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Nosotros los burgueses

Warren Orbaugh
28 de octubre, 2019

Los burgueses no son una clase social como quieren suponer los socialistas y comunistas que todo lo destruyen, incluyendo al lenguaje. Las palabras se inventan para designar conceptos que integran referentes reales. Los socialistas toman palabras que legítimamente designan conceptos y tergiversan su significado para que sirvan a sus aviesos fines. De esa manera han pretendido hacernos creer que un burgués es un miembro de una clase social denominada burguesía, que es la clase dominante y acomodada, poseedora de propiedades y capital. Y la dividen de acuerdo a la cantidad de capital que se posea en ‘alta burguesía’ –dueños de industrias o comercios o de alto rango profesional como banqueros, empresarios, industriales y ejecutivos; en ‘media burguesía’ –profesionales liberales; y en ‘pequeña burguesía’ – gente con buena situación económica, dueños de pequeños negocios o comercios.  Y lo hacen para señalarlos como el enemigo del proletariado (otra tergiversación de los socialistas), causante de todos los males, para vilipendiar y deshonrar a la burguesía que pretenden destruir:

“Es conocida la tesis marxista que sostiene la necesidad de que el proletariado no se limite a tomar en sus manos el aparato del estado burgués para ponerlo a su servicio, sino que debe destruirlo y construir uno nuevo.”  [Marta Harnecker. Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico.]

El término burgués se refiere, en verdad, al miembro de una asociación política, que surgió en el siglo XI denominada burgo o ciudad-estado, asentada en una urbe fortificada. Se deriva del alemán ‘Burg’ que significa ‘fortaleza’. Algunas antiguas urbes etruscas y romanas, que habían existido dentro del Imperio Romano, con sus instituciones republicanas, como Venecia, Milán, Florencia y Génova, sobrevivieron preservando una fuerte vida urbana a la desaparición durante la Alta Edad Media. Para el siglo XI se habían convertido en poderosos centros comerciales que concentraban de 50000 a poco más de 100000 habitantes que podían sobrevivir autónomamente y capaces de conquistar su independencia respecto de sus soberanos formales. Estas ciudades eran capaces de derrotar a los ejércitos de los príncipes alemanes del Sacro Imperio Romano Germánico, que por eso no podían ejercer el control sostenido y efectivo sobre sus estados vasallos, y así estaban substancialmente libres de la interferencia política germana. Así pues, no surgieron fuertes monarquías como en el resto de Europa, emergiendo en su lugar las ciudades-estado independientes. En el siglo XII se constituyeron otras ciudades-estado o burgos, entre ellos, Brujas, Lübeck, Rostock, Wismar, Stralsund, Greifswald, Stettin, Gdansk, y Elbing, que organizaron la Liga Hanseática. La Liga Hanseática fue una federación comercial y defensiva de ciudades-estado del norte de Alemania, o sea, de sociedades de comerciantes alemanes en el mar Báltico, los Países Bajos, Suecia, Polonia y Rusia. Lograron un alto nivel de prosperidad debido a su constitución política que era republicana, es decir, un sistema regido por leyes, donde todos son iguales ante la ley y nadie es superior a esta. 

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Los burgueses no eran ni vasallos ni siervos ni aristócratas, sino hombres libres, es decir, comerciantes. El refrán alemán “Stadtluft macht frei nach Jahr und Tag” (el aire de la ciudad te hace libre después de un año un día), manifiesta esta condición de hombre libre o ciudadano –que significa lo mismo. Describe un principio legal de la Edad Media que establece que un siervo que había huido de las tierras feudales y había residido en un burgo o ciudad-estado por un año un día, se volvía hombre libre. Después de este tiempo el señor feudal no podía reclamarlo ya que éste era ahora un ciudadano o burgués y por tanto estaba protegido por la ciudad-estado. La libertad es precisamente poder auto-determinar la propia conducta al no estar sujeto a la voluntad ni coerción arbitraria de otro hombre, por estar protegido por la ley. El concepto de libertad se fundamenta en el reconocimiento del derecho de propiedad. Reconoce que uno es dueño de su propia vida, de sí mismo y del fruto de su trabajo, para hacer con este lo que considere más conveniente, para vivir su vida según su mejor juicio. Sin derecho de propiedad no hay libertad. 

