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Acerca de la decisión contraria

Redacción República
27 de octubre, 2019

Acerca de la decisión contraria, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

1) No lo he visto reseñado en ninguna parte, tampoco que lo comenten en redes sociales o se anuncie su presentación en alguna librería o centro cultural.

Me lo vine a encontrar de pura casualidad en La Casa del Libro; tras hojearlo y pensarlo por un buen rato –andaba escaso de dinero–, decidí comprarlo.

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Se trata del ensayo Ri nuk’u’x usolon chik, Mi corazón ya lo había decidido, donde el poeta Humberto Ak’abal (1952-2019), relata su decisión de rechazar el Premio Nacional Miguel Ángel Asturias otorgado por el Ministerio de Cultura y Deportes en 2003.

Es el único escritor que se negó a recibirlo, desde que instituyeron el galardón en 1988, y tuvo sus razones; pronto las veremos.

Desde los poemas iniciales que le mostró a su coterráneo Luis Alfredo Arango, pasando por su primer libro (El animalero, Editorial Cultura, 1990), hasta su reconocimiento con el Quetzal de Oro entregado por la Asociación de Periodistas de Guatemala por su segundo poemario, Guardián de la caída del agua (Serviprensa Centroamericana, 1993), Humberto Ak’abal fue saludado y discutido a partes iguales.

No era el primer escritor indígena surgido en el país: le precedían Luis de Lión, Roberto Obregón, Francisco Morales Santos y Luis Enrique Sam Colop.

De Lión, Obregón y Morales Santos, todos de ascendencia cakchiquel, escribieron en español; Sam Colop publicó poemas en quiché.

Ak’abal, en cambio, fue el primero en asumirse como maya y su ingreso a escena coincidió con la reivindicación de los pueblos originarios de América cuando se cumplió el quinto centenario del arribo de Cristóbal Colón a la isla que rebautizó San Salvador.

De ahí que el novelista Mario Monteforte Toledo consideró que «el caso Ak’abal es el mayor acontecimiento de la literatura nacional de los últimos tiempos, el primer poeta maya que emerge de un pueblo que se traga sus palabras porque tras cuatro siglos de dominio de espada y cruz le robaron su voz».

La crítica quetzalteca Flora Chavarry se apresuró a declararlo un verdadero poeta, aunque solo conocía algunos trabajos sueltos; el escritor argentino Jorge Carrol lo nombró «poeta maya, dueño del tiempo» al dedicarle uno de sus libros.

En el bando opuesto, el ensayista Alexander Sequén-Mónchez calificó la obra de Ak’abal posterior a Guardián de la caída de agua como «poesía desigual y cuarteada, con insospechados disparos de novedad que no tardaron en transformarse en retóricas figuritas de barro, como esas que algunos pícaros venden a los turistas pretextando tremendo precio, cuando en realidad fueron enterradas en una maceta, bronceadas y lastimadas a la fuerza, con tal de venderlas como vestigios arqueológicos».

Al cuestionar que el gentilicio «maya» se aplicara a la totalidad de los pueblos indígenas del país –excepto los xinkas–, Sequén-Mónchez planteó: «Ak’abal es un poeta quiché. Imposible encajonar en un mismo espacio ideas y costumbres opuestas. ¿Qué tiene en común, culturalmente hablando, un quiché con un akateco, o ellos con un mam?».

Así osciló la crítica local a la obra de Ak’abal: entre la expresión genuina de la mirada animista que el indígena tiende sobre los objetos y los seres que le rodean, o la puesta en marcha de vistosas estampas folclóricas para el regodeo de académicos estadunidenses y europeos.

Sobra apuntarlo: si la obra no se discute y levanta pasiones, obligando a tomar partido, no existe.

Fuera del país recibió premios que difícilmente figuren en la vitrina de sus contemporáneos: el Blaise Cendrars, concedido en Neuchâtel, Suiza, y el Pier Paolo Pasolini, entregado en Roma, Italia.

2) Mientras duró el escándalo por el rechazo del premio que lleva el nombre del novelista galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1967, Ak’abal optó por guardar silencio aunque no permaneció estático.

