Me pregunto como todo adulto por quécometemos los mismos errores una y otra vez, solos o acompañados, más jóvenes omás viejos, hombres y mujeres, anteayer y casi seguramente también pasadomañana.
Notiendo a ser pesimista ni quejumbroso; todo lo contrario, y precisamente poresto último me hago tales preguntas.
Laprimera respuesta me la ofrece un pensador español enraizado en la culturanorteamericana George Santayana (1863-1952), quien afirmó en su gran obra “Lavida de la razón” (1905): “quienes no puede recordar el pasado estáncondenados a repetirlo”.
¡Qué gran verdad!
Nos confirma que el saberno es optativo sino imperativo para nuestra supervivencia. Esto se nos haceobvio a diario por insignificante que sea en nosotros el hábito de reflexionar.De ahí, por ejemplo, lo justificado de toda preocupación por la educación denuestros niños.
O de también laimportancia de conocer los hechos reales de las experienciasindividuales o colectivas, las nuestras y las de otros, lo mejor posible. Esesta, precisamente, la función de los medios escritos en cuanto no se reducen aun vulgar peladero permanente.
La visión a cortoplazo es, lamentable y crecientemente, la obsesión empobrecedora denuestros días. Y así también se han sucedido la catástrofes morales y socialesdesde aquel “siglo de las luces” que ha tantos ilusionó como el ambienteideal para acceder a la verdad objetiva y constatable. Encima, con la pretensiónde liberarnos de todo dogma y de toda autoridad que se pretendiera absoluta. Yahan pasado tres siglos y algo hemos progresado pero al precio de algunosretrocesos como los ensayos reiterados de utopías socialistas.
Ya estamos, pues, en elsiglo XXI, y los personajes que todavía reclaman en exceso nuestra atención son,empero, por aquí la América volcánica, los Castro, Chávez, Maduro u Ortega,mientras que en la Europa decadente o en la Norteamérica que empieza a decaer laatención mayoritaria se centra en una angustiada y poco efectiva Theresa May, oen un inexperto y desorientado Emmanuel Macron o, inclusive en esos chistes políticosde nombre Hillary Clinton y Alexandria Ocasio-Cortez. Por no mencionar esasotras celebridades de siempre autoritarias que aun asesinan impunemente enRusia, China o en la Corea del Norte. Y, por eso mismo, como dicen losfranceses, dejàvu…
También a esa luz, ¿cuánto,de veras, hemos aprendido?
Yo creo, que a pesar detodo, mucho, siempre y cuando impere nuestra conquista más preciosa, el Estadode Derecho, es decir, el respeto universal a leyes no menos por igualconcordantes con lo racional de nuestra naturaleza humana.
Porque duralex, como se ha concluidotantas veces, sed lex.
Por eso también puedo afirmarque es otra manera de evocar entre las masas medio adormiladas el más elementalsentido común.
Siguiendo, pues, almaestro Santayana, diría que lamentablemente no somos muchos los que de veras queremosconocer y reflexionar sobre los hechos del presente y del pasado.
Y si todo estocuestionas, entonces quedas invitado a recrearte con exclusividad en el Hollywoodde hoy y de siempre.
Sin embargo, también creoal estilo de Umberto Eco que el número de las reflexiones sabias derivadas dela experiencia se encuentra ahora en un apreciable aumento, aunque todavía sehaya hecho poco visible en nuestros sistemas de educación y de gobierno para nuestrosmás jóvenes, pero que eventualmente podemos esperar que algunas vez seavivenciado para las grandes mayorías.
Y así entendida lacuestión, qué significa, entonces, “prever”.
Lo de siempre: ver por anticipadolo que todos eventualmente habríamos de experimentar en nuestras propias vidaspersonales y en las ajenas, y tomar las medidas que creemos más adecuadas paratraducirlos a algo mejor. Esta es para mí la gloria y la corona de nuestracondición de agentes voluntarios de lo humano; inclusive, lo que nos constituyeen “personas”, lo único a partir de lo cual podemos esperar, progresar,innovar, crecer y realizarnos más como lo propio de lo humano.
No hay otra manera paranuestra privilegiada eminencia en el entero cosmos que esa capacidad tan poco recordadade configurar nuestro futuro de acuerdo a lo que realmente habremos de enfrentar.
Es precisamente lo quenos constituye en personas. Casi añadiría que lo que nos hace sentirnos inevitablementevocadosa la inmortalidad.
