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A mitad del camino

Todos extrañamos nuestro hogar al estar lejos, aunque este se encuentre a unos cuantos kilómetros y un poco de tráfico de distancia.

.
Alejandra Osorio |
09 de enero, 2025

Estas primeras palabras las comencé a escribir atrapada en el tráfico. Ya son más de tres horas en la calzada San Juan. El dueño del carro a mi lado finalmente se resignó y decidió apagarlo, el motociclista que está al otro lado ya llamó a casa para decirles que no sabe a qué hora llegará y muchas personas bajaron de las camionetas y buses para emprender una caminata en el frío de la noche. Parece que la tortura no termina y solo se prolonga aún más mientras las estrellas y los faroles iluminan la escena plagada de suspiros y resignación. En eso, un peatón llamó a su amigo: «¡Ulises!». Es un poco irónico invocar el nombre de aquel que vivió una verdadera odisea para regresar a casa. Sin embargo, en ese momento, solo pude pensar en aquellos que no llegaron a Ítaca y no en su rey.

De héroes…

Seiscientos hombres pelearon en Troya bajo su comando. Seiscientos hombres zarparon rumbo Ítaca con su rey. Seiscientos hombres no llegaron a casa, a diferencia de él. Es que, cuando hablamos de la guerra de Troya, mucho se dice sobre aquellos grandes héroes que con destreza lograron sus metas, como Aquiles y Odiseo, pero sabemos muy poco de aquellos que los acompañaron, como Elpénor, Antíclo, Perimides y Euríloco.

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Este último era el segundo al mando en el barco de Odiseo durante su retorno, siendo también su cuñado. Cuando fueron apresados por el cíclope Polifemo, logró escapar gracias a la astucia de Odiseo. Cuando los hombres se transformaron en cerdos en la isla de Circe, le ayudó a su capitán para rescatarlos.

La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. Esa nostalgia puede oprimir el corazón, pero también puede llevar a actuar en contra de la lógica. El deseo por regresar a casa es muy grande, a pesar de que, como escribió Dickens en un ensayo, solo terminamos apreciando el hogar al deambular.

Cuando tuvieron que llamar a los muertos para pedir el consejo de Tiresias, estuvo ahí también. Cuando se enfrentaron a los monstruos y sirenas que escondían los mares, remó con fuerza para seguir avanzando. Pero un hombre solo puede soportar tanto.

Fueron diez años de guerra; fueron diez años de retorno. De seiscientos hombres solo quedaban unos cuantos, que ya estaban hambrientos y curtidos por el Sol y por la muerte. ¿Por qué habría de extrañarnos que Euríloco se hartara? El hambre y la nostalgia por un hogar lejano pudo más: convenció a los sobrevivientes de la tripulación de matar a una de las vacas para alimentarse y también de amotinarse en contra de su rey y capitán. Así pues, Odiseo solo podía observar cómo los pocos hombres que quedaban habían sellado su destino con un bocado. Todos saben que no se le roba a un dios. Por ello, al zapar nuevamente, fueron recibidos por una tormenta enviada por Zeus. Así, salvo Odiseo, ninguno regresó a casa.

Y sus errores

Euríloco se equivocó y se fue en contra de la razón y del hombre al que le juró lealtad. No obsante, en ese error se ve su humanidad. Había una nostalgia por la tierra que amaba, por la gente que amaba, por la vida que amaba. Esa misma nostalgia le vendó los ojos, como lo ha hecho con muchos otros. Es que, como Milan Kundera explica en La ignorancia, «en griego, “regreso” se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar». Esa nostalgia puede oprimir el corazón, pero también puede llevar a actuar en contra de la lógica. El deseo por regresar a casa es muy grande, a pesar de que, como escribió Dickens en un ensayo, solo terminamos apreciando el hogar al deambular. Todos extrañamos nuestro hogar al estar lejos, aunque este se encuentre a unos cuantos kilómetros y un poco de tráfico de distancia. El reto será no dejar que ese deseo por regresar nos haga errar como Euríloco y nos cause más desgracias.

A mitad del camino

Todos extrañamos nuestro hogar al estar lejos, aunque este se encuentre a unos cuantos kilómetros y un poco de tráfico de distancia.

Alejandra Osorio |
09 de enero, 2025
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Estas primeras palabras las comencé a escribir atrapada en el tráfico. Ya son más de tres horas en la calzada San Juan. El dueño del carro a mi lado finalmente se resignó y decidió apagarlo, el motociclista que está al otro lado ya llamó a casa para decirles que no sabe a qué hora llegará y muchas personas bajaron de las camionetas y buses para emprender una caminata en el frío de la noche. Parece que la tortura no termina y solo se prolonga aún más mientras las estrellas y los faroles iluminan la escena plagada de suspiros y resignación. En eso, un peatón llamó a su amigo: «¡Ulises!». Es un poco irónico invocar el nombre de aquel que vivió una verdadera odisea para regresar a casa. Sin embargo, en ese momento, solo pude pensar en aquellos que no llegaron a Ítaca y no en su rey.

De héroes…

Seiscientos hombres pelearon en Troya bajo su comando. Seiscientos hombres zarparon rumbo Ítaca con su rey. Seiscientos hombres no llegaron a casa, a diferencia de él. Es que, cuando hablamos de la guerra de Troya, mucho se dice sobre aquellos grandes héroes que con destreza lograron sus metas, como Aquiles y Odiseo, pero sabemos muy poco de aquellos que los acompañaron, como Elpénor, Antíclo, Perimides y Euríloco.

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Este último era el segundo al mando en el barco de Odiseo durante su retorno, siendo también su cuñado. Cuando fueron apresados por el cíclope Polifemo, logró escapar gracias a la astucia de Odiseo. Cuando los hombres se transformaron en cerdos en la isla de Circe, le ayudó a su capitán para rescatarlos.

La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. Esa nostalgia puede oprimir el corazón, pero también puede llevar a actuar en contra de la lógica. El deseo por regresar a casa es muy grande, a pesar de que, como escribió Dickens en un ensayo, solo terminamos apreciando el hogar al deambular.

Cuando tuvieron que llamar a los muertos para pedir el consejo de Tiresias, estuvo ahí también. Cuando se enfrentaron a los monstruos y sirenas que escondían los mares, remó con fuerza para seguir avanzando. Pero un hombre solo puede soportar tanto.

Fueron diez años de guerra; fueron diez años de retorno. De seiscientos hombres solo quedaban unos cuantos, que ya estaban hambrientos y curtidos por el Sol y por la muerte. ¿Por qué habría de extrañarnos que Euríloco se hartara? El hambre y la nostalgia por un hogar lejano pudo más: convenció a los sobrevivientes de la tripulación de matar a una de las vacas para alimentarse y también de amotinarse en contra de su rey y capitán. Así pues, Odiseo solo podía observar cómo los pocos hombres que quedaban habían sellado su destino con un bocado. Todos saben que no se le roba a un dios. Por ello, al zapar nuevamente, fueron recibidos por una tormenta enviada por Zeus. Así, salvo Odiseo, ninguno regresó a casa.

Y sus errores

Euríloco se equivocó y se fue en contra de la razón y del hombre al que le juró lealtad. No obsante, en ese error se ve su humanidad. Había una nostalgia por la tierra que amaba, por la gente que amaba, por la vida que amaba. Esa misma nostalgia le vendó los ojos, como lo ha hecho con muchos otros. Es que, como Milan Kundera explica en La ignorancia, «en griego, “regreso” se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar». Esa nostalgia puede oprimir el corazón, pero también puede llevar a actuar en contra de la lógica. El deseo por regresar a casa es muy grande, a pesar de que, como escribió Dickens en un ensayo, solo terminamos apreciando el hogar al deambular. Todos extrañamos nuestro hogar al estar lejos, aunque este se encuentre a unos cuantos kilómetros y un poco de tráfico de distancia. El reto será no dejar que ese deseo por regresar nos haga errar como Euríloco y nos cause más desgracias.

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