crecimiento económico del país sudamericano.
Se ha querido plantear que el estudio de la historia es igual a vivir en el pasado, cuando la realidad del estudio histórico es todo lo contrario. La premisa de partida debería ser, en cambio, que se debe entender el pasado para poder proyectar acciones a futuro.
Así, la aplicación del pensamiento crítico al momento de explorar los hechos del pasado resulta ser la herramienta indispensable para comprender de mejor forma nuestra realidad actual. En la medida en que el maestro comprenda de mejor forma la historia, podrá transmitirla de mejor forma a los estudiantes que acuden a su aula. Leer, cuestionarse, preguntar, criticar y debatir resultan también las mejores herramientas para que una clase a la que la mayoría de alumnos le huyen, pueda transformarse en una nueva y retadora experiencia de descubrimiento. De forma muy preocupante, para los nuevos pedagogos que dictan los contenidos de las pensas de estudios, la tentación ha sido una solución fácil e inmediatista de suprimir estas clases, en vez de encontrar nuevas fórmulas para hacerlas más atractivas y hallar el sentido útil de aprender sobre la historia.
Se ha querido plantear que el estudio de la historia es igual a vivir en el pasado, cuando la realidad del estudio histórico es todo lo contrario. La premisa de partida debería ser, en cambio, que se debe entender el pasado para poder proyectar acciones a futuro. Decía el gran intelectual hondureño José del Valle desde las páginas del “Amigo de la Patria”, que circulaba por estos días hace 203 años, que no puede gobernarse lo que no se conoce. Para ser un buen gobernante se debe conocer el espacio físico y la realidad material de los que viven en el país y así generar una adecuada agenda de gobierno. Pero para ello debemos preparar a nuestros niños para poder asumir tan inmensos retos.
Para terminar, debemos preparar a nuestros hijos para que piensen críticamente y de forma autónoma, que se nieguen a la imposición de dogmas, que aprendan a discutir y, sobre todo, a perder el miedo a poner las propias ideas en duda para confirmar su pensamiento y madurarlo. Pero para ello debemos de interesarnos y exigir que el sistema educativo madure también, que abandone las modas y se centre en la seria tarea de formar niños para que a la edad adecuada puedan asumir de forma seria su papel de ciudadanos.