Aprovecho para recordarde nuevo que los programas hoy llamados de “Seguridad Social” fueron acertadamentellamados en su inicio de previsión social para los individuos,en cuanto un homenaje implícito a nuestro concepto de “persona”. Aunque lacompetencia partidista por los votos de las masas reemplazó durante los tiemposde la Gran Depresión económica de los años treinta del pasado siglo el términode “previsión” por el muy mentiroso de la “seguridad” social. Y así seguimos,olvidadizos según Santayana, de aquel otro embuste histórico de hace unos dos mileniosde otra “seguridad”, la de “pan y circo”, que dio al traste definitivo a los otrosmagníficos logros de la República de Roma.
Y así, la falacia mássensible que podemos identificar en la amnesia colectiva de nuestros días es elde creernos seguros en algo para nuestro provenir.
Pero “la vida del hombresobre la tierra ha de ser una permanente lucha” nos advirtió el Eclesiastés hacecasi tres mil.
Porque no hay otra“seguridad” que podemos tener de todo lo meramente terrenal que la delcementerio.
Por lo tanto, en suausencia no podemos contar con más que nuestra capacidad de anticiparnos prudentementea los riesgos y desafíos del futuro, como nos lo ha confirmado la experienciamuy dolorosa y humillante conocida entre nosotros por “CICIG”, total ausenciade una previsión social sensata.
Esto lo entiendo como unllamado de atención oportuno al inicio de un nuevo año. Sobre todo, si además setiene en cuenta la magnitud de otros eventos que según la ciencia de laastrofísica nos puede ocurrir, un choqueorbital con el cuerpo del satélite “Skórpios” para el año 2029 o, para un pocomás adelante el tan pregonado “calentamiento global” o también, el no menorfracaso del control racional de las armas nucleares.
Prever, es decir,anticipar, es lo único que se puede esperar entre nosotros para sobrevivir por unmilenio más.
A nuestro alcance, si nosmantenemos conscientes tanto de nuestras equivocaciones como de nuestros actosde maldad voluntaria en el pasado.
Recordémosla siempre, a propósito de este comienzo de año-calendario, aquella intuición genial de Santayana.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo
Me pregunto como todo adulto por quécometemos los mismos errores una y otra vez, solos o acompañados, más jóvenes omás viejos, hombres y mujeres, anteayer y casi seguramente también pasadomañana.
Notiendo a ser pesimista ni quejumbroso; todo lo contrario, y precisamente poresto último me hago tales preguntas.
Laprimera respuesta me la ofrece un pensador español enraizado en la culturanorteamericana George Santayana (1863-1952), quien afirmó en su gran obra “Lavida de la razón” (1905): “quienes no puede recordar el pasado estáncondenados a repetirlo”.
¡Qué gran verdad!
Nos confirma que el saberno es optativo sino imperativo para nuestra supervivencia. Esto se nos haceobvio a diario por insignificante que sea en nosotros el hábito de reflexionar.De ahí, por ejemplo, lo justificado de toda preocupación por la educación denuestros niños.
O de también laimportancia de conocer los hechos reales de las experienciasindividuales o colectivas, las nuestras y las de otros, lo mejor posible. Esesta, precisamente, la función de los medios escritos en cuanto no se reducen aun vulgar peladero permanente.
La visión a cortoplazo es, lamentable y crecientemente, la obsesión empobrecedora denuestros días. Y así también se han sucedido la catástrofes morales y socialesdesde aquel “siglo de las luces” que ha tantos ilusionó como el ambienteideal para acceder a la verdad objetiva y constatable. Encima, con la pretensiónde liberarnos de todo dogma y de toda autoridad que se pretendiera absoluta. Yahan pasado tres siglos y algo hemos progresado pero al precio de algunosretrocesos como los ensayos reiterados de utopías socialistas.
Ya estamos, pues, en elsiglo XXI, y los personajes que todavía reclaman en exceso nuestra atención son,empero, por aquí la América volcánica, los Castro, Chávez, Maduro u Ortega,mientras que en la Europa decadente o en la Norteamérica que empieza a decaer laatención mayoritaria se centra en una angustiada y poco efectiva Theresa May, oen un inexperto y desorientado Emmanuel Macron o, inclusive en esos chistes políticosde nombre Hillary Clinton y Alexandria Ocasio-Cortez. Por no mencionar esasotras celebridades de siempre autoritarias que aun asesinan impunemente enRusia, China o en la Corea del Norte. Y, por eso mismo, como dicen losfranceses, dejàvu…
También a esa luz, ¿cuánto,de veras, hemos aprendido?
