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La historia la escriben los vencedores

Alejandro Palmieri
04 de noviembre, 2021

Se le atribuye a Winston Churchill haber dicho que “la historia la escriben los vencedores”; lo que él dijo fue: “la historia será benévola conmigo, pues es mi intención escribirla”.  La primera, es una paráfrasis que muy bien agarra el concepto o la intención del buen Winston.

En tiempos actuales, para desgracia de la cultura y de la civilización, la “historia” -el término correcto sería narrativa- se escribe segundo a segundo y lo hace cualquier persona desde sus cuentas en redes sociales y, peor tantito, se hace sin el rigor científico que pudiese tener un historiador, se hace con el hígado o con el conjunto de las dos nalgas.

Así, la historia de nuestros tiempos y la del pasado reciente carece no solo de rigurosidad, sino de aquella condición a la que aludía Churchill, que la escriben los vencedores.  Claro que cuando se habla de ganadores hay que matizar, porque hay vencedores de batallas y vencedores de guerras; el asunto es que hoy en día, como dije, la historia parece escribirse minuto a minuto y eso hace que los vencedores de batallas crean que escriben la historia y no es así.

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La historia, la que trasciende en el tiempo, la escriben los vencedores de guerras, es atemporal.  Por más intentos que hagan los perdedores en hacer pasar narrativas por historia, el tiempo les será inclemente. La narrativa de los perdedores puede producir impacto en el momento, puede incluso ser determinante para eventos a corto plazo, pero jamás lo será a largo plazo.

Precisamente por ello es por lo que, de un tiempo para acá, la izquierda se ha dado a la tarea de pretender reescribir la historia, al punto de “cancelar” a personajes y eventos históricos que no casan con su narrativa.  Un ejemplo de ello es la demolición de bustos y estatuas de Cristóbal Colón a lo largo y ancho del continente americano como para borrar de la historia el hecho que a él se le atribuye el descubrimiento -para ellos, los europeos- de América.  Es igual de estúpido que los talibanes destruyan templos budistas o que se boten estatuas de Lenin y Marx.  Claro, es posible redimensionar la posición de tales figuras, pero intentar borrarlas de la historia no solo es estúpido, sino imposible. 

Así, la izquierda pretende escribir la historia reciente de Guatemala y poner como villanos a quienes ellos identifican como enemigos o como opositores ideológicos.  Ciertamente tienen una presencia muy vocal en redes y en medios, pero la historia no se escribe ahí, sino en anales -sin albur- que son sistematizados en bibliotecas y en tomos que perduran los siglos.  Los eventos accidentales donde una facción obtuvo alguna victoria son relegados al anecdotario.

La historia la escriben los vencedores y, quienes vencen, ejercen poder sobre lo que conquistan.  Ese poder puede ser autoritario, claro, pero también puede ser hegemónico en el sentido correcto del término.  No hay nada malo en alcanzar el poder mediante procedimientos legales y legítimos; que eso no les guste a los perdedores es incidental.

En un mundo regido -en la medida de lo posible- por la ley, por la justicia y por la virtud, el vencedor debe ser quien más mérito tenga para ello, mas no siempre es así, por eso es por lo que la historia también tiene injusticias.  Sin embargo, en Guatemala, a pesar de pasajes oscuros, la historia se ha escrito por los vencedores muy a disgusto de los perdedores y por sobre todo, muy al pesar de los izquierdistas que pretenden hacer ver que la historia de Guatemala, desde la “conquista” hasta nuestros días, es negativa.  La historia es historia y punto. 

Otra falacia “ad historiam” de la izquierda es querer achacar hechos pasados a personajes actuales, como si el pecado del tatarabuelo fuese atribuible al tataranieto o, peor tantito, atribuible al amigo del vecino del primo del tataranieto.

La sociedad, a nivel mundial, sufre de un ADD (attention deficit disorder, en inglés) y por ello es que les dan importancia a las publicaciones intrascendentes de la actualidad, pero una vez expuesta la sociedad a datos, hechos y a la historia bien contada, la narrativa de la izquierda se desvanece como polvo en el viento; intrascendente.

Por eso, es importante que se cuente la historia como es, como sucedió, y no como algunos han pretendido que sea.  Temporalmente tuvieron en su poder la narrativa, pero como he dicho, la narrativa desaparece, se esfuma ante la verdad de la historia. 

La historia será benévola con nosotros, porque tenemos la intención de escribirla.  Si tiene algún problema con ese axioma, vaya a reclamarle a Sir Winston. 

La historia la escriben los vencedores

Alejandro Palmieri
04 de noviembre, 2021

Se le atribuye a Winston Churchill haber dicho que “la historia la escriben los vencedores”; lo que él dijo fue: “la historia será benévola conmigo, pues es mi intención escribirla”.  La primera, es una paráfrasis que muy bien agarra el concepto o la intención del buen Winston.

En tiempos actuales, para desgracia de la cultura y de la civilización, la “historia” -el término correcto sería narrativa- se escribe segundo a segundo y lo hace cualquier persona desde sus cuentas en redes sociales y, peor tantito, se hace sin el rigor científico que pudiese tener un historiador, se hace con el hígado o con el conjunto de las dos nalgas.

Así, la historia de nuestros tiempos y la del pasado reciente carece no solo de rigurosidad, sino de aquella condición a la que aludía Churchill, que la escriben los vencedores.  Claro que cuando se habla de ganadores hay que matizar, porque hay vencedores de batallas y vencedores de guerras; el asunto es que hoy en día, como dije, la historia parece escribirse minuto a minuto y eso hace que los vencedores de batallas crean que escriben la historia y no es así.

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La historia, la que trasciende en el tiempo, la escriben los vencedores de guerras, es atemporal.  Por más intentos que hagan los perdedores en hacer pasar narrativas por historia, el tiempo les será inclemente. La narrativa de los perdedores puede producir impacto en el momento, puede incluso ser determinante para eventos a corto plazo, pero jamás lo será a largo plazo.

Precisamente por ello es por lo que, de un tiempo para acá, la izquierda se ha dado a la tarea de pretender reescribir la historia, al punto de “cancelar” a personajes y eventos históricos que no casan con su narrativa.  Un ejemplo de ello es la demolición de bustos y estatuas de Cristóbal Colón a lo largo y ancho del continente americano como para borrar de la historia el hecho que a él se le atribuye el descubrimiento -para ellos, los europeos- de América.  Es igual de estúpido que los talibanes destruyan templos budistas o que se boten estatuas de Lenin y Marx.  Claro, es posible redimensionar la posición de tales figuras, pero intentar borrarlas de la historia no solo es estúpido, sino imposible. 

Así, la izquierda pretende escribir la historia reciente de Guatemala y poner como villanos a quienes ellos identifican como enemigos o como opositores ideológicos.  Ciertamente tienen una presencia muy vocal en redes y en medios, pero la historia no se escribe ahí, sino en anales -sin albur- que son sistematizados en bibliotecas y en tomos que perduran los siglos.  Los eventos accidentales donde una facción obtuvo alguna victoria son relegados al anecdotario.

La historia la escriben los vencedores y, quienes vencen, ejercen poder sobre lo que conquistan.  Ese poder puede ser autoritario, claro, pero también puede ser hegemónico en el sentido correcto del término.  No hay nada malo en alcanzar el poder mediante procedimientos legales y legítimos; que eso no les guste a los perdedores es incidental.

En un mundo regido -en la medida de lo posible- por la ley, por la justicia y por la virtud, el vencedor debe ser quien más mérito tenga para ello, mas no siempre es así, por eso es por lo que la historia también tiene injusticias.  Sin embargo, en Guatemala, a pesar de pasajes oscuros, la historia se ha escrito por los vencedores muy a disgusto de los perdedores y por sobre todo, muy al pesar de los izquierdistas que pretenden hacer ver que la historia de Guatemala, desde la “conquista” hasta nuestros días, es negativa.  La historia es historia y punto. 

Otra falacia “ad historiam” de la izquierda es querer achacar hechos pasados a personajes actuales, como si el pecado del tatarabuelo fuese atribuible al tataranieto o, peor tantito, atribuible al amigo del vecino del primo del tataranieto.

La sociedad, a nivel mundial, sufre de un ADD (attention deficit disorder, en inglés) y por ello es que les dan importancia a las publicaciones intrascendentes de la actualidad, pero una vez expuesta la sociedad a datos, hechos y a la historia bien contada, la narrativa de la izquierda se desvanece como polvo en el viento; intrascendente.

Por eso, es importante que se cuente la historia como es, como sucedió, y no como algunos han pretendido que sea.  Temporalmente tuvieron en su poder la narrativa, pero como he dicho, la narrativa desaparece, se esfuma ante la verdad de la historia. 

La historia será benévola con nosotros, porque tenemos la intención de escribirla.  Si tiene algún problema con ese axioma, vaya a reclamarle a Sir Winston. 

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