Hizo acopio de cuanto artículo acerca de su decisión y su persona se publicó en la prensa escrita, y se difundió a través de internet, hasta que se sentó a redactar el escrito que fechó en Momostenango, abril de 2010, para comentarlos y rebatirlos.

El documento permaneció dentro del disco duro de la computadora hasta que su familia decidió publicarlo en julio de 2019, a siete meses del fallecimiento del poeta.

«Por dignidad yo no debía aceptar ese premio; mi corazón ya lo había decidido», reza la primera oración.

Y pasa a relatar su desencuentro con Miguel Ángel Asturias a partir de sus comentarios acerca del declive físico, moral e intelectual del indígena guatemalteco, junto a su propuesta para regenerarlo, vertidos en la tesis El problema social del indio (1923).

Supongo que Ak’abal debió conseguir la reedición parisina de 1971, con prefacio de Asturias para justiciar su obra de juventud, en alguno de sus viajes a Europa. 

Momosteco de nacimiento, quiché por ascendencia, Ak’abal padeció de primera mano el maltrato a causa de su origen: «Trabajé en fábricas maquiladoras y allí fui testigo del trato indignante por la etnia a la que pertenecíamos.

Muchas veces creían que por ser indios teníamos fuerza animal y nos mandaban a hacer esfuerzos sobrehumanos».

Al leer la investigación que Asturias presentó para obtener el título de abogado y notario, se indignó al ver a su gente retratada como «huraña, maliciosa, de mueca horrible al reír; silenciosa y calculadora, sin arrebatarse por la pasión y el entusiasmo, con apenas talento para el dibujo y la arquitectura».

Y tampoco le gustó que propusiera regenerarla a través del mestizaje con inmigrantes europeos: eso de «mejorar la raza», como si se tratara de ganado destinado al engorde, viene desde siempre.

Ak’abal, al apuntar que un indio de provincia tuviera el atrevimiento de cuestionar la tesis del Premio Nobel de Literatura (las cursivas son suyas), enfrentó ataques del alto mando literario por cuestionar la pulcra imagen de Asturias.

La proyección universal de sus novelas y el prestigio ganado con el Nobel tendieron un velo espeso sobre los años que pasó en Guatemala de 1933 a 1944, obligado a servir al dictador Jorge Ubico a través del periódico El Liberal Progresista y formar parte de la asamblea nacional constituyente que le prorrogó el mandato.

En entrevista citada por Ak’abal, el dramaturgo Manuel Galich aludió con dureza a la posición política de Asturias durante el régimen ubiquista y no le causaba gracia que lo consideraran el ideólogo de la revolución del 20 de octubre de 1944.

Recuerdo la alusión de Augusto Monterroso a «la fama un tanto negra como periodista radiofónico» del escritor que llegó a ser designado como el Gran Lengua.

Cuando declinó el premio dotado con cincuenta mil quetzales, a partir de los juicios emitidos por Asturias, Ak’abal quiso que partidarios y detractores de su decisión se fijaran en las divisiones sociales que persisten en Guatemala.

«…esperaba que despertaran, que buscaran la tesis, que la leyeran. De esta manera se podrían dar cuenta que a través de mi postura, estaba planteando un problema. Este problema no solo era de la época de Asturias, sino un problema latente que no han encarado las autoridades. Que la discriminación y el racismo es una triste práctica en el país».

También asentó:

Y luego, con mi declinación al premio que lleva el nombre del Nobel, lo que yo deseaba poner en evidencia era que se prestara más atención a las carencias en educación.

Que las personas indígenas tengan derecho a mantener su idioma maya, pero, no viéndolos como se ven las fotos de revistas extranjeras, más bien, que se vean como algo real de aquí mismo.

Que lo que se requiere es que el Estado preste la atención debida a todo el país, sin distingos de ninguna clase, y quería que mi gente también reflexionara y que ya no aceptara actitudes racistas.

En vez de que atendieran su llamado, Ak’abal llegó a enfrentar la incomprensión de sus paisanos:

Un grupo de maestros vino a reclamarme a mi casa el por qué había rechazado el premio.

«Yo gano muy poco, si a usted no le sirve ese dinero, a mí sí me hace falta…».

Estas actitudes me ilustraron de cómo andaban las cosas. A estas personas –muchas de ellas profesores indígenas, que más parecía que no les importaba su dignidad– estaban más preocupados por el dinero que por la razón del porqué de mi rechazo.

