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La belleza, ¿en el ojo del observador? 1rea Parte

Warren Orbaugh
11 de noviembre, 2019

Es común oír a muchos opinar, como David Hume, que la belleza es subjetiva, que la belleza está en el ojo del observador. Pero esta afirmación, mal interpretada, sólo indica lo que a cada quien le gusta y que esto es diferente para cada uno. Realmente no dice nada acerca de la belleza, ni habla del objeto que calificamos de bello. Sólo dice algo sobre la diversidad de  nuestros gustos. No describe ninguna cualidad del objeto percibido. Lo mismo sucedería si, por ejemplo, digo que a mí me gusta el chocolate y que a Oscar no, sólo he afirmado algo relativo a nuestros gustos, pero no he dicho nada sobre qué es chocolate. Sería absurdo afirmar que “chocolate” es lo que a mí me gusta, porque el chocolate está en el paladar de cada quién. Y siendo congruente con mi afirmación, al probar la nieve de limón, y gustarme, afirmo que ésta es chocolate frío. Además, suponer que porque la contemplación de la belleza produce placer, lo que produce placer es bello, es confundir causa con efecto.

Entonces, si la belleza no es subjetiva pero requiere de una cualidad del objeto que calificamos de bello, ¿qué es?

La belleza es un orden conceptual claro de relaciones formales simétricas, variadas y definidas de las partes entre sí y con  el todo. Este orden es una disposición de las partes de manera lógica y no contradictoria, produciendo así una totalidad coherente y clara. La claridad es la facultad de la forma de ser percibida y comprendida sin dificultad ni confusión.

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La simetría es la correlación de medidas en la proporción, figuras análogas y ritmos entre los elementos componentes de la obra. El término se deriva directamente de la palabra griega synmetria, cuyas partes componentes syn, (con), y metron, (medida), necesariamente indican, clara y precisamente, la expresión general de medida en relación con otras medidas, es decir, de una medida que sirve como matriz modular o unidad de otras que se derivan de ésta, una propiedad que se vuelve recíproca entre todas las partes de un todo. La proporción es la medida que fija la relación matemática de las partes con las partes y las partes con el todo. La analogía es la medida que fija la semejanza formal entre elementos. Y el ritmo es la medida de relación en una secuencia de intervalos, una medida que fija la alternancia de la sucesión de partes acentuadas con partes no acentuadas y de estas con el todo.

La definición es la delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo. La relación de elementos variados es la armonía o relación acorde entre partes diversas y el todo de manera que se establezca unidad en la variedad y variedad en la unidad.

Ahora surge la pregunta, ¿por qué valoramos este tipo de orden que denominamos belleza? La estructura de relaciones entre elementos que identificamos como belleza tiene como consecuencia el deleitarnos. Nos produce placer. Otras estructuras son posibles y de hecho se dan. Como la búsqueda de placer es un propósito humano, cuando advertimos posibles relaciones de simetrías armónicas que nos producen placer –relaciones de cualidad– dentro de una configuración natural –estructura de entidad–, le adscribimos,  a esas relaciones que nosotros hacemos, la calidad de orden por el fin que perseguimos al experimentarla y la denominamos belleza. De hecho, esas relaciones de simetrías armónicas que advertimos en la entidad no son la estructura que la hace ser lo que es, sino un producto secundario que nos procura placer. Ahora cuando la recreamos, como lo hacemos con un propósito bien definido, ordenamos las partes imitando las relaciones que identificamos en la naturaleza como bellas. Este propósito es el de producirnos placer. Ahora la pregunta es: ¿por qué este tipo de relación estructurada  nos produce placer? ¿Por qué nos deleita? Hay varias razones. Una es de carácter psicológica: el principio de visibilidad. La otra, de carácter psico-epistemológica: el principio de conceptualización.

