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Bernardo Arévalo: el síndrome del mejor de la clase

Triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuando no. Por lo anterior hay que saber elegir las batallas.

Sun Tzu

Ilustración por Gabo® / República
Julio Ligorría Carballido |
14 de enero, 2025

El gobierno de Guatemala, presidido por Bernardo Arévalo, ha llegado a su primer aniversario y es claro que lo que su elección representó para muchos —una luz de esperanza al final de un oscuro túnel— resultó ser la luz de un tren en contra vía que ha terminado aplastando a todos en Guatemala. 

He guardado silencio desde su elección en 2023, primero porque el proceso electoral y la extrema judicialización de este, así como algunos extraños elementos observados durante el proceso, dejaron en mí la sensación que la elección de Arévalo no había sido del todo exenta de manipulaciones externas que facilitaron su victoria. En segundo lugar, porque cómo muchos, esperaba que el nuevo presidente, con prudencia y sin atisbos ideológicos, y con sólida vocación de buscar el consenso y la unidad nacional, rescatara al país del agujero negro en donde lo sumergieron algunos guatemaltecos con la torpe ayuda de miembros de la comunidad internacional. Y tercero, porque siempre he pensado que, al margen de las ideologías, en el juego democrático es importante conceder el beneficio de la duda a aquellos con los que no necesariamente se coincide.

Dicho lo anterior, observando mi país desde el exterior, con mi conciencia tranquila y con mis pensamientos en orden, hoy puedo afirmar que el primer año de Bernardo Arévalo en el poder ha sido de proporciones catastróficas para Guatemala e imagino una enorme decepción para esos actores que en la comunidad internacional le apoyaron.   

Es verdaderamente doloroso observar un incremento del 34 % en la mortalidad infantil por desnutrición con respecto del año anterior; qué decir del absurdo —por inexplicable— deterioro de la infraestructura nacional en todos los órdenes, carreteras destruidas, puertos colapsados, hospitales desabastecidos. Una errática y siempre equivocada gestión jurídica desde el despacho presidencial, ha sido uno de los signos más patéticos de esta administración, como nunca antes. Ni mencionar el cúmulo de novatadas y contradicciones del mandatario, de las que el pueblo de Guatemala ha sido testigo durante los últimos 365 días, sin dejar de lado la multiplicidad de viajes al extranjero y cuyo único objetivo era presentar a Arévalo como “la nueva vedette política latinoamericana” cuyo momento sublime no pasó de ser un debut y despedida y cuya luz fue tan efímera como débil frente al concierto de naciones.

Cuál es mi lectura de Bernardo Arévalo:

  • En esencia, lo asumo como un buen ser humano. De hecho, quienes le conocen, me dicen que es un tipo amigable y compasivo, aunque descubren en él cierta pomposidad en su proceder.
  • Su trayectoria académica no es extraordinaria, pero es una buena trayectoria con un alcance superior al de la media guatemalteca.
  • Tiene la limitante de no tener experiencia de trabajo donde se ganen y pierdan recursos como producto de eficiencia, más todo lo que implica tener aciertos y cometer errores. Esa sola limitación fortalece todo el cuadro de descalificación para no ser alguien elegible a encabezar una misión tan compleja, como la de gobernar un país.
  • ⁠Es afectado seriamente por lo que yo llamo “El síndrome del mejor de la clase”, lo que lo conduce a desarrollar cierto grado de soberbia, arrogancia y falso sentido de autosuficiencia, propio de los hombres inseguros. 


¿Qué es el síndrome citado? Pues es un proceso psicológico interno de la persona que se va generando como consecuencia de un aceptable desempeño académico, tras ser aplaudido por un entorno que acompaña al individuo desde su niñez. En ese mismo contexto, se le alimentó desmedidamente la idea de que debía ser igual al padre, aspiración que pocas veces resulta alcanzable y que, en el caso de Arévalo, quedó muy lejos de alcanzar. 

Lo anterior ha construido en el individuo —en este caso Arévalo— un enorme complejo y una actitud de temor ante la posibilidad de perder credibilidad en su entorno más íntimo si se descubre que desconoce todos los temas que siempre se ha creído dominaba. Eso le impide aceptar que no sabe sobre determinada cuestión, le dificulta pedir ayuda y más allá, aceptar ayuda, pues no sabría qué hacer con ella. Es ahí cuando aparecen las ocurrencias y se empieza a gobernar con ideas fuera libreto que devienen en tropezones políticos de magnitud catastrófica. 