Me dolió en el alma ver cómo se vendían por un plato de frijoles. No habían leído la tesis.

Aunque el narrador Méndez Vides, al reseñar la reedición de El problema social del indio por parte de la Universidad de San Carlos en 2008, sintió temor de que cayera en manos de jóvenes indígenas por el resentimiento que les causaría contra la obra de Asturias, Ak’abal apunta que no pasó nada.

«Qué más quisiera yo que las generaciones juveniles indígenas examinaran esos documentos. Desearía que se enfrentaran a ellos. Que pueda servirles para luchar contra las prácticas racistas y que, juntos, hagamos de este país una sociedad donde el respeto sea la consigna. Sería el ideal hermoso. ¡Ojalá fuera más temprano que tarde! No quisiera pensar que se ha perdido la sensibilidad y no hay la más mínima reacción para quererse un poco».

Por último hace profesión de fe: «Mi modesto esfuerzo por dar a conocer mi obra en forma bilingüe, por darla a conocer en castellano tiene toda la intención de ser conciliatoria. En ella no hay odio ni rencor. Todo lo contrario, un hilo de amor enhebra mi poesía para acercarnos unos a otros».

El primer libro póstumo de Humberto Ak’abal nos viene a recordar lo difícil que es tomar una decisión y prepararse para la defensa («solo hasta ese momento supe en qué consistía asumir una posición», escribió), junto con la necesidad de encontrarnos con nuestros demás compatriotas al margen del color de piel, forma de vestir y el idioma utilizado en casa.

También nos retrata esa incapacidad tan guatemalteca de no aceptar opiniones distintas a las que sustenta la mayoría: prefieren caer en montonera sobre el disidente.

Bibliografía

AK’ABAL, Humberto, Ri nuk’u’x usolon chik, Mi corazón ya lo había decidido, Maya’ Wuj, Ciudad de Guatemala, 2019

SEQUÉN-MÓNCHEZ, Alexander, «Humberto Ak’abal, un poeta naif ®», revista La Ermita, Ciudad de Guatemala, año 5, número 20, octubre-noviembre de 2000

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1) No lo he visto reseñado en ninguna parte, tampoco que lo comenten en redes sociales o se anuncie su presentación en alguna librería o centro cultural.

Me lo vine a encontrar de pura casualidad en La Casa del Libro; tras hojearlo y pensarlo por un buen rato –andaba escaso de dinero–, decidí comprarlo.

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Se trata del ensayo Ri nuk’u’x usolon chik, Mi corazón ya lo había decidido, donde el poeta Humberto Ak’abal (1952-2019), relata su decisión de rechazar el Premio Nacional Miguel Ángel Asturias otorgado por el Ministerio de Cultura y Deportes en 2003.

Es el único escritor que se negó a recibirlo, desde que instituyeron el galardón en 1988, y tuvo sus razones; pronto las veremos.

Desde los poemas iniciales que le mostró a su coterráneo Luis Alfredo Arango, pasando por su primer libro (El animalero, Editorial Cultura, 1990), hasta su reconocimiento con el Quetzal de Oro entregado por la Asociación de Periodistas de Guatemala por su segundo poemario, Guardián de la caída del agua (Serviprensa Centroamericana, 1993), Humberto Ak’abal fue saludado y discutido a partes iguales.

No era el primer escritor indígena surgido en el país: le precedían Luis de Lión, Roberto Obregón, Francisco Morales Santos y Luis Enrique Sam Colop.

De Lión, Obregón y Morales Santos, todos de ascendencia cakchiquel, escribieron en español; Sam Colop publicó poemas en quiché.

Ak’abal, en cambio, fue el primero en asumirse como maya y su ingreso a escena coincidió con la reivindicación de los pueblos originarios de América cuando se cumplió el quinto centenario del arribo de Cristóbal Colón a la isla que rebautizó San Salvador.

De ahí que el novelista Mario Monteforte Toledo consideró que «el caso Ak’abal es el mayor acontecimiento de la literatura nacional de los últimos tiempos, el primer poeta maya que emerge de un pueblo que se traga sus palabras porque tras cuatro siglos de dominio de espada y cruz le robaron su voz».