El placer que produce la contemplación de la belleza, a diferencia del que produce, por ejemplo el degustar un buen vino, o saborear un chocolate, no es de carácter sensual, sino que conceptual. Tomás de Aquino lo destaca al afirmar que el placer despertado por la belleza es distinto a los placeres biológicos asociados con los deseos físicos y la satisfacción de estos. Wladyslav Tatarkiewicz, el filósofo polaco del siglo XX, afirmó que el estado mental requerido para percibir la belleza es un estado de contemplación que involucra tanto la percepción como la cognición. 

El principio de visibilidad, o de visibilidad psicológica es una experiencia interna de valoración de la vida. Cuando una persona contempla con placer una rosa en flor, cabría preguntarse ¿cuál es la naturaleza de este placer? El placer no es primeramente estético. Si la rosa fuera artificial, sus características estéticas serían las mismas, pero la respuesta del observador sería otra. El placer especial que siente se esfumaría. Es claro que un aspecto esencial del gusto de observar la rosa consiste en el conocimiento de que la planta está saludable y radiantemente viva. Se produce una sensación de tener un vínculo entre la planta y el observador, que rodeados por entidades inanimadas, están unidos por el hecho de estar vivos. La vida es un valor para el ser vivo, quien debe actuar para mantenerse con vida. Para toda entidad viva, la acción es una necesidad de supervivencia. La vida es un proceso de acción auto sustentante que el organismo debe efectuar constantemente para mantenerse en existencia. El principio es igualmente evidente en la simple conversión energética de la planta y en las complejas acciones de metas a largo plazo del humano.

Por su misma naturaleza, la vida implica una lucha, y la lucha conlleva la posibilidad de la derrota. Así que el humano encuentra placer al ver instancias concretas de una vida exitosa, como confirmación de su conocimiento de que la vida exitosa es posible. En efecto es una experiencia de valoración metafísica, pues lo que se desea es la visión como un medio de experimentar y confirmar en el nivel perceptual aquello que sabe conceptualmente. Esta experiencia hace visible, a quien la tiene, ante sus propios ojos como ser vivo. Y he aquí lo interesante: la rosa en flor, cuya contemplación produce esta experiencia,  tiene una estructura que asociamos, por la ley de causalidad, con la vida. Se percibe claramente al contrastar, por su color con el entorno; está bien definida, con delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo; sus pétalos guardan semejanza entre sí; tienen ritmo, en una relación en una secuencia de sus partes; tiene proporción, sus partes se relacionan matemáticamente entre sí y con el todo; es armoniosa, pues la relación entre partes diversas y el todo establece unidad en la variedad y variedad en la unidad. Además huele bien y su textura es agradable. En cambio, cuando se marchita, cuando pierde la vida, su estructura cambia. Ahora se percibe sin claridad al disminuir su contraste, por su color con el entorno; ya no está bien definida, con delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo; su proporción cambia; pierde armonía, pues la relación entre partes diversas se pierde al haber poca variedad en la unidad. Además huele mal y su textura es seca, desagradable.

Lo mismo sucede cuando apreciamos otro ser vivo, un caballo brioso, por ejemplo, comparado con uno desnutrido. O cuando contemplamos un humano saludable, simétrico, con músculos bien definidos, rebosante de vida, con uno cuya vida peligra por sobrepeso o desnutrición, donde su forma no es bien definida, donde no hay delimitación clara de su musculatura, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo. Al abstraer la estructura que tienen todos estos seres que están en la plenitud de su vida, notamos que tiene las mismas características: es una integración formal de magnitud precisa, relacionada, proporcionada, armoniosa, y  clara de las partes con las partes y de estas con el todo. Por lo mismo la asociamos a la vida, la cual valoramos. Expresa aptitud vital. Así que el humano encuentra placer, en esta experiencia que lo hace visible ante sus propios ojos como ser vivo, al ver en esta configuración la estructura de una vida exitosa, como confirmación de su conocimiento de que la vida exitosa es posible. 

Continuará.

La belleza, ¿en el ojo del observador? 1rea Parte

Warren Orbaugh
11 de noviembre, 2019

Es común oír a muchos opinar, como David Hume, que la belleza es subjetiva, que la belleza está en el ojo del observador. Pero esta afirmación, mal interpretada, sólo indica lo que a cada quien le gusta y que esto es diferente para cada uno. Realmente no dice nada acerca de la belleza, ni habla del objeto que calificamos de bello. Sólo dice algo sobre la diversidad de  nuestros gustos. No describe ninguna cualidad del objeto percibido. Lo mismo sucedería si, por ejemplo, digo que a mí me gusta el chocolate y que a Oscar no, sólo he afirmado algo relativo a nuestros gustos, pero no he dicho nada sobre qué es chocolate. Sería absurdo afirmar que “chocolate” es lo que a mí me gusta, porque el chocolate está en el paladar de cada quién. Y siendo congruente con mi afirmación, al probar la nieve de limón, y gustarme, afirmo que ésta es chocolate frío. Además, suponer que porque la contemplación de la belleza produce placer, lo que produce placer es bello, es confundir causa con efecto.

Entonces, si la belleza no es subjetiva pero requiere de una cualidad del objeto que calificamos de bello, ¿qué es?

La belleza es un orden conceptual claro de relaciones formales simétricas, variadas y definidas de las partes entre sí y con  el todo. Este orden es una disposición de las partes de manera lógica y no contradictoria, produciendo así una totalidad coherente y clara. La claridad es la facultad de la forma de ser percibida y comprendida sin dificultad ni confusión.

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La simetría es la correlación de medidas en la proporción, figuras análogas y ritmos entre los elementos componentes de la obra. El término se deriva directamente de la palabra griega synmetria, cuyas partes componentes syn, (con), y metron, (medida), necesariamente indican, clara y precisamente, la expresión general de medida en relación con otras medidas, es decir, de una medida que sirve como matriz modular o unidad de otras que se derivan de ésta, una propiedad que se vuelve recíproca entre todas las partes de un todo. La proporción es la medida que fija la relación matemática de las partes con las partes y las partes con el todo. La analogía es la medida que fija la semejanza formal entre elementos. Y el ritmo es la medida de relación en una secuencia de intervalos, una medida que fija la alternancia de la sucesión de partes acentuadas con partes no acentuadas y de estas con el todo.

La definición es la delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo. La relación de elementos variados es la armonía o relación acorde entre partes diversas y el todo de manera que se establezca unidad en la variedad y variedad en la unidad.

Ahora surge la pregunta, ¿por qué valoramos este tipo de orden que denominamos belleza? La estructura de relaciones entre elementos que identificamos como belleza tiene como consecuencia el deleitarnos. Nos produce placer. Otras estructuras son posibles y de hecho se dan. Como la búsqueda de placer es un propósito humano, cuando advertimos posibles relaciones de simetrías armónicas que nos producen placer –relaciones de cualidad– dentro de una configuración natural –estructura de entidad–, le adscribimos,  a esas relaciones que nosotros hacemos, la calidad de orden por el fin que perseguimos al experimentarla y la denominamos belleza. De hecho, esas relaciones de simetrías armónicas que advertimos en la entidad no son la estructura que la hace ser lo que es, sino un producto secundario que nos procura placer. Ahora cuando la recreamos, como lo hacemos con un propósito bien definido, ordenamos las partes imitando las relaciones que identificamos en la naturaleza como bellas. Este propósito es el de producirnos placer. Ahora la pregunta es: ¿por qué este tipo de relación estructurada  nos produce placer? ¿Por qué nos deleita? Hay varias razones. Una es de carácter psicológica: el principio de visibilidad. La otra, de carácter psico-epistemológica: el principio de conceptualización.