El proletario también es un burgués. Aquí también tergiversan los socialistas el significado del término. El término denota lo que el ciudadano romano podía aportar al ejército. Al ciudadano que podía aportar caballos se le denominaba ‘equite’ (de equus, caballo), caballero, y al que sólo podía aportar a su prole, ‘proletarius’, proletario. Ambos eran ciudadanos, es decir, hombres libres. El siervo que recién pasa a ser burgués o ciudadano u hombre libre no es un hombre acomodado ni rico. Pero como la sociedad burguesa no está estratificada por clases, puede gracias a su laboriosidad y diligencia convertirse en un hombre rico, de igual manera que un hombre rico, gracias a su indolencia y prodigalidad puede convertirse en un hombre pobre.

Los burgueses, a diferencia de los otros hombres, fueron aquellos que gracias a su inteligencia se dieron cuenta de que la labor realizada por medio de la división del trabajo e intercambio comercial resulta más fecunda que la practicada bajo un régimen de aislamiento o de pillaje. Por eso, estos hombres libres o burgueses se dedicaron deliberadamente a la producción de bienes y servicios que intercambiaban libremente en el mercado para cada uno pasar de una situación que consideraba  menos satisfactoria a una que consideraba más satisfactoria. Lo que caracteriza a la sociedad burguesa es la cooperación deliberada, o sea, el propósito de alcanzar un fin personal por medio del intercambio de valores. El burgués es quien comprende que la sociedad o asociación con otros hombres es el medio para alcanzar su felicidad personal.  

La cooperación deliberada originó las virtudes burguesas, como la racionalidad o sensatez, la cortesía o civilidad, la honradez y sinceridad, la laboriosidad y liberalidad, la creatividad y productividad, el respeto y la tolerancia, y sobre todo la benevolencia. La benevolencia, indispensable para hacer negocios,  es la aplicación de la virtud de la racionalidad a conseguir los valores que se derivan de la vida con otras personas en sociedad, al tratarlas como socios de negocios potenciales, reconociendo su humanidad, independencia, e individualidad, y la armonía entre sus intereses y los propios. Es la cooperación que origina la sociedad o ciudad o burgo la que transforma al animal hombre en ser humano, al salvaje en civilizado.

Los burgueses estuvieron desde su inicio bajo el ataque de hordas salvajes dirigidas por señores feudales y reyes, hasta que sucumbieron ante el poder de los Estados absolutistas de la Edad Moderna, que les quitaron su libertad y los convirtieron en vasallos. Renació el concepto del derecho del hombre a su libertad y propiedad en el siglo XVIII con el individualismo, gracias a las ideas del inglés John Locke, los escoceses David Hume y Adam Smith; a los norteamericanos Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, John Adams y Alexander Hamilton, con la Revolución Americana que constituyó la primera república moderna formada por una federación de estados; y a los franceses Voltaire, Rousseau, Diderot y Montesquieu, con la Revolución Francesa que dio fin al feudalismo y absolutismo dando luz a un nuevo régimen burgués. Los revolucionarios franceses se denominaban entre sí como ‘citoyen’ que significa ciudadano u hombre libre, manifestando así su anhelo de libertad. Esto dio origen a los sistemas de libre mercado que desarrollaron la industrialización y creación de riqueza en las naciones. Pero los enemigos del individualismo, la doctrina que afirma que el individuo tiene derecho a su vida, a su propiedad y a su libertad, reaccionaron contraatacando en Inglaterra, Alemania y Francia. Estos opositores al individualismo se denominaron en Francia “comunistas”, vocablo que se generalizó en la década de 1840 para referirse a los miembros de una corriente ultra-radical que había aparecido durante la Revolución de Julio de 1830 y que eran simpatizantes de la radical etapa jacobina de la primera Revolución Francesa y de los seguidores de Babeuf, que propusieron sustituir al gobierno de Termidor por una dictadura de “emergencia” de “hombres sabios”, similar al Comité de Salvación Pública que había organizado el Terror dos años antes. Tal institución expropiaría a los ricos, tomaría posesión de la tierra y establecería una comunidad de bienes antes de devolver el poder al pueblo constituido en comunidad igualitaria y democrática. (¿Suena conocido?) Los comunistas, con todas sus interpretaciones, convergían en su aceptación de que era necesario mantener a raya el “ethos corrosivo del individualismo”. 

