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Objetivismo: la virtud de la independencia

Redacción
15 de diciembre, 2015

La virtud de la Independencia, estrechamente relacionada a la virtud que vimos anteriormente, la honestidad, consiste en vivir de acuerdo a criterio propio, lo que significa, el hábito de formar uno sus propios juicios y de vivir del trabajo propio.

Es vivir activamente, razonando y responsabilizándose de los pensamientos propios, en lugar de reciclar las opiniones de otros y mantener una pasiva conformidad con las creencias de los demás. Es el hábito de valorar la verdad y de controlar la propia vida. Implica ser flexible para poder responder rápidamente a nuevos cambios de circunstancias sin atarse ciegamente al pasado al estar dispuesto a ver la realidad. Implica valentía para no amedrentarse ante los cambios ni ante espacios inexplorados. Beneficia al agente en que lo pone en control de sí mismo y de su vida.

Es reconocer el hecho de que uno es el responsable de juzgar y que no hay forma de escapar de esa responsabilidad –que no hay un sustituto que pueda pensar los juicios propios, así como no hay quien pueda vivir la vida de uno –que la forma más vil de auto destrucción es subordinar la propia mente a la mente de otro. Consiste la Independencia, en aceptar tener uno la autoridad sobre su propia mente.

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La vida que uno tiene que vivir es la de uno mismo, la propia. Y esta consiste de la suma de todas las decisiones y elecciones que determinan las acciones de uno a lo largo de su tiempo vital. La alternativa aquí es si las elecciones las hace uno de acuerdo a su propio criterio o si las hace de acuerdo al criterio de otro. La naturaleza y consecuencia existencial de esa primera decisión ha sido considerada por Rand y también por otros filósofos, como Nietzsche y Sartre. Esta decisión de guiarse por el juicio propio o por el ajeno es el tema de una de las novelas de Ayn Rand: El Manantial. En ésta ilustra Rand, comparativamente, la vida de los dos protagonistas, Howard Roark y Peter Keating. El primero estudia arquitectura porque le apasiona la idea de construir un mundo de acuerdo a sus valores, un mundo como puede y debe ser, un mundo extraordinario que sustituya, al menos en parte, al mundo ordinario. El segundo decide estudiar arquitectura porque eso es lo que su madre desea, a pesar de que lo que a él le gustaría ser es pintor. El primero es auténtico, juzga por sí mismo para resolver los problemas arquitectónicos a los que se enfrenta. El segundo plagia los trabajos de otros. La novela describe las consecuencias lógicas de la constancia de estas dos actitudes, concluyendo que quien ha vivido una vida auténtica es Roark, una vida de primera mano, mientras que Keating, quien nunca persiguió algo que verdaderamente le interesara, vivió según los anhelos de los otros, una vida de segunda mano.

La virtud de la Independencia es aceptar el hecho de que, sin importar cuan vasto o modesto sea el conocimiento propio, uno tiene que adquirirlo por sí mismo –que es la propia mente la que tiene que conseguirlo. Que uno sólo puede lidiar con el conocimiento de uno, y que es sólo éste el que uno puede afirmar poseer o pedir a otros que consideren.

La Independencia es aceptar que la mente propia es la única juez de la verdad –y si otros difieren del veredicto de uno, la corte de apelaciones final es la realidad.

La Independencia es aceptar que nada sino la mente de cada uno, individualmente, es la que puede llevar a cabo ese proceso delicado, complejo y crucial de identificación, de entender, que es el pensar. Nada puede dirigir ese proceso sino la voluntad y juicio propios. Pensar es una acción volitiva. Enfocar la mente en el proceso de deliberar es una acción volitiva. Deliberar es aplicar el juicio propio. Y nada puede dirigir el juicio propio sino la integridad moral –que es rehusarse a fingir que las cosas son distintas de como son.

La Independencia es vivir y actuar dentro de los límites del conocimiento propio y seguir aumentando ese conocimiento durante toda la vida. Es aceptar el hecho de que uno no es omnisciente, que uno puede errar al razonar, pero que un error propio es mil veces mejor que diez verdades aceptadas por fe, porque el primero le deja a uno el medio para corregirlo (una mente activa), mientras que el segundo destruye la capacidad propia de distinguir el error de la verdad.

La independencia es la aplicación de la virtud de la racionalidad a la acción de dirigir uno su propia vida. Es hacer el camino propio.

Objetivismo: la virtud de la independencia

Redacción
15 de diciembre, 2015

La virtud de la Independencia, estrechamente relacionada a la virtud que vimos anteriormente, la honestidad, consiste en vivir de acuerdo a criterio propio, lo que significa, el hábito de formar uno sus propios juicios y de vivir del trabajo propio.

Es vivir activamente, razonando y responsabilizándose de los pensamientos propios, en lugar de reciclar las opiniones de otros y mantener una pasiva conformidad con las creencias de los demás. Es el hábito de valorar la verdad y de controlar la propia vida. Implica ser flexible para poder responder rápidamente a nuevos cambios de circunstancias sin atarse ciegamente al pasado al estar dispuesto a ver la realidad. Implica valentía para no amedrentarse ante los cambios ni ante espacios inexplorados. Beneficia al agente en que lo pone en control de sí mismo y de su vida.

Es reconocer el hecho de que uno es el responsable de juzgar y que no hay forma de escapar de esa responsabilidad –que no hay un sustituto que pueda pensar los juicios propios, así como no hay quien pueda vivir la vida de uno –que la forma más vil de auto destrucción es subordinar la propia mente a la mente de otro. Consiste la Independencia, en aceptar tener uno la autoridad sobre su propia mente.

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La vida que uno tiene que vivir es la de uno mismo, la propia. Y esta consiste de la suma de todas las decisiones y elecciones que determinan las acciones de uno a lo largo de su tiempo vital. La alternativa aquí es si las elecciones las hace uno de acuerdo a su propio criterio o si las hace de acuerdo al criterio de otro. La naturaleza y consecuencia existencial de esa primera decisión ha sido considerada por Rand y también por otros filósofos, como Nietzsche y Sartre. Esta decisión de guiarse por el juicio propio o por el ajeno es el tema de una de las novelas de Ayn Rand: El Manantial. En ésta ilustra Rand, comparativamente, la vida de los dos protagonistas, Howard Roark y Peter Keating. El primero estudia arquitectura porque le apasiona la idea de construir un mundo de acuerdo a sus valores, un mundo como puede y debe ser, un mundo extraordinario que sustituya, al menos en parte, al mundo ordinario. El segundo decide estudiar arquitectura porque eso es lo que su madre desea, a pesar de que lo que a él le gustaría ser es pintor. El primero es auténtico, juzga por sí mismo para resolver los problemas arquitectónicos a los que se enfrenta. El segundo plagia los trabajos de otros. La novela describe las consecuencias lógicas de la constancia de estas dos actitudes, concluyendo que quien ha vivido una vida auténtica es Roark, una vida de primera mano, mientras que Keating, quien nunca persiguió algo que verdaderamente le interesara, vivió según los anhelos de los otros, una vida de segunda mano.

La virtud de la Independencia es aceptar el hecho de que, sin importar cuan vasto o modesto sea el conocimiento propio, uno tiene que adquirirlo por sí mismo –que es la propia mente la que tiene que conseguirlo. Que uno sólo puede lidiar con el conocimiento de uno, y que es sólo éste el que uno puede afirmar poseer o pedir a otros que consideren.

La Independencia es aceptar que la mente propia es la única juez de la verdad –y si otros difieren del veredicto de uno, la corte de apelaciones final es la realidad.

La Independencia es aceptar que nada sino la mente de cada uno, individualmente, es la que puede llevar a cabo ese proceso delicado, complejo y crucial de identificación, de entender, que es el pensar. Nada puede dirigir ese proceso sino la voluntad y juicio propios. Pensar es una acción volitiva. Enfocar la mente en el proceso de deliberar es una acción volitiva. Deliberar es aplicar el juicio propio. Y nada puede dirigir el juicio propio sino la integridad moral –que es rehusarse a fingir que las cosas son distintas de como son.

La Independencia es vivir y actuar dentro de los límites del conocimiento propio y seguir aumentando ese conocimiento durante toda la vida. Es aceptar el hecho de que uno no es omnisciente, que uno puede errar al razonar, pero que un error propio es mil veces mejor que diez verdades aceptadas por fe, porque el primero le deja a uno el medio para corregirlo (una mente activa), mientras que el segundo destruye la capacidad propia de distinguir el error de la verdad.

La independencia es la aplicación de la virtud de la racionalidad a la acción de dirigir uno su propia vida. Es hacer el camino propio.

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