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¿Son los extranjeros mejores que los chapines?

José Carlos Ortega
23 de abril, 2016

Con estupor presenciamos que una nueva estructura criminal es desintegrada (esperamos…) y que involucra a personas de todos los niveles económicos, sociales y culturales. El caso de TCQ, la terminal de contenedores en Puerto Quetzal, que en una concesión ilegal, pretendía esconder un contrato de servicios o de usufructo, sin licitación y sin llenar los procedimientos requeridos y obligatorios de nuestra obsoleta Ley de Compras y Contrataciones del Estado.

Nuevamente salen “salpicados” (¡y vaya que mojados y no salpicados!) el expresidente Otto Fernando Pérez Molina y la exvicepresidente Ingrid Roxanna Baldetti Elías. Además, varios sindicalistas y un empresario de origen español.

Sin dejar de apuntar que cada vez que existe un proyecto para mejorar la productividad, el desarrollo del país, sea éste una terminal de contenedores, la remodelación de un aeropuerto, un periférico nacional, una hidroeléctrica nacional, etc. viene cargada de corrupción, y algunas veces, detenida por años, como el caso del periférico nacional, la franja transversal del norte, el sistema de hidroeléctricas nacionales…

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Pero mi pregunta hoy va enfocada al porqué muchos extranjeros en nuestro país, como el citado español gerente de la empresa TCQ, filial de la catalana TCB, realiza negocios incorrectos, delictivos en Guatemala, y por qué no lo hace en España. ¿Será que Guatemala corrompe a las personas? ¿Será nuestro aire o nuestra agua contaminada y ayer desfilada, sin refrendar en la responsabilidad individual de no ensuciar los cauces de los ríos en las diferentes latitudes? ¿Seremos nosotros los corruptos, y en todo caso, como enfermedad le contagiamos la corrupción a los extranjeros?

Han desfilado por nuestro bello país, y nada más lejos que la realidad las preguntas que irónicamente planteo (porqué en este país tan serio, ni de Trump y sus locuras podemos reírnos…), centenas de extranjeros que han realizados negocios corruptos. Algunos de los funcionarios al ver la alta tasa de enriquecimiento vía ésta, se quedan a residir en nuestro país y se convierte en millonarios de la noche a la mañana transgrediendo lo que en sus países de origen no hubieran podido realizar o les hubiera sido más difícil de realizar. Españoles, italianos, americanos, brasileños, argentinos, árabes, israelíes, cubanos, etc. de derecha y de izquierda, que han sido señalados de transgredir la ley y que no han sido alcanzados por la justicia. Muchos de ellos, asimilados por nuestro “malinchismo” o xenofilia, son respetados como grandes empresarios y “muy listos”.

No difieren en casi nada de los corruptos guatemaltecos que también realizan negocios de esa manera, y que en esta refundación de nuestra justicia, esperamos les alcance.

Y para poder ver si nuestro ADN es el malo, sólo debemos observar a los guatemaltecos que al viajar a otro país desarrollado, cambian de comportamiento en cuestión de minutos. Hay algunos que dicen que es cuestión de dos horas y media (el viaje de un avión o la entrada a un parque del IRTRA), para que nuestro comportamiento cambie radicalmente. Es la certeza del cumplimiento de la ley (del castigo) la que nos hace cambiar de comportamiento. Al bajar del avión, los guatemaltecos nos volvemos ciudadanos modelos del país equivocado. Sabemos manejar, no tiramos basura en cualquier lado, pagamos impuestos, nos comportamos. Todos los humanos, ricos y pobres, educados o no, hombre o mujer, de cualquier etnia, necesita límites para desarrollarse, y en las sociedades desarrolladas esos límites son las normas, las instituciones del derecho como valor que hacen que una persona sea protegida, pero también guarde y respete los derechos de los demás.

Entonces no es nuestro ADN, y no hay una epidemia viral o bacteriológica en nuestro país que haga que las personas se hagan corruptas, y pese a que nuestro ser interior en muchos casos tiene una certeza de castigo interior, la mayoría infringimos las leyes, por el alto grado de impunidad. Para cambiar nuestro país, para tener una verdadera reforma que nos encamine al desarrollo debemos lograr la reforma al Estado, para que proteja los derechos de las personas, su vida, su libertad, su propiedad y su familia. Pero no en un papel, sino con la certeza que quien los transgreda, sea presidente o sindicalista, sea trabajador del Estado o privado, sea guatemalteco o extranjero, tendrá un castigo.

