Historias Urbanas | Relato autocensurado acerca de cómo persisten la vulgaridad y los malos modales en tiempos del covid-19
Relato autocensurado acerca de cómo persisten la vulgaridad y los malos modales en tiempos del covid-19, ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
Salvo los días de encierro total, entre mi gente nos turnamos por la mañana, a las 12 de la tarde y una hora antes del toque de queda para desinfectar el frente de la casa que alquilamos.
Usamos la bomba fumigadora que le compramos a un señor que las pasó ofreciendo hace un par de meses. Mi papá bajó la receta de Internet prepara un líquido a base de cloro y agua del chorro que elimina todo rastro de gérmenes y bacterias.
Por supuesto, no cuenta con el aval científico que compruebe su efectividad contra el coronavirus, pero más vale prevenir.
La gente no deja de andar de un lado para otro, no sabemos dónde se estuvieron, con quiénes se juntaron o qué pasan rozando en la calle. Justo ayer nos enteramos que la señora del salón de belleza de la esquina, a donde se va mi mamá a que le pinten el pelo, la tienen en cuarentena con toda su familia.
Hace poquito atendió a otra vecina que está bajo tratamiento por covid-19 en el Parque de la Industria; se la tuvieron que llevar a escondidas para que nadie se alborotara.
Casi no queda cuadra en la colonia que no esté ocupada por el comercio informal, las ventas de fruta en carretones y los car wash. Cuando se murió el señor que vivía enfrente, sus hijos se pusieron de acuerdo para vender la casa y la compró el dueño de un taller y venta de repuestos para motocicletas.
Aquello parece la reunión anual de motoqueros de barrio, hasta los policías se vienen a echar su vuelta y se la pasan en amena tertulia sin preocuparse por la patojada que maneja sin licencia, arma escándalo con sus escapes que llegan a sonar hasta la calzada Roosevelt y anda en motos sin placa.
Todos dejan parqueadas sus motos frente a la casa, mientras se las arreglan. Así que nos toca pedirles a los motoristas a la espera que se muevan para no mojarlos mientras desinfectamos.
La mayoría se nos queda viendo como si apestáramos; otros son comprensivos, se mueven de su lugar y averiguan qué estamos haciendo. Algunos preguntan por la fórmula para preparar el líquido y se las compartimos pues debemos ser solidarios con el prójimo.
Malos modales y covid-19
El otro día, cuando salí a las 12, me pasé tropezando con una señora que estaba sentada en la grada que da a la puerta de la casa.
–¿Por qué (censurado) no se fija por dónde camina?
Le iba a preguntar por qué (censurado) se sienta donde no debe, pero mejor no le dije nada. Solo me fijé que la barriga se le abría paso entre la blusa, el pantalón era una o dos tallas inferior al número real que debía usar y calzaba zapatos de plataforma. Debía sentirse sofocada por la mascarilla.
Me puse a desinfectar paredes, ventanas y el suelo. Me sentía puro campesino entre la milpa. Encontré una botella plástica insertada a la fuerza entre las rejas de la ventana izquierda. También un par de escupidas recientes, un gargajo seco y la chenca de un cigarrillo todavía humeante a la par del poste de luz. Pensé en gente quemada mientras dormía y en bosques incendiados.
La señora seguía en su lugar –«es imposible permanecer de pie con tanto peso encima», pensé– y le dije:
–Disculpe, ¿tendría la bondad de levantarse?
Se me quedó mirando como si le hubiera pedido que se parara a media calle y se desnudara delante de todo el mundo. No se movió y yo seguí regando, procurando no mojarla. Y dijo clarito, a mis espaldas, para que la oyera bien a pesar de la mascarilla:
–Como si al morirse se fuera a llevar la casa dentro del (censurado).
No soy admirador del grupo Slipknot, lo considero altamente sobrevalorado por armar barullo con sus máscaras puestas, pero me recordé del título de una de sus canciones: people = (censored).
Y ahí tenía a la señora con la insolencia propia del que se crio en la calle. No podía competir contra ella. Cualquier comentario que hiciera la ayudaría a prender en llamas y seguro su acompañante –podía ser el flaco de los tenis blancos y camiseta estampada, o el gordo de playera del Barça y pantaloneta a cuadros, los dos estaban comprando repuestos– atravesaría corriendo la calle, listo para unirse al relajo. Los policías, de adorno.
Mejor no le dije nada y seguí con mi faena, pensando en la cantidad de gente que necesita desinfección para corregir modales, hábitos, comportamientos y formas de dirigirse a los demás, en pro del bien común y la sana convivencia entre especies.