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La única promesa de Arévalo que ha sido cumplida en este primer año de gobierno es que, en efecto, una “semilla” ha sido sembrada. No me cabe duda de que el fruto de esa semilla generará mayor pobreza y fractura en el país.

Bernardo Arévalo ha gozado, cómo ningún otro presidente de los últimos veinticinco años, del irrestricto e incondicional apoyo del gobierno de los Estados Unidos al grado que el mismo presidente Biden ha dicho entre sus mensajes de despedida, que él y su gobierno salvaron la democracia en Guatemala, lo cual presentan como un logro de su política hacia el hemisferio. El actual embajador de Estados Unidos, Tobin Bradley (a quien, dicho sea, no conozco, pero que en la distancia me parece que es muy profesional y prudente) ha sido muy claro en brindar su apoyo. Ha sido más que evidente que Arévalo y su equipo han sido incapaces de capitalizar ese respaldo, que todos sabemos, es muy importante para cualquier gobierno en esta región del mundo. 

Un elemento de la gestión de Arévalo, imposible de soslayar en esta evaluación, es en relación con su estéril e improductiva batalla contra la fiscal general y jefa del Ministerio Público, Dra. Consuelo Porras. Es entendible que el presidente y sus aliados tuvieran la necesidad, en un principio, de fijar una posición clara sobre su falta de afinidad ideológica o de método con la Dra. Porras. Lo inexplicable es su obsesión delirante de violar las leyes del país a lo largo de 12 meses buscando la destitución de la fiscal general. Ha sido esta, sin duda, la peor batalla que ha elegido Arévalo: un objetivo repleto de contradicciones y más aún, solemnemente equivocado al mostrar a la nación entera su personal decisión con violar la ley para alcanzar un objetivo político. Penoso y vergonzoso, como probablemente ningún otro ejercicio político en estos treinta y nueve años de ensayo democrático

Basado en información pública del Ministerio de Finanzas, he efectuado un ejercicio comparativo histórico de presupuestos nacionales desde 1999, con el que Arévalo presentó para el año 2025 y que resultó aprobado en el Congreso. El mismo no solo es una aberración y una contradicción del propio Arévalo a la luz de sus argumentos discursivos, cuando expresaba que “la acción que lubrica la corrupción era el presupuesto”. Así ha resultado, esa aprobación impulsada por sus afines en el congreso ha sido un signo inequívoco de la corrupción más rampante.

La desaprobación popular de Arévalo llega a niveles que eran impensables al inicio de su presidencia. Recientemente, hemos visto cómo uno de los líderes de los 48 Cantones de Totonicapán, comunidad emblemática del indigenismo guatemalteco, que hace un año bloqueó el país en apoyo a Bernardo Arévalo, hoy expresa su total rechazo y desencanto con la pésima gestión presidencial. 

Esta sola evaluación nos demuestra cuán torpe y poco acertado ha sido el presidente Bernardo Arévalo. Nadie en su sano juicio puede argumentar que han sido las fuerzas de extrema derecha las que le han impedido gobernar o que la clase empresarial ha obstaculizado su gestión, ya que hay pruebas más que evidentes en donde importantes grupos empresariales públicamente le han mostrado su apoyo. No debemos olvidar que en toda democracia conviven o intentan convivir todas las fuerzas y tendencias en una sociedad, por lo que no debe extrañar que sus opositores maniobren contra las ideas o proyectos del presidente con los que no están de acuerdo, es precisamente aquí donde se mide la capacidad de un líder, de un presidente. Procurar gobernabilidad, buscar consensos, convocar acuerdos, ganar el favor de la opinión pública, sostener la credibilidad en sus votantes. Nada de lo anterior lo hemos visto en Arévalo y su gabinete de ministros. Un equipo sin plan ni dirección.

Por si fuera poco, el partido que lo postuló fue cancelado al demostrarse de manera contundente la falsificación de muchas firmas para lograr su inscripción, lo que ha provocado que no pocos sectores consideren su mandato total y absolutamente ilegítimo. 

La única promesa de Arévalo que ha sido cumplida en este primer año de gobierno es que, en efecto, una “semilla” ha sido sembrada. No me cabe duda de que el fruto de esa semilla generará mayor pobreza y fractura en el país. Sus últimas decisiones sobre el salario mínimo en Guatemala solo nos previenen que la catástrofe será aún mayor.

