La primera vez que oí hablar de Manuel F. Ayau fue antes del terremoto de Managua, porque mi papá lo llevó a él y a un grupo de guatemaltecos a un viaje académico en la capital nicaragüense.
Mi padre regresó fascinado con las ideas de Muso, que proponía un gobierno con poderes limitados; libertad para intercambiar; eliminación de privilegios; y el respeto a la vida, la libertad y al cumplimiento de los contratos propuestas que eran poco apreciadas en los años 70. Acto seguido, en casa empezamos a lee “Tópicos de actualidad”, el folleto que publicaba el Centro de Estudios Económico-Sociales, centro de pensamiento del que era cofundador el doctor Ayau.
Luego de graduarme de bachiller, mi padre hizo lo que pudo para que yo estudiara en la “Universidad de Muso”; y aquí lo conocí en persona. Él era el Rector y le correspondió recibirnos a los de la Clase de 1980. El día del acto de bienvenida se subió al podio y dijo: “Me han pedido que les dé la bienvenida… así que bienvenidos”. Y se bajó. Los del público tardamos unos segundos en entender lo que había pasado y estallamos en risas y aplausos. Entonces él sonrió y se subió de nuevo para ofrecernos una bienvenida que estoy seguro que no duró más de 3 minutos. Y a mí me ganó el corazón. Es imposible no querer, admirar y respetar a la persona que escribía lo que yo leía en “Tópicos de actualidad” y que, encima, tenía el sentido del humor y el savoir faire que tenía Ayau. Es celebre la anécdota de que cuando dejó la presidencia de la Mont Pelerin Society cantó “Is it good what they say about planning?” Pero también es chulo recordar cuando él y sus amigos enfrentaban dificultades para la fundación de La Marro cantaban: “To dream the impossible dream./ To fight the unbeatable foe,/ To run where the brave dare not go./ To right the unrightablewrong./ To try when your arms are too weary./ To reach the unreachable star. This is my quest. To follow that star. No matter how hopeless./ No matter how far. To fight for the right!.
Como él era un Grande, era generoso y sencillo. Muso era magnánimo con sus conocimientos, con su tiempo y con sus recursos. Más de una vez me cachó en alguna inconsistencia y más de una vez “me bajó de la moto”; pero cuando me ofrecía una luz en el mundo de las ideas —aunque me viera con cara de “cómo se te ocurre semejante cosa”— siempre lo hizo con un aire de mentor y guía, no con ínfulas, ni de forma grosera. Una vez que le comenté cómo cierto personaje era agradable y modesto, a pesar de ser encumbrado, me dijo: “Vas a ver que los más grandes son los más sencillos”.
Muso era un contador de historias fenomenal. Uno podía oír y oír sus anécdotas, que no eran cualquier cosa porque él se movía cómodamente entre Premios Nobel y líderes de talla mundial; estaba como pez en el agua entre estudiantes; y gozaba en compañía de gente sencilla que, como él mismo, tenía sed de aprender y de descubrir. En sus últimos años, disfrutó mucho las oportunidades que tuvo para escuchar lo que la gente del interior del país tenía que decir sobre su proyecto ProReforma. Nunca le hizo el feo al ejemplo y a las enseñanzas que podía recibir de otros.
Manuel F. Ayau fue un guatemalteco universal, un hombre del Renacimiento y un prócer; y en esa dirección, la influencia de su ejemplo y de su compromiso con la libertad inspiró a miles de personas en Hispanoamérica y en todo el mundo. Este educador y emprendedor chapín —tan chapín como las champurradas— sembró el amor por la libertad y el descubrimiento en miles de mentes y corazones desde la academia, los medios de comunicación, la política y casi todos los campos de la acción humana.
Era un sabio porque andaba en busca del conocimiento y en busca de la verdad. Pocos, como él, entendían el significado profundo de aquella frase de Friedrich A. Hayek que dice que todas las teorías políticas dan por sentado que la mayoría de los individuos son muy ignorantes. Aquellos que propugnan la libertad difieren del resto en que se incluyen a sí mismos entre los ignorantes e incluyen también a los más sabios.
Cuando un día de estos yo haga la lista de las cinco bendiciones más grandes que he recibido en mi vida, una de ellas será la oportunidad de haber compartido la mesa con Muso, de haberlo servido y de contar con su ejemplo.
Cuando firmó mi ejemplar de su libro “El proceso económico”, Muso escribió: «Para Luis, con aprecio de su correligionario en la lucha por la libertad». Y así era él, no se veía a sí mismo como el maestro, el líder y el ejemplo que era, sino como uno más que iba aprendiendo y compartiendo en el camino.
Para conocerlo mejor, busca en línea “Una conversación con Manuel Ayau”, producida por The Liberty Fund; y cuando esté disponible, mira el documental “Muso Ayau, un legado para la libertad”.
En un mundo que anhela guías auténticos, el legado de Muso nos recuerda que la verdadera grandeza radica en la sencillez y el compromiso inquebrantable con la libertad: un faro eterno para generaciones venideras.
Voy a decir, sin temor a equivocarme, que la Universidad Francisco Marroquín —sus rectores, y muchísimos de sus directivos, profesores, estudiantes, administrativos y otros colaboradores— ha sabido honrar, materializar y sostener en el tiempo no solo el espíritu intelectual de su rector fundador, sino también su sentido del humor.
En el Centro Henry Hazlitt, por ejemplo, están Milton Friedman, Friedrich A. Hayek, Ludwig von Mises, Ayn Rand y el mismo Ayau vestidos como superhéroes. No son retratos de pedantes dómines (como diría Ludwig von Mises), sino iconos pop que inspiran a quienes aceptamos la invitación de pasar adelante porque amamos la verdad, la libertad y la justicia.
¿Por qué es importante que aquellos grandes del pensamiento occidental estén vestidos como superhéroes? Porque los héroes son personas que actúan para promover la vida y lo hacen con gran habilidad, que persiguen valores y muchas veces lo hacen en condiciones de dificultades extremas. Los héroes nos proveen de inspiración vital.
Manuel F. Ayau inspiró a los héroes que —en medio de un enfrentamiento armado que duraría 36 años— en la pequeña Guatemala de 1971 fundaron una universidad que no solo desafiaría el enfoque académico que hasta entonces recibían la ética, el derecho y la economía en Guatemala, sino también en Hispanoamérica y en el mundo. ¿Qué otra universidad —con aquellos héroes— se atrevería a usar el color rojo en su bandera porque es ¡Rojo marxista y hay que quitarles ese color hermoso! ¿Qué otra universidad —con tremendos héroes— usaría el sentido del humor y la travesura para difundir las virtudes y los valores de la libertad? Así es La Marro, que sigue los pasos de Manuel F. Ayau y los de sus sucesores. Su legado no es solo una universidad, sino un movimiento vivo que despierta conciencias y enciende corazones para que la libertad nunca deje de brillar.
Este año, Muso cumpliría 100 años de edad; y por él, por su legado, por la libertad y por la razón. ¡Salud!
Ayau, un prócer que inspira siempre
La primera vez que oí hablar de Manuel F. Ayau fue antes del terremoto de Managua, porque mi papá lo llevó a él y a un grupo de guatemaltecos a un viaje académico en la capital nicaragüense.
Mi padre regresó fascinado con las ideas de Muso, que proponía un gobierno con poderes limitados; libertad para intercambiar; eliminación de privilegios; y el respeto a la vida, la libertad y al cumplimiento de los contratos propuestas que eran poco apreciadas en los años 70. Acto seguido, en casa empezamos a lee “Tópicos de actualidad”, el folleto que publicaba el Centro de Estudios Económico-Sociales, centro de pensamiento del que era cofundador el doctor Ayau.
Luego de graduarme de bachiller, mi padre hizo lo que pudo para que yo estudiara en la “Universidad de Muso”; y aquí lo conocí en persona. Él era el Rector y le correspondió recibirnos a los de la Clase de 1980. El día del acto de bienvenida se subió al podio y dijo: “Me han pedido que les dé la bienvenida… así que bienvenidos”. Y se bajó. Los del público tardamos unos segundos en entender lo que había pasado y estallamos en risas y aplausos. Entonces él sonrió y se subió de nuevo para ofrecernos una bienvenida que estoy seguro que no duró más de 3 minutos. Y a mí me ganó el corazón. Es imposible no querer, admirar y respetar a la persona que escribía lo que yo leía en “Tópicos de actualidad” y que, encima, tenía el sentido del humor y el savoir faire que tenía Ayau. Es celebre la anécdota de que cuando dejó la presidencia de la Mont Pelerin Society cantó “Is it good what they say about planning?” Pero también es chulo recordar cuando él y sus amigos enfrentaban dificultades para la fundación de La Marro cantaban: “To dream the impossible dream./ To fight the unbeatable foe,/ To run where the brave dare not go./ To right the unrightablewrong./ To try when your arms are too weary./ To reach the unreachable star. This is my quest. To follow that star. No matter how hopeless./ No matter how far. To fight for the right!.
Como él era un Grande, era generoso y sencillo. Muso era magnánimo con sus conocimientos, con su tiempo y con sus recursos. Más de una vez me cachó en alguna inconsistencia y más de una vez “me bajó de la moto”; pero cuando me ofrecía una luz en el mundo de las ideas —aunque me viera con cara de “cómo se te ocurre semejante cosa”— siempre lo hizo con un aire de mentor y guía, no con ínfulas, ni de forma grosera. Una vez que le comenté cómo cierto personaje era agradable y modesto, a pesar de ser encumbrado, me dijo: “Vas a ver que los más grandes son los más sencillos”.
Muso era un contador de historias fenomenal. Uno podía oír y oír sus anécdotas, que no eran cualquier cosa porque él se movía cómodamente entre Premios Nobel y líderes de talla mundial; estaba como pez en el agua entre estudiantes; y gozaba en compañía de gente sencilla que, como él mismo, tenía sed de aprender y de descubrir. En sus últimos años, disfrutó mucho las oportunidades que tuvo para escuchar lo que la gente del interior del país tenía que decir sobre su proyecto ProReforma. Nunca le hizo el feo al ejemplo y a las enseñanzas que podía recibir de otros.
Manuel F. Ayau fue un guatemalteco universal, un hombre del Renacimiento y un prócer; y en esa dirección, la influencia de su ejemplo y de su compromiso con la libertad inspiró a miles de personas en Hispanoamérica y en todo el mundo. Este educador y emprendedor chapín —tan chapín como las champurradas— sembró el amor por la libertad y el descubrimiento en miles de mentes y corazones desde la academia, los medios de comunicación, la política y casi todos los campos de la acción humana.
Era un sabio porque andaba en busca del conocimiento y en busca de la verdad. Pocos, como él, entendían el significado profundo de aquella frase de Friedrich A. Hayek que dice que todas las teorías políticas dan por sentado que la mayoría de los individuos son muy ignorantes. Aquellos que propugnan la libertad difieren del resto en que se incluyen a sí mismos entre los ignorantes e incluyen también a los más sabios.
Cuando un día de estos yo haga la lista de las cinco bendiciones más grandes que he recibido en mi vida, una de ellas será la oportunidad de haber compartido la mesa con Muso, de haberlo servido y de contar con su ejemplo.
Cuando firmó mi ejemplar de su libro “El proceso económico”, Muso escribió: «Para Luis, con aprecio de su correligionario en la lucha por la libertad». Y así era él, no se veía a sí mismo como el maestro, el líder y el ejemplo que era, sino como uno más que iba aprendiendo y compartiendo en el camino.
Para conocerlo mejor, busca en línea “Una conversación con Manuel Ayau”, producida por The Liberty Fund; y cuando esté disponible, mira el documental “Muso Ayau, un legado para la libertad”.
En un mundo que anhela guías auténticos, el legado de Muso nos recuerda que la verdadera grandeza radica en la sencillez y el compromiso inquebrantable con la libertad: un faro eterno para generaciones venideras.
Voy a decir, sin temor a equivocarme, que la Universidad Francisco Marroquín —sus rectores, y muchísimos de sus directivos, profesores, estudiantes, administrativos y otros colaboradores— ha sabido honrar, materializar y sostener en el tiempo no solo el espíritu intelectual de su rector fundador, sino también su sentido del humor.
En el Centro Henry Hazlitt, por ejemplo, están Milton Friedman, Friedrich A. Hayek, Ludwig von Mises, Ayn Rand y el mismo Ayau vestidos como superhéroes. No son retratos de pedantes dómines (como diría Ludwig von Mises), sino iconos pop que inspiran a quienes aceptamos la invitación de pasar adelante porque amamos la verdad, la libertad y la justicia.
¿Por qué es importante que aquellos grandes del pensamiento occidental estén vestidos como superhéroes? Porque los héroes son personas que actúan para promover la vida y lo hacen con gran habilidad, que persiguen valores y muchas veces lo hacen en condiciones de dificultades extremas. Los héroes nos proveen de inspiración vital.
Manuel F. Ayau inspiró a los héroes que —en medio de un enfrentamiento armado que duraría 36 años— en la pequeña Guatemala de 1971 fundaron una universidad que no solo desafiaría el enfoque académico que hasta entonces recibían la ética, el derecho y la economía en Guatemala, sino también en Hispanoamérica y en el mundo. ¿Qué otra universidad —con aquellos héroes— se atrevería a usar el color rojo en su bandera porque es ¡Rojo marxista y hay que quitarles ese color hermoso! ¿Qué otra universidad —con tremendos héroes— usaría el sentido del humor y la travesura para difundir las virtudes y los valores de la libertad? Así es La Marro, que sigue los pasos de Manuel F. Ayau y los de sus sucesores. Su legado no es solo una universidad, sino un movimiento vivo que despierta conciencias y enciende corazones para que la libertad nunca deje de brillar.
Este año, Muso cumpliría 100 años de edad; y por él, por su legado, por la libertad y por la razón. ¡Salud!
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: