Traigan una taza de té para Mr. Baker, un homenaje al famoso baterista inglés, de JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
1 Cuando la familia del baterista inglés Ginger Baker anunció que lo dejaban hospitalizado en condiciones críticas, rogando por las oraciones de sus seguidores, no podíamos ilusionarnos con que bajara un milagro a la sala de cuidados intensivos.
El corazón y los pulmones de Mr. Baker estaban por cesar operaciones tras años de permanecer envueltos en la densa humareda de los cigarrillos que se fumó desde su adolescencia en el Londres posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Lograron funcionar hasta los 80 años de su portador, no se les podía pedir más, y era justo que buscaran la sombra para descansar.
Peter Edward Baker, tal su nombre completo, se hizo conocido por su poderío a los tambores, el uso del doble bombo para que no quedara espacio sin percutir y su carácter tan flamígero como la roja cabellera a la que debió su apodo.
No podía limitarse a ser un baterista competente para ganarse las libras, los chelines y los peniques en la escena londinense.
Antes que jazzista o rockero, Baker era músico: tenía que ser un músico jodida y rematadamente bueno, capaz de leer una partitura de corrido, escribir arreglos cuando se los solicitaran, mantener el toque elegante del formato menor –piano, contrabajo, algún que otro instrumento de viento– y hacer que la pista de baile resultara insuficiente para todas las parejas que quisieran contonearse al ritmo de la big band.
No concebía que la mayoría de sus colegas combinaran acordes de memoria, en vez de trazarlos sobre la partitura. No quería que George Harrison agitara los brazos así y asá para describirle las partes a tocar cuando grabó las baterías para el disco That’s The Way God Planned It, de Billy Preston.
«¿De qué jodidos me estás hablando? Escribímelo, así veré qué querés decirme», le dijo.
Al convencer al guitarrista Eric Clapton para que armaran grupo ya tenía el camino recorrido al lado de la Blues Incorporated dirigida por Alexis Korner y la Graham Bond Organisation.
Mucho se sabe de la bronca que acompañó su relación con el bajista Jack Bruce: lo despidió del combo de Graham Bond y lo aceptó con cara de disgusto en Cream; poco de la amistad que lo unió a Charlie Watts, a quien distinguió con una estimación que no extendió a los demás Rolling Stones.
Watts lo propuso como su reemplazo en la Blues Incorporated; Baker lo recomendó a Brian Jones para completar la banda que armaba al lado de Mick Jagger y Keith Richards.
Todo el mundo se encontró en el Swinging London.
2 Algo tienen los pelirrojos que invita a pensar en pasiones incendiarias, en amores intensos y en odios enconados.
Ahí están las pinceladas que Vincent van Gogh repartió cual tachones en sus lienzos; ahí están las diatribas de Ezra Pound contra la usura que impide al hombre hallar sitio para su morada; ahí está la lucha de Ginger Baker por hacerse escuchar entre los amplificadores utilizados por guitarristas y bajistas.
La fiereza emigró a sus ojos celestes cuando el pelo se le encaneció y alejó de la frente. Era una mirada que no admitía desafíos, premiaba las osadías a bastonazos.
A pesar de los riesgos, el productor Rick Rubin pensó en Baker a la hora de proponer un baterista para grabar el último disco de Black Sabbath.
Pensó en alguien que creció oyendo la misma música y compartió el mismo escenario, en alguien que fuera contemporáneo de Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler.
«Es algo diferente a como tocan los bateristas de hard rock y heavy metal; ese era el baterista que andaba buscando», comentó.
Iommi, conocedor del genio y talante de Mr. Baker, ni lo pensó dos veces. «No queríamos ir al estudio y que hubiesen, hmmm, problemas», declaró. Iommi convalecía de su tratamiento a causa del cáncer, Ozzy es siempre Ozzy y Butler, admirador de Jack Bruce, por algo se metió a bajista, podía sacar al irlandés peleonero que lleva dentro apenas lo provocaran.
Pero me imagino cuánto poderío tendrían «God is Dead?», «Age of Reason» y «Damaged Souls» de sentarse Baker tras los tambores.
Estaríamos hablando de una colaboración memorable y Bill Ward se habría consolado al quedar fuera de Black Sabbath porque su mayor influencia ocupó la plaza.
Por supuesto, Baker hubiera exigido su crédito como coautor de las canciones: se ponía bravo de solo recordar que la música más popular que grabó –la más difundida en radio, la más utilizada en comerciales de televisión, la más citada en escenas de películas– no le reportara los ingresos que necesitaba para llegar a fin de mes.
La parte del león de «Sunshine of Your Love» y «White Room», las canciones más sonadas de Cream, se la repartieron entre Jack Bruce y el letrista Peter Brown; Eric Clapton apenas arañó algo.
Eso le mortificaba: allá por 1990, establecido en Los Ángeles, se las espantaba con los 5,000 dólares mensuales que le reportaban las regalías de Cream.