Yo creo, que a pesar detodo, mucho, siempre y cuando impere nuestra conquista más preciosa, el Estadode Derecho, es decir, el respeto universal a leyes no menos por igualconcordantes con lo racional de nuestra naturaleza humana.
Porque duralex, como se ha concluidotantas veces, sed lex.
Por eso también puedo afirmarque es otra manera de evocar entre las masas medio adormiladas el más elementalsentido común.
Siguiendo, pues, almaestro Santayana, diría que lamentablemente no somos muchos los que de veras queremosconocer y reflexionar sobre los hechos del presente y del pasado.
Y si todo estocuestionas, entonces quedas invitado a recrearte con exclusividad en el Hollywoodde hoy y de siempre.
Sin embargo, también creoal estilo de Umberto Eco que el número de las reflexiones sabias derivadas dela experiencia se encuentra ahora en un apreciable aumento, aunque todavía sehaya hecho poco visible en nuestros sistemas de educación y de gobierno para nuestrosmás jóvenes, pero que eventualmente podemos esperar que algunas vez seavivenciado para las grandes mayorías.
Y así entendida lacuestión, qué significa, entonces, “prever”.
Lo de siempre: ver por anticipadolo que todos eventualmente habríamos de experimentar en nuestras propias vidaspersonales y en las ajenas, y tomar las medidas que creemos más adecuadas paratraducirlos a algo mejor. Esta es para mí la gloria y la corona de nuestracondición de agentes voluntarios de lo humano; inclusive, lo que nos constituyeen “personas”, lo único a partir de lo cual podemos esperar, progresar,innovar, crecer y realizarnos más como lo propio de lo humano.
No hay otra manera paranuestra privilegiada eminencia en el entero cosmos que esa capacidad tan poco recordadade configurar nuestro futuro de acuerdo a lo que realmente habremos de enfrentar.
Es precisamente lo quenos constituye en personas. Casi añadiría que lo que nos hace sentirnos inevitablementevocadosa la inmortalidad.
Aprovecho para recordarde nuevo que los programas hoy llamados de “Seguridad Social” fueron acertadamentellamados en su inicio de previsión social para los individuos,en cuanto un homenaje implícito a nuestro concepto de “persona”. Aunque lacompetencia partidista por los votos de las masas reemplazó durante los tiemposde la Gran Depresión económica de los años treinta del pasado siglo el términode “previsión” por el muy mentiroso de la “seguridad” social. Y así seguimos,olvidadizos según Santayana, de aquel otro embuste histórico de hace unos dos mileniosde otra “seguridad”, la de “pan y circo”, que dio al traste definitivo a los otrosmagníficos logros de la República de Roma.
Y así, la falacia mássensible que podemos identificar en la amnesia colectiva de nuestros días es elde creernos seguros en algo para nuestro provenir.
Pero “la vida del hombresobre la tierra ha de ser una permanente lucha” nos advirtió el Eclesiastés hacecasi tres mil.
Porque no hay otra“seguridad” que podemos tener de todo lo meramente terrenal que la delcementerio.
Por lo tanto, en suausencia no podemos contar con más que nuestra capacidad de anticiparnos prudentementea los riesgos y desafíos del futuro, como nos lo ha confirmado la experienciamuy dolorosa y humillante conocida entre nosotros por “CICIG”, total ausenciade una previsión social sensata.
Esto lo entiendo como unllamado de atención oportuno al inicio de un nuevo año. Sobre todo, si además setiene en cuenta la magnitud de otros eventos que según la ciencia de laastrofísica nos puede ocurrir, un choqueorbital con el cuerpo del satélite “Skórpios” para el año 2029 o, para un pocomás adelante el tan pregonado “calentamiento global” o también, el no menorfracaso del control racional de las armas nucleares.
Prever, es decir,anticipar, es lo único que se puede esperar entre nosotros para sobrevivir por unmilenio más.
A nuestro alcance, si nosmantenemos conscientes tanto de nuestras equivocaciones como de nuestros actosde maldad voluntaria en el pasado.
Recordémosla siempre, a propósito de este comienzo de año-calendario, aquella intuición genial de Santayana.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo