El egoísmo –preocuparse de beneficiar o fomentar la propia vida– es una necesidad biológica de todo organismo vivo. Si un ser vivo ha de mantenerse con vida, debe actuar buscando y alcanzando aquello que promueve su vida y evitar aquello que la perjudica. Los animales lo hacen siguiendo sus impulsos no razonados. El hombre, empero, es un ser racional, es decir, es capaz de conceptualizar, comprender principios y causalidad, por lo que puede prever las consecuencias a largo plazo de sus acciones. Y precisamente por esto y porque la acción humana es conducta deliberada, consciente y voluntaria para alcanzar un fin considerado mejor que su situación actual, el hombre precisa de un código moral o teoría normativa que le sirva de guía en sus elecciones y acciones. Fundamentalmente, la razón de la necesidad del egoísmo es la misma que la razón de ser moral. Se basa en el hecho de que si una persona no nutre su existencia, se muere. Los humanos sobreviven actuando en su propio beneficio. El egoísmo meramente es la normativa de vivir, de querer vivir y actuar para vivir, de tener el propósito de vivir y de perseguirlo deliberadamente. El egoísmo ético es la tesis de que una persona debería actuar para promover su interés propio.
La vida es la que hace posibles y necesarios los valores. Distinguir entre cosas que son buenas o malas, y entre acciones que son buenas o malas, sólo tiene sentido en relación con la intención de vivir. Valorar lo que no beneficie la vida del organismo no se puede considerar bueno, es decir, no es un auténtico valor objetivo, no es un valor moral. La condición natural de un valor objetivo o moral –el hecho de que una persona debe buscar aquello que promueva su vida –establece que el punto de vivir moralmente es beneficiarse uno mismo.
La vida en cuestión, la que es crucial, no es la vida per se, la vida de la humanidad, o la vida de la madre tierra, sino la vida del propio agente. El hecho de que es la vida la que hace necesario valorar lo que la promueve, significa que la persona si quiere vivir debe actuar moralmente para conseguir aquellos valores que lo mantendrán vivo. Esa es la base de la obligación moral. Como tal, la moral sana es totalmente egoísta. El egoísmo está integralmente fusionado a la moral, desde la naturaleza del valor y la lógica de su búsqueda.
No existe un argumento en favor de la moralidad sana y otro distinto en favor del egoísmo. La moral sana es fundamentalmente un código de conducta egoísta. El propósito egoísta de mantener la propia vida establece las respuestas a todas las preguntas morales sobre que constituye virtudes y vicios y cómo debe actuar uno. La recompensa de vivir moralmente es el florecimiento, el vivir la buena vida. La razón para seguir los sanos principios morales es que es en el mejor interés propio el hacerlo.
La eficacia de la acción moral del individuo depende de que tan bueno sea el código ético que sigue. Como indique anteriormente, un código ético egoísta, no es malsano o sano, malo o bueno por el propósito que define –preocuparse del interés propio– sino que por los medios que recomienda. Si el medio elegido, que por ser acción inadecuada no produce el fruto esperado, da como consecuencia un sistema ético egoísta ineficaz que no puede alcanzar el fin o propósito propuesto. En lugar de beneficiar al agente, lo perjudica. En lugar de ayudarlo a vivir como humano, lo conduce a vivir como animal irracional –dominado por sus impulsos. Descubrir los medios adecuados para vivir como humano, como ser racional, exige razonar adecuadamente. El mejor interés de uno se debe calibrar y sopesar racionalmente, no emocionalmente. Fundamentalmente el interés se debe medir racionalmente por el mismo estándar que el valor: la vida. Este concepto –la racionalidad como virtud del egoísmo– desenmaraña al egoísmo de las características desagradables con las que a menudo se le asocia.
El estándar y propósito de la moralidad sana es la vida a largo plazo –la condición de florecimiento. Correspondientemente, algo es valioso para una persona, o de su mejor interés, en tanto contribuya a este fin. Esto significa que el mejor interés es en sí un fenómeno de largo plazo, que cubre una amplia gama de cosas, y que es una brújula para la conducta. Los juicios de interés corresponden al total de la vida de uno. El mejor interés no designa alguna cosa pequeña que se siente bien o que produce placer o que parece atractiva. Algo debe contribuir al desarrollo sostenible de la propia vida para ser del mejor interés de uno. Lo que promueve la vida no se puede medir aislando un evento particular de su impacto total en la vida de una persona.
