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Caminando por la ciudad | El Cuñado

Redacción República
28 de junio, 2020

El Cuñado, es la primera narración de Ángel Álvarez De acá en adelante escribirá de situaciones que ocurren en el diario vivir de los habitantes de la capital y otras ciudades.


“Y con esa firma damos fin al trámite legal”, me dice el licenciado Rodas y terminamos al sellar el contrato de una importante compañía en su despacho de la zona 15.

Feliz por la negociación, ya más relajados y tomando un rico y cargado café negro del altiplano, me cuenta que añora la época en que era un estudiante de Ciencias Jurídicas en la facultad de derecho, ubicada en el Paraninfo Universitario de la zona 1.

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Rayaban los finales de los cincuentas y todas las tardes, al salir de clases, los universitarios se dirigían apresurados sus pasos hacia “El Cuñado”. Ese barcito de la zona 1 que debe su nombre al apodo del dueño.

Era famoso por sus mixtas servidas en pintorescos platos de plástico y paredes decoradas por pinturas de negros tocando congas.

En medio de los congeladores altos, entre risas, música y bromas, todos los estudiantes cuentan las angustias para ganar los cursos. O la manera difícil de vivir en la capital cuando eran originarios de los departamentos y debían vivir pensionados en cuartos de alquiler de la zona 1. Sí, esos que se encontraban en toda la primera avenida y catorce calle, a un pasito de la facultad del centro de la ciudad.

También se pasaban el tiempo hablando de las historias. Resaltando la de aparecidos en la Facultad de Medicina, sitio donde se corría el rumor que llevan a los cadáveres no reclamados en la morgue para hacer experimentos médicos.

Y esas almas buscando paz, o por lo menos que alguien le avise a su familiar más cercano para que reclame su cuerpo y le puedan dar cristiana sepultura.

Pululan en los fríos pasillos del Paraninfo, debido que su cuerpo será utilizado para exposición académica, búsqueda de respuestas médicas o simplemente curiosidad de unos estudiantes exploradores.

Estas almas se les ve entre las doce de la noche y las tres de la madrugada, reclamando dignidad o respeto por sus cuerpos inertes en esa fría cama de piedra con agujas, mangueras y bisturís invadiendo su pálido y rígido cuerpo.

Están sin respuesta, sin poder defenderse de la invasión, o por lo menos poder gritar a las frías paredes que no les gusta ser objeto de estudio.

Exigen que se les deje descansar. Dormir mientras esperan turno para presentar su caso de vida ante el juez de las almas, descansar en una cómoda cama de madera o de tierra fresca.

Ser velados y llorados en familia, guardar un luto cuarenteno y sanar heridas hechas en el camino de la vida. No tener que caminar desconsolados en los oscuros pasillos del Paraninfo, sin paz ni descanso eterno.

Otra ronda pedida al Cuñado

Alguien le pide al Cuñado otra ronda, que es amablemente servida por don Max, el auténtico Cuñado y comenta que él de noche no pasa afuera de ese lúgubre y oscuro edificio.

Prefiere cambiarse de banqueta y pasar del lado de las monjas de la Casa Central, porque ese lado le da más confianza, ya que entre las sombras que generan las estatuas de mármol en el jardín, se dejan entre ver siluetas humanas caminando y mezclándose con las columnas de la casona.

“Se escuchan alaridos, gritos agudos que suplican ayuda y murmullos de gente lamentándose y gimiendo por paz en los alrededores”. Esa era la razón de que el Cuñado mejor prefiría pasar por el otro lado o de ser posible rodear toda la cuadra y evitar ese paso.

Seguramente es la razón por lo que caída la noche, no se ve a ningún vecino caminar cerca de tan tétrico edificio. Las carretonas de carga y bicicletas buscan rutas alternas para llegar al centro de la ciudad, no vaya a ser que uno de esos aparecidos decida llevarlo consigo al más allá.

“Eso es cierto”, comenta el licenciado Rodas al recordar esas noches de buena charla al lado de su mixta y su cerveza.

“A todos nos daba miedo pasar por la Facultad de Medicina, aparte que mantenían en cloroformo las cabezas de algunos delincuentes famosos de Guatemala, dicen que para estudiar sus cerebros.

“A mí nunca me dio paz pasar por esos pasillos que conectaban a esta facultad, mejor salíamos por el lado de la segunda avenida, la puerta más alejada pero más segura”, recalca, mientras sella y coloca los timbres notariales al documento que termina y me entrega del bufete privado del que es dueño fundador y socio activo.

