Desde muy pequeñito, en mi casa estábamos atentos cada año al 15 de mayo, no solo porque es el cumpleaños de mi señora madre, sino porque el día de San Isidro Labrador marca el inicio de la época lluviosa en Guatemala, siendo el patrón a quien se le reza para que el clima sea favorable a las cosechas.
Este año, las lluvias empezaron un poco más tarde, pero parece que vienen con paso firme y contundente, incluso acompañadas de erupciones en el Volcán de Fuego. Todos estos fenómenos naturales son esenciales para incrementar la productividad del sector agrícola y asegurar ingresos a número considerable de familias, por lo que se genera gran expectativa sobre la duración y copiosidad de la época.
Pero bien, decía mi abuelo, no hay dos glorias juntas. Los próximos meses también pondrán a prueba el estado de los activos viales que tiene Guatemala, incluyendo carreteras, puentes, caminos rurales y otras obras complementarias. Además, las lluvias se presentan como un serio contendiente a la capacidad institucional de responder ante emergencias, no solo en el caso de que ocurran catástrofes, sino por la necesidad de ejecutar obras de mitigación.
San Cristóbal es el patrono de los viajeros y los peregrinos y, por extensión, de los caminantes y de los conductores. Y no está de más recordarlo porque seguro habrá que encomendarse a él de forma recurrente en las semanas venideras. Durante las últimas dos semanas se han presentado derrumbes en algunos tramos clave del país, y basta con echar una mirada a la orilla del camino para percatarse de que hay riesgos de socavamientos y deslizamientos en varios puentes y vías a las orillas de montañas y barrancos.
Desde la parte privada, puedo asegurar que está toda la disposición de contribuir a paliar los efectos que traerán consigo las lluvias, pero esto no implica que se deslinde el Gobierno de la responsabilidad de poner a disposición todos los recursos, equipos y personal necesario para sobrellevar las próximas semanas.
El reto de la administración pública no es impermeabilizarse contra la lluvia, así como el reto ante las inminentes lluvias no es elevar oraciones y encender veladoras. Todo se reduce a la gestión de riesgos y a la agilidad en los procesos de respuesta. Es ineludible que vendrán las lluvias y que harán estragos en varios puntos de la red vial a lo largo del país, es algo que se sabía y poco se hizo para evitarlo, pero los planes y estrategias deben estar elaborados, aprendidos y prestos a implementarse en las próximas semanas. El liderazgo del Ministerio de Finanzas, del Ministerio de Comunicaciones y de CONRED será la clave del éxito o del fracaso.
No me gusta ser “ave de mal agüero”, pero probablemente tendremos una situación difícil de manejar y con altos costos que soportar. Pero que este presagio sirva de aspaviento es a lo menos que aspiro, porque sabio es el que se prepara ante la eventualidad, no por agorero, sino por precavido. No está de más pedir por intercesión celestial, pero a Dios rogando y con el mazo dando.
Mi reflexión va en la línea de asegurar que se hace un correcto dimensionamiento de lo que representará la época de lluvias para la red vial del país, contemplando no solo las pérdidas materiales que podrán darse por demoras en los trayectos y la imposibilidad de circulación en algunos tramos, sino también las pérdidas que podrán ocurrir en el caso de que no se cuente con los servicios esenciales que deberán prestarse a la población vulnerable.
Creo que es posible hacer algo y no estaría de más encomendarse a San Judas Tadeo, patrón de las causas imposibles, difíciles y desesperadas. Desde la parte privada, puedo asegurar que está toda la disposición de contribuir a paliar los efectos que traerán consigo las lluvias, pero esto no implica que se deslinde el Gobierno de la responsabilidad de poner a disposición todos los recursos, equipos y personal necesario para sobrellevar las próximas semanas, confiando en que podamos salir avante y que no nos agarren desprevenidos en el futuro.
Desde muy pequeñito, en mi casa estábamos atentos cada año al 15 de mayo, no solo porque es el cumpleaños de mi señora madre, sino porque el día de San Isidro Labrador marca el inicio de la época lluviosa en Guatemala, siendo el patrón a quien se le reza para que el clima sea favorable a las cosechas.
Este año, las lluvias empezaron un poco más tarde, pero parece que vienen con paso firme y contundente, incluso acompañadas de erupciones en el Volcán de Fuego. Todos estos fenómenos naturales son esenciales para incrementar la productividad del sector agrícola y asegurar ingresos a número considerable de familias, por lo que se genera gran expectativa sobre la duración y copiosidad de la época.
Pero bien, decía mi abuelo, no hay dos glorias juntas. Los próximos meses también pondrán a prueba el estado de los activos viales que tiene Guatemala, incluyendo carreteras, puentes, caminos rurales y otras obras complementarias. Además, las lluvias se presentan como un serio contendiente a la capacidad institucional de responder ante emergencias, no solo en el caso de que ocurran catástrofes, sino por la necesidad de ejecutar obras de mitigación.
San Cristóbal es el patrono de los viajeros y los peregrinos y, por extensión, de los caminantes y de los conductores. Y no está de más recordarlo porque seguro habrá que encomendarse a él de forma recurrente en las semanas venideras. Durante las últimas dos semanas se han presentado derrumbes en algunos tramos clave del país, y basta con echar una mirada a la orilla del camino para percatarse de que hay riesgos de socavamientos y deslizamientos en varios puentes y vías a las orillas de montañas y barrancos.
Desde la parte privada, puedo asegurar que está toda la disposición de contribuir a paliar los efectos que traerán consigo las lluvias, pero esto no implica que se deslinde el Gobierno de la responsabilidad de poner a disposición todos los recursos, equipos y personal necesario para sobrellevar las próximas semanas.
El reto de la administración pública no es impermeabilizarse contra la lluvia, así como el reto ante las inminentes lluvias no es elevar oraciones y encender veladoras. Todo se reduce a la gestión de riesgos y a la agilidad en los procesos de respuesta. Es ineludible que vendrán las lluvias y que harán estragos en varios puntos de la red vial a lo largo del país, es algo que se sabía y poco se hizo para evitarlo, pero los planes y estrategias deben estar elaborados, aprendidos y prestos a implementarse en las próximas semanas. El liderazgo del Ministerio de Finanzas, del Ministerio de Comunicaciones y de CONRED será la clave del éxito o del fracaso.
No me gusta ser “ave de mal agüero”, pero probablemente tendremos una situación difícil de manejar y con altos costos que soportar. Pero que este presagio sirva de aspaviento es a lo menos que aspiro, porque sabio es el que se prepara ante la eventualidad, no por agorero, sino por precavido. No está de más pedir por intercesión celestial, pero a Dios rogando y con el mazo dando.
Mi reflexión va en la línea de asegurar que se hace un correcto dimensionamiento de lo que representará la época de lluvias para la red vial del país, contemplando no solo las pérdidas materiales que podrán darse por demoras en los trayectos y la imposibilidad de circulación en algunos tramos, sino también las pérdidas que podrán ocurrir en el caso de que no se cuente con los servicios esenciales que deberán prestarse a la población vulnerable.
Creo que es posible hacer algo y no estaría de más encomendarse a San Judas Tadeo, patrón de las causas imposibles, difíciles y desesperadas. Desde la parte privada, puedo asegurar que está toda la disposición de contribuir a paliar los efectos que traerán consigo las lluvias, pero esto no implica que se deslinde el Gobierno de la responsabilidad de poner a disposición todos los recursos, equipos y personal necesario para sobrellevar las próximas semanas, confiando en que podamos salir avante y que no nos agarren desprevenidos en el futuro.