Dinero en apariencia: los impuestos se encargarían de ralearlo. Siempre existió el puñado de fieles que buscaban sus grabaciones al lado de Blind Faith, Air Force, Baker Gurvitz Army, Hawkwind, Public Image Ltd., Masters of Reality y BBM, el fugaz trío que armó al lado de Jack Bruce y el guitarrista Gary Moore, pero no alcanzaba para los gastos, menos para mantener su afición al polo y a los caballos.
Los años que pasó lejos de Inglaterra, entre Nigeria, Italia, Estados Unidos y Sudáfrica, no le quitaron el acento británico al hablar y el hábito de la taza de té a las cinco de la tarde.
Molesto por el meado de ratón que le servían en Estados Unidos, compuso un texto en prosa al que tituló «T.U.S.A» y grabó con Masters of Reality.
Ahí relató su enojo con la incapacidad de los gringos para preparar una buena taza de té aunque las instrucciones estuvieran impresas con claridad en el sobre e indicaran que debía echarse en agua hirviendo, no caliente, y encima, háganle el triste favor, se les ocurría aderezarlo con un chorro de leche.
El resultado era un agua marrón apta para tirársela a la cara al mesero o al primero que estuviera enfrente, a merced de la cólera de Mr. Baker.
3 Baker también se ponía bravo si se atrevían a mencionarlo como el padre del heavy metal.
Dios guarde: echaba tacos y juramentos, «mejor debieron abortarlo», vociferaba.
Pero los tributos más sentidos y mejor expresados fueron escritos, dictados o tecleados por dos referentes del metal pesado, dos isleños: Bill Ward y Dave Lombardo.
Cuando creía captarle el ritmo a Baker, Ward se encontraba con que todo lo cambiaba e incluía nuevas progresiones, sonidos que no correspondían, muchos saltos adelante, y tenía que empezar otra vez, maravillado de cuántos sonidos podían brotar de la batería tocada por un solo hombre.
«Este hombre al que nunca conocería, este viajero, romperreglas, este hombre que le mostró a tantos que el cambio era posible, vivirá para siempre», indicó en reverencia.
Y Dave Lombardo, heredero de otra tradición percutiva, la cubana (a su vez heredera del África oída y amada por Baker), recordó: «Tu solo de batería en el álbum Wheels of Fire fue lo primero que escuché a los cuatro años y fuiste mi más temprana influencia musical.
Mi hermano insistió que tú eras mucho mejor que todos los bateristas de tu generación. Fuiste un maestro en el arte de la improvisación y un pionero».
Al recordar el desdén de Baker por el rock pesado, Lombardo suspiró: «Si tan solo supieras…».
Nadie prevé el alcance que tendrán sus obras.
Traigan una taza de té para Mr. Baker, un homenaje al famoso baterista inglés, de JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
1 Cuando la familia del baterista inglés Ginger Baker anunció que lo dejaban hospitalizado en condiciones críticas, rogando por las oraciones de sus seguidores, no podíamos ilusionarnos con que bajara un milagro a la sala de cuidados intensivos.
El corazón y los pulmones de Mr. Baker estaban por cesar operaciones tras años de permanecer envueltos en la densa humareda de los cigarrillos que se fumó desde su adolescencia en el Londres posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Lograron funcionar hasta los 80 años de su portador, no se les podía pedir más, y era justo que buscaran la sombra para descansar.
Peter Edward Baker, tal su nombre completo, se hizo conocido por su poderío a los tambores, el uso del doble bombo para que no quedara espacio sin percutir y su carácter tan flamígero como la roja cabellera a la que debió su apodo.
No podía limitarse a ser un baterista competente para ganarse las libras, los chelines y los peniques en la escena londinense.
Antes que jazzista o rockero, Baker era músico: tenía que ser un músico jodida y rematadamente bueno, capaz de leer una partitura de corrido, escribir arreglos cuando se los solicitaran, mantener el toque elegante del formato menor –piano, contrabajo, algún que otro instrumento de viento– y hacer que la pista de baile resultara insuficiente para todas las parejas que quisieran contonearse al ritmo de la big band.
No concebía que la mayoría de sus colegas combinaran acordes de memoria, en vez de trazarlos sobre la partitura. No quería que George Harrison agitara los brazos así y asá para describirle las partes a tocar cuando grabó las baterías para el disco That’s The Way God Planned It, de Billy Preston.
«¿De qué jodidos me estás hablando? Escribímelo, así veré qué querés decirme», le dijo.
Al convencer al guitarrista Eric Clapton para que armaran grupo ya tenía el camino recorrido al lado de la Blues Incorporated dirigida por Alexis Korner y la Graham Bond Organisation.
Mucho se sabe de la bronca que acompañó su relación con el bajista Jack Bruce: lo despidió del combo de Graham Bond y lo aceptó con cara de disgusto en Cream; poco de la amistad que lo unió a Charlie Watts, a quien distinguió con una estimación que no extendió a los demás Rolling Stones.
Watts lo propuso como su reemplazo en la Blues Incorporated; Baker lo recomendó a Brian Jones para completar la banda que armaba al lado de Mick Jagger y Keith Richards.
Todo el mundo se encontró en el Swinging London.
2 Algo tienen los pelirrojos que invita a pensar en pasiones incendiarias, en amores intensos y en odios enconados.
Ahí están las pinceladas que Vincent van Gogh repartió cual tachones en sus lienzos; ahí están las diatribas de Ezra Pound contra la usura que impide al hombre hallar sitio para su morada; ahí está la lucha de Ginger Baker por hacerse escuchar entre los amplificadores utilizados por guitarristas y bajistas.
La fiereza emigró a sus ojos celestes cuando el pelo se le encaneció y alejó de la frente. Era una mirada que no admitía desafíos, premiaba las osadías a bastonazos.
A pesar de los riesgos, el productor Rick Rubin pensó en Baker a la hora de proponer un baterista para grabar el último disco de Black Sabbath.
Pensó en alguien que creció oyendo la misma música y compartió el mismo escenario, en alguien que fuera contemporáneo de Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler.
«Es algo diferente a como tocan los bateristas de hard rock y heavy metal; ese era el baterista que andaba buscando», comentó.
Iommi, conocedor del genio y talante de Mr. Baker, ni lo pensó dos veces. «No queríamos ir al estudio y que hubiesen, hmmm, problemas», declaró. Iommi convalecía de su tratamiento a causa del cáncer, Ozzy es siempre Ozzy y Butler, admirador de Jack Bruce, por algo se metió a bajista, podía sacar al irlandés peleonero que lleva dentro apenas lo provocaran.
Pero me imagino cuánto poderío tendrían «God is Dead?», «Age of Reason» y «Damaged Souls» de sentarse Baker tras los tambores.
Estaríamos hablando de una colaboración memorable y Bill Ward se habría consolado al quedar fuera de Black Sabbath porque su mayor influencia ocupó la plaza.
Por supuesto, Baker hubiera exigido su crédito como coautor de las canciones: se ponía bravo de solo recordar que la música más popular que grabó –la más difundida en radio, la más utilizada en comerciales de televisión, la más citada en escenas de películas– no le reportara los ingresos que necesitaba para llegar a fin de mes.
La parte del león de «Sunshine of Your Love» y «White Room», las canciones más sonadas de Cream, se la repartieron entre Jack Bruce y el letrista Peter Brown; Eric Clapton apenas arañó algo.
Eso le mortificaba: allá por 1990, establecido en Los Ángeles, se las espantaba con los 5,000 dólares mensuales que le reportaban las regalías de Cream.
Dinero en apariencia: los impuestos se encargarían de ralearlo. Siempre existió el puñado de fieles que buscaban sus grabaciones al lado de Blind Faith, Air Force, Baker Gurvitz Army, Hawkwind, Public Image Ltd., Masters of Reality y BBM, el fugaz trío que armó al lado de Jack Bruce y el guitarrista Gary Moore, pero no alcanzaba para los gastos, menos para mantener su afición al polo y a los caballos.
Los años que pasó lejos de Inglaterra, entre Nigeria, Italia, Estados Unidos y Sudáfrica, no le quitaron el acento británico al hablar y el hábito de la taza de té a las cinco de la tarde.
Molesto por el meado de ratón que le servían en Estados Unidos, compuso un texto en prosa al que tituló «T.U.S.A» y grabó con Masters of Reality.
Ahí relató su enojo con la incapacidad de los gringos para preparar una buena taza de té aunque las instrucciones estuvieran impresas con claridad en el sobre e indicaran que debía echarse en agua hirviendo, no caliente, y encima, háganle el triste favor, se les ocurría aderezarlo con un chorro de leche.
El resultado era un agua marrón apta para tirársela a la cara al mesero o al primero que estuviera enfrente, a merced de la cólera de Mr. Baker.
3 Baker también se ponía bravo si se atrevían a mencionarlo como el padre del heavy metal.
Dios guarde: echaba tacos y juramentos, «mejor debieron abortarlo», vociferaba.
Pero los tributos más sentidos y mejor expresados fueron escritos, dictados o tecleados por dos referentes del metal pesado, dos isleños: Bill Ward y Dave Lombardo.
Cuando creía captarle el ritmo a Baker, Ward se encontraba con que todo lo cambiaba e incluía nuevas progresiones, sonidos que no correspondían, muchos saltos adelante, y tenía que empezar otra vez, maravillado de cuántos sonidos podían brotar de la batería tocada por un solo hombre.
«Este hombre al que nunca conocería, este viajero, romperreglas, este hombre que le mostró a tantos que el cambio era posible, vivirá para siempre», indicó en reverencia.
Y Dave Lombardo, heredero de otra tradición percutiva, la cubana (a su vez heredera del África oída y amada por Baker), recordó: «Tu solo de batería en el álbum Wheels of Fire fue lo primero que escuché a los cuatro años y fuiste mi más temprana influencia musical.
Mi hermano insistió que tú eras mucho mejor que todos los bateristas de tu generación. Fuiste un maestro en el arte de la improvisación y un pionero».
Al recordar el desdén de Baker por el rock pesado, Lombardo suspiró: «Si tan solo supieras…».
Nadie prevé el alcance que tendrán sus obras.