Bernardo Arévalo: el síndrome del mejor de la clase

Triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuando no. Por lo anterior hay que saber elegir las batallas.

Sun Tzu

Julio Ligorría Carballido |
14 de enero, 2025
Ilustración por Gabo® / República

El gobierno de Guatemala, presidido por Bernardo Arévalo, ha llegado a su primer aniversario y es claro que lo que su elección representó para muchos —una luz de esperanza al final de un oscuro túnel— resultó ser la luz de un tren en contra vía que ha terminado aplastando a todos en Guatemala. 

He guardado silencio desde su elección en 2023, primero porque el proceso electoral y la extrema judicialización de este, así como algunos extraños elementos observados durante el proceso, dejaron en mí la sensación que la elección de Arévalo no había sido del todo exenta de manipulaciones externas que facilitaron su victoria. En segundo lugar, porque cómo muchos, esperaba que el nuevo presidente, con prudencia y sin atisbos ideológicos, y con sólida vocación de buscar el consenso y la unidad nacional, rescatara al país del agujero negro en donde lo sumergieron algunos guatemaltecos con la torpe ayuda de miembros de la comunidad internacional. Y tercero, porque siempre he pensado que, al margen de las ideologías, en el juego democrático es importante conceder el beneficio de la duda a aquellos con los que no necesariamente se coincide.

Dicho lo anterior, observando mi país desde el exterior, con mi conciencia tranquila y con mis pensamientos en orden, hoy puedo afirmar que el primer año de Bernardo Arévalo en el poder ha sido de proporciones catastróficas para Guatemala e imagino una enorme decepción para esos actores que en la comunidad internacional le apoyaron.   

Es verdaderamente doloroso observar un incremento del 34 % en la mortalidad infantil por desnutrición con respecto del año anterior; qué decir del absurdo —por inexplicable— deterioro de la infraestructura nacional en todos los órdenes, carreteras destruidas, puertos colapsados, hospitales desabastecidos. Una errática y siempre equivocada gestión jurídica desde el despacho presidencial, ha sido uno de los signos más patéticos de esta administración, como nunca antes. Ni mencionar el cúmulo de novatadas y contradicciones del mandatario, de las que el pueblo de Guatemala ha sido testigo durante los últimos 365 días, sin dejar de lado la multiplicidad de viajes al extranjero y cuyo único objetivo era presentar a Arévalo como “la nueva vedette política latinoamericana” cuyo momento sublime no pasó de ser un debut y despedida y cuya luz fue tan efímera como débil frente al concierto de naciones.

Cuál es mi lectura de Bernardo Arévalo:

  • En esencia, lo asumo como un buen ser humano. De hecho, quienes le conocen, me dicen que es un tipo amigable y compasivo, aunque descubren en él cierta pomposidad en su proceder.
  • Su trayectoria académica no es extraordinaria, pero es una buena trayectoria con un alcance superior al de la media guatemalteca.
  • Tiene la limitante de no tener experiencia de trabajo donde se ganen y pierdan recursos como producto de eficiencia, más todo lo que implica tener aciertos y cometer errores. Esa sola limitación fortalece todo el cuadro de descalificación para no ser alguien elegible a encabezar una misión tan compleja, como la de gobernar un país.
  • ⁠Es afectado seriamente por lo que yo llamo “El síndrome del mejor de la clase”, lo que lo conduce a desarrollar cierto grado de soberbia, arrogancia y falso sentido de autosuficiencia, propio de los hombres inseguros. 


¿Qué es el síndrome citado? Pues es un proceso psicológico interno de la persona que se va generando como consecuencia de un aceptable desempeño académico, tras ser aplaudido por un entorno que acompaña al individuo desde su niñez. En ese mismo contexto, se le alimentó desmedidamente la idea de que debía ser igual al padre, aspiración que pocas veces resulta alcanzable y que, en el caso de Arévalo, quedó muy lejos de alcanzar. 

Lo anterior ha construido en el individuo —en este caso Arévalo— un enorme complejo y una actitud de temor ante la posibilidad de perder credibilidad en su entorno más íntimo si se descubre que desconoce todos los temas que siempre se ha creído dominaba. Eso le impide aceptar que no sabe sobre determinada cuestión, le dificulta pedir ayuda y más allá, aceptar ayuda, pues no sabría qué hacer con ella. Es ahí cuando aparecen las ocurrencias y se empieza a gobernar con ideas fuera libreto que devienen en tropezones políticos de magnitud catastrófica. 

