Finalmente, Guatemala está unida. Guatemala esta unida detrás de un único punto de consenso político, el rechazo a la corrupción en el Estado. Este repudio es amplio y fuerte, inspirando a decenas de miles de marchar y manifestar pacíficamente contra el gobierno, exigiendo la renuncia de los más altos funcionarios del país, incluso el presidente Otto Pérez Molina.
Es lamentable ver todo tipo de corrupción. Saludar con sombrero ajeno es una forma de corrupción. Privatizar ganancias de esfuerzos colectivos es corrupción. Y eso es precisamente lo que pasa ahorita con los movimientos sociales contra la corrupción política. En estos momentos, todo tipo de oportunista político se quiere aprovechar del interés político picado del guatemalteco para encubrirse con la bandera de la lucha por la transparencia y en contra de la corrupción. Y lo hacen no para reflejar el abrumador sentir público en rechazo de lo estatal corrupto, sino para agrandar el rol del Estado en la vida de los guatemaltecos, cuando es una verdad a todas luces que el Estado guatemalteco, y toda su clase política, esta podrido y disfuncional. En vez de buscar que agente o ex agente público de la clase política actual podría salvarse en términos de mérito, Guatemala haría bien en deshacerse de todos, y empezar, borrón y cuenta nueva, con una nueva elite política. Los experimentados simplemente tienen demasiado bagaje negativo, sea real o percibido.
Los auto-denominados progresistas se aprovechan de la coyuntura para traicionar el consenso de la coyuntura, y esto es algo sumamente repugnante. El sentir del momento es que el Estado no sirve y habría que disminuir su influencia y poder, no agrandarlo. Los progresistas quieren lo opuesto, justo en este momento. Esto es la cima de la deshonestidad.
Intelectualmente, previo a la crisis, Guatemala no gozaba de consenso político, económico, y social. Incluso, todavía no tiene ese consenso. Sin consenso, cualquier intento de transformar de inmediato los movimientos sociales unidos en contra de la corrupción en pro de algún proyecto de reforma progresista, solo realizable con un Estado grande, raya en deshonestidad. Ese no es el sentir claro del pueblo. El sentir claro del pueblo se refleja en un rechazo a la corrupción, y en una desconfianza total en el Estado y la clase política. En pocas palabras, no es el momento de agrandar el Estado, sino de achiquitarlo, limpiarlo, reformarlo, y después fortalecerlo, prudentemente.
Pregunta: ¿Si se le plantea al contribuyente guatemalteco hoy si se deben subir o bajar los impuestos y el gasto público, que dirá? Seguramente, rechaza la propuesta. Pero es eso precisamente lo que planean los progresistas auto-abanderados de la lucha contra la corrupción. Ojo con los mentirosos.
El espectro ideológico guatemalteco se caracteriza de manera simple. De un lado, existen los progresistas que anhelan por implantar en Guatemala sistemas políticos, económicos y sociales que se encuentran en ciertos países desarrollados, como los países europeos, por ejemplo, o Cuba y Venezuela, para poner otro ejemplo que ellos mismos no se cansan en defender. Del otro extremo, existen liberales que pregonan que las fuerzas del mercado traerán prosperidad y justicia a los pobres, eventualmente. Los progresistas son sus propios peores enemigos, porque cantan las virtudes del socialismo exitoso, como en Suecia, pero también los regímenes totalitarios como el cubano y, cada vez más, según aumenta la evidencia de su total fracaso, el venezolano. Los liberales también son sus propios peores enemigos, muchos abogando por las bondades de la competencia, desde posiciones de ventaja estructural.
Independientemente de la hipocresía de ciertos liberales guatemaltecos de pregonar las virtudes de la competencia desde sus posiciones de comodidad estructuralmente protegida (aunque no garantizada), y del Estado mínimo excepto cuando de erradicar a comunistas violentos y rebeldes se trata, es innegable que los liberales guatemaltecos han tenido razón en algo muy importante. De poco, o nada, sirve financiar un Estado corrupto que promete bastante, roba mucho, y cumple poco.
Por lo anterior, los que siempre hemos advertido por años en contra de financiar al monstruo corrupto vemos con bastante preocupación que los que siempre han echado de menos al tema de corrupción, a favor de lograr cada vez mayores niveles de recaudación de impuestos, ahora se hagan los abanderados de la lucha contra la corrupción. Si le hubiéramos hecho caso todos estos años que han lamentado únicamente y en unísono la falta, pero no la fuga, de fondos, hoy afrontaríamos a un Estado grande, fuerte y corrupto. Si los progresistas hubieran logrado imponer su situación ideal, hoy tendríamos un Estado corrupto y podrido más difícil de botar, de exigir renuncias y rendición de cuentas.
Recuérdenlo la próxima vez que les hable de reformas profundas un ex Ministro o Viceministro de Finanzas, o una ex Superintendente de Administración Tributaria y Aduanas. No cuadra.