La crítica quetzalteca Flora Chavarry se apresuró a declararlo un verdadero poeta, aunque solo conocía algunos trabajos sueltos; el escritor argentino Jorge Carrol lo nombró «poeta maya, dueño del tiempo» al dedicarle uno de sus libros.

En el bando opuesto, el ensayista Alexander Sequén-Mónchez calificó la obra de Ak’abal posterior a Guardián de la caída de agua como «poesía desigual y cuarteada, con insospechados disparos de novedad que no tardaron en transformarse en retóricas figuritas de barro, como esas que algunos pícaros venden a los turistas pretextando tremendo precio, cuando en realidad fueron enterradas en una maceta, bronceadas y lastimadas a la fuerza, con tal de venderlas como vestigios arqueológicos».

Al cuestionar que el gentilicio «maya» se aplicara a la totalidad de los pueblos indígenas del país –excepto los xinkas–, Sequén-Mónchez planteó: «Ak’abal es un poeta quiché. Imposible encajonar en un mismo espacio ideas y costumbres opuestas. ¿Qué tiene en común, culturalmente hablando, un quiché con un akateco, o ellos con un mam?».

Así osciló la crítica local a la obra de Ak’abal: entre la expresión genuina de la mirada animista que el indígena tiende sobre los objetos y los seres que le rodean, o la puesta en marcha de vistosas estampas folclóricas para el regodeo de académicos estadunidenses y europeos.

Sobra apuntarlo: si la obra no se discute y levanta pasiones, obligando a tomar partido, no existe.

Fuera del país recibió premios que difícilmente figuren en la vitrina de sus contemporáneos: el Blaise Cendrars, concedido en Neuchâtel, Suiza, y el Pier Paolo Pasolini, entregado en Roma, Italia.

2) Mientras duró el escándalo por el rechazo del premio que lleva el nombre del novelista galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1967, Ak’abal optó por guardar silencio aunque no permaneció estático.

Hizo acopio de cuanto artículo acerca de su decisión y su persona se publicó en la prensa escrita, y se difundió a través de internet, hasta que se sentó a redactar el escrito que fechó en Momostenango, abril de 2010, para comentarlos y rebatirlos.

El documento permaneció dentro del disco duro de la computadora hasta que su familia decidió publicarlo en julio de 2019, a siete meses del fallecimiento del poeta.

«Por dignidad yo no debía aceptar ese premio; mi corazón ya lo había decidido», reza la primera oración.

Y pasa a relatar su desencuentro con Miguel Ángel Asturias a partir de sus comentarios acerca del declive físico, moral e intelectual del indígena guatemalteco, junto a su propuesta para regenerarlo, vertidos en la tesis El problema social del indio (1923).

Supongo que Ak’abal debió conseguir la reedición parisina de 1971, con prefacio de Asturias para justiciar su obra de juventud, en alguno de sus viajes a Europa. 

Momosteco de nacimiento, quiché por ascendencia, Ak’abal padeció de primera mano el maltrato a causa de su origen: «Trabajé en fábricas maquiladoras y allí fui testigo del trato indignante por la etnia a la que pertenecíamos.

Muchas veces creían que por ser indios teníamos fuerza animal y nos mandaban a hacer esfuerzos sobrehumanos».

Al leer la investigación que Asturias presentó para obtener el título de abogado y notario, se indignó al ver a su gente retratada como «huraña, maliciosa, de mueca horrible al reír; silenciosa y calculadora, sin arrebatarse por la pasión y el entusiasmo, con apenas talento para el dibujo y la arquitectura».

Y tampoco le gustó que propusiera regenerarla a través del mestizaje con inmigrantes europeos: eso de «mejorar la raza», como si se tratara de ganado destinado al engorde, viene desde siempre.

Ak’abal, al apuntar que un indio de provincia tuviera el atrevimiento de cuestionar la tesis del Premio Nobel de Literatura (las cursivas son suyas), enfrentó ataques del alto mando literario por cuestionar la pulcra imagen de Asturias.

La proyección universal de sus novelas y el prestigio ganado con el Nobel tendieron un velo espeso sobre los años que pasó en Guatemala de 1933 a 1944, obligado a servir al dictador Jorge Ubico a través del periódico El Liberal Progresista y formar parte de la asamblea nacional constituyente que le prorrogó el mandato.