Los comunistas o socialistas no es que no se dieran cuenta de que el individualismo o liberalismo o burguesía conduce a un bienestar económico nunca antes visto por el hombre:

“La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.” [Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Alemania, 1872.]

Sin embargo, el propósito de los comunistas, a todas luces irracional conduce al hombre a un estado primitivo y de pobreza, pues es éste la destrucción de la burguesía y lo que ésta crea:

“El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa… En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en ésta fórmula única: abolición de la propiedad privada… ¡Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.”                                 [Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Alemania, 1872.]

La acción humana es conducta deliberada para alcanzar un fin apetecido. La ideología comunista enseña que el fin de la acción debe ser la destrucción de la propiedad privada y de la burguesía. Por eso no debe extrañarnos que aquellos que abrazan esta ideología se transformen en hordas de salvajes que no respetan y destruyen la propiedad de los demás. Estos anti-burgueses por elección, han dejado pintas dañando la propiedad de otros por donde pasan cuando hacen sus manifestaciones por la ciudad. Han destruido la inversión que crea riqueza y bienestar para los guatemaltecos al impedir, violando los contratos pactados, la operación de mineras e hidroeléctricas. Violan la libertad de los burgueses, o sea, de los ciudadanos guatemaltecos al impedirles circular por calles y carreteras para atender sus negocios privados, mediante bloqueos, que estos embusteros llaman pacíficos. Ahora en Chile, tratando de justificar sus acciones con la mentira de que buscan el beneficio de los más pobres, destruyen el metro, dejando a los más pobres sin medio de transporte. Destruyen edificios, almacenes, comercios, semáforos y cuanto encuentran en su camino, dejando a los más pobres sin empleo. Saquean y  roban comercios argumentando que están en contra de la corrupción y robo de los políticos. Estos tontos útiles, que en muy poco se diferencian del ganado o de manadas de búfalos que en estampida arrasan poblados, sirven a los intereses de quienes cuando acaban con el estado burgués, se convierten en sus señores feudales o reyes sometiéndolos a la servidumbre. Y estos vándalos, que ambicionan ser señores feudales, siempre van tras las sociedades más ricas para saquearlas, para cual vampiros succionar su esencia vital hasta destruirlas. Así fueron primero por Cuba, que antes del triunfo de la Revolución Cubana era conocida como el paraíso de América Latina por ser la más prospera. La destruyeron. De acuerdo con Diario de Cuba, “en 1958 el abuelo obrero “explotado” por la burguesía ganaba 1.128 dólares mensuales de hoy. Y 60 años después, su nieto obrero socialista, siervo de los Castro, gana 27.92 dólares mensuales”, un salario que está en los límites de la miseria. En el estado burgués su antepasado ganaba cuarenta veces más que él ahora. Una vez destruyeron Cuba, fueron por Venezuela, el país más próspero de América Latina en ese entonces. El resultado es hiperinflación, hambruna y la crisis económica más severa de cualquier país en la historia que no haya sido destruido por una guerra. Ahora van por Chile, el país más próspero de América Latina hoy día.

El socialismo idiotiza. El socialismo esclaviza. El socialismo destruye.

Nosotros los burgueses, los hombres libres y productivos, los creadores de civilización, debemos defender sin concesión alguna los valores burgueses que los salvajes pretenden destruir. Los vándalos destruyeron Roma y sumieron a la humanidad en un primitivismo comparable al de la prehistoria. No permitamos que los vándalos de hoy repitan esa historia.


Nosotros los burgueses

Warren Orbaugh
28 de octubre, 2019

Los burgueses no son una clase social como quieren suponer los socialistas y comunistas que todo lo destruyen, incluyendo al lenguaje. Las palabras se inventan para designar conceptos que integran referentes reales. Los socialistas toman palabras que legítimamente designan conceptos y tergiversan su significado para que sirvan a sus aviesos fines. De esa manera han pretendido hacernos creer que un burgués es un miembro de una clase social denominada burguesía, que es la clase dominante y acomodada, poseedora de propiedades y capital. Y la dividen de acuerdo a la cantidad de capital que se posea en ‘alta burguesía’ –dueños de industrias o comercios o de alto rango profesional como banqueros, empresarios, industriales y ejecutivos; en ‘media burguesía’ –profesionales liberales; y en ‘pequeña burguesía’ – gente con buena situación económica, dueños de pequeños negocios o comercios.  Y lo hacen para señalarlos como el enemigo del proletariado (otra tergiversación de los socialistas), causante de todos los males, para vilipendiar y deshonrar a la burguesía que pretenden destruir:

“Es conocida la tesis marxista que sostiene la necesidad de que el proletariado no se limite a tomar en sus manos el aparato del estado burgués para ponerlo a su servicio, sino que debe destruirlo y construir uno nuevo.”  [Marta Harnecker. Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico.]

El término burgués se refiere, en verdad, al miembro de una asociación política, que surgió en el siglo XI denominada burgo o ciudad-estado, asentada en una urbe fortificada. Se deriva del alemán ‘Burg’ que significa ‘fortaleza’. Algunas antiguas urbes etruscas y romanas, que habían existido dentro del Imperio Romano, con sus instituciones republicanas, como Venecia, Milán, Florencia y Génova, sobrevivieron preservando una fuerte vida urbana a la desaparición durante la Alta Edad Media. Para el siglo XI se habían convertido en poderosos centros comerciales que concentraban de 50000 a poco más de 100000 habitantes que podían sobrevivir autónomamente y capaces de conquistar su independencia respecto de sus soberanos formales. Estas ciudades eran capaces de derrotar a los ejércitos de los príncipes alemanes del Sacro Imperio Romano Germánico, que por eso no podían ejercer el control sostenido y efectivo sobre sus estados vasallos, y así estaban substancialmente libres de la interferencia política germana. Así pues, no surgieron fuertes monarquías como en el resto de Europa, emergiendo en su lugar las ciudades-estado independientes. En el siglo XII se constituyeron otras ciudades-estado o burgos, entre ellos, Brujas, Lübeck, Rostock, Wismar, Stralsund, Greifswald, Stettin, Gdansk, y Elbing, que organizaron la Liga Hanseática. La Liga Hanseática fue una federación comercial y defensiva de ciudades-estado del norte de Alemania, o sea, de sociedades de comerciantes alemanes en el mar Báltico, los Países Bajos, Suecia, Polonia y Rusia. Lograron un alto nivel de prosperidad debido a su constitución política que era republicana, es decir, un sistema regido por leyes, donde todos son iguales ante la ley y nadie es superior a esta. 

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Los burgueses no eran ni vasallos ni siervos ni aristócratas, sino hombres libres, es decir, comerciantes. El refrán alemán “Stadtluft macht frei nach Jahr und Tag” (el aire de la ciudad te hace libre después de un año un día), manifiesta esta condición de hombre libre o ciudadano –que significa lo mismo. Describe un principio legal de la Edad Media que establece que un siervo que había huido de las tierras feudales y había residido en un burgo o ciudad-estado por un año un día, se volvía hombre libre. Después de este tiempo el señor feudal no podía reclamarlo ya que éste era ahora un ciudadano o burgués y por tanto estaba protegido por la ciudad-estado. La libertad es precisamente poder auto-determinar la propia conducta al no estar sujeto a la voluntad ni coerción arbitraria de otro hombre, por estar protegido por la ley. El concepto de libertad se fundamenta en el reconocimiento del derecho de propiedad. Reconoce que uno es dueño de su propia vida, de sí mismo y del fruto de su trabajo, para hacer con este lo que considere más conveniente, para vivir su vida según su mejor juicio. Sin derecho de propiedad no hay libertad. 

