El conocimiento es poder.
El conocimiento es vital.
El conocimiento es imperativo, si hemos de vivir como seres humanos. No tenemos código automático alguno que nos indique como actuar. Nuestro medio de auto-preservación es nuestra facultad racional, el instrumento que nos sirve para identificar el mundo que percibimos por medio de nuestra interacción corporal con éste, el instrumento con el que construimos nuestro conocimiento conceptual a partir de nuestra experiencia, para evaluarlo y así buscar lo que fomenta nuestra vida y evitar lo que la debilita y destruye. No podemos actuar eficazmente sin el conocimiento de nuestras experiencias. Y por lo tanto, tampoco podemos vivir eficazmente sin el conocimiento de nuestras experiencias.
El buen ejercicio de nuestra facultad racional consiste en pensar objetivamente. Pensar es enfocarse en el objeto que se quiere conocer, observar –que es hacerse preguntas sobre el objeto estimado, examinar la evidencia relevante sin prejuicios, considerar los hechos sin anteponer ninguna consideración por encima de éstos, usar la lógica para llegar a conclusiones y estar dispuesto a cambiar el juicio inicial si la evidencia conduce a una conclusión distinta.
Usar la lógica como método es dirigir el razonamiento basado en la ley de identidad que establece que todo cuanto existe es algo específico con atributos específicos; en la ley de no contradicción que establece que es imposible afirmar y negar la misma cosa; en la ley del tercio excluso que establece que es imposible afirmar que algo es y no es al mismo tiempo, es decir, toda proposición ha de ser necesariamente verdadera o falsa, no hay tercera opción; en la ley de razón suficiente que establece que hay una razón suficiente que explica la acción de todo ente, ya que lo que el ente es, determina lo que puede o no hacer y por tanto requiere que toda aseveración deba estar bien fundamentada, presentada con argumentos lo suficientemente fuertes que apoyen su veracidad, o sea, su concordancia con los hechos; en la ley de razonabilidad que establece justificar las propias conclusiones, que uno pruebe su afirmación y por tanto, que uno no pierda el tiempo considerando afirmaciones arbitrarias para las que no hay evidencia alguna; y por último, en la ley de objetividad que establece distanciarse del propio proceso de razonamiento y examinarlo como si fuera una actividad externa, convirtiéndola en cuanto a método y forma, en el objeto del propio examen, para identificar y así evitar factores distorsionantes, como un punto de vista demasiado estrecho, o mecanismos de defensa psicológicos como la racionalización.
El pensar objetivamente obedece a nuestra voluntad de entender, de distinguir entre hechos, opiniones y emociones; de saber dónde nos encontramos en relación a nuestros fines; de comprender nuestro contexto; de revisar suposiciones anteriores; de ver y corregir nuestros errores; de expandir nuestra consciencia; de evaluar, de evitar adoptar irrazonablemente y sin análisis los valores aceptados por otros; y de regular nuestra acción para vivir bien.
Pero pensar objetivamente es un reto. El pensar requiere esfuerzo. Y como el hombre no es infalible, puede equivocarse, puede llegar a conclusiones erradas, valorar lo que le perjudica y regular sus acciones a conseguir lo que lo destruye. De ahí la importancia de poder reflexionar sobre el propio razonamiento y convertirse en juez del mismo y no en su defensor, para evitar el razonamiento ilógico, las premisas falsas, la información incompleta, la evaluación errada. La virtud de la reflexión objetiva consiste en poder aprender de los errores y así enmendarlos.
El pensar bien nos da conocimiento. El deseo de conocer es querer distinguir entre hechos, opiniones y emociones. Es querer saber dónde estamos en relación a nuestros fines. Es querer comprender nuestro contexto. Es querer revisar nuestras suposiciones anteriores. Es querer comprender a pesar de las dificultades. Es querer ver y corregir nuestros errores.