En entrevista citada por Ak’abal, el dramaturgo Manuel Galich aludió con dureza a la posición política de Asturias durante el régimen ubiquista y no le causaba gracia que lo consideraran el ideólogo de la revolución del 20 de octubre de 1944.

Recuerdo la alusión de Augusto Monterroso a «la fama un tanto negra como periodista radiofónico» del escritor que llegó a ser designado como el Gran Lengua.

Cuando declinó el premio dotado con cincuenta mil quetzales, a partir de los juicios emitidos por Asturias, Ak’abal quiso que partidarios y detractores de su decisión se fijaran en las divisiones sociales que persisten en Guatemala.

«…esperaba que despertaran, que buscaran la tesis, que la leyeran. De esta manera se podrían dar cuenta que a través de mi postura, estaba planteando un problema. Este problema no solo era de la época de Asturias, sino un problema latente que no han encarado las autoridades. Que la discriminación y el racismo es una triste práctica en el país».

También asentó:

Y luego, con mi declinación al premio que lleva el nombre del Nobel, lo que yo deseaba poner en evidencia era que se prestara más atención a las carencias en educación.

Que las personas indígenas tengan derecho a mantener su idioma maya, pero, no viéndolos como se ven las fotos de revistas extranjeras, más bien, que se vean como algo real de aquí mismo.

Que lo que se requiere es que el Estado preste la atención debida a todo el país, sin distingos de ninguna clase, y quería que mi gente también reflexionara y que ya no aceptara actitudes racistas.

En vez de que atendieran su llamado, Ak’abal llegó a enfrentar la incomprensión de sus paisanos:

Un grupo de maestros vino a reclamarme a mi casa el por qué había rechazado el premio.

«Yo gano muy poco, si a usted no le sirve ese dinero, a mí sí me hace falta…».

Estas actitudes me ilustraron de cómo andaban las cosas. A estas personas –muchas de ellas profesores indígenas, que más parecía que no les importaba su dignidad– estaban más preocupados por el dinero que por la razón del porqué de mi rechazo.

Me dolió en el alma ver cómo se vendían por un plato de frijoles. No habían leído la tesis.

Aunque el narrador Méndez Vides, al reseñar la reedición de El problema social del indio por parte de la Universidad de San Carlos en 2008, sintió temor de que cayera en manos de jóvenes indígenas por el resentimiento que les causaría contra la obra de Asturias, Ak’abal apunta que no pasó nada.

«Qué más quisiera yo que las generaciones juveniles indígenas examinaran esos documentos. Desearía que se enfrentaran a ellos. Que pueda servirles para luchar contra las prácticas racistas y que, juntos, hagamos de este país una sociedad donde el respeto sea la consigna. Sería el ideal hermoso. ¡Ojalá fuera más temprano que tarde! No quisiera pensar que se ha perdido la sensibilidad y no hay la más mínima reacción para quererse un poco».

Por último hace profesión de fe: «Mi modesto esfuerzo por dar a conocer mi obra en forma bilingüe, por darla a conocer en castellano tiene toda la intención de ser conciliatoria. En ella no hay odio ni rencor. Todo lo contrario, un hilo de amor enhebra mi poesía para acercarnos unos a otros».

El primer libro póstumo de Humberto Ak’abal nos viene a recordar lo difícil que es tomar una decisión y prepararse para la defensa («solo hasta ese momento supe en qué consistía asumir una posición», escribió), junto con la necesidad de encontrarnos con nuestros demás compatriotas al margen del color de piel, forma de vestir y el idioma utilizado en casa.

También nos retrata esa incapacidad tan guatemalteca de no aceptar opiniones distintas a las que sustenta la mayoría: prefieren caer en montonera sobre el disidente.

Bibliografía

AK’ABAL, Humberto, Ri nuk’u’x usolon chik, Mi corazón ya lo había decidido, Maya’ Wuj, Ciudad de Guatemala, 2019

SEQUÉN-MÓNCHEZ, Alexander, «Humberto Ak’abal, un poeta naif ®», revista La Ermita, Ciudad de Guatemala, año 5, número 20, octubre-noviembre de 2000

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