Es irresistible hablar sobre tu país cuando tu columna semanal coincide con el día de la independencia. Estoy seguro de que la mayoría de colegas que comparten un espacio de análisis y discusión en algún medio estarán escribiendo acerca de la independencia y sus consecuencias, de si fue una verdadera independencia, sobre la intervención estadounidense en distintos momentos de la historia del país o incluso acerca de la incidencia que tienen otros países y organismos internacionales en la política actual. No faltarán aquellos que con titulares polémicos buscarán captar la atención de los lectores, algunos con razón, aunque no faltarán los que escupirán veneno sin justificación y con argumentos vagos y populistas. La oferta de opiniones será variada y es el lector el que tendrá que decidir cuáles vale la pena replicar y cuáles vale la pena dejar que se queden en un círculo cerrado de odio y de repartición de culpas.
Pues bueno, la historia de nuestro país esta allí para que la lea el que quiera y para que aprenda lo que pueda aprender. Versiones sobre la historia de nuestro país hay muchas, algunas más llenas de opiniones que otras, pero entre las muchas versiones se encuentra la verdad. Interpretaciones sobre la historia y sobre las opiniones de aquellos que la escribieron tampoco faltan. Como les digo, encontrarán muchísimas columnas citando a algunos autores o a otros, atribuyéndole nuestro subdesarrollo a ciertos actores sobre otros o a ciertos momentos que a otros. Al final, repartir culpas parece que genera un sentimiento de satisfacción en quienes no están conformes con la situación, pero tampoco son capaces de proponer soluciones.
¿Cómo se construye con país? La respuesta no es fácil. La historia de los países es compleja y cada uno de ellos tiene una trayectoria diferente en donde factores geográficos, políticos, sociales, económicos, institucionales y de azar han jugado algún rol. De lo que estoy seguro es que ningún país se ha construido viviendo del pasado y profundizando las diferencias que evitan la generación de consensos. Cuando evitamos las opiniones de los extremos nos damos cuenta de que compartimos más cosas de las que disentimos. Que valoramos las mismas cosas, a veces un poco diferente, pero en general estamos de acuerdo. Que estamos en contra de la corrupción, a favor de la libertad, que queremos mejores políticos, que no queremos que el Estado gaste en cosas innecesarias, que queremos una profesionalización de la administración pública, que mejorar la infraestructura vial es impostergable y que hay que invertir en educación y salud.
Tampoco quiero menospreciar el valor que existe en conocer los detalles de nuestra historia y comprender por qué hay ciertos patrones que continúan en la actualidad. Pero eso es lo que hay que hacer con la historia, comprenderla y analizar por qué somos como somos y por qué estamos como estamos y no utilizarla para alimentar narrativas que muchas veces son falsas y responden a agendas que poco harán por sacarnos del subdesarrollo. La celebración del día de la independencia debe ser un momento de reflexión sobre nuestra historia, pero también de unidad para comprender que los países se construyen en sociedades que comparten ciertos valores y exigen que el Estado y los demás miembros de la sociedad se comporten conforme a dichos valores.
Es irresistible hablar sobre tu país cuando tu columna semanal coincide con el día de la independencia. Estoy seguro de que la mayoría de colegas que comparten un espacio de análisis y discusión en algún medio estarán escribiendo acerca de la independencia y sus consecuencias, de si fue una verdadera independencia, sobre la intervención estadounidense en distintos momentos de la historia del país o incluso acerca de la incidencia que tienen otros países y organismos internacionales en la política actual. No faltarán aquellos que con titulares polémicos buscarán captar la atención de los lectores, algunos con razón, aunque no faltarán los que escupirán veneno sin justificación y con argumentos vagos y populistas. La oferta de opiniones será variada y es el lector el que tendrá que decidir cuáles vale la pena replicar y cuáles vale la pena dejar que se queden en un círculo cerrado de odio y de repartición de culpas.
Pues bueno, la historia de nuestro país esta allí para que la lea el que quiera y para que aprenda lo que pueda aprender. Versiones sobre la historia de nuestro país hay muchas, algunas más llenas de opiniones que otras, pero entre las muchas versiones se encuentra la verdad. Interpretaciones sobre la historia y sobre las opiniones de aquellos que la escribieron tampoco faltan. Como les digo, encontrarán muchísimas columnas citando a algunos autores o a otros, atribuyéndole nuestro subdesarrollo a ciertos actores sobre otros o a ciertos momentos que a otros. Al final, repartir culpas parece que genera un sentimiento de satisfacción en quienes no están conformes con la situación, pero tampoco son capaces de proponer soluciones.
¿Cómo se construye con país? La respuesta no es fácil. La historia de los países es compleja y cada uno de ellos tiene una trayectoria diferente en donde factores geográficos, políticos, sociales, económicos, institucionales y de azar han jugado algún rol. De lo que estoy seguro es que ningún país se ha construido viviendo del pasado y profundizando las diferencias que evitan la generación de consensos. Cuando evitamos las opiniones de los extremos nos damos cuenta de que compartimos más cosas de las que disentimos. Que valoramos las mismas cosas, a veces un poco diferente, pero en general estamos de acuerdo. Que estamos en contra de la corrupción, a favor de la libertad, que queremos mejores políticos, que no queremos que el Estado gaste en cosas innecesarias, que queremos una profesionalización de la administración pública, que mejorar la infraestructura vial es impostergable y que hay que invertir en educación y salud.
Tampoco quiero menospreciar el valor que existe en conocer los detalles de nuestra historia y comprender por qué hay ciertos patrones que continúan en la actualidad. Pero eso es lo que hay que hacer con la historia, comprenderla y analizar por qué somos como somos y por qué estamos como estamos y no utilizarla para alimentar narrativas que muchas veces son falsas y responden a agendas que poco harán por sacarnos del subdesarrollo. La celebración del día de la independencia debe ser un momento de reflexión sobre nuestra historia, pero también de unidad para comprender que los países se construyen en sociedades que comparten ciertos valores y exigen que el Estado y los demás miembros de la sociedad se comporten conforme a dichos valores.