El proletario también es un burgués. Aquí también tergiversan los socialistas el significado del término. El término denota lo que el ciudadano romano podía aportar al ejército. Al ciudadano que podía aportar caballos se le denominaba ‘equite’ (de equus, caballo), caballero, y al que sólo podía aportar a su prole, ‘proletarius’, proletario. Ambos eran ciudadanos, es decir, hombres libres. El siervo que recién pasa a ser burgués o ciudadano u hombre libre no es un hombre acomodado ni rico. Pero como la sociedad burguesa no está estratificada por clases, puede gracias a su laboriosidad y diligencia convertirse en un hombre rico, de igual manera que un hombre rico, gracias a su indolencia y prodigalidad puede convertirse en un hombre pobre.

Los burgueses, a diferencia de los otros hombres, fueron aquellos que gracias a su inteligencia se dieron cuenta de que la labor realizada por medio de la división del trabajo e intercambio comercial resulta más fecunda que la practicada bajo un régimen de aislamiento o de pillaje. Por eso, estos hombres libres o burgueses se dedicaron deliberadamente a la producción de bienes y servicios que intercambiaban libremente en el mercado para cada uno pasar de una situación que consideraba  menos satisfactoria a una que consideraba más satisfactoria. Lo que caracteriza a la sociedad burguesa es la cooperación deliberada, o sea, el propósito de alcanzar un fin personal por medio del intercambio de valores. El burgués es quien comprende que la sociedad o asociación con otros hombres es el medio para alcanzar su felicidad personal.  

La cooperación deliberada originó las virtudes burguesas, como la racionalidad o sensatez, la cortesía o civilidad, la honradez y sinceridad, la laboriosidad y liberalidad, la creatividad y productividad, el respeto y la tolerancia, y sobre todo la benevolencia. La benevolencia, indispensable para hacer negocios,  es la aplicación de la virtud de la racionalidad a conseguir los valores que se derivan de la vida con otras personas en sociedad, al tratarlas como socios de negocios potenciales, reconociendo su humanidad, independencia, e individualidad, y la armonía entre sus intereses y los propios. Es la cooperación que origina la sociedad o ciudad o burgo la que transforma al animal hombre en ser humano, al salvaje en civilizado.

Los burgueses estuvieron desde su inicio bajo el ataque de hordas salvajes dirigidas por señores feudales y reyes, hasta que sucumbieron ante el poder de los Estados absolutistas de la Edad Moderna, que les quitaron su libertad y los convirtieron en vasallos. Renació el concepto del derecho del hombre a su libertad y propiedad en el siglo XVIII con el individualismo, gracias a las ideas del inglés John Locke, los escoceses David Hume y Adam Smith; a los norteamericanos Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, John Adams y Alexander Hamilton, con la Revolución Americana que constituyó la primera república moderna formada por una federación de estados; y a los franceses Voltaire, Rousseau, Diderot y Montesquieu, con la Revolución Francesa que dio fin al feudalismo y absolutismo dando luz a un nuevo régimen burgués. Los revolucionarios franceses se denominaban entre sí como ‘citoyen’ que significa ciudadano u hombre libre, manifestando así su anhelo de libertad. Esto dio origen a los sistemas de libre mercado que desarrollaron la industrialización y creación de riqueza en las naciones. Pero los enemigos del individualismo, la doctrina que afirma que el individuo tiene derecho a su vida, a su propiedad y a su libertad, reaccionaron contraatacando en Inglaterra, Alemania y Francia. Estos opositores al individualismo se denominaron en Francia “comunistas”, vocablo que se generalizó en la década de 1840 para referirse a los miembros de una corriente ultra-radical que había aparecido durante la Revolución de Julio de 1830 y que eran simpatizantes de la radical etapa jacobina de la primera Revolución Francesa y de los seguidores de Babeuf, que propusieron sustituir al gobierno de Termidor por una dictadura de “emergencia” de “hombres sabios”, similar al Comité de Salvación Pública que había organizado el Terror dos años antes. Tal institución expropiaría a los ricos, tomaría posesión de la tierra y establecería una comunidad de bienes antes de devolver el poder al pueblo constituido en comunidad igualitaria y democrática. (¿Suena conocido?) Los comunistas, con todas sus interpretaciones, convergían en su aceptación de que era necesario mantener a raya el “ethos corrosivo del individualismo”. 

