El proceso de aprendizaje va más allá del colegio, la universidad o el campo laboral. Yo, por ejemplo, tuve la oportunidad de aprender de un compañero, amigo e inspiración. Carlos Méndez, estudiante de Administración de Empresas, me ayudó a ver más claramente la realidad de Guatemala. Como discutimos, la reflexión no podía terminar como una conversación común. El deseo de que más guatemaltecos logren conocer este punto de vista y, quizá, adoptarlo en su día a día me lleva a compartirles más sobre su visión.
Cada vez que se bloquea una calle o una carretera en Guatemala, el país pierde un promedio de GTQ 200M al día. Esta cifra, más allá de ser un dato económico, representa el dolor de miles de guatemaltecos que no pueden llegar a sus trabajos, a una cita médica, a estudiar o, simplemente, a cumplir con sus obligaciones. Bloquear vías públicas no es la forma adecuada de expresar descontento. Más bien, es una acción que perjudica a toda la ciudadanía, especialmente a los más vulnerables.
El primer gran daño de estos bloqueos se refleja en la economía. Cuando el transporte de mercancías se detiene, los productos no llegan a tiempo, los precios suben y muchas pequeñas empresas pierden ventas irrecuperables. Esto ocurrió recientemente en CENMA, donde, debido a los bloqueos, se tuvieron que desechar casi 300 cajas de tomates por no haber podido ser distribuidas a tiempo. Cada día de bloqueo representa menos alimentos para miles de familias que dependen del trabajo diario. Los negocios no pueden operar con normalidad, los turistas evitan visitar el país y la inversión extranjera se aleja. En lugar de construir, destruimos.
Bloquear carreteras, interrumpir la vida cotidiana de millones de guatemaltecos y causar caos no es una expresión democrática, sino una desmedida imposición por la fuerza de todo aquello no alcanzado por medio del diálogo.
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Es aún más preocupante lo que estas acciones dicen sobre nuestra sociedad. Una nación fallida es aquella donde los conflictos solo pueden resolverse mediante la violencia o la imposición. Bloquear carreteras, interrumpir la vida cotidiana de millones de guatemaltecos y causar caos no es una expresión democrática, sino una desmedida imposición por la fuerza de todo aquello no alcanzado por medio del diálogo. Como dijo Ludwig von Mises, “la historia de todas las épocas enseña que la violencia no es un medio apropiado para resolver las disputas sociales”.
Además, muchos de los participantes de los bloqueos no cuentan con completo acceso a información. Actúan con enojo, impulsados por el dolor o la frustración, pero sin comprender plenamente las consecuencias. Estos grupos son, a menudo, minorías organizadas que manipulan la ignorancia de otros para avanzar sus propios intereses. Este es, al final, el resultado es una espiral de acciones que dañan al pueblo y profundizan las divisiones sociales. El gobierno, al no brindar soluciones claras y oportunas, también es parte del problema. Su incapacidad para escuchar y actuar con justicia alimenta la desconfianza y el enojo ciudadano. En fin, a Bernardo Arévalo le quedó grande el puesto de presidente y, lastimosamente, somos los ciudadanos quienes sufrimos las consecuencias.
Guatemala necesita soluciones reales, no más confrontación. El desorden no puede ser la norma. Como ciudadanos responsables, debemos entender que la libertad individual termina cuando afecta la libertad de otros. Nadie tiene derecho a impedir que otro trabaje, se movilice o viva en paz. Manifestar es un derecho, pero debe hacerse con respeto, con información y sin dañar a terceros, es decir, los bloqueos no son la vía. Hago un llamado a la reflexión: No más bloqueos y no más violencia. La solución no es dañarnos entre guatemaltecos.
Bloqueos: una democracia fallida
El proceso de aprendizaje va más allá del colegio, la universidad o el campo laboral. Yo, por ejemplo, tuve la oportunidad de aprender de un compañero, amigo e inspiración. Carlos Méndez, estudiante de Administración de Empresas, me ayudó a ver más claramente la realidad de Guatemala. Como discutimos, la reflexión no podía terminar como una conversación común. El deseo de que más guatemaltecos logren conocer este punto de vista y, quizá, adoptarlo en su día a día me lleva a compartirles más sobre su visión.
Cada vez que se bloquea una calle o una carretera en Guatemala, el país pierde un promedio de GTQ 200M al día. Esta cifra, más allá de ser un dato económico, representa el dolor de miles de guatemaltecos que no pueden llegar a sus trabajos, a una cita médica, a estudiar o, simplemente, a cumplir con sus obligaciones. Bloquear vías públicas no es la forma adecuada de expresar descontento. Más bien, es una acción que perjudica a toda la ciudadanía, especialmente a los más vulnerables.
El primer gran daño de estos bloqueos se refleja en la economía. Cuando el transporte de mercancías se detiene, los productos no llegan a tiempo, los precios suben y muchas pequeñas empresas pierden ventas irrecuperables. Esto ocurrió recientemente en CENMA, donde, debido a los bloqueos, se tuvieron que desechar casi 300 cajas de tomates por no haber podido ser distribuidas a tiempo. Cada día de bloqueo representa menos alimentos para miles de familias que dependen del trabajo diario. Los negocios no pueden operar con normalidad, los turistas evitan visitar el país y la inversión extranjera se aleja. En lugar de construir, destruimos.
Bloquear carreteras, interrumpir la vida cotidiana de millones de guatemaltecos y causar caos no es una expresión democrática, sino una desmedida imposición por la fuerza de todo aquello no alcanzado por medio del diálogo.
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Es aún más preocupante lo que estas acciones dicen sobre nuestra sociedad. Una nación fallida es aquella donde los conflictos solo pueden resolverse mediante la violencia o la imposición. Bloquear carreteras, interrumpir la vida cotidiana de millones de guatemaltecos y causar caos no es una expresión democrática, sino una desmedida imposición por la fuerza de todo aquello no alcanzado por medio del diálogo. Como dijo Ludwig von Mises, “la historia de todas las épocas enseña que la violencia no es un medio apropiado para resolver las disputas sociales”.
Además, muchos de los participantes de los bloqueos no cuentan con completo acceso a información. Actúan con enojo, impulsados por el dolor o la frustración, pero sin comprender plenamente las consecuencias. Estos grupos son, a menudo, minorías organizadas que manipulan la ignorancia de otros para avanzar sus propios intereses. Este es, al final, el resultado es una espiral de acciones que dañan al pueblo y profundizan las divisiones sociales. El gobierno, al no brindar soluciones claras y oportunas, también es parte del problema. Su incapacidad para escuchar y actuar con justicia alimenta la desconfianza y el enojo ciudadano. En fin, a Bernardo Arévalo le quedó grande el puesto de presidente y, lastimosamente, somos los ciudadanos quienes sufrimos las consecuencias.
Guatemala necesita soluciones reales, no más confrontación. El desorden no puede ser la norma. Como ciudadanos responsables, debemos entender que la libertad individual termina cuando afecta la libertad de otros. Nadie tiene derecho a impedir que otro trabaje, se movilice o viva en paz. Manifestar es un derecho, pero debe hacerse con respeto, con información y sin dañar a terceros, es decir, los bloqueos no son la vía. Hago un llamado a la reflexión: No más bloqueos y no más violencia. La solución no es dañarnos entre guatemaltecos.