Luis Fernando Gil
Uno de mis mayores placeres en la vida, además de leer, escribir, escuchar música y tomar café, es ver a mis hijosdeleitarse con un libro en la mano. Y más aún cuando, al disponerse a salir a cualquier lugar, lo primero que toman son sus preciados textos, y cuando por la noche entro en su cuarto a ver si están bien tapados, observo que se quedaron dormidos imaginando mundos nuevos salidos de aquellas letras a las que se aferran sus manos.
La Feria Internacional del Libro en Guatemala –Filgua– es una de esas ocasiones en que como papá puedo darme el gusto de ver sus pequeños ojos brillar al apreciar los nuevos libros que engrosarán su librera pintada con colores pastel.
Y no es solo por el precio, ya que, a pesar de ser una feria,no todos los stands ni todas las editoriales se precian de tener buenas ofertas ni hacer buenos descuentos. Es, sobre todo,por la gran variedad de obras que se pueden encontrar dispuestas en todo tipo de estantes distribuidos en un espacio que normalmente funciona como escenario de conciertos.
Leí el discurso de lanzamiento de Filgua 2018, redactado por la escritora y poeta guatemalteca Vania Vargas, en el cual se refirió a Francia, invitado de honor de esta edición. Comentó que es “un país con el que Guatemala ha mantenido, a lo largo de la historia de las letras, una relación especial”. Y luego hizo una descripción de los personajes guatemaltecos, escritores la mayoría, pero también eminentes exponentes de la plástica nacional, que tuvieron una estrecha relación con la nación gala.
Me llamó la atención que no apareció en la lista el insigne pero poco conocido escritor chapín Manuel José Arce. Esegran literato, en toda la extensión de la palabra, periodista, dramaturgo, narrador, poeta y, sobre todo, escribiente. Me parece que es una buena ocasión para hacer justicia a la prolífica obra de un hombre que con profundo dolor se vio obligado a dejar su tierra y que hizo precisamente de Francia su segundo hogar.
Fue en la ciudad francesa de Albi donde Manuel José escribió en 1985, el mismo año en que murió: “Mi patria son ustedes, los chapines, todos los chapines, los que van a nacer, los que se murieron, los que están aquí en procesión a la vida. Mi bandera no es otra que sus cuadros; mi himno son las palabras de todos nuestros poetas –alfabetizados o no- con la música de la marimba, del Gordo Sarmientos, del Juaquín y del último compatriota que esté con su chirimía acurrucado frente a una iglesia de pueblo” (Arce, 235-236).1
Si este hombre escribió con tal emotividad sobre su tierra, añorando desde el otro lado del Atlántico volver a escuchar las notas de las melodías que brotan de las morenas manos de sus compatriotas, merece que leamos al menos algunas de sus líneas, como el verso Quinto, de El Eternauta, donde expresa: “Yo soy un desterrado, un extranjero, un intruso que se halla entre nosotros con un martillo absurdo entre las manos y un impulso distinto que me lleva por camino contrario” (Arce, 31). 2
En concordancia con nuestro ser guatemaltecos, y en honor a Francia y a uno de nuestros más insignes escritores, los invito a visitar Filgua (que termina el domingo) y adquirir un texto de Manuel José Arce, quien, en la introducción a susCrónicas del Café de los Fantasmas, escribió, haciendo alusión a los cafés parisinos: “Cuando enmudecen los museos y terminan las clases y se han apagado ya los boulevards, busco instintivamente este rincón. Tengo mi mesa aquí. Hace años que vengo a este cafetín. Y, aunque ni el patrón, ni la cajera, ni los meseros parecen conocerme, este sitio forma parte de mi mundo y de mi vida… Por aquí pasa París a veces”. (Arce, 13). 3
Referencias bibliográficas:
Luis Fernando Gil
Uno de mis mayores placeres en la vida, además de leer, escribir, escuchar música y tomar café, es ver a mis hijosdeleitarse con un libro en la mano. Y más aún cuando, al disponerse a salir a cualquier lugar, lo primero que toman son sus preciados textos, y cuando por la noche entro en su cuarto a ver si están bien tapados, observo que se quedaron dormidos imaginando mundos nuevos salidos de aquellas letras a las que se aferran sus manos.
La Feria Internacional del Libro en Guatemala –Filgua– es una de esas ocasiones en que como papá puedo darme el gusto de ver sus pequeños ojos brillar al apreciar los nuevos libros que engrosarán su librera pintada con colores pastel.
Y no es solo por el precio, ya que, a pesar de ser una feria,no todos los stands ni todas las editoriales se precian de tener buenas ofertas ni hacer buenos descuentos. Es, sobre todo,por la gran variedad de obras que se pueden encontrar dispuestas en todo tipo de estantes distribuidos en un espacio que normalmente funciona como escenario de conciertos.
Leí el discurso de lanzamiento de Filgua 2018, redactado por la escritora y poeta guatemalteca Vania Vargas, en el cual se refirió a Francia, invitado de honor de esta edición. Comentó que es “un país con el que Guatemala ha mantenido, a lo largo de la historia de las letras, una relación especial”. Y luego hizo una descripción de los personajes guatemaltecos, escritores la mayoría, pero también eminentes exponentes de la plástica nacional, que tuvieron una estrecha relación con la nación gala.
Me llamó la atención que no apareció en la lista el insigne pero poco conocido escritor chapín Manuel José Arce. Esegran literato, en toda la extensión de la palabra, periodista, dramaturgo, narrador, poeta y, sobre todo, escribiente. Me parece que es una buena ocasión para hacer justicia a la prolífica obra de un hombre que con profundo dolor se vio obligado a dejar su tierra y que hizo precisamente de Francia su segundo hogar.
Fue en la ciudad francesa de Albi donde Manuel José escribió en 1985, el mismo año en que murió: “Mi patria son ustedes, los chapines, todos los chapines, los que van a nacer, los que se murieron, los que están aquí en procesión a la vida. Mi bandera no es otra que sus cuadros; mi himno son las palabras de todos nuestros poetas –alfabetizados o no- con la música de la marimba, del Gordo Sarmientos, del Juaquín y del último compatriota que esté con su chirimía acurrucado frente a una iglesia de pueblo” (Arce, 235-236).1
Si este hombre escribió con tal emotividad sobre su tierra, añorando desde el otro lado del Atlántico volver a escuchar las notas de las melodías que brotan de las morenas manos de sus compatriotas, merece que leamos al menos algunas de sus líneas, como el verso Quinto, de El Eternauta, donde expresa: “Yo soy un desterrado, un extranjero, un intruso que se halla entre nosotros con un martillo absurdo entre las manos y un impulso distinto que me lleva por camino contrario” (Arce, 31). 2
En concordancia con nuestro ser guatemaltecos, y en honor a Francia y a uno de nuestros más insignes escritores, los invito a visitar Filgua (que termina el domingo) y adquirir un texto de Manuel José Arce, quien, en la introducción a susCrónicas del Café de los Fantasmas, escribió, haciendo alusión a los cafés parisinos: “Cuando enmudecen los museos y terminan las clases y se han apagado ya los boulevards, busco instintivamente este rincón. Tengo mi mesa aquí. Hace años que vengo a este cafetín. Y, aunque ni el patrón, ni la cajera, ni los meseros parecen conocerme, este sitio forma parte de mi mundo y de mi vida… Por aquí pasa París a veces”. (Arce, 13). 3
Referencias bibliográficas: