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Anatomía del progresismo: cárceles, cárceles y más cárceles

.
Reynaldo Rodríguez |
20 de marzo, 2025

Desde antes de las protestas del ‘68 en Francia, la cultura en Occidente dio un giro abrupto sin un retorno evidente a la histórica tradición pasada de la vida, la libertad y la propiedad. La semilla del progresismo ya había florecido y había dado frutos envenenados. Por su hegemonía a través del mundo occidental, es propio hacer una taxonomía filosófica de las propuestas generales que se traducen en política pública y cultura.  

El progresismo, asumiendo por propósitos prácticos que es una corriente única y homogénea, nace de múltiples cauces. Habitualmente, el progresismo se nutre de la negación de la existencia de cosas inmateriales tradicionales, la percepción de opresión de las estructuras pre modernas y la necesidad de acción estatal para resarcir los “daños” de la libertad. 

Dentro de los postulados progresistas, la existencia de cosas inmateriales, tales como la verdad, Dios, la justicia, el alma y demás formas usualmente ligadas a la filosofía griega y el cristianismo, se comprenden como discursos que intentan detentar la percepción de la realidad sin ser reales en verdad. La verdad, la justicia y otras formas inmateriales son, o bien, discursos subjetivos a cada uno; o bien, palabras nada más. El uso de estas “palabras” vacías son necesariamente expresiones de poder: no se habla de nada, se domina. 

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Ahora bien, por la ansiedad de la ubicuidad del poder, estos discursos requieren de un proceso deconstructivo de las estructuras opresivas arraigadas en nosotros. Debido a que pensamos desde estas estructuras automáticamente, es esencial “revisarlas”, porque únicamente aparecen como reales, cuando no son. Por ejemplo, pensamos de manera binaria: cielo-tierra, bueno-malo, hombre-mujer.

El fundamento de la libertad, la vida y la propiedad se ha perdido. En conclusión, nada está permitido. Pensar está prohibido. Hablar está prohibido. 

Esta manera automática de pensar es opresiva, pues proviene de estructuras externas creadas por los poderosos para controlarnos (patriarcado, religión, género) y, por ello, es necesario deconstruirlas. La conclusión a la que se llega es que el Estado debe resarcir a los afectados, habitualmente minorías, por todas aquellas estructuras que, superpuestas una encima de la otra, oprimen múltiples veces a aquellos que no se conforman a las normas binarias.  

Más allá de la condición real de las cosas inmateriales, la negación de estas trae consigo un detrimento fundamental para el ideal republicano. El progresismo crea un vacío lógico que se encuentra después de la negación de cosas inmateriales y que conlleva una necesidad de llenarlo. Los viejos poderosos caen y entran nuevos con diferentes discursos. Si no existe lo inmaterial y todo es discurso, el progresismo ara en el mar, pues su posición es indefendible. Además, el sujeto político se encuentra encadenado por todos lados y, por tanto, requiere de la destrucción de todo aquello viejo por lo nuevo, con confianza ciega de lo nuevo por ser nuevo. Aquí se encuentra el dilema último: se asume que el Estado puede resarcir todos los daños, devorando la libertad a través del poder de la administración. Todo lo que nazca de la libertad y sea asimilado como parte de una estructura opresiva debe ser reprimido. 

Dentro de los postulados del progresismo se encuentra una amenaza hacia aquellas cosas que consideramos valiosas en sí mismas y por sus efectos positivos en la sociedad. Así, pagamos programas culturales progresistas sin nuestro consentimiento. El Estado, unos pocos grupos de interés y organizaciones supranacionales son soberanos de las decisiones culturales, políticas y económicas. Además, surge la cárcel del lenguaje. No se puede hablar fuera de las nuevas normas de lenguaje no-binario, sin pena de humillación o incluso judicial. Por último, el fundamento de la tradición, el cristianismo, se cree como algo para ignorantes, mientras que lo new age nos libera. El fundamento de la libertad, la vida y la propiedad se ha perdido. 

En conclusión, nada está permitido. Pensar está prohibido. Hablar está prohibido. 

