Competencia, Capital y Corrupción: tres aristas divergentes de dominio necesario para Guatemala
En Iberoamérica, muchos países han implementado leyes de competencia, desde Colombia en 1959 hasta Paraguay en 2014, con la intención de estimular sus economías. Sin embargo, los resultados han sido modestos.
El futuro económico de Guatemala depende de varios factores esenciales: la inversión, la competencia, la acumulación de capital y la lucha contra la corrupción. No solo influyen en nuestra capacidad de crecimiento, sino que también definen el tipo de sociedad en la que queremos vivir. La orientación del Estado es crucial en estos aspectos, pues establece las reglas que pueden llevarnos al progreso o al estancamiento.
En Iberoamérica, muchos países han implementado leyes de competencia, desde Colombia en 1959 hasta Paraguay en 2014, con la intención de estimular sus economías. Sin embargo, los resultados han sido modestos. Sus tasas de crecimiento económico no han mejorado significativamente y su complejidad económica, que mide la capacidad de diversificar y sofisticar la producción, sigue siendo limitada. Este es un problema, ya que la complejidad económica es fundamental para estructurar una competencia robusta y fomentar el desarrollo a largo plazo.
En nuestro país, las barreras de entrada al comercio siguen siendo elevadas. Los Derechos Arancelarios de Importación (DAI) varían entre 0 % y 30 % y pueden, por ejemplo, alcanzar hasta el 40 % en algunos licores. Esta protección innecesaria para los fabricantes nacionales no es el camino hacia la competitividad. Si simplificáramos este sistema estableciendo un DAI único del 10 % para todos los productos importados, el ingreso de mercancías sería más sencillo, abarataría muchos productos pues la oferta se incrementaría y evitaría el criterio de los funcionarios aduanales al categorizar el producto.
Pero lo que realmente haría a nuestras industrias más competitivas sería la eliminación del impuesto específico sobre bebidas alcohólicas, que grava la distribución con tasas entre el 7.5 % y el 8.5 %. Este y otros impuestos específicos, como el impuesto específico al cemento o el ISO, no solo obstaculizan la competencia interna, sino que también favorecen a los productores extranjeros que no enfrentan este gravamen en sus países de origen. En total, estos representan apenas el 1.4 % de la recaudación tributaria de la SAT, un monto que no justifica las distorsiones que genera en el mercado.
Los licores guatemaltecos, por ejemplo, ya han demostrado su competitividad a nivel internacional. Ron Zacapa Centenario ha sido ganador en la categoría Super Premium a nivel internacional por lo que ha sido catalogado como el mejor ron del mundo; la Indita de Quetzalteca ha ganado terreno en el mercado nostálgico de Estados Unidos, y la Cerveza Gallo ha obtenido Medalla de oro en Monde Selection compitiendo contra más de 500 cervezas de todo el mundo, siendo además distinguida como una «Hot Brand» en Estados Unidos. Estos productos prueban que no necesitamos altos aranceles para destacar en el escenario global. Al eliminar impuestos específicos y reducir las tarifas de importación, incrementaremos la oferta, reduciremos los precios y, lo más importante, facilitaremos la acumulación de capital para nuestros productores.
Si nosotros también nos atrevemos, si optamos por la libertad y dejamos de lado el lastre del intervencionismo y la corrupción, no solo transformaremos nuestra economía, sino también nuestra identidad como nación. La libertad es nuestra oportunidad, y está en nuestras manos aprovecharla hoy mismo.
La acumulación de capital es la piedra angular del desarrollo económico. «La riqueza llama a más riqueza» reza el dicho popular, y para que la inversión prospere, necesitamos un marco regulatorio que fomente la libertad económica. Países como Armenia, Georgia, Bulgaria y Mauricio son ejemplos del poder de las economías abiertas que tienen altos índices de acumulación de capital. Con reformas basadas en la liberalización económica, han alcanzado tasas de crecimiento superiores al 10 % anual. En contraste, las leyes de competencia, si no van acompañadas de una apertura económica, tienen un impacto muy limitado.
Es precisamente esa liberalización la que también puede ser nuestra arma más eficaz contra la corrupción. Debemos evitar el nepotismo y la corrupción, que otorgan privilegios basados en conexiones políticas y no en mérito. Una economía abierta, con menos reglas y reguladores, reduciría las oportunidades para que los funcionarios otorguen favores y privilegios. Al simplificar el sistema, se eliminan las brechas que facilitan la corrupción, abriendo a su vez nuevas oportunidades para todos los actores económicos, incluso los más desposeídos.
Pero esto no es solo un cambio económico, es un cambio de mentalidad. Es creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad para competir y prosperar sin depender de favores ni privilegios. Es el momento de dejar atrás el miedo y apostar por una Guatemala donde cada ciudadano tenga la libertad de construir su propio futuro. Donde las reglas del juego sean claras, justas y equitativas, y donde el éxito se mida por la tenacidad y el ingenio de cada uno, no por sus conexiones.
Además, puedo asegurarles que el mundo no espera. Los países mencionados que hace poco estaban en la periferia del desarrollo hoy son protagonistas gracias a políticas audaces y decididas. Si nosotros también nos atrevemos, si optamos por la libertad y dejamos de lado el lastre del intervencionismo y la corrupción, no solo transformaremos nuestra economía, sino también nuestra identidad como nación. La libertad es nuestra oportunidad, y está en nuestras manos aprovecharla hoy mismo.