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La única promesa de Arévalo que ha sido cumplida en este primer año de gobierno es que, en efecto, una “semilla” ha sido sembrada. No me cabe duda de que el fruto de esa semilla generará mayor pobreza y fractura en el país.

Bernardo Arévalo ha gozado, cómo ningún otro presidente de los últimos veinticinco años, del irrestricto e incondicional apoyo del gobierno de los Estados Unidos al grado que el mismo presidente Biden ha dicho entre sus mensajes de despedida, que él y su gobierno salvaron la democracia en Guatemala, lo cual presentan como un logro de su política hacia el hemisferio. El actual embajador de Estados Unidos, Tobin Bradley (a quien, dicho sea, no conozco, pero que en la distancia me parece que es muy profesional y prudente) ha sido muy claro en brindar su apoyo. Ha sido más que evidente que Arévalo y su equipo han sido incapaces de capitalizar ese respaldo, que todos sabemos, es muy importante para cualquier gobierno en esta región del mundo. 

Un elemento de la gestión de Arévalo, imposible de soslayar en esta evaluación, es en relación con su estéril e improductiva batalla contra la fiscal general y jefa del Ministerio Público, Dra. Consuelo Porras. Es entendible que el presidente y sus aliados tuvieran la necesidad, en un principio, de fijar una posición clara sobre su falta de afinidad ideológica o de método con la Dra. Porras. Lo inexplicable es su obsesión delirante de violar las leyes del país a lo largo de 12 meses buscando la destitución de la fiscal general. Ha sido esta, sin duda, la peor batalla que ha elegido Arévalo: un objetivo repleto de contradicciones y más aún, solemnemente equivocado al mostrar a la nación entera su personal decisión con violar la ley para alcanzar un objetivo político. Penoso y vergonzoso, como probablemente ningún otro ejercicio político en estos treinta y nueve años de ensayo democrático

Basado en información pública del Ministerio de Finanzas, he efectuado un ejercicio comparativo histórico de presupuestos nacionales desde 1999, con el que Arévalo presentó para el año 2025 y que resultó aprobado en el Congreso. El mismo no solo es una aberración y una contradicción del propio Arévalo a la luz de sus argumentos discursivos, cuando expresaba que “la acción que lubrica la corrupción era el presupuesto”. Así ha resultado, esa aprobación impulsada por sus afines en el congreso ha sido un signo inequívoco de la corrupción más rampante.

La desaprobación popular de Arévalo llega a niveles que eran impensables al inicio de su presidencia. Recientemente, hemos visto cómo uno de los líderes de los 48 Cantones de Totonicapán, comunidad emblemática del indigenismo guatemalteco, que hace un año bloqueó el país en apoyo a Bernardo Arévalo, hoy expresa su total rechazo y desencanto con la pésima gestión presidencial. 

Esta sola evaluación nos demuestra cuán torpe y poco acertado ha sido el presidente Bernardo Arévalo. Nadie en su sano juicio puede argumentar que han sido las fuerzas de extrema derecha las que le han impedido gobernar o que la clase empresarial ha obstaculizado su gestión, ya que hay pruebas más que evidentes en donde importantes grupos empresariales públicamente le han mostrado su apoyo. No debemos olvidar que en toda democracia conviven o intentan convivir todas las fuerzas y tendencias en una sociedad, por lo que no debe extrañar que sus opositores maniobren contra las ideas o proyectos del presidente con los que no están de acuerdo, es precisamente aquí donde se mide la capacidad de un líder, de un presidente. Procurar gobernabilidad, buscar consensos, convocar acuerdos, ganar el favor de la opinión pública, sostener la credibilidad en sus votantes. Nada de lo anterior lo hemos visto en Arévalo y su gabinete de ministros. Un equipo sin plan ni dirección.

Por si fuera poco, el partido que lo postuló fue cancelado al demostrarse de manera contundente la falsificación de muchas firmas para lograr su inscripción, lo que ha provocado que no pocos sectores consideren su mandato total y absolutamente ilegítimo. 

La única promesa de Arévalo que ha sido cumplida en este primer año de gobierno es que, en efecto, una “semilla” ha sido sembrada. No me cabe duda de que el fruto de esa semilla generará mayor pobreza y fractura en el país. Sus últimas decisiones sobre el salario mínimo en Guatemala solo nos previenen que la catástrofe será aún mayor.

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