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Adiós prosperidad en la selva

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Luis Figueroa |
15 de agosto, 2025

Cuenta Pedro Culán, que en una selva frondosa, donde el río San Pedro serpentea como una vena plateada, los pizotes descendientes de Iboy (¿recuerdas al Andasolo?) habían cavado un pozo profundo del que extraían savia negra de la tierra. El pozo no solo daba trabajo a los tejones, que cargaban cubos de savia para comerciar, sino que mantenía un bote mágico que cruzaba el río de sol a sol, uniendo las madrigueras de dos aldeas: La Libertad y San Andrés. Jaguares, monos aulladores, tapires y pecaríes usaban el bote sin pagar una sola bellota, pues los pizotes, con su riqueza, lo ofrecían como un gesto de buena voluntad. La selva cantaba con el ir y venir de sus criaturas, unidas por el bote.

Un día, en obediencia a un mandato lejano, los tejones taparon el pozo y abandonaron la jungla. Sin la savia negra, los tejones obreros se quedaron sin trabajo, sus garras quedaron ociosas y sus madrigueras vacías de alimentos. Y, para más desgracia, el bote mágico dejó de cruzar el río y quedó silencioso, varado en una orilla. Los venados no podían comerciar, los tepezcuintles no visitaban a sus primos, y los quetzales, que antes volaban sobre el bote para charlar, se quedaron sin su ruta. El río, que antes era un lazo de vida, se convirtió en un muro que separaba familias y que apagó la prosperidad en la selva. Los animales, desolados, miraban el agua y recordaban los días en que el bote los llevaba sin pedir nada a cambio.

Sin pensarlo dos veces, una tropa de ratas codiciosas irrumpió en el claro del pozo abandonado. Con ramas e incluso láminas de zinc construyeron guaridas desordenadas al grito de: «¡Si los pizotes no quieren esta tierra, será nuestra!». Y en su afán por asentarse, pisotearon los lirios, ensuciaron los manantiales con sus desechos y arrancaron los arbustos que daban sombra a las criaturas más pequeñas. 

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El socialismo no solo fracasa en alcanzar sus objetivos utópicos ambientalistas (en este caso), sino que socava activamente las bases de la civilización económica. El destruccionismo desmantela los pilares de una economía funcional y de la sociedad.

La selva comenzó a gemir bajo el peso de los invasores. Las ranas dejaron de croar, las guacamayas huyeron, y el aire se llenó de un polvo amargo. Lo que las ratas veían cómo su botín era una herida en el corazón de la selva, que lloraba por su savia perdida y su armonía destrozada.

¿A qué viene esta fábula ecologista? A que el Ministerio de Energía y Minas, de la administración semillera, cerró las operaciones de la empresa Perenco en el campo Xan y dejó sin trabajo —directo e indirecto— a miles de personas. Disminuirán los ingresos fiscales que supuestamente necesita la administración. Encarecerá el asfalto que desesperadamente se necesita en las carreteras. El CONAP ya no recibirá su aporte. ¡Y encima!… ya no hay ferri gratis para la gente. ¡Y encima! Cayeron los invasores como cae una plaga de langostas.

En su libro, Socialismo, Ludwig von Mises llama destruccionismo al socialismo porque, con la planificación centralizada —desde ministerios como el MEM—, imposibilita la asignación racional de recursos, lo que lleva a un colapso progresivo de la productividad y la prosperidad económica. El socialismo no solo fracasa en alcanzar sus objetivos utópicos ambientalistas (en este caso), sino que socava activamente las bases de la civilización económica. El destruccionismo desmantela los pilares de una economía funcional y de la sociedad.

Moraleja: Cuando se corta la savia de la productividad y el trabajo, el bosque de la prosperidad se marchita, y lo que queda es un silencio roto solo por el caos de los oportunistas.

Si te interesan estos temas, visita luisfi61.com/

Adiós prosperidad en la selva

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Cuenta Pedro Culán, que en una selva frondosa, donde el río San Pedro serpentea como una vena plateada, los pizotes descendientes de Iboy (¿recuerdas al Andasolo?) habían cavado un pozo profundo del que extraían savia negra de la tierra. El pozo no solo daba trabajo a los tejones, que cargaban cubos de savia para comerciar, sino que mantenía un bote mágico que cruzaba el río de sol a sol, uniendo las madrigueras de dos aldeas: La Libertad y San Andrés. Jaguares, monos aulladores, tapires y pecaríes usaban el bote sin pagar una sola bellota, pues los pizotes, con su riqueza, lo ofrecían como un gesto de buena voluntad. La selva cantaba con el ir y venir de sus criaturas, unidas por el bote.

Un día, en obediencia a un mandato lejano, los tejones taparon el pozo y abandonaron la jungla. Sin la savia negra, los tejones obreros se quedaron sin trabajo, sus garras quedaron ociosas y sus madrigueras vacías de alimentos. Y, para más desgracia, el bote mágico dejó de cruzar el río y quedó silencioso, varado en una orilla. Los venados no podían comerciar, los tepezcuintles no visitaban a sus primos, y los quetzales, que antes volaban sobre el bote para charlar, se quedaron sin su ruta. El río, que antes era un lazo de vida, se convirtió en un muro que separaba familias y que apagó la prosperidad en la selva. Los animales, desolados, miraban el agua y recordaban los días en que el bote los llevaba sin pedir nada a cambio.

Sin pensarlo dos veces, una tropa de ratas codiciosas irrumpió en el claro del pozo abandonado. Con ramas e incluso láminas de zinc construyeron guaridas desordenadas al grito de: «¡Si los pizotes no quieren esta tierra, será nuestra!». Y en su afán por asentarse, pisotearon los lirios, ensuciaron los manantiales con sus desechos y arrancaron los arbustos que daban sombra a las criaturas más pequeñas. 

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La selva comenzó a gemir bajo el peso de los invasores. Las ranas dejaron de croar, las guacamayas huyeron, y el aire se llenó de un polvo amargo. Lo que las ratas veían cómo su botín era una herida en el corazón de la selva, que lloraba por su savia perdida y su armonía destrozada.

¿A qué viene esta fábula ecologista? A que el Ministerio de Energía y Minas, de la administración semillera, cerró las operaciones de la empresa Perenco en el campo Xan y dejó sin trabajo —directo e indirecto— a miles de personas. Disminuirán los ingresos fiscales que supuestamente necesita la administración. Encarecerá el asfalto que desesperadamente se necesita en las carreteras. El CONAP ya no recibirá su aporte. ¡Y encima!… ya no hay ferri gratis para la gente. ¡Y encima! Cayeron los invasores como cae una plaga de langostas.

En su libro, Socialismo, Ludwig von Mises llama destruccionismo al socialismo porque, con la planificación centralizada —desde ministerios como el MEM—, imposibilita la asignación racional de recursos, lo que lleva a un colapso progresivo de la productividad y la prosperidad económica. El socialismo no solo fracasa en alcanzar sus objetivos utópicos ambientalistas (en este caso), sino que socava activamente las bases de la civilización económica. El destruccionismo desmantela los pilares de una economía funcional y de la sociedad.

Moraleja: Cuando se corta la savia de la productividad y el trabajo, el bosque de la prosperidad se marchita, y lo que queda es un silencio roto solo por el caos de los oportunistas.

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