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Sobre la Libertad, recordando a John Stuart Mill

Warren Orbaugh
22 de julio, 2019

Hace 160 años se publicó Sobre la Libertad, el libro filosófico de John Stuart Mill.  Con éste pretendió establecer las normas de las relaciones entre autoridad y libertad.  Enfatizó la importancia de la individualidad, que concibió como prerrequisito para lograr la vida feliz.  Dado que se acercan las elecciones para presidente, consideré relevante recordar algunas de sus ideas.

Primero, nos dice Mill, que el hecho de vivir en sociedad hace indispensable que cada uno se obligue a observar una cierta línea de conducta para con los demás que consiste, primero, en no perjudicar los intereses de otro –no violar sus derechos– y segundo, en tomar cada uno su parte en los trabajos y esfuerzos para defender a la sociedad o sus miembros de todo daño o vejación.

También nos advierte que las virtudes personales, que siguen en importancia a las sociales deben ser cultivadas en los niños por la educación –por convicción, persuasión y compulsión.

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Así mismo insiste en que los seres humanos se deben mutua ayuda para distinguir lo mejor de lo peor, incitándose entre sí para preferir lo primero y evitar lo último.

Ninguno está autorizado, observa, para decir a otro ser humano de edad madura que no haga de su vida lo que más le convenga en vista de su propio beneficio.

Nos anuncia que en la conducta de unos seres humanos respecto de otros es necesaria la observancia de reglas generales, a fin de que cada uno sepa lo que debe esperar.

Cada uno tiene derecho, asegura, a evitar buscar la asociación con aquel, que aunque no perjudique a nadie, obra como un bárbaro, porque tenemos derecho a elegir lo que más nos convenga.

Manifiesta que los actos perjudiciales para los demás, como la violación de sus derechos; el acto de infringirles alguna pérdida o daño no justificable; la falsedad o duplicidad en sus relaciones con ellos; el uso ilícito de ventajas sobre otros; la abstención de defenderlos contra el mal, son objetos propios de reprobación moral y de castigo.

También las disposiciones que conducen a estos actos, como la tendencia a la crueldad, la malicia, la envidia, el disimulo y la insinceridad; la irascibilidad sin causa suficiente y el sentimiento desproporcionado a la provocación; el ansia de dominación sobre los demás, el deseo de acaparar más que la propia parte en las ventajas –el arrogante, avaricioso, interesado y engañador que los griegos denominan pleonesia; la soberbia que se complace en el rebajamiento de los demás; el egoísmo vulgar, y otros tantos vicios morales que constituyen un carácter moral malo y odioso, son dignas de reprobación.

Declara que los «deberes para consigo mismo», como la prudencia, el propio respeto y desenvolvimiento no son socialmente obligatorios.  Sólo cuando la inobservancia de estos implican un quebrantamiento de deberes para con los demás, por lo cuales el individuo está obligado a cuidar de sí mismo, son objeto de reprobación moral.

Esta distinción entre la parte de la vida de una persona que a ella sola se refiere y la que se refiere a los demás es crucial.  El público no tiene por qué intervenir en los gustos personales ni en los intereses propios de los individuos.

Critica la democracia que junto a la noción de que el público tiene un derecho de veto sobre la manera que los individuos tengan de gastar sus ingresos y al socialismo porque viola los derechos de los individuos.

Reprocha la teoría de los «derechos sociales» llamándola «un principio monstruoso».

De tal manera que si queremos preservar nuestra libertad individual, teniendo en mente estos planteamientos de Mill, debemos votar para evitar que un solo partido político detente todo el poder –no sea que se le ocurra mediante decretos, que podrían emitir, intervenir en los gustos personales o en los intereses propios de los individuos o en la manera que los individuos tengan de gastar sus ingresos.


Sobre la Libertad, recordando a John Stuart Mill

Warren Orbaugh
22 de julio, 2019

Hace 160 años se publicó Sobre la Libertad, el libro filosófico de John Stuart Mill.  Con éste pretendió establecer las normas de las relaciones entre autoridad y libertad.  Enfatizó la importancia de la individualidad, que concibió como prerrequisito para lograr la vida feliz.  Dado que se acercan las elecciones para presidente, consideré relevante recordar algunas de sus ideas.

Primero, nos dice Mill, que el hecho de vivir en sociedad hace indispensable que cada uno se obligue a observar una cierta línea de conducta para con los demás que consiste, primero, en no perjudicar los intereses de otro –no violar sus derechos– y segundo, en tomar cada uno su parte en los trabajos y esfuerzos para defender a la sociedad o sus miembros de todo daño o vejación.

También nos advierte que las virtudes personales, que siguen en importancia a las sociales deben ser cultivadas en los niños por la educación –por convicción, persuasión y compulsión.

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Así mismo insiste en que los seres humanos se deben mutua ayuda para distinguir lo mejor de lo peor, incitándose entre sí para preferir lo primero y evitar lo último.

Ninguno está autorizado, observa, para decir a otro ser humano de edad madura que no haga de su vida lo que más le convenga en vista de su propio beneficio.

Nos anuncia que en la conducta de unos seres humanos respecto de otros es necesaria la observancia de reglas generales, a fin de que cada uno sepa lo que debe esperar.

Cada uno tiene derecho, asegura, a evitar buscar la asociación con aquel, que aunque no perjudique a nadie, obra como un bárbaro, porque tenemos derecho a elegir lo que más nos convenga.

Manifiesta que los actos perjudiciales para los demás, como la violación de sus derechos; el acto de infringirles alguna pérdida o daño no justificable; la falsedad o duplicidad en sus relaciones con ellos; el uso ilícito de ventajas sobre otros; la abstención de defenderlos contra el mal, son objetos propios de reprobación moral y de castigo.

También las disposiciones que conducen a estos actos, como la tendencia a la crueldad, la malicia, la envidia, el disimulo y la insinceridad; la irascibilidad sin causa suficiente y el sentimiento desproporcionado a la provocación; el ansia de dominación sobre los demás, el deseo de acaparar más que la propia parte en las ventajas –el arrogante, avaricioso, interesado y engañador que los griegos denominan pleonesia; la soberbia que se complace en el rebajamiento de los demás; el egoísmo vulgar, y otros tantos vicios morales que constituyen un carácter moral malo y odioso, son dignas de reprobación.

Declara que los «deberes para consigo mismo», como la prudencia, el propio respeto y desenvolvimiento no son socialmente obligatorios.  Sólo cuando la inobservancia de estos implican un quebrantamiento de deberes para con los demás, por lo cuales el individuo está obligado a cuidar de sí mismo, son objeto de reprobación moral.

Esta distinción entre la parte de la vida de una persona que a ella sola se refiere y la que se refiere a los demás es crucial.  El público no tiene por qué intervenir en los gustos personales ni en los intereses propios de los individuos.

Critica la democracia que junto a la noción de que el público tiene un derecho de veto sobre la manera que los individuos tengan de gastar sus ingresos y al socialismo porque viola los derechos de los individuos.

Reprocha la teoría de los «derechos sociales» llamándola «un principio monstruoso».

De tal manera que si queremos preservar nuestra libertad individual, teniendo en mente estos planteamientos de Mill, debemos votar para evitar que un solo partido político detente todo el poder –no sea que se le ocurra mediante decretos, que podrían emitir, intervenir en los gustos personales o en los intereses propios de los individuos o en la manera que los individuos tengan de gastar sus ingresos.


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