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Egoísmo racional, 4a Parte

Warren Orbaugh
19 de abril, 2019

Hasta aquí, he mostrado que el egoísmo no es una virtud sino el concepto que define el propósito ético de la acción virtuosa: preocuparse del interés propio, preocuparse de beneficiar o fomentar la propia vida, por ser uno mismo y la propia vida el valor último objetivo a conseguir y/o conservar. Define el egoísmo pues, que estimarse uno mismo y estimar la propia vida es lo correcto y por ende la acción debe dirigirse a beneficiarse uno mismo.

También mostré que un determinado código ético egoísta, no es malo o bueno por el propósito que define –preocuparse del interés propio– sino que por los medios que recomienda. Si el medio elegido, que por ser acción inadecuada no produce el fruto esperado, da como consecuencia un sistema ético egoísta ineficaz que no puede alcanzar el fin o propósito propuesto. No basta considerar como buena unaacción, sin importar su naturaleza, sólo porque la intención es el beneficio propio. Para ser buena debe en realidad beneficiar la vida del agente. Como el humano no puede sobrevivir por cualquier medio, sino que tiene que descubrir e identificar que valores se requieren para su supervivencia como humano, y como el único medio del que dispone para descubrirlos e identificarlos es la razón, el único medioeficaz es la racionalidad. En consecuencia el sistema ético egoísta eficaz, por el que el agente puede alcanzar el fin o propósito propuesto que es su propio bienestar, es el egoísmo racional.

Asimismo destaqué que aunque muchos piensan que todos somos egoístas, en realidad, no todos lo somos. No lo son aquellos que regulan su conducta según la doctrina altruista,que insiste en que perseguir el interés propio es malo y por tanto, afirma que el deseo del hombre de vivir es malo. El altruismo no valora la vida del hombre pues lo considera un ser sacrificable para beneficio de otros. Su esencia es el concepto de auto-sacrificio. Y el sacrificio no consiste en la renuncia de algo nimio, sino en la renuncia a algo que uno valora por algo que uno no valora. Por eso es todo lo contrario a la benevolencia pues, el respeto y buena voluntad que un hombre siente por otro ser humano tiene raíces profundamente egoístas: considera que los otros hombres son de valor por ser como él. Valora a los otros seres humanos porque valora su propia vida. Un hombre debe primero valorarse a sí mismo para entonces, poder valorar a otros. Si el hombre no se valora a sí mismo, menos podrá valorar a los demás. En consecuencia el altruismo sólo genera temor y hostilidad entre los hombres, porque los obliga a considerarse como objeto de sacrificio o como aquel que se beneficia del sacrificio de otro, es decir, como víctima o verdugo.

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Ahora, si decide no ser víctima sino verdugo, el altruista pretenderá sacrificar a los demás. La diferencia esencial entre el egoísta irracional que decide buscar su interés propio violando los derechos de otro y el altruista que elige ser el verdugo, consiste en que el primero no pretende que su víctima agradezca y considere correcto que le violen sus derechos, no pretende convencer a su víctima de que dejarse violar es una virtud, mientras que el segundo sí. El altruista, no sólo pretende que su víctima considere una virtud el dejarse violar, sino pretende convencerla de que ella coopere alegremente en la violación mediante el auto-sacrificio. 

Hay otros que no sólo no son egoístas, sino que tampoco son altruistas. Estos son quienes regulan su conducta según la ética racionalista de Kant o de Alan Gerwith, uno de los más importantes racionalistas del siglo XX. Según Kant, el acto sólo tiene valor moral si se hace motivado por el sentido de obligación. Si es motivado por un interés personal, entonces carece de valor moral. Tampoco puede la acción ser motivada por el interés de beneficiar a otro. La consecuencia final no es lo importante de la acción, sino la intención. Y la intención no es beneficiar a persona alguna: ni al agente ni a los demás. La intención es actuar por deber. La ley moral se da en todos los seres racionales y volitivos, afirma Kant, a manera de un imperativo, es decir, en una necesidad de actuar por mera razón, en un deber. Este imperativo es categórico porque manda incondicionalmente. Presenta una acción como objetivamente necesaria por sí misma:

“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo poseo su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serían, por decirlo así, como la montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar la atención de los poco versados-, que los peritos no necesitan de tales reclamos para determinar su valor.” 

[Kant. Fundamentos]

La frase de Kant, Fiat justitiapereat mundus, (hágase justicia aunque el mundo perezca), ilustra la naturaleza anti-utilitarista de su moral. Según Kant, acciones como cuidar la propia salud o producir valores para vivir, no serían morales pues tienen un fin contingente de acuerdo a intereses personales. Carecen de la marca de todo imperativo categórico: la renuncia a todo interés personal, todo interés egoísta. Cuidar la propia vida sólo es moral según Kant, si uno no desea vivir:

“En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber, sí; pero no por deber. En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida, sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un contenido moral.”  

[Kant. Fundamentos]

Quien se guía por el imperativo categórico renuncia a todo propósito egoísta y también, a todo propósito altruista.

Continuará.

Egoísmo racional, 4a Parte

Warren Orbaugh
19 de abril, 2019

Hasta aquí, he mostrado que el egoísmo no es una virtud sino el concepto que define el propósito ético de la acción virtuosa: preocuparse del interés propio, preocuparse de beneficiar o fomentar la propia vida, por ser uno mismo y la propia vida el valor último objetivo a conseguir y/o conservar. Define el egoísmo pues, que estimarse uno mismo y estimar la propia vida es lo correcto y por ende la acción debe dirigirse a beneficiarse uno mismo.

También mostré que un determinado código ético egoísta, no es malo o bueno por el propósito que define –preocuparse del interés propio– sino que por los medios que recomienda. Si el medio elegido, que por ser acción inadecuada no produce el fruto esperado, da como consecuencia un sistema ético egoísta ineficaz que no puede alcanzar el fin o propósito propuesto. No basta considerar como buena unaacción, sin importar su naturaleza, sólo porque la intención es el beneficio propio. Para ser buena debe en realidad beneficiar la vida del agente. Como el humano no puede sobrevivir por cualquier medio, sino que tiene que descubrir e identificar que valores se requieren para su supervivencia como humano, y como el único medio del que dispone para descubrirlos e identificarlos es la razón, el único medioeficaz es la racionalidad. En consecuencia el sistema ético egoísta eficaz, por el que el agente puede alcanzar el fin o propósito propuesto que es su propio bienestar, es el egoísmo racional.

Asimismo destaqué que aunque muchos piensan que todos somos egoístas, en realidad, no todos lo somos. No lo son aquellos que regulan su conducta según la doctrina altruista,que insiste en que perseguir el interés propio es malo y por tanto, afirma que el deseo del hombre de vivir es malo. El altruismo no valora la vida del hombre pues lo considera un ser sacrificable para beneficio de otros. Su esencia es el concepto de auto-sacrificio. Y el sacrificio no consiste en la renuncia de algo nimio, sino en la renuncia a algo que uno valora por algo que uno no valora. Por eso es todo lo contrario a la benevolencia pues, el respeto y buena voluntad que un hombre siente por otro ser humano tiene raíces profundamente egoístas: considera que los otros hombres son de valor por ser como él. Valora a los otros seres humanos porque valora su propia vida. Un hombre debe primero valorarse a sí mismo para entonces, poder valorar a otros. Si el hombre no se valora a sí mismo, menos podrá valorar a los demás. En consecuencia el altruismo sólo genera temor y hostilidad entre los hombres, porque los obliga a considerarse como objeto de sacrificio o como aquel que se beneficia del sacrificio de otro, es decir, como víctima o verdugo.

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Ahora, si decide no ser víctima sino verdugo, el altruista pretenderá sacrificar a los demás. La diferencia esencial entre el egoísta irracional que decide buscar su interés propio violando los derechos de otro y el altruista que elige ser el verdugo, consiste en que el primero no pretende que su víctima agradezca y considere correcto que le violen sus derechos, no pretende convencer a su víctima de que dejarse violar es una virtud, mientras que el segundo sí. El altruista, no sólo pretende que su víctima considere una virtud el dejarse violar, sino pretende convencerla de que ella coopere alegremente en la violación mediante el auto-sacrificio. 

Hay otros que no sólo no son egoístas, sino que tampoco son altruistas. Estos son quienes regulan su conducta según la ética racionalista de Kant o de Alan Gerwith, uno de los más importantes racionalistas del siglo XX. Según Kant, el acto sólo tiene valor moral si se hace motivado por el sentido de obligación. Si es motivado por un interés personal, entonces carece de valor moral. Tampoco puede la acción ser motivada por el interés de beneficiar a otro. La consecuencia final no es lo importante de la acción, sino la intención. Y la intención no es beneficiar a persona alguna: ni al agente ni a los demás. La intención es actuar por deber. La ley moral se da en todos los seres racionales y volitivos, afirma Kant, a manera de un imperativo, es decir, en una necesidad de actuar por mera razón, en un deber. Este imperativo es categórico porque manda incondicionalmente. Presenta una acción como objetivamente necesaria por sí misma:

“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo poseo su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serían, por decirlo así, como la montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar la atención de los poco versados-, que los peritos no necesitan de tales reclamos para determinar su valor.” 

[Kant. Fundamentos]

La frase de Kant, Fiat justitiapereat mundus, (hágase justicia aunque el mundo perezca), ilustra la naturaleza anti-utilitarista de su moral. Según Kant, acciones como cuidar la propia salud o producir valores para vivir, no serían morales pues tienen un fin contingente de acuerdo a intereses personales. Carecen de la marca de todo imperativo categórico: la renuncia a todo interés personal, todo interés egoísta. Cuidar la propia vida sólo es moral según Kant, si uno no desea vivir:

“En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber, sí; pero no por deber. En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida, sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un contenido moral.”  

[Kant. Fundamentos]

Quien se guía por el imperativo categórico renuncia a todo propósito egoísta y también, a todo propósito altruista.

Continuará.

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