Finalmente, Guatemala está unida. Guatemala esta unida detrás de un único punto de consenso político, el rechazo a la corrupción en el Estado. Este repudio es amplio y fuerte, inspirando a decenas de miles de marchar y manifestar pacíficamente contra el gobierno, exigiendo la renuncia de los más altos funcionarios del país, incluso el presidente Otto Pérez Molina.
Es lamentable ver todo tipo de corrupción. Saludar con sombrero ajeno es una forma de corrupción. Privatizar ganancias de esfuerzos colectivos es corrupción. Y eso es precisamente lo que pasa ahorita con los movimientos sociales contra la corrupción política. En estos momentos, todo tipo de oportunista político se quiere aprovechar del interés político picado del guatemalteco para encubrirse con la bandera de la lucha por la transparencia y en contra de la corrupción. Y lo hacen no para reflejar el abrumador sentir público en rechazo de lo estatal corrupto, sino para agrandar el rol del Estado en la vida de los guatemaltecos, cuando es una verdad a todas luces que el Estado guatemalteco, y toda su clase política, esta podrido y disfuncional. En vez de buscar que agente o ex agente público de la clase política actual podría salvarse en términos de mérito, Guatemala haría bien en deshacerse de todos, y empezar, borrón y cuenta nueva, con una nueva elite política. Los experimentados simplemente tienen demasiado bagaje negativo, sea real o percibido.
Los auto-denominados progresistas se aprovechan de la coyuntura para traicionar el consenso de la coyuntura, y esto es algo sumamente repugnante. El sentir del momento es que el Estado no sirve y habría que disminuir su influencia y poder, no agrandarlo. Los progresistas quieren lo opuesto, justo en este momento. Esto es la cima de la deshonestidad.
Intelectualmente, previo a la crisis, Guatemala no gozaba de consenso político, económico, y social. Incluso, todavía no tiene ese consenso. Sin consenso, cualquier intento de transformar de inmediato los movimientos sociales unidos en contra de la corrupción en pro de algún proyecto de reforma progresista, solo realizable con un Estado grande, raya en deshonestidad. Ese no es el sentir claro del pueblo. El sentir claro del pueblo se refleja en un rechazo a la corrupción, y en una desconfianza total en el Estado y la clase política. En pocas palabras, no es el momento de agrandar el Estado, sino de achiquitarlo, limpiarlo, reformarlo, y después fortalecerlo, prudentemente.
Pregunta: ¿Si se le plantea al contribuyente guatemalteco hoy si se deben subir o bajar los impuestos y el gasto público, que dirá? Seguramente, rechaza la propuesta. Pero es eso precisamente lo que planean los progresistas auto-abanderados de la lucha contra la corrupción. Ojo con los mentirosos.
El espectro ideológico guatemalteco se caracteriza de manera simple. De un lado, existen los progresistas que anhelan por implantar en Guatemala sistemas políticos, económicos y sociales que se encuentran en ciertos países desarrollados, como los países europeos, por ejemplo, o Cuba y Venezuela, para poner otro ejemplo que ellos mismos no se cansan en defender. Del otro extremo, existen liberales que pregonan que las fuerzas del mercado traerán prosperidad y justicia a los pobres, eventualmente. Los progresistas son sus propios peores enemigos, porque cantan las virtudes del socialismo exitoso, como en Suecia, pero también los regímenes totalitarios como el cubano y, cada vez más, según aumenta la evidencia de su total fracaso, el venezolano. Los liberales también son sus propios peores enemigos, muchos abogando por las bondades de la competencia, desde posiciones de ventaja estructural.
Independientemente de la hipocresía de ciertos liberales guatemaltecos de pregonar las virtudes de la competencia desde sus posiciones de comodidad estructuralmente protegida (aunque no garantizada), y del Estado mínimo excepto cuando de erradicar a comunistas violentos y rebeldes se trata, es innegable que los liberales guatemaltecos han tenido razón en algo muy importante. De poco, o nada, sirve financiar un Estado corrupto que promete bastante, roba mucho, y cumple poco.
Por lo anterior, los que siempre hemos advertido por años en contra de financiar al monstruo corrupto vemos con bastante preocupación que los que siempre han echado de menos al tema de corrupción, a favor de lograr cada vez mayores niveles de recaudación de impuestos, ahora se hagan los abanderados de la lucha contra la corrupción. Si le hubiéramos hecho caso todos estos años que han lamentado únicamente y en unísono la falta, pero no la fuga, de fondos, hoy afrontaríamos a un Estado grande, fuerte y corrupto. Si los progresistas hubieran logrado imponer su situación ideal, hoy tendríamos un Estado corrupto y podrido más difícil de botar, de exigir renuncias y rendición de cuentas.
Recuérdenlo la próxima vez que les hable de reformas profundas un ex Ministro o Viceministro de Finanzas, o una ex Superintendente de Administración Tributaria y Aduanas. No cuadra.