Anatomía del progresismo: cárceles, cárceles y más cárceles

Reynaldo Rodríguez |
20 de marzo, 2025
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Desde antes de las protestas del ‘68 en Francia, la cultura en Occidente dio un giro abrupto sin un retorno evidente a la histórica tradición pasada de la vida, la libertad y la propiedad. La semilla del progresismo ya había florecido y había dado frutos envenenados. Por su hegemonía a través del mundo occidental, es propio hacer una taxonomía filosófica de las propuestas generales que se traducen en política pública y cultura.  

El progresismo, asumiendo por propósitos prácticos que es una corriente única y homogénea, nace de múltiples cauces. Habitualmente, el progresismo se nutre de la negación de la existencia de cosas inmateriales tradicionales, la percepción de opresión de las estructuras pre modernas y la necesidad de acción estatal para resarcir los “daños” de la libertad. 

Dentro de los postulados progresistas, la existencia de cosas inmateriales, tales como la verdad, Dios, la justicia, el alma y demás formas usualmente ligadas a la filosofía griega y el cristianismo, se comprenden como discursos que intentan detentar la percepción de la realidad sin ser reales en verdad. La verdad, la justicia y otras formas inmateriales son, o bien, discursos subjetivos a cada uno; o bien, palabras nada más. El uso de estas “palabras” vacías son necesariamente expresiones de poder: no se habla de nada, se domina. 

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Ahora bien, por la ansiedad de la ubicuidad del poder, estos discursos requieren de un proceso deconstructivo de las estructuras opresivas arraigadas en nosotros. Debido a que pensamos desde estas estructuras automáticamente, es esencial “revisarlas”, porque únicamente aparecen como reales, cuando no son. Por ejemplo, pensamos de manera binaria: cielo-tierra, bueno-malo, hombre-mujer.

El fundamento de la libertad, la vida y la propiedad se ha perdido. En conclusión, nada está permitido. Pensar está prohibido. Hablar está prohibido. 

Esta manera automática de pensar es opresiva, pues proviene de estructuras externas creadas por los poderosos para controlarnos (patriarcado, religión, género) y, por ello, es necesario deconstruirlas. La conclusión a la que se llega es que el Estado debe resarcir a los afectados, habitualmente minorías, por todas aquellas estructuras que, superpuestas una encima de la otra, oprimen múltiples veces a aquellos que no se conforman a las normas binarias.  

Más allá de la condición real de las cosas inmateriales, la negación de estas trae consigo un detrimento fundamental para el ideal republicano. El progresismo crea un vacío lógico que se encuentra después de la negación de cosas inmateriales y que conlleva una necesidad de llenarlo. Los viejos poderosos caen y entran nuevos con diferentes discursos. Si no existe lo inmaterial y todo es discurso, el progresismo ara en el mar, pues su posición es indefendible. Además, el sujeto político se encuentra encadenado por todos lados y, por tanto, requiere de la destrucción de todo aquello viejo por lo nuevo, con confianza ciega de lo nuevo por ser nuevo. Aquí se encuentra el dilema último: se asume que el Estado puede resarcir todos los daños, devorando la libertad a través del poder de la administración. Todo lo que nazca de la libertad y sea asimilado como parte de una estructura opresiva debe ser reprimido. 

Dentro de los postulados del progresismo se encuentra una amenaza hacia aquellas cosas que consideramos valiosas en sí mismas y por sus efectos positivos en la sociedad. Así, pagamos programas culturales progresistas sin nuestro consentimiento. El Estado, unos pocos grupos de interés y organizaciones supranacionales son soberanos de las decisiones culturales, políticas y económicas. Además, surge la cárcel del lenguaje. No se puede hablar fuera de las nuevas normas de lenguaje no-binario, sin pena de humillación o incluso judicial. Por último, el fundamento de la tradición, el cristianismo, se cree como algo para ignorantes, mientras que lo new age nos libera. El fundamento de la libertad, la vida y la propiedad se ha perdido. 

En conclusión, nada está permitido. Pensar está prohibido. Hablar está prohibido. 

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