Ignorar el impacto total o mayor en la vida de uno, es ignorar el hecho que la vida es el estándar de valor.
Afirmar que algo es del mejor interés de una persona es un juicio sofisticado, guiado por el estándar de vida, que considera todos los fines que promueven la vida de la persona, y todas las formas en que el evento en cuestión afecta esos fines. El “mejor interés” se refiere, no a una gratificación aislada de la experiencia personal, sino que al largo plazo, a todas las ramificaciones de un evento que afectan el florecimiento. Lo que es de mejor interés personal es lo que promueve la propia vida. No hay razones para justificar la afirmación de que cualquier cosa es de mejor interés para una persona, sólo aquello que tiene un impacto neto en la supervivencia de ésta. Este fin central ofrece la única referencia de medida objetiva para evaluar lo que es de mejor interés.
Algo que se aprecia poco del egoísmo es que sólo puede ser practicado con eficiencia por cierto tipo de persona. El egoísmo se trata, no sólo de lo que la persona hace para sí; también demanda algo de la persona. El mejor interés propio requiere el cultivo de un carácter disciplinado y virtuoso. La concepción popular es que el egoísmo, más que una alternativa moral, es el rechazo total de la moral. Que consiste en satisfacer todo capricho, como un consumidor insaciable e irresponsable. Nada es más alejado de la verdad. Esta concepción es totalmente errónea. Es fácil ver por qué la satisfacción de caprichos no es algo que sea del mejor interés de una persona. El éxito en distintas actividades de largo plazo como conseguir un título profesional, formar un equipo de trabajo, administrar un negocio, etc., demanda de la persona virtudes como iniciativa, racionalidad, laboriosidad, productividad, previsión y perseverancia. Conseguir, exitosamente, lo que es de mejor interés para unodemanda estas y otras virtudes. El egoísta racional, como busca su provecho personal a largo plazo, debe producir valores promotores de vida. Debe por tanto cultivar las cualidades que sirven para generar esos valores de los que depende su florecimiento.
Como el egoísta está comprometido con su propia vida, debe afanarse en cumplir con lo que se requiera para satisfacer todo tipo y nivel de necesidades. Una persona egoísta debe ser fuente de valores, tanto como consumidor.
El requerimiento central de la vida del hombre, si quiere vivir como hombre, es el hecho de que el egoísta debe ser racional. Para florecer debe adoptar fines que promueven su vida, que son factibles, y mutuamente compatibles. Debe adoptar valores y elegir respondiendo a preguntas como: ¿cómo puedo alcanzar esta meta? ¿Tengo el conocimiento y la habilidad que se necesita? ¿Buscar esto interfiere con mis otros fines? ¿Son esos otros fines más o menos importantes que el que busco? ¿Existe una ruta alternativa menos costosa para alcanzar esta meta?
Además debe establecer que el supuesto valor que persigue, posee, de hecho, las propiedades supuestas para satisfacer lo que se desea satisfacer. ¿Va, realmente, ayudarme a florecer? En pocas palabras, las acciones del egoísta racional deben basarse en una reflexión sobre la apreciación global de sus propósitos y prioridades, y en una evaluación racional de cómo afectarán las acciones particulares su jerarquía de fines. El egoísta debe ser realista en cuanto a su determinación de metas, de sus habilidades, y de las condiciones necesarias para conseguir sus fines.
Otro requerimiento del egoísmo es la disciplina. El interés propio no admite fluctuaciones erráticas en el curso de una persona, ni revocaciones debidas a miedos, caprichos, o presiones externas.
El egoísta noble o virtuoso, aunque no es ajeno a sus emociones, no se guía por ellas.
El egoísta noble tiene una apreciación madura de lo que incluye su mejor interés personal y no se equivoca por una inclinación experimentada en una ocasión aislada en detrimento de su florecimiento total. La claridad de su fin y la dedicación a alcanzarlo fortalece su disposición a actuar en su propio interés.
