Recientemente, falleció un querido amigo, el arquitecto urbanista León Krier. Por eso deseo compartir contigo el encomio póstumo que escribió mi exalumna y asociada de León en el proyecto Cayalá:
“Léon Krier: un hombre revolucionario que imaginó una civilización más humana
Por María Sánchez, directora de Estudio Urbano, Guatemala
“Léon Krier fue mucho más que un arquitecto. Fue un verdadero humanista y polímata contemporáneo, capaz de entrelazar pensamiento, dibujo, filosofía, política y urbanismo en una visión tan coherente como radical. A lo largo de su vida desafió —con elegancia y valentía intelectual— los dogmas que redujeron la ciudad a un experimento funcionalista. Y lo hizo sin ideologías ni discursos partidistas. Usó el urbanismo —como lo entendían los clásicos— como la forma más noble de la política: aquella que organiza la vida diaria y crea las condiciones para el florecimiento humano.
Durante décadas, fue considerado como un pensador brillante y provocador, un defensor de la ciudad tradicional en un mundo que la había abandonado. Pero su mayor triunfo no fue teórico. Fue la realización de un urbanismo real y vivo. Y ocurrió en Guatemala.
En Cayalá —un barrio de desarrollo privado, pero abierto a todos, sin importar edad, origen o religión— Léon Krier vio cobrar vida su visión urbana con coherencia. Durante una visita a una finca cafetalera en Guatemala, comprendió que el mejor café proviene de la planta que responde con nobleza a su altitud, clima y suelo. Más tarde usaría esta analogía para hablar de arquitectura. Así concibió a Cayalá: como una ciudad nacida de su propia tierra, con identidad local y vocación universal.
Durante más de veinte años trabajó junto a nuestro equipo de Estudio Urbano, en una colaboración marcada por una lealtad mutua poco común en el medio profesional. A través de un diálogo profundo y creativo con Pedro Godoy y conmigo, su visión urbana tomó forma arquitectónica. Juntos, no trazamos únicamente calles y plazas: cultivamos un ideal compartido que dio vida a cada detalle.
Desde el inicio, la intención fue crear un lugar hermoso, seguro y acogedor, pensado no solo para quienes vivirían allí, sino para todos los guatemaltecos y visitantes, para que pudieran recorrerlo, disfrutarlo y reconocerse en una visión más humana de lo que una ciudad modernista podía ser. Un lugar que, con el tiempo, se convirtiera en parte de nuestra memoria colectiva: una experiencia compartida que nos uniera y nos llenara de orgullo como nación.
Y contra todo pronóstico, funcionó. Cayalá es un éxito porque tocó el anhelo más profundo del ser humano: vivir en un lugar que no humilla ni margina, sino que acoge; que no divide, sino que demuestra que es posible convivir —con orden, belleza y dignidad. Aunque no todos sean propietarios allí, todos pueden experimentarla.
Cayalá rompió todas las reglas impuestas por el urbanismo del siglo XX. Al hacerlo, y al desafiar todas las expectativas, demostró algo inmenso y oportuno: que una ciudad puede convertirse en un lugar de reconciliación en una sociedad históricamente dividida. Demuestra que la belleza no excluye, y que el orden no es opresión. Demuestra que un lugar —cuando se diseña con respeto por la naturaleza humana y con un compromiso claro con el bien común— no solo funciona: sana, educa y une. Una ciudad así no es un lujo. En palabras de Léon Krier, es un acto necesario de civilización.
Fiel a esa visión, Léon Krier no vino a Guatemala a imponer un modelo extranjero; vino a reactivar una sabiduría ya inscrita en la propia historia urbana del país. Su obra no fue una importación, sino una relectura fiel de principios universales que ya existían aquí. Vino a despertar una memoria olvidada: a crear un verdadero lugar, con escala humana, que pudiera convertirse en un hogar compartido. Lo que ocurrió en Cayalá fue único. En ningún otro sitio su visión se manifestó con tanta claridad ni se ejecutó con tal continuidad a lo largo del tiempo. Allí, su pensamiento se convirtió en forma —y apunta a la posibilidad y la esperanza del futuro.
Nos enseñó a construir un futuro con raíces, y a sentir orgullo por nuestro entorno construido cuando este forma parte de quienes somos. Nos recordó que la verdadera modernidad no consiste en romper con el pasado, sino en perfeccionar lo mejor que la humanidad ha creado. Podemos volver a creer que una vida digna, bella y compartida es posible —para todos.
Ese es el legado de Cayalá: mostrar que ciudades más humanas son posibles —y que este modelo puede adaptarse y replicarse en otros lugares para llegar a más personas. Léon Krier solía decir: “No construyo porque soy arquitecto. Puedo hacer arquitectura verdadera precisamente porque no construyo”. Pero en Guatemala, se atrevió. Y allí, su teoría dio fruto. Su mayor gesto no fue solo imaginar otro tipo de ciudad, sino demostrar —con una realidad construida— que aún es posible concebir una civilización más humana, y un urbanismo al servicio de ella.
Y eso, en nuestro tiempo, es una revolución.”