PhD. José Ramiro Bolaños
Competencia, Capital y Corrupción: tres aristas divergentes de dominio necesario para Guatemala
En Iberoamérica, muchos países han implementado leyes de competencia, desde Colombia en 1959 hasta Paraguay en 2014, con la intención de estimular sus economías. Sin embargo, los resultados han sido modestos.
El futuro económico de Guatemala depende de varios factores esenciales: la inversión, la competencia, la acumulación de capital y la lucha contra la corrupción. No solo influyen en nuestra capacidad de crecimiento, sino que también definen el tipo de sociedad en la que queremos vivir. La orientación del Estado es crucial en estos aspectos, pues establece las reglas que pueden llevarnos al progreso o al estancamiento.
En Iberoamérica, muchos países han implementado leyes de competencia, desde Colombia en 1959 hasta Paraguay en 2014, con la intención de estimular sus economías. Sin embargo, los resultados han sido modestos. Sus tasas de crecimiento económico no han mejorado significativamente y su complejidad económica, que mide la capacidad de diversificar y sofisticar la producción, sigue siendo limitada. Este es un problema, ya que la complejidad económica es fundamental para estructurar una competencia robusta y fomentar el desarrollo a largo plazo.
En nuestro país, las barreras de entrada al comercio siguen siendo elevadas. Los Derechos Arancelarios de Importación (DAI) varían entre 0 % y 30 % y pueden, por ejemplo, alcanzar hasta el 40 % en algunos licores. Esta protección innecesaria para los fabricantes nacionales no es el camino hacia la competitividad. Si simplificáramos este sistema estableciendo un DAI único del 10 % para todos los productos importados, el ingreso de mercancías sería más sencillo, abarataría muchos productos pues la oferta se incrementaría y evitaría el criterio de los funcionarios aduanales al categorizar el producto.
Pero lo que realmente haría a nuestras industrias más competitivas sería la eliminación del impuesto específico sobre bebidas alcohólicas, que grava la distribución con tasas entre el 7.5 % y el 8.5 %. Este y otros impuestos específicos, como el impuesto específico al cemento o el ISO, no solo obstaculizan la competencia interna, sino que también favorecen a los productores extranjeros que no enfrentan este gravamen en sus países de origen. En total, estos representan apenas el 1.4 % de la recaudación tributaria de la SAT, un monto que no justifica las distorsiones que genera en el mercado.
Los licores guatemaltecos, por ejemplo, ya han demostrado su competitividad a nivel internacional. Ron Zacapa Centenario ha sido ganador en la categoría Super Premium a nivel internacional por lo que ha sido catalogado como el mejor ron del mundo; la Indita de Quetzalteca ha ganado terreno en el mercado nostálgico de Estados Unidos, y la Cerveza Gallo ha obtenido Medalla de oro en Monde Selection compitiendo contra más de 500 cervezas de todo el mundo, siendo además distinguida como una «Hot Brand» en Estados Unidos. Estos productos prueban que no necesitamos altos aranceles para destacar en el escenario global. Al eliminar impuestos específicos y reducir las tarifas de importación, incrementaremos la oferta, reduciremos los precios y, lo más importante, facilitaremos la acumulación de capital para nuestros productores.
Si nosotros también nos atrevemos, si optamos por la libertad y dejamos de lado el lastre del intervencionismo y la corrupción, no solo transformaremos nuestra economía, sino también nuestra identidad como nación. La libertad es nuestra oportunidad, y está en nuestras manos aprovecharla hoy mismo.
La acumulación de capital es la piedra angular del desarrollo económico. «La riqueza llama a más riqueza» reza el dicho popular, y para que la inversión prospere, necesitamos un marco regulatorio que fomente la libertad económica. Países como Armenia, Georgia, Bulgaria y Mauricio son ejemplos del poder de las economías abiertas que tienen altos índices de acumulación de capital. Con reformas basadas en la liberalización económica, han alcanzado tasas de crecimiento superiores al 10 % anual. En contraste, las leyes de competencia, si no van acompañadas de una apertura económica, tienen un impacto muy limitado.
Es precisamente esa liberalización la que también puede ser nuestra arma más eficaz contra la corrupción. Debemos evitar el nepotismo y la corrupción, que otorgan privilegios basados en conexiones políticas y no en mérito. Una economía abierta, con menos reglas y reguladores, reduciría las oportunidades para que los funcionarios otorguen favores y privilegios. Al simplificar el sistema, se eliminan las brechas que facilitan la corrupción, abriendo a su vez nuevas oportunidades para todos los actores económicos, incluso los más desposeídos.
Pero esto no es solo un cambio económico, es un cambio de mentalidad. Es creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad para competir y prosperar sin depender de favores ni privilegios. Es el momento de dejar atrás el miedo y apostar por una Guatemala donde cada ciudadano tenga la libertad de construir su propio futuro. Donde las reglas del juego sean claras, justas y equitativas, y donde el éxito se mida por la tenacidad y el ingenio de cada uno, no por sus conexiones.
Además, puedo asegurarles que el mundo no espera. Los países mencionados que hace poco estaban en la periferia del desarrollo hoy son protagonistas gracias a políticas audaces y decididas. Si nosotros también nos atrevemos, si optamos por la libertad y dejamos de lado el lastre del intervencionismo y la corrupción, no solo transformaremos nuestra economía, sino también nuestra identidad como nación. La libertad es nuestra oportunidad, y está en nuestras manos aprovecharla hoy mismo.
PhD. José Ramiro Bolaños