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Bukele, la reelección y la apuesta silenciosa de Estados Unidos

.
Melanie Müllers |
06 de agosto, 2025

La relación entre El Salvador y Estados Unidos ha atravesado distintas etapas: desde la asistencia militar durante la Guerra Fría, pasando por los procesos de paz, hasta la cooperación actual en seguridad y migración. Lo que está ocurriendo hoy con la reforma constitucional que habilita la reelección indefinida del presidente Nayib Bukele no puede entenderse solo como un asunto interno salvadoreño, sino como parte de esa larga historia de pragmatismos, alianzas estratégicas y silencios estratégicos.

Una reforma hecha a la medida del momento

A finales de julio de 2025, la Asamblea Legislativa de El Salvador, controlada por el partido oficialista aprobó una reforma constitucional de gran impacto: extendió el mandato presidencial de cinco a seis años, eliminó la segunda vuelta electoral y, sobre todo, abrió la puerta a la reelección indefinida. La medida, aunque polémica, no sorprendió a nadie. Desde el 2021, Bukele logró consolidar su control político e institucional, removiendo barreras jurídicas y acumulando poder con apoyo popular.

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Lo llamativo, en cambio, fue la reacción, o más bien la ausencia de ella, por parte de Estados Unidos. A diferencia de posicionamientos firmes en el pasado, esta vez el Departamento de Estado optó por un discurso institucional, reconociendo la legitimidad del proceso legislativo y evitando cualquier crítica directa. En el contexto diplomático, ese tipo de declaración equivale a un aval.

Durante décadas, la política exterior de Estados Unidos en Centroamérica está guiada por intereses estratégicos. En los años 80, la prioridad fue contener la expansión del comunismo. En los 90, apoyar los procesos de paz y transición democrática. Y desde los años 2000, los temas de seguridad, migración y crimen organizado dominan la agenda bilateral.

El Salvador, con su posición geográfica clave en el corredor migratorio, se ha vuelto un socio importante. En ese marco, Bukele ofreció resultados visibles. Su política de “Mano dura” contra las pandillas, aunque cuestionada por organismos de derechos humanos, logró reducir los homicidios a niveles históricos. Esa percepción de orden, sumada a una notable reducción de flujos migratorios, fue bien recibida por Washington, especialmente en un momento políticamente sensible para Estados Unidos.

La reforma constitucional aprobada en El Salvador redefine su modelo político. Que ocurra con el beneplácito implícito de su principal aliado internacional marca un cambio profundo en el tipo de relación hemisférica que se está construyendo

Bukele entendió esto y su narrativa está orientada a proyectar estabilidad, eficiencia y seguridad. Para muchos en Washington, eso representa una garantía de que El Salvador no se convertirá en un nuevo foco de crisis regional.

¿Hacia dónde puede ir esta relación?

El respaldo de Estados Unidos puede interpretarse como una apuesta por la estabilidad a corto plazo. Mientras El Salvador mantenga la cooperación en temas de seguridad, migración y control territorial, la administración estadounidense parece dispuesta a tolerar ajustes internos, incluso si estos implican cambios en los mecanismos tradicionales de control institucional.

Sin embargo, la historia latinoamericana advierte que las concentraciones de poder, por más efectivas que parezcan al principio, suelen tener costos. La democracia no solo se trata de elegir, sino de garantizar contrapesos, libertades y reglas estables. Y cuando esos pilares se debilitan, incluso los socios más leales pueden tornarse impredecibles.

La reforma constitucional aprobada en El Salvador redefine su modelo político. Que ocurra con el beneplácito implícito de su principal aliado internacional marca un cambio profundo en el tipo de relación hemisférica que se está construyendo, una donde los resultados pesarán sobre todo lo demás.

Tal vez este sea el nuevo paradigma. Tal vez la gobernabilidad, entendida como eficiencia, pese más que la democracia entendida como institucionalidad. Pero si algo enseña la historia, es que los atajos del presente suelen dejar facturas en el futuro.