El placer que produce la contemplación de la belleza, a diferencia del que produce, por ejemplo el degustar un buen vino, o saborear un chocolate, no es de carácter sensual, sino que conceptual. Tomás de Aquino lo destaca al afirmar que el placer despertado por la belleza es distinto a los placeres biológicos asociados con los deseos físicos y la satisfacción de estos. Wladyslav Tatarkiewicz, el filósofo polaco del siglo XX, afirmó que el estado mental requerido para percibir la belleza es un estado de contemplación que involucra tanto la percepción como la cognición. 

El principio de visibilidad, o de visibilidad psicológica es una experiencia interna de valoración de la vida. Cuando una persona contempla con placer una rosa en flor, cabría preguntarse ¿cuál es la naturaleza de este placer? El placer no es primeramente estético. Si la rosa fuera artificial, sus características estéticas serían las mismas, pero la respuesta del observador sería otra. El placer especial que siente se esfumaría. Es claro que un aspecto esencial del gusto de observar la rosa consiste en el conocimiento de que la planta está saludable y radiantemente viva. Se produce una sensación de tener un vínculo entre la planta y el observador, que rodeados por entidades inanimadas, están unidos por el hecho de estar vivos. La vida es un valor para el ser vivo, quien debe actuar para mantenerse con vida. Para toda entidad viva, la acción es una necesidad de supervivencia. La vida es un proceso de acción auto sustentante que el organismo debe efectuar constantemente para mantenerse en existencia. El principio es igualmente evidente en la simple conversión energética de la planta y en las complejas acciones de metas a largo plazo del humano.

Por su misma naturaleza, la vida implica una lucha, y la lucha conlleva la posibilidad de la derrota. Así que el humano encuentra placer al ver instancias concretas de una vida exitosa, como confirmación de su conocimiento de que la vida exitosa es posible. En efecto es una experiencia de valoración metafísica, pues lo que se desea es la visión como un medio de experimentar y confirmar en el nivel perceptual aquello que sabe conceptualmente. Esta experiencia hace visible, a quien la tiene, ante sus propios ojos como ser vivo. Y he aquí lo interesante: la rosa en flor, cuya contemplación produce esta experiencia,  tiene una estructura que asociamos, por la ley de causalidad, con la vida. Se percibe claramente al contrastar, por su color con el entorno; está bien definida, con delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo; sus pétalos guardan semejanza entre sí; tienen ritmo, en una relación en una secuencia de sus partes; tiene proporción, sus partes se relacionan matemáticamente entre sí y con el todo; es armoniosa, pues la relación entre partes diversas y el todo establece unidad en la variedad y variedad en la unidad. Además huele bien y su textura es agradable. En cambio, cuando se marchita, cuando pierde la vida, su estructura cambia. Ahora se percibe sin claridad al disminuir su contraste, por su color con el entorno; ya no está bien definida, con delimitación clara, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo; su proporción cambia; pierde armonía, pues la relación entre partes diversas se pierde al haber poca variedad en la unidad. Además huele mal y su textura es seca, desagradable.

Lo mismo sucede cuando apreciamos otro ser vivo, un caballo brioso, por ejemplo, comparado con uno desnutrido. O cuando contemplamos un humano saludable, simétrico, con músculos bien definidos, rebosante de vida, con uno cuya vida peligra por sobrepeso o desnutrición, donde su forma no es bien definida, donde no hay delimitación clara de su musculatura, nítida, exacta y precisa de las partes y de la magnitud del todo. Al abstraer la estructura que tienen todos estos seres que están en la plenitud de su vida, notamos que tiene las mismas características: es una integración formal de magnitud precisa, relacionada, proporcionada, armoniosa, y  clara de las partes con las partes y de estas con el todo. Por lo mismo la asociamos a la vida, la cual valoramos. Expresa aptitud vital. Así que el humano encuentra placer, en esta experiencia que lo hace visible ante sus propios ojos como ser vivo, al ver en esta configuración la estructura de una vida exitosa, como confirmación de su conocimiento de que la vida exitosa es posible. 

Continuará.

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