Esta semana me percaté de que hay un grupo de individuos que pretenden impedir que se continúe con la segunda fase del proyecto de urbanización Cayalá. Se autonombran “vecinos de zona 15 y 16”. Obviamente esta supuesta representación es falsa. No obstante, buscan apoyo de aquellos que quieran dárselos.
No sé qué está pensando esta gente.
¿Acaso no se dan cuenta de cuánto ha beneficiado Cayalá a sus vecinos?
Antes de Cayalá los habitantes de Vista Hermosa III y aledaños vivían en un caserío, no en un barrio. Carecían de parques, plazas y calles peatonales, de servicios comerciales a los que pudieran ir a pie. A pesar de vivir en la urbe, su modo de vida era la del suburbio. Dependían del automóvil para toda movilización y aquellos que carecían de auto, como jóvenes, niños y ancianos estaban condenados al encierro en sus casas. Cayalá les ha proporcionado la posibilidad de disfrutar de la vida urbana, como la que tenían nuestros abuelos hasta los años 80, antes de que las regulaciones destruyeran el Centro Histórico. La zona 1 tiene una infraestructura urbana ejemplar: plazas, parques, comercio, vivienda, cuadras cortas que permiten facilidad de movilidad en todo sentido. Las demás zonas de la ciudad carecen de semejante infraestructura. Excepto Cayalá, que ha resucitado el arte del diseño urbano. Después de despertar del sueño dogmático del CIAM, Aldo Rossi planteó de nuevo la necesidad de volver al diseño urbano y abandonar las fantasías que estaban destruyendo la ciudad. Otros se unieron a esa iniciativa: Jane Jacobs, Rob Krier, Leon Krier, Andres Duaney, Samir Younés, Elizabeth Plater Zyberk, Quinlan Terry, Joge Hernandez, Robert Adam, Robert Stern, Thomas Beeby, Michael Lykoudis, Gabriel Tagliaventi y muchos más.
¿Acaso no se dan cuenta de que Cayalá es el único barrio que posee una identidad clara y distinta?
El buen diseño urbano de Cayalá se debe a que es concebido como barrio donde el uso mixto es una condición necesaria, pero como éste no es condición suficiente, su morfología urbana mezcla el trazado clásico, regularizado, rectilíneo y monumental, con el trazado irregular vernáculo o doméstico y la afinación arquitectónica de su asentamiento comprende la buena dosificación de la combinación del urbanismo y la arquitectura vernácula-clásica, la unidad por su tipología analógica y la identidad de los edificios por su tipología esencial. Como la urbe es un objeto hecho por el hombre, la obra de arquitectura e ingeniería crece a través del tiempo. Cada intervención en la urbe puede ayudar a crearla y consolidar su carácter o a destruirla y banalizarla. Por eso cada intervención en el orden urbano de Cayalá, respetando las reglas de decoro (relación vernáculo-clásico) guiado por las tipologías esenciales y analógicas, coadyuva a que sea un orden armónico, es decir, un orden con variedad, una complejidad organizada.
El buen diseño urbano debe ser local. Los edificios no debieran verse iguales en todas partes del mundo. Debieran responder a las diferencias climáticas y costumbres de las distintas regiones –uno no usa la misma ropa en todos los climas, ni habla de la misma manera a todo el mundo independientemente de a quien uno le dirige la palabra. Las urbes deben tener caracteres fuertes conectados al uso de materiales y tipologías analógicas locales. La tipología analógica como operación lógico-formal de un modo de proyectar arquitectónico donde los elementos están prefijados, formalmente definidos, donde el significado que nace al término de la operación es el sentido auténtico, imprevisto, original y local, provee unidad a la urbe. Así, si la tipología esencial provee la variedad en la urbe, la tipología analógica provee la unidad, necesarias para la composición armónica de la misma. (La armonía compositiva es variedad en la unidad y unidad en la variedad). Por tanto, la arquitectura de la urbe análoga no debiera estar compuesta de edificios que podrían estar en cualquier parte del mundo, sino que de edificios cuyo estilo arquitectónico refleje lo que hace su locación un lugar específico. Al evitar el aplanamiento de colinas, el relleno de valles, la disminución de pendientes, los arquitectos le proveen a Cayalá un carácter eminentemente local, realzando las características distintivas del emplazamiento aprovechando la naturaleza específica de la topografía. Y al reincorporar la tipología analógica local y reinterpretar el lenguaje arquitectónico de la edificación vernácula tradicional guatemalteca y de la arquitectura clásica colonial, los arquitectos de Cayalá le proveen al ciudadano una memoria histórica cultural de un pasado aun relevante, que lo conecta, al igual que el lenguaje y costumbres, con su identidad guatemalteca hispanoamericana, fusión de dos culturas, creando una imagen urbana irrepetible en otras localidades del mundo. Por eso vemos el fenómeno de novios y turistas que se retratan con edificios de Cayalá como fondo.
¿Acaso no se dan cuenta de que toda intervención urbana necesariamente implica modificación de la flora?
Comparada con otras “urbanizaciones”, que más bien son caseríos, Cayalá respeta más flora por habitante que las otras. Basta compararla con sus vecinos: Colonia Trinidad, Vista Hermosa III, Santa Rosita, Concepción Las Lomas, Lotificación Kanajuyu. Ya no digamos si la comparamos con los desarrollos en la Petapa. Pero la realidad es que una ciudad creciente necesita de lugares para que sus habitantes puedan vivir. Si el argumento de la modificación de la flora fuera válido para evitar la expansión urbana, sería aplicable a toda urbanización por igual. No más Vista Hermosas, no más Santa Rositas, no más Residenciales Hacienda Real, no más Las Luces, no más Cristo Rey, etc. La ventaja de la expansión del proyecto Cayalá es que es más denso, tiene más población por metro cuadrado que las otras y, por ende, impacta menos la flora. Eso sin contar que en el proyecto se conservan áreas verdes considerables y se hacen parques.
¿Acaso no se dan cuenta de que su iniciativa es la de violar el derecho de propiedad privada?
Si tuviesen éxito en violar el derecho de propiedad privada de los dueños del proyecto estarían sentando un precedente nefasto en la jurisprudencia de Guatemala. El derecho a la propiedad privada quedaría a merced de la voluntad de grupos de presión. Y este principio sería igual para todos, incluyendo para la propiedad de aquellos que presionaron para impedir la realización del proyecto. ¿Y cuál sería la consecuencia de esto? Pues como es difícil suponer que la población no aumentará, la necesidad de vivienda se acrecentará, y dado la imposibilidad de la expansión urbana, no quedará más remedio que construir torres en los solares ocupados por viviendas unifamiliares, que deberán ser expropiados para tal propósito – al fin y al cabo, ya no habrá derecho de propiedad privada que proteja a los vecinos de Vista Hermosa III de ser despojados de sus casas.
¿Será que es eso lo que quieren?
No sé qué está pensando esta gente.
Esta semana me percaté de que hay un grupo de individuos que pretenden impedir que se continúe con la segunda fase del proyecto de urbanización Cayalá. Se autonombran “vecinos de zona 15 y 16”. Obviamente esta supuesta representación es falsa. No obstante, buscan apoyo de aquellos que quieran dárselos.
No sé qué está pensando esta gente.
¿Acaso no se dan cuenta de cuánto ha beneficiado Cayalá a sus vecinos?
Antes de Cayalá los habitantes de Vista Hermosa III y aledaños vivían en un caserío, no en un barrio. Carecían de parques, plazas y calles peatonales, de servicios comerciales a los que pudieran ir a pie. A pesar de vivir en la urbe, su modo de vida era la del suburbio. Dependían del automóvil para toda movilización y aquellos que carecían de auto, como jóvenes, niños y ancianos estaban condenados al encierro en sus casas. Cayalá les ha proporcionado la posibilidad de disfrutar de la vida urbana, como la que tenían nuestros abuelos hasta los años 80, antes de que las regulaciones destruyeran el Centro Histórico. La zona 1 tiene una infraestructura urbana ejemplar: plazas, parques, comercio, vivienda, cuadras cortas que permiten facilidad de movilidad en todo sentido. Las demás zonas de la ciudad carecen de semejante infraestructura. Excepto Cayalá, que ha resucitado el arte del diseño urbano. Después de despertar del sueño dogmático del CIAM, Aldo Rossi planteó de nuevo la necesidad de volver al diseño urbano y abandonar las fantasías que estaban destruyendo la ciudad. Otros se unieron a esa iniciativa: Jane Jacobs, Rob Krier, Leon Krier, Andres Duaney, Samir Younés, Elizabeth Plater Zyberk, Quinlan Terry, Joge Hernandez, Robert Adam, Robert Stern, Thomas Beeby, Michael Lykoudis, Gabriel Tagliaventi y muchos más.
¿Acaso no se dan cuenta de que Cayalá es el único barrio que posee una identidad clara y distinta?
El buen diseño urbano de Cayalá se debe a que es concebido como barrio donde el uso mixto es una condición necesaria, pero como éste no es condición suficiente, su morfología urbana mezcla el trazado clásico, regularizado, rectilíneo y monumental, con el trazado irregular vernáculo o doméstico y la afinación arquitectónica de su asentamiento comprende la buena dosificación de la combinación del urbanismo y la arquitectura vernácula-clásica, la unidad por su tipología analógica y la identidad de los edificios por su tipología esencial. Como la urbe es un objeto hecho por el hombre, la obra de arquitectura e ingeniería crece a través del tiempo. Cada intervención en la urbe puede ayudar a crearla y consolidar su carácter o a destruirla y banalizarla. Por eso cada intervención en el orden urbano de Cayalá, respetando las reglas de decoro (relación vernáculo-clásico) guiado por las tipologías esenciales y analógicas, coadyuva a que sea un orden armónico, es decir, un orden con variedad, una complejidad organizada.
El buen diseño urbano debe ser local. Los edificios no debieran verse iguales en todas partes del mundo. Debieran responder a las diferencias climáticas y costumbres de las distintas regiones –uno no usa la misma ropa en todos los climas, ni habla de la misma manera a todo el mundo independientemente de a quien uno le dirige la palabra. Las urbes deben tener caracteres fuertes conectados al uso de materiales y tipologías analógicas locales. La tipología analógica como operación lógico-formal de un modo de proyectar arquitectónico donde los elementos están prefijados, formalmente definidos, donde el significado que nace al término de la operación es el sentido auténtico, imprevisto, original y local, provee unidad a la urbe. Así, si la tipología esencial provee la variedad en la urbe, la tipología analógica provee la unidad, necesarias para la composición armónica de la misma. (La armonía compositiva es variedad en la unidad y unidad en la variedad). Por tanto, la arquitectura de la urbe análoga no debiera estar compuesta de edificios que podrían estar en cualquier parte del mundo, sino que de edificios cuyo estilo arquitectónico refleje lo que hace su locación un lugar específico. Al evitar el aplanamiento de colinas, el relleno de valles, la disminución de pendientes, los arquitectos le proveen a Cayalá un carácter eminentemente local, realzando las características distintivas del emplazamiento aprovechando la naturaleza específica de la topografía. Y al reincorporar la tipología analógica local y reinterpretar el lenguaje arquitectónico de la edificación vernácula tradicional guatemalteca y de la arquitectura clásica colonial, los arquitectos de Cayalá le proveen al ciudadano una memoria histórica cultural de un pasado aun relevante, que lo conecta, al igual que el lenguaje y costumbres, con su identidad guatemalteca hispanoamericana, fusión de dos culturas, creando una imagen urbana irrepetible en otras localidades del mundo. Por eso vemos el fenómeno de novios y turistas que se retratan con edificios de Cayalá como fondo.
¿Acaso no se dan cuenta de que toda intervención urbana necesariamente implica modificación de la flora?
Comparada con otras “urbanizaciones”, que más bien son caseríos, Cayalá respeta más flora por habitante que las otras. Basta compararla con sus vecinos: Colonia Trinidad, Vista Hermosa III, Santa Rosita, Concepción Las Lomas, Lotificación Kanajuyu. Ya no digamos si la comparamos con los desarrollos en la Petapa. Pero la realidad es que una ciudad creciente necesita de lugares para que sus habitantes puedan vivir. Si el argumento de la modificación de la flora fuera válido para evitar la expansión urbana, sería aplicable a toda urbanización por igual. No más Vista Hermosas, no más Santa Rositas, no más Residenciales Hacienda Real, no más Las Luces, no más Cristo Rey, etc. La ventaja de la expansión del proyecto Cayalá es que es más denso, tiene más población por metro cuadrado que las otras y, por ende, impacta menos la flora. Eso sin contar que en el proyecto se conservan áreas verdes considerables y se hacen parques.
¿Acaso no se dan cuenta de que su iniciativa es la de violar el derecho de propiedad privada?
Si tuviesen éxito en violar el derecho de propiedad privada de los dueños del proyecto estarían sentando un precedente nefasto en la jurisprudencia de Guatemala. El derecho a la propiedad privada quedaría a merced de la voluntad de grupos de presión. Y este principio sería igual para todos, incluyendo para la propiedad de aquellos que presionaron para impedir la realización del proyecto. ¿Y cuál sería la consecuencia de esto? Pues como es difícil suponer que la población no aumentará, la necesidad de vivienda se acrecentará, y dado la imposibilidad de la expansión urbana, no quedará más remedio que construir torres en los solares ocupados por viviendas unifamiliares, que deberán ser expropiados para tal propósito – al fin y al cabo, ya no habrá derecho de propiedad privada que proteja a los vecinos de Vista Hermosa III de ser despojados de sus casas.
¿Será que es eso lo que quieren?
No sé qué está pensando esta gente.