Bukele, la reelección y la apuesta silenciosa de Estados Unidos

Melanie Müllers |
06 de agosto, 2025
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La relación entre El Salvador y Estados Unidos ha atravesado distintas etapas: desde la asistencia militar durante la Guerra Fría, pasando por los procesos de paz, hasta la cooperación actual en seguridad y migración. Lo que está ocurriendo hoy con la reforma constitucional que habilita la reelección indefinida del presidente Nayib Bukele no puede entenderse solo como un asunto interno salvadoreño, sino como parte de esa larga historia de pragmatismos, alianzas estratégicas y silencios estratégicos.

Una reforma hecha a la medida del momento

A finales de julio de 2025, la Asamblea Legislativa de El Salvador, controlada por el partido oficialista aprobó una reforma constitucional de gran impacto: extendió el mandato presidencial de cinco a seis años, eliminó la segunda vuelta electoral y, sobre todo, abrió la puerta a la reelección indefinida. La medida, aunque polémica, no sorprendió a nadie. Desde el 2021, Bukele logró consolidar su control político e institucional, removiendo barreras jurídicas y acumulando poder con apoyo popular.

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Lo llamativo, en cambio, fue la reacción, o más bien la ausencia de ella, por parte de Estados Unidos. A diferencia de posicionamientos firmes en el pasado, esta vez el Departamento de Estado optó por un discurso institucional, reconociendo la legitimidad del proceso legislativo y evitando cualquier crítica directa. En el contexto diplomático, ese tipo de declaración equivale a un aval.

Durante décadas, la política exterior de Estados Unidos en Centroamérica está guiada por intereses estratégicos. En los años 80, la prioridad fue contener la expansión del comunismo. En los 90, apoyar los procesos de paz y transición democrática. Y desde los años 2000, los temas de seguridad, migración y crimen organizado dominan la agenda bilateral.

El Salvador, con su posición geográfica clave en el corredor migratorio, se ha vuelto un socio importante. En ese marco, Bukele ofreció resultados visibles. Su política de “Mano dura” contra las pandillas, aunque cuestionada por organismos de derechos humanos, logró reducir los homicidios a niveles históricos. Esa percepción de orden, sumada a una notable reducción de flujos migratorios, fue bien recibida por Washington, especialmente en un momento políticamente sensible para Estados Unidos.

La reforma constitucional aprobada en El Salvador redefine su modelo político. Que ocurra con el beneplácito implícito de su principal aliado internacional marca un cambio profundo en el tipo de relación hemisférica que se está construyendo

Bukele entendió esto y su narrativa está orientada a proyectar estabilidad, eficiencia y seguridad. Para muchos en Washington, eso representa una garantía de que El Salvador no se convertirá en un nuevo foco de crisis regional.

¿Hacia dónde puede ir esta relación?

El respaldo de Estados Unidos puede interpretarse como una apuesta por la estabilidad a corto plazo. Mientras El Salvador mantenga la cooperación en temas de seguridad, migración y control territorial, la administración estadounidense parece dispuesta a tolerar ajustes internos, incluso si estos implican cambios en los mecanismos tradicionales de control institucional.

Sin embargo, la historia latinoamericana advierte que las concentraciones de poder, por más efectivas que parezcan al principio, suelen tener costos. La democracia no solo se trata de elegir, sino de garantizar contrapesos, libertades y reglas estables. Y cuando esos pilares se debilitan, incluso los socios más leales pueden tornarse impredecibles.

La reforma constitucional aprobada en El Salvador redefine su modelo político. Que ocurra con el beneplácito implícito de su principal aliado internacional marca un cambio profundo en el tipo de relación hemisférica que se está construyendo, una donde los resultados pesarán sobre todo lo demás.

Tal vez este sea el nuevo paradigma. Tal vez la gobernabilidad, entendida como eficiencia, pese más que la democracia entendida como institucionalidad. Pero si algo enseña la historia, es que los atajos del presente suelen dejar facturas en el futuro.

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