Los comunistas o socialistas no es que no se dieran cuenta de que el individualismo o liberalismo o burguesía conduce a un bienestar económico nunca antes visto por el hombre:

“La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.” [Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Alemania, 1872.]

Sin embargo, el propósito de los comunistas, a todas luces irracional conduce al hombre a un estado primitivo y de pobreza, pues es éste la destrucción de la burguesía y lo que ésta crea:

“El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa… En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en ésta fórmula única: abolición de la propiedad privada… ¡Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.”                                 [Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Alemania, 1872.]

La acción humana es conducta deliberada para alcanzar un fin apetecido. La ideología comunista enseña que el fin de la acción debe ser la destrucción de la propiedad privada y de la burguesía. Por eso no debe extrañarnos que aquellos que abrazan esta ideología se transformen en hordas de salvajes que no respetan y destruyen la propiedad de los demás. Estos anti-burgueses por elección, han dejado pintas dañando la propiedad de otros por donde pasan cuando hacen sus manifestaciones por la ciudad. Han destruido la inversión que crea riqueza y bienestar para los guatemaltecos al impedir, violando los contratos pactados, la operación de mineras e hidroeléctricas. Violan la libertad de los burgueses, o sea, de los ciudadanos guatemaltecos al impedirles circular por calles y carreteras para atender sus negocios privados, mediante bloqueos, que estos embusteros llaman pacíficos. Ahora en Chile, tratando de justificar sus acciones con la mentira de que buscan el beneficio de los más pobres, destruyen el metro, dejando a los más pobres sin medio de transporte. Destruyen edificios, almacenes, comercios, semáforos y cuanto encuentran en su camino, dejando a los más pobres sin empleo. Saquean y  roban comercios argumentando que están en contra de la corrupción y robo de los políticos. Estos tontos útiles, que en muy poco se diferencian del ganado o de manadas de búfalos que en estampida arrasan poblados, sirven a los intereses de quienes cuando acaban con el estado burgués, se convierten en sus señores feudales o reyes sometiéndolos a la servidumbre. Y estos vándalos, que ambicionan ser señores feudales, siempre van tras las sociedades más ricas para saquearlas, para cual vampiros succionar su esencia vital hasta destruirlas. Así fueron primero por Cuba, que antes del triunfo de la Revolución Cubana era conocida como el paraíso de América Latina por ser la más prospera. La destruyeron. De acuerdo con Diario de Cuba, “en 1958 el abuelo obrero “explotado” por la burguesía ganaba 1.128 dólares mensuales de hoy. Y 60 años después, su nieto obrero socialista, siervo de los Castro, gana 27.92 dólares mensuales”, un salario que está en los límites de la miseria. En el estado burgués su antepasado ganaba cuarenta veces más que él ahora. Una vez destruyeron Cuba, fueron por Venezuela, el país más próspero de América Latina en ese entonces. El resultado es hiperinflación, hambruna y la crisis económica más severa de cualquier país en la historia que no haya sido destruido por una guerra. Ahora van por Chile, el país más próspero de América Latina hoy día.

El socialismo idiotiza. El socialismo esclaviza. El socialismo destruye.

Nosotros los burgueses, los hombres libres y productivos, los creadores de civilización, debemos defender sin concesión alguna los valores burgueses que los salvajes pretenden destruir. Los vándalos destruyeron Roma y sumieron a la humanidad en un primitivismo comparable al de la prehistoria. No permitamos que los vándalos de hoy repitan esa historia.


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