El egoísmo –preocuparse de beneficiar o fomentar la propia vida– es una necesidad biológica de todo organismo vivo. Si un ser vivo ha de mantenerse con vida, debe actuar buscando y alcanzando aquello que promueve su vida y evitar aquello que la perjudica. Los animales lo hacen siguiendo sus impulsos no razonados. El hombre, empero, es un ser racional, es decir, es capaz de conceptualizar, comprender principios y causalidad, por lo que puede prever las consecuencias a largo plazo de sus acciones. Y precisamente por esto y porque la acción humana es conducta deliberada, consciente y voluntaria para alcanzar un fin considerado mejor que su situación actual, el hombre precisa de un código moral o teoría normativa que le sirva de guía en sus elecciones y acciones. Fundamentalmente, la razón de la necesidad del egoísmo es la misma que la razón de ser moral. Se basa en el hecho de que si una persona no nutre su existencia, se muere. Los humanos sobreviven actuando en su propio beneficio. El egoísmo meramente es la normativa de vivir, de querer vivir y actuar para vivir, de tener el propósito de vivir y de perseguirlo deliberadamente. El egoísmo ético es la tesis de que una persona debería actuar para promover su interés propio.
La vida es la que hace posibles y necesarios los valores. Distinguir entre cosas que son buenas o malas, y entre acciones que son buenas o malas, sólo tiene sentido en relación con la intención de vivir. Valorar lo que no beneficie la vida del organismo no se puede considerar bueno, es decir, no es un auténtico valor objetivo, no es un valor moral. La condición natural de un valor objetivo o moral –el hecho de que una persona debe buscar aquello que promueva su vida –establece que el punto de vivir moralmente es beneficiarse uno mismo.
La vida en cuestión, la que es crucial, no es la vida per se, la vida de la humanidad, o la vida de la madre tierra, sino la vida del propio agente. El hecho de que es la vida la que hace necesario valorar lo que la promueve, significa que la persona si quiere vivir debe actuar moralmente para conseguir aquellos valores que lo mantendrán vivo. Esa es la base de la obligación moral. Como tal, la moral sana es totalmente egoísta. El egoísmo está integralmente fusionado a la moral, desde la naturaleza del valor y la lógica de su búsqueda.
No existe un argumento en favor de la moralidad sana y otro distinto en favor del egoísmo. La moral sana es fundamentalmente un código de conducta egoísta. El propósito egoísta de mantener la propia vida establece las respuestas a todas las preguntas morales sobre que constituye virtudes y vicios y cómo debe actuar uno. La recompensa de vivir moralmente es el florecimiento, el vivir la buena vida. La razón para seguir los sanos principios morales es que es en el mejor interés propio el hacerlo.
La eficacia de la acción moral del individuo depende de que tan bueno sea el código ético que sigue. Como indique anteriormente, un código ético egoísta, no es malsano o sano, malo o bueno por el propósito que define –preocuparse del interés propio– sino que por los medios que recomienda. Si el medio elegido, que por ser acción inadecuada no produce el fruto esperado, da como consecuencia un sistema ético egoísta ineficaz que no puede alcanzar el fin o propósito propuesto. En lugar de beneficiar al agente, lo perjudica. En lugar de ayudarlo a vivir como humano, lo conduce a vivir como animal irracional –dominado por sus impulsos. Descubrir los medios adecuados para vivir como humano, como ser racional, exige razonar adecuadamente. El mejor interés de uno se debe calibrar y sopesar racionalmente, no emocionalmente. Fundamentalmente el interés se debe medir racionalmente por el mismo estándar que el valor: la vida. Este concepto –la racionalidad como virtud del egoísmo– desenmaraña al egoísmo de las características desagradables con las que a menudo se le asocia.
El estándar y propósito de la moralidad sana es la vida a largo plazo –la condición de florecimiento. Correspondientemente, algo es valioso para una persona, o de su mejor interés, en tanto contribuya a este fin. Esto significa que el mejor interés es en sí un fenómeno de largo plazo, que cubre una amplia gama de cosas, y que es una brújula para la conducta. Los juicios de interés corresponden al total de la vida de uno. El mejor interés no designa alguna cosa pequeña que se siente bien o que produce placer o que parece atractiva. Algo debe contribuir al desarrollo sostenible de la propia vida para ser del mejor interés de uno. Lo que promueve la vida no se puede medir aislando un evento particular de su impacto total en la vida de una persona.
Ignorar el impacto total o mayor en la vida de uno, es ignorar el hecho que la vida es el estándar de valor.
Afirmar que algo es del mejor interés de una persona es un juicio sofisticado, guiado por el estándar de vida, que considera todos los fines que promueven la vida de la persona, y todas las formas en que el evento en cuestión afecta esos fines. El “mejor interés” se refiere, no a una gratificación aislada de la experiencia personal, sino que al largo plazo, a todas las ramificaciones de un evento que afectan el florecimiento. Lo que es de mejor interés personal es lo que promueve la propia vida. No hay razones para justificar la afirmación de que cualquier cosa es de mejor interés para una persona, sólo aquello que tiene un impacto neto en la supervivencia de ésta. Este fin central ofrece la única referencia de medida objetiva para evaluar lo que es de mejor interés.
Algo que se aprecia poco del egoísmo es que sólo puede ser practicado con eficiencia por cierto tipo de persona. El egoísmo se trata, no sólo de lo que la persona hace para sí; también demanda algo de la persona. El mejor interés propio requiere el cultivo de un carácter disciplinado y virtuoso. La concepción popular es que el egoísmo, más que una alternativa moral, es el rechazo total de la moral. Que consiste en satisfacer todo capricho, como un consumidor insaciable e irresponsable. Nada es más alejado de la verdad. Esta concepción es totalmente errónea. Es fácil ver por qué la satisfacción de caprichos no es algo que sea del mejor interés de una persona. El éxito en distintas actividades de largo plazo como conseguir un título profesional, formar un equipo de trabajo, administrar un negocio, etc., demanda de la persona virtudes como iniciativa, racionalidad, laboriosidad, productividad, previsión y perseverancia. Conseguir, exitosamente, lo que es de mejor interés para unodemanda estas y otras virtudes. El egoísta racional, como busca su provecho personal a largo plazo, debe producir valores promotores de vida. Debe por tanto cultivar las cualidades que sirven para generar esos valores de los que depende su florecimiento.
Como el egoísta está comprometido con su propia vida, debe afanarse en cumplir con lo que se requiera para satisfacer todo tipo y nivel de necesidades. Una persona egoísta debe ser fuente de valores, tanto como consumidor.
El requerimiento central de la vida del hombre, si quiere vivir como hombre, es el hecho de que el egoísta debe ser racional. Para florecer debe adoptar fines que promueven su vida, que son factibles, y mutuamente compatibles. Debe adoptar valores y elegir respondiendo a preguntas como: ¿cómo puedo alcanzar esta meta? ¿Tengo el conocimiento y la habilidad que se necesita? ¿Buscar esto interfiere con mis otros fines? ¿Son esos otros fines más o menos importantes que el que busco? ¿Existe una ruta alternativa menos costosa para alcanzar esta meta?
Además debe establecer que el supuesto valor que persigue, posee, de hecho, las propiedades supuestas para satisfacer lo que se desea satisfacer. ¿Va, realmente, ayudarme a florecer? En pocas palabras, las acciones del egoísta racional deben basarse en una reflexión sobre la apreciación global de sus propósitos y prioridades, y en una evaluación racional de cómo afectarán las acciones particulares su jerarquía de fines. El egoísta debe ser realista en cuanto a su determinación de metas, de sus habilidades, y de las condiciones necesarias para conseguir sus fines.
Otro requerimiento del egoísmo es la disciplina. El interés propio no admite fluctuaciones erráticas en el curso de una persona, ni revocaciones debidas a miedos, caprichos, o presiones externas.
El egoísta noble o virtuoso, aunque no es ajeno a sus emociones, no se guía por ellas.
El egoísta noble tiene una apreciación madura de lo que incluye su mejor interés personal y no se equivoca por una inclinación experimentada en una ocasión aislada en detrimento de su florecimiento total. La claridad de su fin y la dedicación a alcanzarlo fortalece su disposición a actuar en su propio interés.