Historias Urbanas | Relato autocensurado acerca de cómo persisten la vulgaridad y los malos modales en tiempos del covid-19
Relato autocensurado acerca de cómo persisten la vulgaridad y los malos modales en tiempos del covid-19, ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
Salvo los días de encierro total, entre mi gente nos turnamos por la mañana, a las 12 de la tarde y una hora antes del toque de queda para desinfectar el frente de la casa que alquilamos.
Usamos la bomba fumigadora que le compramos a un señor que las pasó ofreciendo hace un par de meses. Mi papá bajó la receta de Internet prepara un líquido a base de cloro y agua del chorro que elimina todo rastro de gérmenes y bacterias.
Por supuesto, no cuenta con el aval científico que compruebe su efectividad contra el coronavirus, pero más vale prevenir.
La gente no deja de andar de un lado para otro, no sabemos dónde se estuvieron, con quiénes se juntaron o qué pasan rozando en la calle. Justo ayer nos enteramos que la señora del salón de belleza de la esquina, a donde se va mi mamá a que le pinten el pelo, la tienen en cuarentena con toda su familia.
Hace poquito atendió a otra vecina que está bajo tratamiento por covid-19 en el Parque de la Industria; se la tuvieron que llevar a escondidas para que nadie se alborotara.
Casi no queda cuadra en la colonia que no esté ocupada por el comercio informal, las ventas de fruta en carretones y los car wash. Cuando se murió el señor que vivía enfrente, sus hijos se pusieron de acuerdo para vender la casa y la compró el dueño de un taller y venta de repuestos para motocicletas.
Aquello parece la reunión anual de motoqueros de barrio, hasta los policías se vienen a echar su vuelta y se la pasan en amena tertulia sin preocuparse por la patojada que maneja sin licencia, arma escándalo con sus escapes que llegan a sonar hasta la calzada Roosevelt y anda en motos sin placa.
Todos dejan parqueadas sus motos frente a la casa, mientras se las arreglan. Así que nos toca pedirles a los motoristas a la espera que se muevan para no mojarlos mientras desinfectamos.
La mayoría se nos queda viendo como si apestáramos; otros son comprensivos, se mueven de su lugar y averiguan qué estamos haciendo. Algunos preguntan por la fórmula para preparar el líquido y se las compartimos pues debemos ser solidarios con el prójimo.
Malos modales y covid-19
El otro día, cuando salí a las 12, me pasé tropezando con una señora que estaba sentada en la grada que da a la puerta de la casa.
–¿Por qué (censurado) no se fija por dónde camina?
Le iba a preguntar por qué (censurado) se sienta donde no debe, pero mejor no le dije nada. Solo me fijé que la barriga se le abría paso entre la blusa, el pantalón era una o dos tallas inferior al número real que debía usar y calzaba zapatos de plataforma. Debía sentirse sofocada por la mascarilla.
Me puse a desinfectar paredes, ventanas y el suelo. Me sentía puro campesino entre la milpa. Encontré una botella plástica insertada a la fuerza entre las rejas de la ventana izquierda. También un par de escupidas recientes, un gargajo seco y la chenca de un cigarrillo todavía humeante a la par del poste de luz. Pensé en gente quemada mientras dormía y en bosques incendiados.
La señora seguía en su lugar –«es imposible permanecer de pie con tanto peso encima», pensé– y le dije:
–Disculpe, ¿tendría la bondad de levantarse?
Se me quedó mirando como si le hubiera pedido que se parara a media calle y se desnudara delante de todo el mundo. No se movió y yo seguí regando, procurando no mojarla. Y dijo clarito, a mis espaldas, para que la oyera bien a pesar de la mascarilla:
–Como si al morirse se fuera a llevar la casa dentro del (censurado).
No soy admirador del grupo Slipknot, lo considero altamente sobrevalorado por armar barullo con sus máscaras puestas, pero me recordé del título de una de sus canciones: people = (censored).
Y ahí tenía a la señora con la insolencia propia del que se crio en la calle. No podía competir contra ella. Cualquier comentario que hiciera la ayudaría a prender en llamas y seguro su acompañante –podía ser el flaco de los tenis blancos y camiseta estampada, o el gordo de playera del Barça y pantaloneta a cuadros, los dos estaban comprando repuestos– atravesaría corriendo la calle, listo para unirse al relajo. Los policías, de adorno.
Mejor no le dije nada y seguí con mi faena, pensando en la cantidad de gente que necesita desinfección para corregir modales, hábitos, comportamientos y formas de dirigirse a los demás, en pro del bien común y la sana convivencia entre especies.