El peor pecado que puede cometer el hombre es no querer pensar bien, no querer observar, no querer conocer, no querer examinar, no querer considerar los hechos, no querer ver ni corregir sus errores. Quien prefiere no pensar bien actúa de mala fe. Prefiere vivir engañado, valorar lo que le es perjudicial y que le conduce a la acción auto-destructiva.
¿Por qué querría alguien actuar de mala fe? ¿Por qué querría alguien no pensar bien? ¿Por qué querría alguien no conocer los hechos?
Esto es lo que hacen quienes se oponen a que la comisión del Congreso de la República examine la actuación de la CICIG. No quieren conocer los hechos. Pero su actitud es aún peor, pues se oponen a que conozcamos los que sí queremos conocer. Quieren reducirnos a la calidad de niños inmaduros que anhelan al padre que les diga cómo vivir su vida, a vivir bajo la tutela que se responsabilice por nosotros. Quieren que no pensemos por nosotros mismos. Quieren que perdamos la habilidad de hacer uso de nuestro entendimiento sin la dirección de un mayoral. Y por sobre todo, quieren ser el mayoral.
¿Por qué? ¿Cuál es el miedo a que se sepa la verdad sobre cómo actuó la CICIG? ¿Qué nos quieren ocultar? ¿Por qué se oponen a que examinemos al experimento llamado CICIG? ¿Por qué no quieren que se sepa si hubo o no errores o abusos? ¿Será que no quieren que aprendamos de nuestros errores?
n que se sepa si hubo o no errores o abusos? ¿Será que no quieren que aprendamos de nuestros errores?
Me parece que estos deshonestos quieren falsificar la realidad para sus aviesos fines políticos. Sólo los indecentes temen a la verdad.
Los ciudadanos tenemos el derecho a saber, tenemos el derecho a conocer, tenemos el derecho a que los actos de las instituciones sean transparentes. Debemos exigir que la comisión de investigación de la conducta de la CICIG continué con su labor.
Es imperativo conocer para corregir.
El conocimiento es poder.
El conocimiento es vital.
El conocimiento es imperativo, si hemos de vivir como seres humanos. No tenemos código automático alguno que nos indique como actuar. Nuestro medio de auto-preservación es nuestra facultad racional, el instrumento que nos sirve para identificar el mundo que percibimos por medio de nuestra interacción corporal con éste, el instrumento con el que construimos nuestro conocimiento conceptual a partir de nuestra experiencia, para evaluarlo y así buscar lo que fomenta nuestra vida y evitar lo que la debilita y destruye. No podemos actuar eficazmente sin el conocimiento de nuestras experiencias. Y por lo tanto, tampoco podemos vivir eficazmente sin el conocimiento de nuestras experiencias.
El buen ejercicio de nuestra facultad racional consiste en pensar objetivamente. Pensar es enfocarse en el objeto que se quiere conocer, observar –que es hacerse preguntas sobre el objeto estimado, examinar la evidencia relevante sin prejuicios, considerar los hechos sin anteponer ninguna consideración por encima de éstos, usar la lógica para llegar a conclusiones y estar dispuesto a cambiar el juicio inicial si la evidencia conduce a una conclusión distinta.
Usar la lógica como método es dirigir el razonamiento basado en la ley de identidad que establece que todo cuanto existe es algo específico con atributos específicos; en la ley de no contradicción que establece que es imposible afirmar y negar la misma cosa; en la ley del tercio excluso que establece que es imposible afirmar que algo es y no es al mismo tiempo, es decir, toda proposición ha de ser necesariamente verdadera o falsa, no hay tercera opción; en la ley de razón suficiente que establece que hay una razón suficiente que explica la acción de todo ente, ya que lo que el ente es, determina lo que puede o no hacer y por tanto requiere que toda aseveración deba estar bien fundamentada, presentada con argumentos lo suficientemente fuertes que apoyen su veracidad, o sea, su concordancia con los hechos; en la ley de razonabilidad que establece justificar las propias conclusiones, que uno pruebe su afirmación y por tanto, que uno no pierda el tiempo considerando afirmaciones arbitrarias para las que no hay evidencia alguna; y por último, en la ley de objetividad que establece distanciarse del propio proceso de razonamiento y examinarlo como si fuera una actividad externa, convirtiéndola en cuanto a método y forma, en el objeto del propio examen, para identificar y así evitar factores distorsionantes, como un punto de vista demasiado estrecho, o mecanismos de defensa psicológicos como la racionalización.