Recientemente, falleció un querido amigo, el arquitecto urbanista León Krier. Por eso deseo compartir contigo el encomio póstumo que escribió mi exalumna y asociada de León en el proyecto Cayalá:
“Léon Krier: un hombre revolucionario que imaginó una civilización más humana
Por María Sánchez, directora de Estudio Urbano, Guatemala
“Léon Krier fue mucho más que un arquitecto. Fue un verdadero humanista y polímata contemporáneo, capaz de entrelazar pensamiento, dibujo, filosofía, política y urbanismo en una visión tan coherente como radical. A lo largo de su vida desafió —con elegancia y valentía intelectual— los dogmas que redujeron la ciudad a un experimento funcionalista. Y lo hizo sin ideologías ni discursos partidistas. Usó el urbanismo —como lo entendían los clásicos— como la forma más noble de la política: aquella que organiza la vida diaria y crea las condiciones para el florecimiento humano.
Durante décadas, fue considerado como un pensador brillante y provocador, un defensor de la ciudad tradicional en un mundo que la había abandonado. Pero su mayor triunfo no fue teórico. Fue la realización de un urbanismo real y vivo. Y ocurrió en Guatemala.
En Cayalá —un barrio de desarrollo privado, pero abierto a todos, sin importar edad, origen o religión— Léon Krier vio cobrar vida su visión urbana con coherencia. Durante una visita a una finca cafetalera en Guatemala, comprendió que el mejor café proviene de la planta que responde con nobleza a su altitud, clima y suelo. Más tarde usaría esta analogía para hablar de arquitectura. Así concibió a Cayalá: como una ciudad nacida de su propia tierra, con identidad local y vocación universal.
Durante más de veinte años trabajó junto a nuestro equipo de Estudio Urbano, en una colaboración marcada por una lealtad mutua poco común en el medio profesional. A través de un diálogo profundo y creativo con Pedro Godoy y conmigo, su visión urbana tomó forma arquitectónica. Juntos, no trazamos únicamente calles y plazas: cultivamos un ideal compartido que dio vida a cada detalle.
Desde el inicio, la intención fue crear un lugar hermoso, seguro y acogedor, pensado no solo para quienes vivirían allí, sino para todos los guatemaltecos y visitantes, para que pudieran recorrerlo, disfrutarlo y reconocerse en una visión más humana de lo que una ciudad modernista podía ser. Un lugar que, con el tiempo, se convirtiera en parte de nuestra memoria colectiva: una experiencia compartida que nos uniera y nos llenara de orgullo como nación.
Y contra todo pronóstico, funcionó. Cayalá es un éxito porque tocó el anhelo más profundo del ser humano: vivir en un lugar que no humilla ni margina, sino que acoge; que no divide, sino que demuestra que es posible convivir —con orden, belleza y dignidad. Aunque no todos sean propietarios allí, todos pueden experimentarla.
Cayalá rompió todas las reglas impuestas por el urbanismo del siglo XX. Al hacerlo, y al desafiar todas las expectativas, demostró algo inmenso y oportuno: que una ciudad puede convertirse en un lugar de reconciliación en una sociedad históricamente dividida. Demuestra que la belleza no excluye, y que el orden no es opresión. Demuestra que un lugar —cuando se diseña con respeto por la naturaleza humana y con un compromiso claro con el bien común— no solo funciona: sana, educa y une. Una ciudad así no es un lujo. En palabras de Léon Krier, es un acto necesario de civilización.
Fiel a esa visión, Léon Krier no vino a Guatemala a imponer un modelo extranjero; vino a reactivar una sabiduría ya inscrita en la propia historia urbana del país. Su obra no fue una importación, sino una relectura fiel de principios universales que ya existían aquí. Vino a despertar una memoria olvidada: a crear un verdadero lugar, con escala humana, que pudiera convertirse en un hogar compartido. Lo que ocurrió en Cayalá fue único. En ningún otro sitio su visión se manifestó con tanta claridad ni se ejecutó con tal continuidad a lo largo del tiempo. Allí, su pensamiento se convirtió en forma —y apunta a la posibilidad y la esperanza del futuro.
Nos enseñó a construir un futuro con raíces, y a sentir orgullo por nuestro entorno construido cuando este forma parte de quienes somos. Nos recordó que la verdadera modernidad no consiste en romper con el pasado, sino en perfeccionar lo mejor que la humanidad ha creado. Podemos volver a creer que una vida digna, bella y compartida es posible —para todos.
Ese es el legado de Cayalá: mostrar que ciudades más humanas son posibles —y que este modelo puede adaptarse y replicarse en otros lugares para llegar a más personas. Léon Krier solía decir: “No construyo porque soy arquitecto. Puedo hacer arquitectura verdadera precisamente porque no construyo”. Pero en Guatemala, se atrevió. Y allí, su teoría dio fruto. Su mayor gesto no fue solo imaginar otro tipo de ciudad, sino demostrar —con una realidad construida— que aún es posible concebir una civilización más humana, y un urbanismo al servicio de ella.
Y eso, en nuestro tiempo, es una revolución.”