Caminando por la ciudad | El Cuñado

Redacción República
28 de junio, 2020

El Cuñado, es la primera narración de Ángel Álvarez De acá en adelante escribirá de situaciones que ocurren en el diario vivir de los habitantes de la capital y otras ciudades.


“Y con esa firma damos fin al trámite legal”, me dice el licenciado Rodas y terminamos al sellar el contrato de una importante compañía en su despacho de la zona 15.

Feliz por la negociación, ya más relajados y tomando un rico y cargado café negro del altiplano, me cuenta que añora la época en que era un estudiante de Ciencias Jurídicas en la facultad de derecho, ubicada en el Paraninfo Universitario de la zona 1.

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Rayaban los finales de los cincuentas y todas las tardes, al salir de clases, los universitarios se dirigían apresurados sus pasos hacia “El Cuñado”. Ese barcito de la zona 1 que debe su nombre al apodo del dueño.

Era famoso por sus mixtas servidas en pintorescos platos de plástico y paredes decoradas por pinturas de negros tocando congas.

En medio de los congeladores altos, entre risas, música y bromas, todos los estudiantes cuentan las angustias para ganar los cursos. O la manera difícil de vivir en la capital cuando eran originarios de los departamentos y debían vivir pensionados en cuartos de alquiler de la zona 1. Sí, esos que se encontraban en toda la primera avenida y catorce calle, a un pasito de la facultad del centro de la ciudad.

También se pasaban el tiempo hablando de las historias. Resaltando la de aparecidos en la Facultad de Medicina, sitio donde se corría el rumor que llevan a los cadáveres no reclamados en la morgue para hacer experimentos médicos.

Y esas almas buscando paz, o por lo menos que alguien le avise a su familiar más cercano para que reclame su cuerpo y le puedan dar cristiana sepultura.

Pululan en los fríos pasillos del Paraninfo, debido que su cuerpo será utilizado para exposición académica, búsqueda de respuestas médicas o simplemente curiosidad de unos estudiantes exploradores.

Estas almas se les ve entre las doce de la noche y las tres de la madrugada, reclamando dignidad o respeto por sus cuerpos inertes en esa fría cama de piedra con agujas, mangueras y bisturís invadiendo su pálido y rígido cuerpo.

Están sin respuesta, sin poder defenderse de la invasión, o por lo menos poder gritar a las frías paredes que no les gusta ser objeto de estudio.

Exigen que se les deje descansar. Dormir mientras esperan turno para presentar su caso de vida ante el juez de las almas, descansar en una cómoda cama de madera o de tierra fresca.

Ser velados y llorados en familia, guardar un luto cuarenteno y sanar heridas hechas en el camino de la vida. No tener que caminar desconsolados en los oscuros pasillos del Paraninfo, sin paz ni descanso eterno.

Otra ronda pedida al Cuñado

Alguien le pide al Cuñado otra ronda, que es amablemente servida por don Max, el auténtico Cuñado y comenta que él de noche no pasa afuera de ese lúgubre y oscuro edificio.

Prefiere cambiarse de banqueta y pasar del lado de las monjas de la Casa Central, porque ese lado le da más confianza, ya que entre las sombras que generan las estatuas de mármol en el jardín, se dejan entre ver siluetas humanas caminando y mezclándose con las columnas de la casona.

“Se escuchan alaridos, gritos agudos que suplican ayuda y murmullos de gente lamentándose y gimiendo por paz en los alrededores”. Esa era la razón de que el Cuñado mejor prefiría pasar por el otro lado o de ser posible rodear toda la cuadra y evitar ese paso.

Seguramente es la razón por lo que caída la noche, no se ve a ningún vecino caminar cerca de tan tétrico edificio. Las carretonas de carga y bicicletas buscan rutas alternas para llegar al centro de la ciudad, no vaya a ser que uno de esos aparecidos decida llevarlo consigo al más allá.

“Eso es cierto”, comenta el licenciado Rodas al recordar esas noches de buena charla al lado de su mixta y su cerveza.

“A todos nos daba miedo pasar por la Facultad de Medicina, aparte que mantenían en cloroformo las cabezas de algunos delincuentes famosos de Guatemala, dicen que para estudiar sus cerebros.

“A mí nunca me dio paz pasar por esos pasillos que conectaban a esta facultad, mejor salíamos por el lado de la segunda avenida, la puerta más alejada pero más segura”, recalca, mientras sella y coloca los timbres notariales al documento que termina y me entrega del bufete privado del que es dueño fundador y socio activo.

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