El pensar objetivamente obedece a nuestra voluntad de entender, de distinguir entre hechos, opiniones y emociones; de saber dónde nos encontramos en relación a nuestros fines; de comprender nuestro contexto; de revisar suposiciones anteriores; de ver y corregir nuestros errores; de expandir nuestra consciencia; de evaluar, de evitar adoptar irrazonablemente y sin análisis los valores aceptados por otros; y de regular nuestra acción para vivir bien.
Pero pensar objetivamente es un reto. El pensar requiere esfuerzo. Y como el hombre no es infalible, puede equivocarse, puede llegar a conclusiones erradas, valorar lo que le perjudica y regular sus acciones a conseguir lo que lo destruye. De ahí la importancia de poder reflexionar sobre el propio razonamiento y convertirse en juez del mismo y no en su defensor, para evitar el razonamiento ilógico, las premisas falsas, la información incompleta, la evaluación errada. La virtud de la reflexión objetiva consiste en poder aprender de los errores y así enmendarlos.
El pensar bien nos da conocimiento. El deseo de conocer es querer distinguir entre hechos, opiniones y emociones. Es querer saber dónde estamos en relación a nuestros fines. Es querer comprender nuestro contexto. Es querer revisar nuestras suposiciones anteriores. Es querer comprender a pesar de las dificultades. Es querer ver y corregir nuestros errores.
El peor pecado que puede cometer el hombre es no querer pensar bien, no querer observar, no querer conocer, no querer examinar, no querer considerar los hechos, no querer ver ni corregir sus errores. Quien prefiere no pensar bien actúa de mala fe. Prefiere vivir engañado, valorar lo que le es perjudicial y que le conduce a la acción auto-destructiva.
¿Por qué querría alguien actuar de mala fe? ¿Por qué querría alguien no pensar bien? ¿Por qué querría alguien no conocer los hechos?
Esto es lo que hacen quienes se oponen a que la comisión del Congreso de la República examine la actuación de la CICIG. No quieren conocer los hechos. Pero su actitud es aún peor, pues se oponen a que conozcamos los que sí queremos conocer. Quieren reducirnos a la calidad de niños inmaduros que anhelan al padre que les diga cómo vivir su vida, a vivir bajo la tutela que se responsabilice por nosotros. Quieren que no pensemos por nosotros mismos. Quieren que perdamos la habilidad de hacer uso de nuestro entendimiento sin la dirección de un mayoral. Y por sobre todo, quieren ser el mayoral.
¿Por qué? ¿Cuál es el miedo a que se sepa la verdad sobre cómo actuó la CICIG? ¿Qué nos quieren ocultar? ¿Por qué se oponen a que examinemos al experimento llamado CICIG? ¿Por qué no quieren que se sepa si hubo o no errores o abusos? ¿Será que no quieren que aprendamos de nuestros errores?
n que se sepa si hubo o no errores o abusos? ¿Será que no quieren que aprendamos de nuestros errores?
Me parece que estos deshonestos quieren falsificar la realidad para sus aviesos fines políticos. Sólo los indecentes temen a la verdad.
Los ciudadanos tenemos el derecho a saber, tenemos el derecho a conocer, tenemos el derecho a que los actos de las instituciones sean transparentes. Debemos exigir que la comisión de investigación de la conducta de la CICIG continué con su labor.
Es imperativo conocer para corregir.