¿Son los extranjeros mejores que los chapines?

José Carlos Ortega
23 de abril, 2016

Con estupor presenciamos que una nueva estructura criminal es desintegrada (esperamos…) y que involucra a personas de todos los niveles económicos, sociales y culturales. El caso de TCQ, la terminal de contenedores en Puerto Quetzal, que en una concesión ilegal, pretendía esconder un contrato de servicios o de usufructo, sin licitación y sin llenar los procedimientos requeridos y obligatorios de nuestra obsoleta Ley de Compras y Contrataciones del Estado.

Nuevamente salen “salpicados” (¡y vaya que mojados y no salpicados!) el expresidente Otto Fernando Pérez Molina y la exvicepresidente Ingrid Roxanna Baldetti Elías. Además, varios sindicalistas y un empresario de origen español.

Sin dejar de apuntar que cada vez que existe un proyecto para mejorar la productividad, el desarrollo del país, sea éste una terminal de contenedores, la remodelación de un aeropuerto, un periférico nacional, una hidroeléctrica nacional, etc. viene cargada de corrupción, y algunas veces, detenida por años, como el caso del periférico nacional, la franja transversal del norte, el sistema de hidroeléctricas nacionales…

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Pero mi pregunta hoy va enfocada al porqué muchos extranjeros en nuestro país, como el citado español gerente de la empresa TCQ, filial de la catalana TCB, realiza negocios incorrectos, delictivos en Guatemala, y por qué no lo hace en España. ¿Será que Guatemala corrompe a las personas? ¿Será nuestro aire o nuestra agua contaminada y ayer desfilada, sin refrendar en la responsabilidad individual de no ensuciar los cauces de los ríos en las diferentes latitudes? ¿Seremos nosotros los corruptos, y en todo caso, como enfermedad le contagiamos la corrupción a los extranjeros?

Han desfilado por nuestro bello país, y nada más lejos que la realidad las preguntas que irónicamente planteo (porqué en este país tan serio, ni de Trump y sus locuras podemos reírnos…), centenas de extranjeros que han realizados negocios corruptos. Algunos de los funcionarios al ver la alta tasa de enriquecimiento vía ésta, se quedan a residir en nuestro país y se convierte en millonarios de la noche a la mañana transgrediendo lo que en sus países de origen no hubieran podido realizar o les hubiera sido más difícil de realizar. Españoles, italianos, americanos, brasileños, argentinos, árabes, israelíes, cubanos, etc. de derecha y de izquierda, que han sido señalados de transgredir la ley y que no han sido alcanzados por la justicia. Muchos de ellos, asimilados por nuestro “malinchismo” o xenofilia, son respetados como grandes empresarios y “muy listos”.

No difieren en casi nada de los corruptos guatemaltecos que también realizan negocios de esa manera, y que en esta refundación de nuestra justicia, esperamos les alcance.

Y para poder ver si nuestro ADN es el malo, sólo debemos observar a los guatemaltecos que al viajar a otro país desarrollado, cambian de comportamiento en cuestión de minutos. Hay algunos que dicen que es cuestión de dos horas y media (el viaje de un avión o la entrada a un parque del IRTRA), para que nuestro comportamiento cambie radicalmente. Es la certeza del cumplimiento de la ley (del castigo) la que nos hace cambiar de comportamiento. Al bajar del avión, los guatemaltecos nos volvemos ciudadanos modelos del país equivocado. Sabemos manejar, no tiramos basura en cualquier lado, pagamos impuestos, nos comportamos. Todos los humanos, ricos y pobres, educados o no, hombre o mujer, de cualquier etnia, necesita límites para desarrollarse, y en las sociedades desarrolladas esos límites son las normas, las instituciones del derecho como valor que hacen que una persona sea protegida, pero también guarde y respete los derechos de los demás.

Entonces no es nuestro ADN, y no hay una epidemia viral o bacteriológica en nuestro país que haga que las personas se hagan corruptas, y pese a que nuestro ser interior en muchos casos tiene una certeza de castigo interior, la mayoría infringimos las leyes, por el alto grado de impunidad. Para cambiar nuestro país, para tener una verdadera reforma que nos encamine al desarrollo debemos lograr la reforma al Estado, para que proteja los derechos de las personas, su vida, su libertad, su propiedad y su familia. Pero no en un papel, sino con la certeza que quien los transgreda, sea presidente o sindicalista, sea trabajador del Estado o privado, sea guatemalteco o extranjero, tendrá un castigo.

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